Conjugar el pasado (Segunda parte)
Continuación y desenlace de cierta crónica cinéfila alrededor del Santiago del Estero Film Fest
Por la ventana del radio taxi veo la cancha de Mitre y en mi cabeza empieza a sonar un canto irreproducible que la barra de Central Córdoba le dedica a La Banda de Tapón. Miguel no para de cantarla desde que llegamos, la tengo grabada a fuego en el cerebro y ya me avisó que si la canto en el barrio equivocado nos podemos llegar a comer algún que otro piedrazo.
Esta vez voy solo porque Miguel tiene que trabajar y Andrés se fue a leer a un café para variar un poco. Yo medio que ya entré en modo festival y podría ver una película tras otra durante días. Eso vine a hacer y eso seguiré haciendo.
Llego justo pero llego para ver Clorindo Testa (2022), la nueva del ya mencionado Mariano Llinás, ese tipo al que se lo recuerda sobre todo por haber dirigido aquella película irrealizable que dura más de 14 horas. Sé que Clorindo ganó el BAFICI este año pero entro a la sala con un poco de miedo porque todavía no me recuperé del todo de Concierto para la batalla de El Tala (2021), un bodrio solemne y salvagemente unitario que tuve la desdicha de ver el año pasado.
Por suerte, el prejuicio dura poco ya que desde el principio Clorindo Testa se revela como una comedia; como un documental sobre el propio documental que se ríe y parodia su estructura y los temas que decide tratar. Un Llinás en primer plano lee un libro y su voz en off advierte que esta no es otra película sobre la familia del realizador, de esas que “están de moda”, donde alguien encuentra una caja con fotos y empieza a hilvanar un relato familiar.
Lo gracioso es que la película es exactamente todo lo que dice no ser pero no deja pasar la oportunidad de reírse de esta tendencia narrativa y a su vez de sí misma. Continuamente se preocupa por develar lo artificioso del cine documental y en este acto se termina por volver un artificio, lo que me hace pensar que Clorindo Testa también podría haber entrado como ficción. Ah, y creo que no hace falta aclararlo, pero poco tiene que ver con una narración biográfica del arquitecto y artista plástico Clorindo Testa.
Al salir lo veo a Andrés tomando un café. Él ya la había visto y tanto no le había gustado, pero hablamos sobre las partes que nos gustaron a los dos y sobre algunos gags que son realmente brillantes. Como no podía ser de otra manera, la charla vira hacia documentales argentinos e inevitablemente hablamos sobre Néstor Frenkel.
—Mañana dan El coso. Yo ya la vi pero podría volver a verla.
—Creo que se pisa con Luminum, ¿vos no querías ver esa?
—Uh, cierto, la de las ufólogas. Esa no me la pierdo ni a palos.
—¿Tan buena es El coso?
—Es Frenkel, siempre está bien. Además Peralta Ramos es un personajazo, yo sabía un par de cosas sobre él nomás y salí fascinado.
—Qué bien, me encanta cómo Frenkel trata a sus personajes. Siempre con mucho amor y respeto, no importa lo estrafalarios que puedan resultar.
—Sí, boludo, totalmente. ¿Vos viste Amateur? Es una carta de amor al cine y el personaje al que retrata es una cosa de no creer. Si al mismo tipo lo filmaban tus amigos Cohn y Duprat se le reían en la cara.
—Basta con eso, che, “mis amigos” me parece mucho.
Nos reímos y vemos cómo se amontona una gran cantidad de gente afuera del auditorio principal. Está por empezar La bruja de Hitler y se ve que el tema de los nazis en Argentina tan agotado no está porque la convocatoria es apabullante. En eso lo veo caer a Miguel con las gafas de sol puestas y una bufanda tan larga y tan ancha que parece que se enroscó una frazada alrededor del cuello. Me señala una bolsa de plástico por la que se traslucen tres latas de cerveza bien frías.
—Vamo’ al patio que esto arranca en breve.
Antes de encarar para la sala hablamos sobre la última de Cronenberg y sobre que tal vez su hijo Brandon se haya vuelto un mejor Cronenberg que el propio Cronenberg.
—Che, pero a mí Crímenes del futuro me gustó un montón.
—A mí me decepcionó, te digo la verdad. No está mal, pero ¿hace falta que el diálogo sea siempre expositivo? Podés narrar con acciones también, no cuesta tanto, sos fucking Cronenberg.
—Yo la sentí como un manifiesto la verdad. El mundo que construye es espectacular. Toda la cuestión de los procedimientos médicos como performance artística, la sociedad que está más allá de las enfermedades, la búsqueda de sentido en personas que no necesitan preocuparse por su salud.
—Sí, es verdad, todo eso está muy bien y la cuestión de un futuro donde la gente ya no siente dolor es lo más Cronenberg del mundo; ya es postcronenberg, diría. La nueva carne 3.0. Y las sillas monstruosas y todos los chiches cronenbergescos son espectaculares, digamos todo.
—¿Qué onda entonces la del hijo? Me la recomendaron mucho, y qué buen póster que tiene.
—¿Infinity Pool? A mí narrativamente me parece superior a Crímenes, pega como cuatro volantazos geniales. Parece que va a ser una cosa y después es otra y después es otra. Una locura hermosa.
—¿Medio como una novela de Aira, no?
—Va por ahí, va por ahí.
Vemos que la gente empieza a entrar a la sala y nos apuramos para no quedarnos sin lugar.
La bruja de Hitler (Ernesto Ardito y Virna Molina, 2023) empieza con tres personas que llegan a una casa arquetípicamente alemana, situada en las laderas montañosas de Bariloche. Un encuadre viñeteado que pronto se revela como la subjetiva de un personaje que todo lo observa a través de sus binoculares. No existe disciplina más voyerista que el cine y la película parece saberlo. Pienso en De Palma y en Últimos días de la víctima y en que tal vez La ventana indiscreta sea la mejor película jamás filmada sobre lo ontológicamente mirón que es el arte cinematográfico.
En la pantalla transcurre una escena tensa con alemanes muy alemanes hablando en alemán donde se presentan los recién llegados y se hace alusión por primera vez a la bruja del título y a que una de las jóvenes presentes, aunque no lo sepa o no quiera saberlo, podría ser su hija.
Después de unos sólidos primeros diez minutos la trama se pone derivativa, el argumento se desdibuja, unos ralentís injustificables empiezan transformarse en motivo visual y a cada segundo todo se vuelve más pesado. Ni siquiera la cerveza fría logra amenizar el mal trago. Pasada media hora, a mi derecha uno de los muchachos se incorpora y me susurra al oído: “perdón, pero no puedo más con esto”. Se levanta y sale de la sala.
Esto es la banalidad de la representación del mal, pienso. La película dura casi dos horas pero se sienten como cuatro y cuando parece que está por terminar pero vuelve a no terminar el muchacho restante que queda a mi lado susurra: “por el amor de Dios, basta, basta ya”. Al salir, el tema de conversación general es lo poco que nos gustó la película y lo buena que podría haber sido y la plata que habrán gastado y que la fotografía por lo menos estaba bien y qué lindo Bariloche en verano y el Proyecto Huemul y unas tantas cosas más.
—¿Y ahora, che?
—¿Otra cervecita?
*****
Esa tarde decidimos rendir homenaje a una de las más nobles y sagradas tradiciones locales: la siesta. Despertamos confundidos y enajenados pero sabemos que no podemos demorarnos mucho porque en unas horas Andrés presenta su corto. Nos levantamos como podemos y todavía medio dormidos pedimos el radio taxi.
Cuando llegamos al lugar la sala está bastante llena y nos sentamos en las butacas más alejadas de la pantalla. Frente a nuestros ojos se suceden una serie de cortos de tono un tanto solemne y nos llama la atención que en más de una oportunidad los motivos narrativos se repiten, como el doppelganger o el fin del mundo.
Por último se proyecta Los novios, comedia autoconsciente donde dos personajes secundarios se dan cuenta del rol que les tocó dentro de la ficción y deciden tomar cartas en el asunto para cambiar la historia (o el argumento) desde adentro. El público ríe donde tiene que reír y de refilón veo que la sonrisa de Andrés también crece. “El corto funciona, eso es lo que importa”, me susurra.
Tras un breve intercambio con directores y miembros del elenco, salimos a tomar un café y nos preparamos para la última función del festival mientras hablamos sobre esas películas que nos perdimos y que vamos a tener que rastrear en los confines de la web cuando volvamos a casa.
—Ayer vi Smog en tu corazón, TIENEN que verla.
—¿Cuál era esa?
—La de Lucía Seles, una comedia rarísima. Un nivel de absurdo impresionante. Beckett estaría orgulloso de algo así. Dicen que es parte de una trilogía igual de delirante, según escuché. Ahora las quiero ver todas.
—¿Sabés qué otra cosa nos perdimos? La expedición de París, el mediometraje de Fadel. Yo ya lo había visto, pero qué ganas de verlo en pantalla grande.
—¿Y ese de qué la va?
—Uf, difícil de resumir. Se basa en que, con el motivo del Centenario de la Revolución Francesa, desde acá el gobierno mandó a diez nativos para que los exhibieran en un pabellón, como gesto diplomático. Hablame de barbarie. Durante el metraje se van leyendo en off las cartas reales entre los embajadores, tragicómico todo, y con un vuelo poético de la concha de la lora.
—Y sí, Fadel es una bestia. Los salvajes es una hermosura absoluta, y puede que Muere, monstruo, muere me guste un poco más todavía.
—No te olvides de El amor (Primera parte), aunque ahí estaba el boludo de Mitre también metido, y unos pares más.
—Basta con lo de Mitre, se la tenés re junada.
—Che, ¿y vos entraste a ver La tara al final?
—No llegué la verdad, estaba matado. La pasé muy bien cuando la vi, pero no me voló la peluca. Me pasó lo que me pasa con muchos documentales, que siento que es más interesante el tema que tratan que cómo está tratado.
—Ah, esa era la de la película surrealista perdida, etcétera ¿no?
—Claro, está dirigida y actuada por los herederos de los que filmaron esa película, que se llamaba Tararira, de la que no hay ninguna copia. Lo que encuentran es la banda sonora por separado y en base a eso intentan reconstruirla. ¿La posta? Un poco me pareció que era una de esas películas de las que se ríe Llinás en Clorindo pero con una vueltita de rosca.
—O sea, igual que la de Llinás.
Nos reímos y empezamos a acercarnos al auditorio porque vemos que la antesala está colmada y es probable que nos quedemos sin lugar. Se está por proyectar Luminum, que dura apenas una horita, seguida inmediatamente por la ceremonia de cierre. Por suerte llegamos a sentarnos antes de que se apaguen las luces.
Una vez más siento cómo mi cuerpo se relaja al darme cuenta de que este documental también es una comedia y de que por momentos tampoco es tan documental. Tanto los encuadres como la forma en que se comportan las protagonistas parecen salidos de una ficción, aunque lo que se está retratando sea una relación tan real como cotidiana.
Luminum (Maximiliano Schonfeld, 2022) sigue de forma íntima y sensible a esta dupla madre-hija que dedica su vida a observar los cielos en busca de respuestas que, según creen, algún día llegarán desde lo más profundo de la galaxia. Un relato conmovedor construido sobre aquella obsesión común que hace que su lazo afectivo sea aún más profundo, donde lo que importa es compartir más allá de lo que sea que se comparta. En la sala no queda un asiento libre y es palpable cómo el público se divierte y se emociona a la par de las protagonistas.
Al finalizar la película entra en escena el director y empieza a responder preguntas, una tras otra. Habla sobre cómo conoció a las protagonistas en una congregación ufológica en la ciudad de Mercedes, sobre su visita al Museo del OVNI en Victoria, Entre Ríos, y sobre su colaboración con la escritora Selva Almada para construir la voz en off narradora del documental.
“Con Selva primero intentamos escribir una historia sobre extraterrestres sindicalistas, pero nos dimos cuenta de que era mejor la premisa que cualquier desarrollo que se nos pudiera ocurrir, así que cambiamos el enfoque y ella escribió una serie de relatos sobre cómo se adaptaría un extraterrestre recién llegado a la geografía de Entre Ríos, y de ahí surgieron varias ideas para la película”, cuenta Schonfeld.
Me quedo pensando en cómo sería esa historia alien de disputas sindicales y en esa escena de Luminum donde un advenedizo del espacio exterior se transforma en camalote flotante para adaptarse a su entorno. A nuestro alrededor hay recambio en el público de la sala porque se viene la ceremonia de cierre y aunque parezca imposible está más colmada que antes.
En eso bajan las luces, la pantalla funde a negro, se encienden dos focos cenitales y se dejan escuchar unos relinchos intensos. Empieza a sonar una chacarera con aires de spaghetti western y por cada pasillo lateral entran al trote tres caballos con los organizadores del festival como jinetes. Visten orgullosamente el ya característico buzo del SEFF y esgrimen en sus manos un vistoso cetro: el codiciado galardón. Un claro homenaje a aquella mítica puesta en escena de El fantasma de la ópera por la que Narciso Ibáñez Menta fue echado del Teatro San Martín, pienso.
Los jinetes desmontan y colocan los cetros en una vitrina. Un chiflido provoca que los caballos salgan al trote limpio y sin chistar; recorren el camino inverso pero ya sin nadie que los monte. Dentro de este clima de confusión, Salomón toma la palabra y da la bienvenida a la ceremonia de cierre. Todavía un poco en shock, el público estalla en aplausos y vítores; nadie puede creer lo que acaba de presenciar.
Poco a poco empiezan a desfilar los miembros del jurado frente a la pantalla para presentar y justificar sus decisiones finales. Palabras conmovedoras y cercanas acompañan la designación de cada película a destacar. Higinio (Leandro Zerbatto y Constanza Pasian, 2023) se lleva el primer premio en la Competencia de Trabajos Académicos, Hondarrak (Paula Iglesias y Marta Gómez, 2022) hace lo propio en la categoría Cortos, La calma (Mariano Cócolo, 2022) se lleva Largometraje de Ficción y sólo queda una última categoría: Largometraje de No Ficción.
Antes de mencionar al ganador se hace un silencio expectante porque todos saben cuál es la favorita. Suena un redoble desbordado y desequilibrante hasta que por fin la palabra “Luminum” sale de los labios de Salomón y una multitud efervescente festeja el premio como un triunfo propio. Schonfeld sube al escenario y agradece el premio, pero sobre todo agradece el cariño que le expresa esa banda de amorosos desconocidos que lo precede.
Con una sonrisa grabada en el rostro, salimos de la sala y nos espera una mesa repleta de empanadas, vino y la mejor humita que hube de probar en esta vida. Comemos y bebemos y charlamos hasta que por los parlantes empieza a sonar una cumbia desbocada y la puerta principal se abre de par en par de forma misteriosa. La música llega a su clímax para propiciar la entrada de dos figuras que tiran volteretas y acrobacias como si fuesen federados en gimnasia artística. Llevan puestos trajes de Spiderman caseros, uno rojo y uno negro, y tras demostrar sus poderes se dedican a sacar a bailar a los presentes.
Pienso en el devenir de la carrera de Sam Raimi mientras el Spiderman negro le twerkea a uno de los miembros del jurado, que procede a nalguearlo al ritmo de la música y el gesto es recibido con una alegre arenga general. Los Spiderman se buscan con la mirada y vuelven al centro de la pista. Nos hacen señas para que los sigamos y nos piden que agarremos todo el vino que podamos porque lo vamos a necesitar.
Como barqueros de un Aqueronte de asfalto y llanura, los Spiderman nos guían hacia un trencito de la alegría que refulge multicolor en la oscuridad de la noche. Miguel tiene una caja entera de vino bajo el brazo y sonríe como pocas veces lo vi sonreír.
Subimos al vagón delantero y bebemos y fumamos hasta que el tren arranca. Una guaracha antediluviana y rota comienza a sonar a todo volumen y se genera un estado de excepción transitorio donde todos bailan en trance: organizadores, jurados, prensa, elenco, técnicos y directores; todos son uno en este descenso a los infiernos de la joda santiagueña donde nuestro Virgilio son dos Spiderman falopa que ahora corren por los techos, saltando de vagón en vagón y sin ART que valga si alguno cae.
“Estos dos son una mezcla justa entre strippers y dobles de acción”, dice alguien mientras vemos cómo uno de los enmascarados se cuelga de un puente para luego dejarse caer en el techo del siguiente vagón. Mientras tanto, un tipo vestido con un traje de superhéroe genérico, al que algunos le gritan Teletubbi, nos agita para que no dejemos de bailar y por la ventana sin vidrio puedo ver cómo la luna se refleja en la calma superficie del río Dulce.
Por un instante tengo la certeza de que podría vivir en modo festival toda la vida, de que ningún pasado está tan lejos como parece y de que si un extraterrestre tuviera que camuflarse en la geografía de Santiago del Estero, se transformaría en canción.
FIN
Agenda
30/6 - 20hs: Ezequiel Borra + Ivo Ferrer (Música)
@ Pez Volcán (M. T. de Alvear 835, Córdoba). Entrada: $2000.30/6 - 20.30hs: Ciclo Cisadems presenta Triangle of Sadness (Cine)
@ Cisadems (Mitre 549, Santiago del Estero). Entrada: Gratuita30/6 - 21hs: Botis (Teatro)
@ El galpón de Haedo (Concordia 625, Haedo, PBA). Entrada: $1500.1/7 - 21hs: Cría cuervos (1976) de Carlos Saura (Cine)
@ Sala Lugones (Av. Corrientes 1530, CABA). Entrada: $900.1/7 - 23.59hs: Cambio de actitud (Música)
@ Pueblo Chico (Av. Parque Industrial 623, Río Gallegos, Santa Cruz). Entrada: $1500.1/7 - 20hs: Trenque Lauquen (2022) de Laura Citarella (Cine)
@ MALBA (Av. Figueroa Alcorta 3415, CABA). Entrada: $1600.
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Santiago 👽
Santiago Martínez Cartier nació en Buenos Aires en 1992. Se define como escritor de ciencia ficción. Lleva seis novelas publicadas desde el 2014 hasta la actualidad. Forma parte de Criolla Editorial. Colaboró como redactor en diversos sitios especializados en cine y literatura, como Hacerse la crítica, House Cinema y El Teatro de las Voces Imaginarias, entre otros. Produjo el audiolibro El quinto peronismo en formato radioteatro, adaptación de su novela homónima. Organizó eventos culturales y programó y presentó ciclos de cine. Palermo Dead (2021), una sucesión de relatos de terror que transcurren en un edificio maldito construido sobre el Cementerio de la Chacarita, es su último libro.