El Conductor Cósmico
o un acercamiento al esoterismo político de la logia Anael y José López Rega
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Un intenso periodo de actividades ocultas
Corría el año 1956. Cuando no, América del Sur se encontraba atravesando un período de tensiones políticas particularmente agitado. Dos años antes, tras su tan ecléctico como influyente paso por el poder, Getulio Vargas había decidido quitarse la vida; un disparo certero efectuado en su habitación del Palacio de Catete, por entonces máxima sede del ejecutivo brasileño. Al enterarse de lo sucedido, el general Perón había declarado que Getulio “no tuvo cabeza para pensar, ni espalda para aguantar”, sin saber que sus días en el poder estaban contados.
Fue pocos meses después de la autoproclamada Revolución Libertadora que tuvo lugar una misteriosa reunión en San Pablo, Brasil, a la que asistieron representantes de toda América Latina pero también de Asia y África. El objetivo central era trazar un plan operativo y espiritual para volver a encauzar el destino del Tercer Mundo por motus propio, con los nacionalismos populares locales como su necesario vehículo político. Ante la amenaza de un capitalismo imperialista global, se buscaba dar una respuesta desde un sub-desarrollo organizado con el potencial de dar a luz a una nueva civilización: la Comunidad Cooperativista.
Bajo esta premisa fue que se establecieron las líneas generales de la Programática Anaelina (o La razón del Tercer Mundo), un documento redactado tras aquella reunión organizada por miembros de la Logia Anael, quienes proyectaban materializar sus objetivos a mediano plazo en las décadas del ‘60 y el ‘70. Como parte de este ágape se llegó a la conclusión de que el golpe de estado contra Juan Domingo Perón iba a tener los efectos contrarios a los deseados por sus perpetradores. Al elegir el tiempo sobre la sangre, el General había sembrado los frutos de una batalla cultural que cosecharía años más tarde.
Del otro lado de la frontera, su equivalente brasileño era Adhemar Pereira de Barros, que tras el dramático suicidio de Getulio Vargas era visto como su más probable sucesor; un empresario que se había desempeñado como alcalde de San Pablo con gran apoyo popular y que por ese entonces tenía aspiraciones presidenciales que el tiempo revelaría infructíferas. En Perón y en Adhemar de Barros estaba signado el futuro de la región, y porqué no del mundo, o eso creían los miembros de la logia.
Si bien algunas de sus conclusiones no llegaron a buen puerto, otras fueron claramente premonitorias. Por ejemplo, establecieron que en las décadas del ‘60 y el ‘70 se estructurarían las fuerzas universitarias y que se producirían “choques violentos entre civiles y militares”; una crónica anunciada de los grandes movimientos estudiantiles de los años ‘68 y ‘69. También aseguraron que sobrevendrían reformas importantes desde lo religioso hasta culminar con una evolución de la jerarquía eclesiástica. Esto fue años antes de que las ideas del Concilio Vaticano II (1962-1965) terminaran de cristalizar movimientos como la teología de la liberación y sus subsecuentes derivados.
Donde tal vez no la vieron tanto era en cómo iba a terminar todo esto. Según los filósofos de la Programática Anaelina, estos acontecimientos preparaban el camino hacia la Confederación Continental Latinoamericana: un parlamento transnacional que velaría por los intereses de todo el continente. Para aplicar este plan, según creían, era imprescindible “anular los límites fronterizos y las aduanas” y unificar el patrón monetario.
Ahora bien, el de América Latina era sólo uno de los tres vértices magnéticos constitutivos del Tercer Mundo; los otros dos estaban situados en Asia y en África. Ambos continentes se encontraban atravesando violentos procesos de descolonización y por primera vez en años la influencia política y cultural de las grandes potencias europeas empezaba a mermar. Para los miembros de la logia, este eje América-Asia-África a partir del cual nacería el nuevo mundo llevaba un nombre que hoy asociamos a algo bien distinto: el triángulo de la triple A.
Mientras del otro lado de los océanos se libraba la batalla descolonizadora y se consolidaban nuevas estructuras sociales y culturales, América Latina debía remendar los efectos del “proceso de balcanización” que Inglaterra había propiciado con el fin de favorecer sus intereses comerciales durante el s. XIX. ¿Cómo iba terminar de forjarse el último vértice de este triángulo?
“Perón y Adhemar de Barros a la par consolidarán el vértice magnético del triángulo escaleno que, debido a su potencia obrera y universitaria, proyectará con las demás fuerzas latinoamericanas (intelectuales, campesinos, militares progresistas, empleados, etc.) especialmente las existentes en Perú y Chile, la revolución continental antiimperialista”, estableció la Programática Anaelina.
Getulio Vargas y Juan Domingo Perón habían hecho “vibrar el vértice cabeza del triángulo de las tres ‘A’” para terminar de darle validez a un posicionamiento histórico que en un primer momento, desde el sur global, había sonado descabellado: la tercera posición.
La vuelta de Perón no sería un fenómeno meramente local, sino continental: “el futuro gobierno a formarse será con hombres nuevos, mentalidad nueva, nuevos métodos, nuevas leyes; será un nuevo escenario, para hombres nuevos en estructuras nuevas”.
Quién diría que estas ideas de renovación y prosperidad espiritual orgullosmente tercermundista llegarían casi de casualidad a oídos de ese oscuro personaje al que la Historia le asignó el título de “monje negro” de Perón; un tal José López Rega.
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El brujo en busca de sentido
Una noche de noviembre de 1965 tuvo lugar otra misteriosa reunión, esta vez en la ciudad de Buenos Aires. El sitio elegido fue el establecimiento central de Suministros Gráficos, una imprenta recordada por producir afiches y panfletos del peronismo durante la clandestinidad del movimiento. La velada tuvo como invitados a un grupo de hombres contaba con una doble condición: una militancia histórica dentro del movimiento peronista y cierta afinidad con las ideas de la logia Anael.
Allí se dieron cita figuras como Julio Troxler, uno de los “fusilados que viven” de la masacre de José León Suárez, Bernardo Alberte, mayor del Ejército y ex-edecán de Perón, José Miguel “El Gordo” Vanni, director de la imprenta, el doctor Julio César Urien, líder local de los anaelianos, y, por supuesto, José López Rega, quien había pedido expresamente organizar este encuentro en su afán de unirse a la logia. La excusa no era otra que la publicación de un libro: El Tercer Mundo en acción, una continuación lógica de las premisas planteadas por las anteriores obras de la logia.
Con el correr de las bebidas y la euforia, se dice que esa noche culminó con el doctor Urien a los gritos, asegurando que Perón pronto volvería a la Argentina de la mano de Anael; que él mismo ya había organizado un viaje a Madrid donde un miembro designado de la logia establecería las bases y las condiciones materiales para su triunfal regreso. Urien profetizó que de las fuerzas anaelianas nacería el hombre nuevo y que Perón llegaría para consolidar el vértice de la liberación mundial; el famoso vértice del triángulo de las Tres A.
Todo concluyó con aplausos, vítores y un alegre brindis repleto de esperanzas; la necesidad de creer en un futuro más próspero en épocas de proscripción era palpable. Antes de retirarse, Julio César Urien anunció que había organizado una reunión para presentarle la Programática Anaelina a la nueva esposa del General, María Estela Martínez de Perón, recién llegada al país en una importante misión que consistía en combatir el “peronismo sin Perón” que impulsaba el sector del sindicalista Augusto Timoteo Vandor. López Rega levantó la cabeza intrigado, sin saber que este era el comienzo de una profunda y perversa relación.
La cercanía de José López Rega tanto con el peronismo como con lo oculto estaban lejos de ser algo novedoso. Lopecito había comenzado su carrera como agente de la Policía Federal y las vueltas de la vida habían llevado a trabajar como custodio del Palacio Unzué, más precisamente de la entrada de la calle Agüero, que en ese entonces oficiaba como residencia presidencial.
Además de su vocación policial, el hombre también tenía un interés artístico. Sentía una absoluta devoción por el canto lírico y hasta llegó a participar del programa La matinée de Luis Solá, por Radio Mitre, donde tenía una columna dedicada a la historia y a la técnica de la ópera. Resulta que uno de los directores de la radio, al enterarse del interés esotérico de Lopecito, le presentó a quien se convertiría en su maestra espiritual.
Su nombre era Victoria Montero y dedicaba su vida al cultivo del alma y a la conexión con ese todo incognoscible que nos rodea. Habitaba una casa premeditadamente alejada del ajetreo de los grandes centros urbanos, ubicada en Paso de los Libres, provincia de Corrientes. Según se decía, la Madre Victoria tenía el poder despertar los centros internos de sus discípulos y de medir el estado espiritual que cada uno estaba atravesando.
El propio López Rega narró el primer encuentro con su maestra en su libro Conocimientos espirituales, donde ella le comunicó que su conciencia todavía estaba dormida y que para despertarla debía seguir el largo camino del espíritu. También le hizo una advertencia que el paso del tiempo volvió profética: “nunca deberá abusar de sus poderes porque producirá mucho daño; será una maldición para todos y también para usted”.
A partir de esa primera experiencia, López comenzó a frecuentar la Casa siempre que podía y rápidamente se ganó el cariño del resto de los “hermanos” que allí habitaban. Tal fue el impacto de esta pequeña comunidad en su vida que el entonces custodio acumulaba francos o fingía enfermedades sólo para poder visitar a su Maestra en Paso de los Libres. Al llegar, se la pasaba leyendo libro tras libro con el fin de abordar las múltiples aristas del esoterismo, con especial énfasis en los misterios cristianos. Su búsqueda última era ser iniciado por la Madre Victoria para hacerse dueño de una confianza en sí mismo que nunca había sentido.
Y todo marchaba relativamente bien, hasta que otra mujer entró en su vida y generó el primer ruido entre maestra y discípulo. Por aquel entonces Lopecito se veía a sí mismo como un gran divulgador de las verdades últimas que permanecían ocultas para el mundo profano y su herramienta para generar interés eran los libros que escribía. Había publicado Astrología esotérica, secretos develados (1962), un extenso tratado astrológico absolutamente precursor en la región, y la Astro Agenda (1965), presentada como “un humilde aporte para la solución a los problemas del hombre común”.
Estos libros habían sido escritos bajo la influencia de la llegada de la Era de Acuario, concepto ocultista ligado a un gran cambio de paradigma sociocultural y con escaso consenso de cuándo fue (o sería) su real llegada. Convencido de que el año 1962 daba inicio a la Nueva Era, Lopecito consideró pertinente divulgar textos que le daban una aplicación cotidiana y práctica a los arquetipos astrológicos. En este sentido, Astrología esotérica contaba con tablas de valores vibratorios que de ser asociados con el signo zodiacal correcto, lograrían la perfecta armonía del ser.
Cuestión, parece que como parte de este afán editorial uno de los “hermanos” que habitaba la casa de su maestra le había recomendado acercarse a la mencionada imprenta Suministros Gráficos. Además de literatura peronista prohibida y textos oficiales del gobierno de turno, esta empresa devenida cooperativa acostumbraba imprimir los libros de la siempre esotérica editorial Kier. Así fue cómo López consiguió trabajo en la imprenta y logró publicar el grueso de su bibliografía astrológica, mientras tejía fuertes vínculos con dirigentes políticos y sindicales.
Y en eso andaba José López Rega, pensando en escribir su próximo libro luego de haber publicado la obra de teatro Preguntas en la noche: una comedia psicológica musical, cuando el “Gordo” Vanni apareció en la oficina con un tal doctor Julio César Urien. El flechazo esotérico fue instantáneo. Urien tenía bajo el brazo el manuscrito de El Tercer Mundo en acción, continuación del texto central de la Logia Anael, y buscaba nuevos socios que creyeran en el proyecto.
Hasta ese momento Lopecito no conocía ni tenía idea de qué era Anael, por lo que el recién llegado tuvo que explicarse. Contó que él no era el líder natural, sino que este había fallecido recientemente. Su nombre había sido Héctor Caviglia, quien había parido la teoría de Perón como Conductor Cósmico de las masas y quien a su vez había construido sus ideas en contacto con influyentes y veladas figuras del gobierno de Getulio Vargas.
Urien explicó que la logia Anael trabajaba arduamente en el proceso de liberación y unidad latinoamericana y que estaba reclutando nuevos miembros para sumarse a esta lucha contra un capitalismo imperialista deshumanizante. Según Urien y los suyos, la civilización estaba atravesando una etapa de declive y cuando todo finalmente cayera surgiría una nueva sociedad fraternal donde las fronteras sociales finalmente desaparecerían. El último gran obstáculo eran aquellos poderosos que se resistían a abandonar sus privilegios. La casta, o sea, digamos.
Sin ruedos y preso de una fascinación total, López Rega le pidió a Urien que lo integrase a la logia. A este respecto, y con la excusa de festejar la publicación de El Tercer Mundo en acción, se organizó aquella cena en Suministros Gráficos que culminó con una invitación a conocer en persona a la recién llegada compañera del General.
De la recomendación espiritual de un compañero de radio a la recomendación práctica de un hermano esotérico a un trabajo de imprenta para una logia secreta a tomar el té con María Estela Martínez de Perón. Una azarosa sucesión de hechos que culminaría en uno de los derramamientos de sangre más crueles de nuestra historia.
Muy pesar del doctor Julio César Urien, quien se sintió justamente traicionado, el significado de las Tres A mutó a tal punto que nadie hoy recuerda cuál fue su verdadero origen.
Un sueño de liberación para un cambio de era que nunca llegó.
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Santi 👽
Santiago Martínez Cartier nació en Buenos Aires en 1992. Se define como escritor de ciencia ficción. Lleva seis novelas publicadas desde el 2014 hasta la actualidad. Edita libros y produce eventos como parte de Criolla Editorial. Colaboró como redactor en diversos sitios especializados en cine y literatura, como Hacerse la crítica, House Cinema y El Teatro de las Voces Imaginarias, entre otros. Produjo el audiolibro El quinto peronismo en formato radioteatro, adaptación de su novela homónima. Organizó varietés culturales y programó y presentó ciclos de cine. Palermo Dead (2021), una sucesión de relatos de terror que transcurren en un edificio maldito construido sobre el Cementerio de la Chacarita, es su último libro de ficción. El año pasado publicó Picnic sideral: Algo en qué creer, una selección mejorada de los mejores newsletters del 2022, en una co-producción entre Mate y Criolla.