A orillas del río Nilo, en la fértil llanura de Gosén, habitaban los hijos de Israel bajo el yugo cruel y opresor del reinado egipcio. Desde el palacio real, situado en la homónima ciudad que había construido en su propio honor, el Faraón contemplaba con preocupación el aumento demográfico de la población y la creciente reivindicación de la libertad de los esclavos hebreos.
Este fue el escenario al que regresó Moisés tras su encuentro con la zarza ardiente en el desierto. Entre las llamas se le había aparecido un ángel del Señor y había escuchado la voz del mismísimo Padre Celestial; “yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob”, le había dicho antes de encomendarle una misión trascendental: volver a Egipto para liberar a su pueblo del cautiverio al que había sido condenado.
Moisés había nacido cerca del Nilo en tiempos donde el Faraón había dado la orden de ejecutar a todo bebé hebreo varón. Cuando tenía apenas meses de vida, su madre lo ocultó durante semanas y luego lo depositó en una cesta que flotó río arriba hasta encontrarse con la propia hija del Faraón, quien se encargó de criarlo en su palacio, sin escatimar en lujos.
De formación egipcia, tanto en lo civil, lo religioso y lo militar, Moisés llevó una vida sin demasiados sobresaltos hasta que a sus cuarenta años presenció una injusticia: vio cómo un capataz egipcio golpeaba brutalmente a un hebreo, en su defensa terminó por matar al hombre y huyó para no enfrentar a la justicia local. Se retiró hacia el país de Madián, actual Arabia Saudita, donde se casó con Séfora y vivió cuarenta años como pastor.
Al momento del encuentro con la zarza, ya peinaba largas canas y contaba con ochenta años de vida. Junto a su hermano Aarón, regresaron a Egipto y se enfrentaron al Faraón, reclamando por la liberación inmediata del pueblo hebreo. Una y otra vez este se negó y cada negativa precipitó una nueva plaga sobre Egipto.
Cuando, por comando divino, el bastón de Moisés tocó las aguas del Nilo, estas se tornaron oscuras hasta transformarse en sangre, densa y tóxica; los peces murieron y el agua se tornó imbebible. Luego del mismo río brotó una invasión anfibia: millones de ranas invadieron la ciudad, las casas y los palacios, y la vida se volvió húmeda y nauseabunda.
Así, una a una, se fueron sucediendo las diez plagas, y cada vez que el Faraón imploraba piedad y la intermediación de Yahweh a través de Moisés y Aarón, luego volvía a negar sus demandas y desencadenaba una nueva calamidad. Las ranas fueron sucedidas por piojos, moscas, la muerte de todo el ganado egipcio, una epidemia de úlceras y forúnculos, una lluvia interminable de fuego y granizo, una invasión de langostas y saltamontes, tres días de una oscuridad tan densa que era palpable y, por último, la muerte de los primogénitos.
Esta última plaga era análoga a aquel mandato que Egipto había desencadenado sobre el pueblo hebreo tantos años atrás, el infanticido del que Moisés se había salvado milagrosamente. Según el relato bíblico, Dios ordenó a los hebreos señalar las puertas de sus hogares con la sangre sacrificial de un cordero o cabrito, y de esta forma evitar que el ángel de la muerte (o ángel exterminador) ingresara para matar a sus primogénitos. Mientras los hebreos cenaban pan sin levadura y la carne obtenida del mismo sacrificio, el ángel se encargó de dar muerte a todo primogénito egipcio, incluido el hijo del Faraón y heredero al trono. Un llanto profundo se apoderó de todo Egipto y el mandatario decidió que finalmente debía ceder ante la petición de Moisés y Aarón y liberar a los hebreos de su cautiverio.
No está de más aclarar que cada una de las plagas relatadas en el libro del Éxodo no fue una mera catástrofe natural y social, sino una confrontación deliberada con las distintas deidades del panteón egipcio y una demostración cabal del poderío monoteísta de Yahweh (YHWH, el tetragrámaton) sobre cada esfera de la divinidad local. Uno a uno, sus símbolos y cultos fueron destruidos por el todopoderoso Dios hebreo, marcando la ruptura definitiva del dominio egipcio sobre el pueblo de Israel.
A la décima plaga fue justamente a la que hizo referencia el presidente Javier Milei para sumarla a su ya amplia gama de referencias bíblicas en ese performativamente enigmático tuit que rezaba “PN°10(E)”―léase “Plaga Número 10 de Egipto”― junto a la ya clásica sigla “NOLSALP” ―“No Odiamos Lo Suficiente A Los Periodistas”―. Según el presidente, su publicación no refería a la plaga en sí misma sino al hecho de que, antes de desencadenar la última maldición, Moisés le dijo al Faraón: “la próxima plaga va a salir de tu boca”. “El mejor ejemplo es Estupidolini”, remató Milei en estúpida referencia al asedio virtual que la periodista Julia Mengolini lleva recibiendo hace algunas semanas por parte de sus milicias virtuales que operan sus teléfonos cuál fusil, parafraseando al Gordo Dan, al que se sumó una denuncia por calumnias e injurias impulsada por el Presidente de la Nación.
Lo que resulta curioso es que si vamos al texto original presente en el Pentateuco ―o la Torá en la tradición judía―, en ningún momento el Faraón amenaza con exterminar a los primogénitos del pueblo hebreo ni Moisés le retruca que la próxima plaga saldrá de su voz. Lo que sí existe es una interpretación posterior en el Midrash (método judío de exégesis de las escrituras) a raíz de un intercambio presente en Éxodo 10:28–29. Allí, el Faraón le dice a Moisés tras la novena plaga que se vaya porque si vuelve a ver su rostro morirá, a lo que el profeta responde: “bien has dicho, no veré más tu rostro”. Para que se cumpliera esta promesa es que Dios envía la décima plaga.
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En base a esta interpretación, se podría decir que este último intercambio desencadena la muerte de los primogénitos de Egipto, pero bajo ningún punto es un vuelto directo y directamente proporcional a las palabras esbozadas por el Faraón, echando por tierra cualquier lectura “kármica”, terminología un tanto new age utilizada por el presidente para validar sus prejuicios y el accionar de sus fuerzas del trolleo.
Las interpretaciones bíblicas forzadas ya parecieran ser una constante (o una tradición) dentro del imaginario mileísta. Lo que no parece tener claro es su rol dentro de la analogía, sobre todo si recordamos aquella histórica entrevista con Viviana Canosa (A24, 2021) en la que declaró que “Kari es Moisés, yo soy sólo un divulgador”, haciendo referencia a que quien tiene la conexión directa con el “Número Uno” es su hermana y él se adjudica el oficio del portavoz. Lo extraño de este enfoque es que, en lo concreto, el liderazgo de Karina es más cercano a la rosca, la preocupación por el armado territorial y la realpolitik partidaria, mientras que su hermano ensaya una constante hermenéutica donde cualquier hecho, sensible o suprasensible, puede ser interpretado como una revelación divina.
A pesar de haber reforzado esta noción en otras ocasiones, el resto de sus referencias a la narrativa del Éxodo lo ponen a él en el lugar del profeta libertador. Cómo olvidar ese exabrupto mesiánico acontecido ante el fracaso del primer paso de la Ley Bases por el Congreso, cuando desde Israel citó en hebreo aquel pasaje donde Moisés desciende del monte Sinaí para encontrar a los suyos adorando a un becerro de oro y el enojo lo lleva a romper las tablas de la ley que había traído consigo. Un suceso que ocurre luego de las diez plagas y el escape a través de las aguas partidas del mar Rojo, pero bueno, tampoco le vamos a pedir coherencia cronológica.
En este mismo sentido y ante las reiteradas críticas de sus queridos “periodistas ensobrados”, Javier Milei se ha vuelto a poner una y otra vez en el lugar del profeta al declarar que “cuando Moisés se levantaba temprano, lo criticaban; porque seguro que se levantaba temprano porque estaba peleado con la mujer, si se levantaba tarde, decían que estaba haraganeando, y si se levantaba en punto, decían que no tenía nada que hacer”. Parece que con el correr de los días en el poder eso de ser un mero vocero le empezó a quedar corto y naturalmente se posicionó como portador de la revelación, mientras que su hermana tomó las riendas del partido, al igual que Aarón ofició como primer sumo sacerdote de Israel; un rol administrativo y ligado a la realidad efectiva de su naciente armado.
En contraposición, o más bien en paralelo, a la figura del Milei-profeta también se fue construyendo otra analogía forzada: la del Milei-emperador (o “Ave Miller” para los amigos). En más de una oportunidad, el presidente ha comunicado sus intenciones de transformar a nuestro país en la “nueva Roma del siglo XXI”, e incluso en compañía de la primera ministra italiana Giorgia Meloni declaró que “hay que ser como una legión romana que se impone a ejércitos más grandes”.
Ah, por supuesto, cómo olvidar aquellas citas apócrifas a Cicerón en cadena nacional sobre la decadencia del Imperio víctima de la irresponsabilidad financiera, pertenecientes a una ficción histórica escrita en la década de 1960, y claro, ese trascendido suceso originario donde todas las narrativas convergen místicamente: la predestinación de sus vidas pasadas y su fortuito encuentro espiritual con Conan hace más de 2000 años en las arenas del Coliseo Romano, uno gladiador y el otro león.
Resulta curioso que en la mayoría de los casos el período histórico a destacar sea el Imperio y no la República, donde la figura autoritaria del Emperador es dueña de los designios del pueblo y se toma la atribución de perseguir los fines que cree justos sin preocuparse por la legitimidad de los medios. Esta línea es reforzada de forma constante por el santicaputismo tuitero y por las pretensiones estéticas de su orga de cabecera, Las fuerzas del cielo, donde se suma sincréticamente la Cruz Orlada del pobre Parravicini como símbolo y estandarte.
De esta forma, el arquetipo de liderazgo que el presidente busca encarnar oscila constante y complementariamente entre dos polos: por un lado, se presenta como portavoz de una lucha divina contra la corrupción estatal y referente de una disputa espiritual planetaria (el profeta) y, por el otro, se atribuye rasgos autocráticos en su praxis política cotidiana que van desde su fanatismo por los decretos presidenciales hasta detenciones arbitrarias y la persecución mediática de sus detractores, ahora también reforzada con acciones judiciales contra quienes osan contradecir sus designios. En otras palabras, Javier Milei declara como profeta, pero actúa como emperador, o al menos eso pretende y esa es la imagen que le devuelve el espejo distorsionado de las redes cada vez que decide mirarse. Un sesgo que confirma con vehemencia cada uno de sus posicionamientos y prejuicios.
Pasó un tanto desapercibido, pero en esa imperdible y para nada perturbadora entrevista que tuvo lugar en Neura, dentro del formato original denominado “El Troncal de las Mascotas”, Milei dijo haberse sentido conmocionado al interpretar la Parashá de la semana correspondiente al anuncio de la salida del CEPO. En la Parashá correspondiente, Tsav (צַו), que abarca Levítico 6:1-8:36, Moisés instruye a Aarón y sus hijos sobre el sistema sacrificial y detalla su ordenamiento ritual como sacerdotes. El pasaje concluye con los primeros sacrificios encabezados por Aarón que establecen la continuidad del culto divino.
Queda claro que dentro de su cosmovisión no es más que otro hito que se alinea con la concepción de su presidencia como un gran rito económico-religioso. Como siempre, quedaremos a merced de la conveniencia de sus caprichos interpretativos, los cuales decidirán a quién de nosotros le corresponde el sagrado rol del cordero sacrificial y a quién el de chivo expiatorio.
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Santi 👽
Santiago Martínez Cartier nació en Buenos Aires en 1992. Se define como escritor de ciencia ficción. Lleva seis novelas publicadas desde el 2014 hasta la actualidad. Edita libros y produce eventos como parte de Criolla Editorial. Colaboró como redactor en diversos sitios especializados en cine y literatura, como Hacerse la crítica, House Cinema y El Teatro de las Voces Imaginarias, entre otros. Produjo el audiolibro El quinto peronismo en formato radioteatro, adaptación de su novela homónima. Organizó varietés culturales y programó y presentó ciclos de cine. Palermo Dead (2021), una sucesión de relatos de terror que transcurren en un edificio maldito construido sobre el Cementerio de la Chacarita, es su último libro de ficción. Recientemente publicó Picnic sideral: Algo en qué creer (2023) y acaba de publicar Picnic sideral: Las fuerzas del cielo (2024), ambas coproducciones entre Mate y Criolla.