Juan XXIII, los banqueros de Dios, un desembarco místico en Europa y unas tantas cosas más
o del devenir y la profunda influencia cultural de la familia Médici
“Como es arriba, es abajo; como es adentro, es afuera”
- Hermes Trismegisto
Del volver a Dios
A pesar de que hoy en día utilicemos el término “hermético” para describir lo bien que cierra el táper de plástico que llevamos a la oficina, esta palabra tiene un origen místico y que, como muchas otras cosas, se remonta a los tiempos de Alejandro Magno y a su gran utopía de integrar el mundo persa con el mundo heleno y con el mundo egipcio para, desde Alejandría como punto neurálgico, hacer parir la cultura protoglobalizada de la humanidad toda; una cultura potenciada por la hibridación y el sincretismo.
Antes que nada, en la mitología griega Hermes era el dios olímpico mensajero; su jurisdicción eran las fronteras, los viajeros, el comercio, los ladrones y, sobre todas las cosas, la astucia y el ingenio. En los himnos homéricos, Hermes era invocado como “de multiforme ingenio, de astutos pensamientos, ladrón, cuatrero de bueyes, jefe de los sueños, espía nocturno, guardián de las puertas, que muy pronto habría de hacer alarde de gloriosas hazañas ante los inmortales dioses”.
Fue durante el período helenístico de Egipto, tras la muerte de Alejandro y durante el reinado de las subsiguientes dinastías helénicas, que empezó a relacionarse a la figura de Hermes con Thot, dios de la sabiduría, las artes, la ciencia y patrón de los magos; el guardián de las escrituras que guardaban los secretos de los todos los dioses. En su De natura deorum (45 a.C.), Cicerón asegura que Hermes, en alguna de sus variantes, “es el que, según la leyenda, mató a Argos, por lo que huyó a Egipto y dio a los egipcios sus leyes y les enseñó el alfabeto. Los egipcios lo llaman Thot, y con el mismo nombre se llama entre ellos el primer mes del año”.
A partir de este sincretismo, Hermes se transformó en un personaje de leyenda; pasó a ser conocido como “Hermes Trismegisto, el tres veces grande”, uno de los sabios más poderosos de la historia cuyos conocimientos fundían a la perfección el mundo espiritual con el mundo material para volverlo uno. Los textos que se le atribuyen se volvieron una lectura obligada para todo aquel que quisiera empezar a comprender la relación entre lo terrenal y lo divino, y con el tiempo el Tabla de Esmeralda y el Corpus Hermeticum se volvieron las piedras basales tanto de la alquimia como de la filosofía esotérica respectivamente.
También hay que decir que la utopía alejandrina de hibridación cultural dio a luz a otra gran doctrina mística. Fue justamente en Alejandría, alrededor del s. II, que la combinación del hermetismo egipcio con el cabalismo hebreo con el zoroastrismo persa con la flamante vehemencia cristiana dio como resultado al gnosticismo, esos cristianos herejes que andaban por ahí diciendo que Dios era incognoscible, que a lo que le decíamos Dios era al malvado demiurgo y que por eso había que hacer lo contrario a lo que dictaran las sagradas escrituras.
Al igual que en los textos cabalísticos como el Sefer Yetzirah —escrito desde el profeta Abraham— como en la literatura hermética, para los gnósticos el verdadero Dios era una gran unidad desde la que todo emanaba y el verdadero sentido último de la vida era regresar a él a partir de la gnosis, de un conocimiento absoluto e intuitivo que permitiría regresar a un estado ulterior de la conciencia y la materia donde Dios es el TODO, el Uno-y-Solo, absoluto e indivisible.
Y sí, lo sé, ¿qué carajo tiene que ver todo esto con una familia tana de maquiavélicos prestamistas medievales con fama de chantas? Agarrensen porque, de verdad, desperdicio no hay.
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Lo que faltan son financistas
Corría el mes de noviembre de 1414. Acababa de comenzar el Concilio de Constanza, con el antipapa Juan XXIII a la cabeza. El contexto se presentaba extremadamente convulso por varios factores. Por un lado, estaba teniendo lugar el Cisma de Occidente y la Iglesia Católica se encontraba enfrentando su más profunda crisis hasta la fecha; el desprestigio de la institución y la confusión de los fieles era absoluta encontrarse atravesando largos períodos con la hegemonía dividida entre dos figuras papales contrapuestas. Por el otro, desde su asunción Juan XXIII había apoyado abiertamente a Luis de Anjou en la disputa por el Reino de Nápoles, frente a Ladislao I que era partidario del por entonces papa Gregorio XII.
De forma un tanto ilusa, Juan XXIII había convocado al concilio con la expectativa de, tras una votación, ser designado finalmente como único papa legítimo. Con el correr de los días se dio cuenta de que más bien estaba por ocurrir todo lo contrario y, ante la perspectiva de tener que acatar las decisiones del concilio, decidió huir. Como era de esperarse, el plan malió sal. Juan XXIII fue interceptado, juzgado y encarcelado luego de ser declarado culpable de una serena lista de cargos que incluía herejía, simonía, cisma, asesinato, violación, sodomía e incesto.
Antes de que ocurra todo este trajín, Juan XXIII se llamaba Baltassare Cossa y tanto su campaña para llegar a ser papa como sus primeros años en el cargo habían sido financiados por un tal Giovanni di Bicci de Médici. Este buen muchacho venía de una familia pequeño-burguesa que se había hecho de un pequeño capital al dedicarse a la usura, o sea, a prestar dinero y vivir de los altos intereses cobrados. Esta vocación financiera les había permitido adquirir una casa en su Florencia natal e incluso varios miembros de la familia habían sido miembros del Consejo Republicano de la ciudad.
Para el momento en que, al fallecer su padre, Giovanni quedó a cargo del negocio familiar, los Médici ya eran reconocidos a nivel local y se dedicaban casi exclusivamente al arte de ser prestamistas. Por ese entonces las cosas no andaban del todo bien y la mesa de dinero de la familia estaba en su peor momento. Con suma convicción, Giovanni se puso la empresa familiar al hombro, hizo buenas inversiones y logró sacar la cosa adelante.
El negocio creció y creció, el dinero no paraba de entrar y, ante un panorama prometedor, Giovanni decidió fundar su propio banco: el Banco Médici. Además, el nuevo hombre a cargo había tomado decisiones que iban en contra de los usos y costumbres históricos de la familia y que cambiarían su devenir para siempre: se habilitaron los préstamos para nobles y religiosos (que tenían fama de malos pagadores) y se habilitó la compra y venta de obras de arte a partir de un hecho casual. Resulta que uno de sus clientes había puesto algunas obras como garantía de un préstamo y cuando no pudo pagarlo, Giovanni las reventó y ganó el triple de lo que hubiera ganado con el préstamo en sí. Ahí fue que dijo: “che, hay algo acá”.
Fue entonces que el destino de la familia se cruzó con el de Baltassare Cossa, un ex-militar que había sido parte de las guerras entre napolitanos y franceses, y que se había desempeñado como pirata hasta que el Rey de Nápoles empezó a perseguirlos y ejecutarlos. En busca de financiamiento, Cossa se presentó ante Giovanni y le comunicó un plan para ir escalando posiciones dentro de la Iglesia hasta llegar al obispado con el objetivo de, desde ese poder político, sacar préstamos (con altísimos intereses) en nombre de la Iglesia Católica.
No del todo convencido, pero con hambre de aún más poder, Giovanni aceptó. Dio la casualidad de que, de forma inesperada, Cossa llegó rápidamente a cardenal. También dio la casualidad de que el antipapa Alejandro V murió de forma misteriosa —hay quienes incluso acusan a Cossa de haberlo mandado a matar— tras tan solo 10 meses de gestión. Así fue como los cardenales designaron a Baltassare Cossa como su sucesor, que pasó a llevar el nombre de Juan XXIII, y como los Médici se transformaron oficialmente en los banqueros de la Iglesia, se dedicaron a revolear préstamos a diestra y siniestra.
Lo interesante es que, luego de que Juan XXIII fuera juzgado y encarcelado, los Médici conservaron su puesto como “banqueros de Dios” y los siguientes papas continuaron utilizando sus servicios. En este contexto, el bueno de Giovanni decidió pegarse una buena lavada de cara para no quedar mal parado y empezó a darse aires de filántropo. Invirtió parte de sus riquezas en caridad, adquirió obras de arte a rolete, se volvió mecenas de grandes artistas de la época como Masaccio y financió la reconstrucción de la basílica de San Lorenzo.
Y sí, si bien Giovanni fue la figura que consolidó el poder familiar y comenzó a ejercer su influencia sobre el gobierno florentino, fue durante la gestión de su hijo Cosme que los Médici se volvieron la cabeza oficiosa de la República de Florencia, pero la cosa no fue fácil. Por ese entonces ostentaba el poder un régimen oligárquico con la familia Albizzi a la cabeza, históricos rivales de los Médici. Tras largas idas y vueltas, persecuciones y encarcelamientos, finalmente Cosme logró desterrar a la familia rival y fue nombrado gonfaloniero de la ciudad, puesto civil desde donde construyó su poder político.
Resulta que a lo largo de su vida Cosme siempre había demostrado un interés por los antiguos saberes místicos, en los que reconocía una verdad oculta que se les escapaba a los artistas y pensadores que le eran contemporáneos. Es por eso que, una vez instaurado su poder político, Cosme buscó un medio para divulgar sus ideas espirituales. Con este objetivo en mente fundó la Academia Platónica Florentina, institución humanista cuyos principales lineamientos filosóficos eran heredados de corrientes como el hermetismo, el orientalismo, la cábala y, por supuesto, el neoplatonismo.
Mientras tanto, la hegemonía de los Médici no paraba de crecer. Tras el destierro de los Albizzi, la familia había pasado a gobernar Florencia de facto bajo la apariencia de las formas republicanas. Para lograrlo, habían designado a distintos clientes del Banco Médici en los principales puestos de poder y sus decisiones eran controladas al manipular sus deudas y otro tipo de chantajes. En una de esas, casi de casualidad, Cosme le había prestado unos mangos a un desconocido monje llamado Tomasso Parentucceli que, por esas vueltas de la vida, poco tiempo después se transformó en el papa Nicolás V; ya no había poder repartido, Concilio de Constanza ni peligro de cisma, y el poder espiritual del papa era, una vez más, absoluto. Y sí, los Médici volvían a tenerlo en su bolsillo.
A todo esto, el sacerdote y hombre de confianza Marcelo Ficino había sido nombrado al frente de la flamante Academia, y se rumoreaba por ahí que detrás de esas paredes se llevaban adelante distintos ritos e invocaciones que tenían como objetivo revivir la tradición mistérica de la magia egipcia, entre otras cosas. La biblioteca de la Academia contaba con una rica colección de libros místicos y grimorios, entre los que se destacaba el Picatrix, pero todavía faltaba la pieza clave para completar esta colección.
Alrededor del año 1463, un monje amigo de Cosme volvió de Macedonia —ciudad de inevitable impacto cultural alejandrino— con unos antiguos rollos en mano, redactados en griego antiguo. Según aseguró, se trataba del Corpus Hermeticum, el gran libro sagrado que había inspirado a místicos y cabalistas y que, según contaba la leyenda, había sido escrito de puño y letra por el mismísimo Hermes Trismegisto. Por ese entonces, Cosme estaba enfermo y sabía que andaba en las últimas, por lo que le pidió a su amigo Ficino que le tradujera los rollos lo antes posible: deseaba que las palabras del gran Hermes fueran su última lectura antes de pasar al otro plano.
Tanto Cosme como el grueso de los miembros de la Academia creían que en las páginas del Corpus se encontraba la clave de la gnosis; un atajo hacia el conocimiento absoluto que, de una vez por todas, lograría unir al alma humana iluminada, iniciada e instruida en los misterios herméticos, con el TODO, con Dios, con el Uno-y-Solo. Bajo una lupa neoplatónica, este pintoresco grupo estaba seguro de que el Universo estaba vivo, de que tenía un alma, y de que todo el cosmos era sólo una emanación de una conciencia superior; el único objetivo de la humanidad era volver a integrar esa conciencia, esa gran unidad cósmica.
Cosme pasó a mejor vida sin llegar a leer el Corpus Hermeticum completo, pero su legado tuvo un impacto cultural indeleble cuya influencia, si lo pensamos un poco, llegó hasta nuestras tierras. La Academia fue la gran puerta de entrada del misticismo en Europa y sus enseñanzas fueron la piedra basal sobre la que crecieron y proliferaron doctrinas y sociedades secretas como el rosacrucismo primero y la masonería después. Años y realidades más tarde, una vertiente masónica desembarcaría en América para librar a sus pueblos del yugo colonialista, con el plan de Francisco de Miranda a la cabeza y con la Logia Lautaro de José de San Martín jugando un rol fundamental a nivel nacional y regional.
No me voy a extender muchísimo más porque medio que el arco narrativo planteado nos lleva hasta acá, pero si nos quedaba alguna duda del profundo impacto cultural de los Médici, vamos con un par de datitos más:
- Las políticas de mecenazgo cultural fueron siempre una de las principales preocupaciones de la familia y fueron clave para el desarrollo de la obra de figuras como Da Vinci, Boticelli, Rafael y Miguel Ángel. Sí, básicamente bancaron a todas las Tortugas Ninjas.
- ¿Se acuerdan de la reforma prostestante de Lutero, para nada trascendental para el devenir de la cultura occidental globalizada que terminó en vertientes como el televangelismo? Bueno, un Médici lo hizo. Parece ser que otro Giovanni (ya bisnieto de Cosme), había hecho carrera eclesiástica y, chantaje-con-falsa-enfermedad-terminal de por medio, logró que los cardenales lo eligieran papa. Pasó a llamarse León X, llenó a la Iglesia Católica de sus familiares y llevó al extremo la venta de indulgencias que su predecesor Julio II había comenzado con el fin de costear la construcción de la Basílica de San Pedro. Acá es donde Martín Lutero se enojó para la mierda y decidió romper con la Iglesia.
- Unos años más tarde, y con un efímero papa de por medio, asumió el papado otro Médici, esta vez llamado Julio, que pasó a ser conocido como Clemente VII. Este buen hombre fue el que le prohibió divorciarse a un tal rey Enrique VIII de Inglaterra, lo que a su vez provocó la gran ruptura conocida como el cisma anglicano. Sí, un poco los Médici fueron a la Iglesia Católica lo que Alberto Fernández al peronismo. ¿Qué, no se podía decir eso todavía?
- Para cerrar, un datito de color sobre otro personaje pintoresco: Catalina de Médici. Reina consorte de Francia, toda su vida fue acusada de practicar la magia negra aunque hoy en día podemos asumir que esto se debía a su doble condición de italiana y mujer, cosa que a los franceses no le caía nada bien. Lo que sí me parece hermoso es que Catalina guardaba una relación muy cercana con el profeta Nostradamus, en el que confiaba a tal punto que decidió integrarlo como parte de su prestigiosa corte.
Y esto fue todo por hoy, espero hayan disfrutado todo este extraño y fascinante devenir tanto como yo.
Salud y que el gran Hermes, el tres veces grande, os acompañe ☸️
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Santiago 👽
Santiago Martínez Cartier nació en Buenos Aires en 1992. Se define como escritor de ciencia ficción. Lleva seis novelas publicadas desde el 2014 hasta la actualidad. Forma parte de Criolla Editorial. Colaboró como redactor en diversos sitios especializados en cine y literatura, como Hacerse la crítica, House Cinema y El Teatro de las Voces Imaginarias, entre otros. Produjo el audiolibro El quinto peronismo en formato radioteatro, adaptación de su novela homónima. Organizó eventos culturales y programó y presentó ciclos de cine. Palermo Dead (2021), una sucesión de relatos de terror que transcurren en un edificio maldito construido sobre el Cementerio de la Chacarita, es su último libro.