Seamos libres que lo demás no importa nada
o de la inspiración masónica en la independencia continental, tras otro aniversario del Paso a la Inmortalidad del General José de San Martín
Mitos y leyendas para una historia de origen
Corría el año 1307. El rey Felipe IV de Francia y el Papa Clemente V estaban endeudados hasta las manos con la cada vez más prepotente Orden del Temple, por lo que resolvieron destruirla y quedarse con sus riquezas; un acto que algunos consideran como el comienzo del absolutismo medieval más despiadado. No tan casualmente, la orden de detención en masa a los miembros de la Orden se anunció un viernes 13 y la mayoría de los templarios logró esconderse en algún recoveco de la geografía francesa.
Unos años más tarde decidieron profundizar y publicaron la bula de marzo de 1312, donde se suprimió de facto la existencia de la Orden del Temple. Por aquel entonces aún estaba prófugo un tal Jacques de Molay, considerado el último Gran Maestre, al que finalmente lograron darle caza. Al atraparlo sus captores resolvieron quemarlo vivo y así fue como la realeza y el Vaticano borraron de un plumazo sus deudas y se agenciaron alguna que otra riqueza.
En aparente lealtad inclaudicable a de Molay y a la causa en general, otro templario se había quedado refugiado en Francia aún contando con la posibilidad de cruzar la frontera y huir lejos del peligro, como muchos otros habían hecho. Se llamaba Pierre d’Aumont y con el correr de los años su historia se transformó en leyenda, al punto que no se sabe a ciencia cierta si esto ocurrió realmente.
Según dicen, una fatídica noche de marzo de 1314 encontró a Pierre d’Aumont y a otros ocho caballeros templarios disfrazados de albañiles, de incógnito, reunidos alrededor de los restos del recientemente incinerado Jacques de Molay. Unieron sus espadas sobre las cenizas y gritaron al unísono una palabra que hasta el día de hoy sobrevive como santo y seña. Sobre los despojos mortales de su maestro, juraron vengarse y mantener vivo el legado de la Orden del Temple. Aquella misma noche decidieron exiliarse. Un barco los llevó a Escocia, más precisamente a la isla de Mull, donde los esperaban nuevos desafíos.
Resulta que a estos ocho muchachos les tocó caer en tierras escocesas tan sólo seis meses después de la ejecución de William Wallace, aquel caudillo rebelde al que todos recordamos con la cara de Mel Gibson, y el territorio se encontraba atravesando un duro proceso de independencia; una sangrienta disputa contra las tropas inglesas liderada por el rey Robert the Bruce. Con el amigo d’Aumont a la cabeza, nuestro grupo de templarios se presentó ante el rey, que prometió darles asilo y protección a cambio de su ayuda en la lucha contra los ingleses. Así fue como juntos combatieron en la batalla de Bannockburn, y se dice que los recién llegados, aunque reducidos en número, fueron una pieza clave para lograr la victoria y así consolidar la independencia escocesa.
Exultante de emoción y sentimiento patrio, Robert the Bruce se encargó de otorgarle a sus nuevos aliados una gran recompensa. Les permitió quedarse, les obsequió tierras para que se asentaran y en su honor fundó la Orden de San Andrés del Cardo, integrada por diversos héroes de aquella gran batalla. Se dice por ahí que esta fue la primera Orden en combinar el conocimiento práctico de las cofradías de albañiles con la doctrina filosófico-religiosa que los templarios venían cultivando desde hacía años. Claro, este es uno de los posibles orígenes de la masonería.
Y es que la masonería moderna no es otra cosa que la mezcla entre dos grandes tradiciones que con el tiempo se fueron desdibujando: la masonería operativa, conformada por cofradías de constructores y obreros, y la masonería especulativa, integrada por filósofos, pensadores y figuras de influencia política y social. No está de más recordar que ya desde el antiguo Egipto el arte de la construcción era considerado prácticamente una cuestión mágica y que los arquitectos podían ser considerados semi-dioses; eran quienes podían materializar en nuestro mundo aquello que habitaba en la abstracción del mundo de las ideas.
En consonancia con esta concepción, los principales símbolos de la masonería hacen alusión al oficio arquitectónico: una escuadra, un compás y una letra “G” en su interior. La escuadra viene a representar el cielo, el compás la tierra y juntos establecen el balance justo entre la materia y el espíritu. En el centro, la letra “G” representa a la sagrada geometría, pero también a Dios; al espíritu primigenio que le da vida y anima a todo lo que existe.
Ah, y sí, claro, la rama especulativa de la masonería estuvo aparentemente influida por el constante contacto cultural de la Orden del Temple con los paradigmas filosóficos y religiosos de oriente. Por eso no es de extrañar que su base espiritual profundamente cristiana se viera hibridada por influencias cabalísticas, herméticas y gnósticas. Como ya hemos hablado en más de una ocasión, todas estas corrientes coincidían en una gran concepción esotérica: en algún momento fuimos parte de Dios, ya no lo somos y el verdadero objetivo de la humanidad es volver a Dios, al TODO, al Uno-y-Solo, para estar nuevamente en armonía con el cosmos. ¿Cómo era posible hacerlo? A través de la gnosis, del conocimiento, de las verdades reveladas capaces de propiciar la más profunda iluminación.
Hay quienes aseguran que esta hibridación no sólo fue teórica sino que se volcó a la arquitectura, donde la influencia templaria buscó nuevas formas al combinar las clásicas estructuras europeas con terminaciones inspiradas en técnicas de construcción provenientes del mundo árabe, dando a luz así a la arquitectura gótica. Uno de los ejemplos más citados es la Capilla Rosslyn, casualmente situada en Escocia, en cuyo interior exhibe formas, pilares y símbolos que dicen remitir al legado masónico. De hecho, se supone que una de sus paredes es una réplica exacta del Muro de los Lamentos, único vestigio del mítico Templo del Rey Salomón, ese cuya geometría sagrada obsesionó al místico Isaac Newton y al que justamente rinde homenaje el nombre de la Orden del Temple.
Bien, entonces, ¿qué carajo tiene que ver todo esto con nuestra independencia patria? Se dice que los primeros masones llegaron por estas tierras cuando aún esto era el Virreinato del Río de la Plata, allá por principios del s. XVIII, pero no fue hasta la llegada al puerto de Buenos Aires de un expatriado de nombre José de San Martín que la influencia masónica marcaría un antes y un después en el devenir de nuestra historia nacional.
Por fortuna todavía no nos vimos obligados a dar ese salto de fe que nos lleve a empezar a creer que Jorge Rial es el líder de una entidad intergaláctica que capura almas a través de los rayos catódicos de los televisores de antaño para utilizar su energía como medio para volver a casa, del otro lado de la Vía Lactea, o algo por el estilo.
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De la hidalguía de los Caballeros Racionales
Se dice por ahí que todo comenzó en la ciudad de Cádiz, más precisamente en casa de Carlos María de Alvear, militar argentino formado en españa y proveniente de la más alta de las alcurnias; una figura que la historia de la patria no tardaría en colocar en el infame panteón de los traidores. Por aquella casa solían pasar algunas de las mentes americanas más ilustres, cuya preocupación principal era el futuro de nuestro continente.
Estos agápes a pura rosca y teoría se daban dentro de un marco muy particular, ya que las personas allí reunidas eran parte de una sociedad secreta. Se trataba de una filial de la Sociedad de los Caballeros Racionales, una logia que tenía como principal objetivo abrir un camino profundo hacia la liberación de las colonias americanas, inspirada en las ideas y en cierto plan continental de su fundador, el venezolano Francisco de Miranda.
Dueño de una biografía inabarcable y realmente inverosímil, Miranda también había llegado a Cádiz para formarse militarmente y en España empezó a codearse con otros americanos y a darle forma a sus ideas desde una perspectiva puramente hispanoamericana. Como parte del ejército español combatió en campañas en el norte de África y luego fue trasladado a Estados Unidos, que se encontraba atrevesando su guerra de independencia y España tenía interés en aprovechar la confusión para recuperar algunos territorios, como Florida.
Cuestión, la relación de Miranda con los españoles empezó a sufrir ciertos reveses y el tipo quedó embelesado con la gran gesta que estaba sucediendo a su alrededor. Llegó a presenciar en primera persona la independencia de los Estados Unidos y hasta conoció a figuras de la talla de George Washington. Cuando volvió a cruzar el charco, Miranda terminó siendo una parte activa de la Revolución francesa desde el bando de los girondinos.
Luego de haber presenciado en carne propia dos de los procesos revolucionarios más importantes de la historia, Miranda finalmente volvió a su tierra natal con el claro objetivo de, tras liberar a los suyos del yugo de los invasores, sentar las bases necesarias para fundar la Gran Colombia, una magnánima nación que incluiría los territorios de Venezuela, Ecuador, Colombia y Panamá.
Por esas mismas épocas y en defensa de las mismas ideas, desembarcó en el Río de la Plata un tal José de San Martín, que también venía de formarse y luchar en las filas del enemigo y que estaba más que decidido a poner el cuerpo por la patria donde había nacido. Al poco tiempo de llegar, y con el objetivo de impulsar cuanto antes su campaña de liberación, fundó al Logia Lautaro, una filial local de la Sociedad de los Caballeros Racionales que operaba desde Cádiz.
Ahora bien, hay quienes dicen que todas estas logias no eran masónicas per se sino de “inspiración” masónica —dejame dudar— y no está de más reiterar que por estos lares ya había presencia y actividad de grupos masones desde la primera mitad del s. XVIII. Bajo influencia francesa, algunos de estos grupos habían fundado las primeras logias locales conocidas como “Independencia”, entre otras. Lo que hizo San Martín fue nuclear a tanto pensador masónico disperso para darle entidad y cause al gran plan de liberación heredado de Miranda.
¿Y por qué el nombre “Lautaro” para esta logia, se preguntarán? Aparentemente se trata de un homenaje con una doble justificación. Lautaro había sido un cacique mapuche que, en tierras chilenas, era recordado como uno de los primeros hombres en sublevarse contra los españoles. Por un lado, el nombre hacía referencia a la pasión con la que se debía luchar, como los mapuches, contra la España invasora; por el otro, marcaba el punto de inicio de la gran gesta de liberación: primero Chile, luego el resto de América.
En palabras del mismísimo Bartolomé Mitre (sí, el tataratataratatarabuelo de Esme): “La Logia de Lautaro se estableció en Buenos Aires a mediados de 1812, sobre la base ostensible de las logias masónicas reorganizadas, reclutándose en todos los partidos políticos, y principalmente en el que dominaba la situación. La asociación tenía varios grados de iniciación y dos mecanismos excéntricos que se correspondían. En el primero, los neófitos eran iniciados bajo el ritual de las logias masónicas que desde antes de la revolución se habían introducido en Buenos Aires y que existían desorganizadas a la llegada de San Martín y de Alvear.”
Ya con la Logia establecida y un núcleo de poder fuerte a sus espaldas, San Martín y los suyos fueron por el poder político, un eslabón fundamental para velar por sus intereses. Así fue como en 1812, en vísperas de la elección de un nuevo Triunvirato, San Martín reunió sus tropas en la plaza principal y forzaron a la Asamblea a cambiar a la totalidad del gobierno, en un apriete que algunos historiadores consideran el primer golpe de estado de nuestra nación. De esta manera, el Segundo Triunvirato terminó conformado por dos cuadros civiles de la Logia Lautaro, Nicolás Rodríguez Peña y Antonio Álvarez Jonte, junto al inamovible Juan José Paso, único remanente de la gestión anterior.
Con el correr del tiempo y las influencias, la Logia Lautaro se transformó en la “Gran Logia” o “Logia Ministerial”, bajo el liderazgo central de Juan Martín de Pueyrredón (sí, el tataratataratatarabuelo de la Pato Bullrich), que había sido nombrado como Director Supremo. En esta etapa, la Logia brindó su apoyo incondicional al Congreso de Tucumán y al Plan Continental; cada etapa de la gesta sanmartiniana, desde el cruce de la Cordillera hasta la llegada al Alto Perú, estuvo apoyada desde la Logia.
Finalmente, la Logia se disolvió en 1820 a raíz de las diferencias sucitadas entre el general San Martín y los miembros del Directorio. El gobierno le había encargado marchar con su ejército contra los caudillos federales que se habían sublevado en el litoral. San Martín se negó rotundamente y declaró que no toleraría “el derramamiento de sangre entre hermanos”. Este proceso culminó con la disolución no sólo de la Logia sino también del Directorio, y dio pie a aquel confuso período conocido como la Anarquía del Año XX.
El resto, como quien dice, fue Historia.
Agenda
18/8 - 21hs: Matar es hermoso (Teatro)
@ Teatro La Cochera (Fructuoso Rivera 541, Córdoba). Entrada: $2200.18/8 - 22hs: Sur Oculto (Música)
@ Cave Club (Av. Gdor. Pujol 2011, Corrientes). Entrada: $2500.19/8 - 21hs: Criolla Editorial presenta Un beso en el golpe de Frano (Literatura)
@ Cooperativa Cultural Qi (Thames 240, CABA). Entrada: Gratuita.19/8 - 21hs: Depto del Caos Vol. II (Expo, música y lecturas)
@ Mansión Tifón (Dirección por inbox, Ramos Mejía, PBA). Entrada: $1000.20/8 - 20hs: House of the Dead (Festival)
@ Salón Pueyrredón (Av. Santa Fe 4560, CABA). Entrada: $1500.20/8 - 20hs: Los monstruos van debajo de la cama (Teatro)
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Santiago 👽
Santiago Martínez Cartier nació en Buenos Aires en 1992. Se define como escritor de ciencia ficción. Lleva seis novelas publicadas desde el 2014 hasta la actualidad. Forma parte de Criolla Editorial. Colaboró como redactor en diversos sitios especializados en cine y literatura, como Hacerse la crítica, House Cinema y El Teatro de las Voces Imaginarias, entre otros. Produjo el audiolibro El quinto peronismo en formato radioteatro, adaptación de su novela homónima. Organizó eventos culturales y programó y presentó ciclos de cine. Palermo Dead (2021), una sucesión de relatos de terror que transcurren en un edificio maldito construido sobre el Cementerio de la Chacarita, es su último libro.