Somos lo que creemos
o de cómo una iglesia milenarista se metió en tu dieta sin que te des cuenta
Cristianamente escatológico
Sobre el cielo hay un gran trono. Alguien está sentado, pero no puede verse su rostro. A su alrededor, un arco iris brilla como una esmeralda. Lo acompañan cuatro seres llenos de ojos, por delante y por detrás; uno parece un león, otro un toro, otro un águila y por último un humano. Formando una circunferencia yacen otros veinticuatro tronos ocupados por ancianos. Del trono central emanan relámpagos, voces y truenos y por delante arde un fuego de siete antorchas: los siete espíritus de Dios. En su mano derecha, el que está sentado en el gran trono sostiene un rollo con siete sellos. Un ángel se acerca y pregunta: “¿Quién es digno de abrir el rollo y romper sus sellos?”.
En medio de todas estas figuras, salido de la nada, aparece un Cordero. Está de pie, pero se nota que fue sacrificado. Tiene siete cuernos y siete ojos. El Cordero se acerca y toma el rollo en sus manos, mientras todos los presentes irrumpen en canto. Sus voces aseguran que el Cordero es digno de romper los sellos por su sacrificio; el derramamiento de su sangre lo redimió ante Dios. Al romper los primero cuatro sellos, se materializan cuatro caballos: uno blanco que representa la conquista, uno rojo que representa la guerra, uno negro que representa la hambruna y uno amarillento, de nombre Muerte.
Al romper el quinto sello, comienzan a escucharse las voces de las almas de los mártires degollados que claman por justicia y venganza. Al romper el sexto, la tierra comienza a temblar, el sol se tiñe de negro y la luna de rojo sangre; las estrellas caen a la tierra y el cielo desaparece como un papel que se enrolla. Por último, al romper el séptimo sello, siete ángeles hacen sonar siete trompetas, anunciando que el Juicio Final ha llegado.
Sobrevolando los cielos aparece un temible dragón rojo para enfrentarse a una Mujer y su hijo; una mujer vestida de sol que tiene la luna a sus pies. Como refuerzo, el dragón invoca a dos bestias: la bestia del mar, que emerge para perseguir a los seguidores de Dios, y la bestia de la tierra, que obliga a todos a adorar su imagen. Entonces entran en escena los Vencedores para apoyar al Cordero en su lucha y, como contrapeso, aparece Babilonia la Grande, sostenida por el dragón y las bestias.
Finalmente, Cristo irrumpe montando un caballo blanco. La Gran Babilonia es vencida y las bestias son capturadas y echadas al fuego. El dragón es encarcelado y se dice que quedará encerrado por mil años; mil años de prosperidad luego de los cuales será liberado brevemente, para volver a ser vencido y así desencadenar el verdadero Juicio Final, donde todos los muertos resucitarán y comparecerán frente a Cristo.
Sí, como podrán adivinar, esta pesadilla surrealista se describe en el Apocalipsis de San Juan, también conocido como el Libro de las Revelaciones, perteneciente al Nuevo Testamento. Desde su aparición —se estima que fue escrito alrededor del año 96 d.C.—, este texto generó una gran polémica dentro de la incipiente fe cristiana que cobró especial fuerza durante los primeros tres siglos de la Era Común y cuyo impacto sigue vigente hasta el día de hoy.
Ya para el Siglo II se había consolidado el montanismo, un movimiento surgido dentro del cristianismo primitivo que buscaba revalidar las nociones escatológicas —léase, “el estudio de las últimas cosas”— y pneumáticas —léase, “el estudio del Espíritu Santo”—, e interpretaban que el advenimiento del Milenio era algo inminente. Uno de los grandes refutadores de esta corriente, a posteriori, fue el mismísimo San Agustín, quien diría que: “En cuanto a ese día o a esa hora, nadie la conoce, ni los Ángeles del cielo ni el Hijo, sino sólo mi Padre”.
Con el correr de los tiempos, las diversas teorías e interpretaciones alrededor del advenimiento del Milenio fueron sufriendo un vaivén constante de popularidad hasta que la reforma protestante del S. XVI generó un terreno propicio para un nuevo auge de estas ideas, sobre todo dentro del evangelicalismo —no confundir con el usualmente mal aplicado término “evangelismo”—, corriente que promueve la doctrina de que la salvación es posible a través de la sola fe. El evangelicalismo hacía especial foco en el Arrebatamiento como estrategia para retener a sus fieles ante la posibilidad de quedarse varados en una tierra apocalíptica de no llevar adelante un modo de vida propiamente cristiano.
Como no podía ser de otra manera, cuando este cúmulo de conceptos cruzó el Atlántico su pregnancia creció a niveles insospechados.
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Entre profecías y chascos
Había una vez un granjero que habitaba el noreste del estado de Nueva York. Se llamaba William Miller, era un gran estudioso de la Biblia y el tiempo lo había transformado en un predicador bautista. Un tanto obsesionado con la noción del Milenio esbozada en el Apocalipsis de San Juan, pasó años de su vida tratando de decodificar el significado simbólico detrás de las distintas profecías apocalípticas, sobre todo las del Libro de Daniel, pertenecientes al Antiguo Testamento.
Así fue cómo Miller dio con un pasaje a partir del cuál terminó por darle forma a un nuevo movimiento cristiano. En Daniel 8:14 se dice: “Hasta dos mil trescientos días, luego se purificará el santuario”. Miller interpretó la “purificación del santuario” como la tan ansiada Segunda Venida de Cristo y decidió (por no decir le pintó) empezar a contar esos días a partir del 457 a.C, año en que se firmó el decreto para reconstruir Jerusalén. El tipo se puso a sacar cuentas y le dio que, a vuelo de pájaro, Cristo iba a regresar en el año 1843, para lo que faltaban unos veintiún años.
Corría el año 1822 y, profundamente convencido de su interpretación, Miller salió a dar conferencias donde aseguraba que el advenimiento era inminente y hasta se animó a asignarle una fecha exacta: el primer sábado de agosto de 1843. Para 1840 ya se había acuñado el término millerismo, que había pasado de ser un movimiento sectario regional a un gran fenómeno nacional. ¿Cómo fue posible? Gracias a un periódico de amplio alcance —o sea, una buena campaña de propaganda— que llevaba el nombre de Signo de los tiempos, cuyas publicaciones hacían un especial énfasis en que llevar una vida ejemplarmente cristiana era la única forma de encontrarse con Cristo en su Segunda Venida.
Y supongo que se imaginarán cómo sigue la historia: resulta que el mesías nunca regresó. Llegó aquel sábado señalado, en agosto de 1843, Cristo no apareció y Miller salió a decir que lo disculpen pero que había sacado mal las cuentas. La posta era que su regreso iba a tener lugar al año siguiente, en 1844.
Todavía pacientes, sus fieles le creyeron, pero cuando un año después nada ocurrió se produjo el hecho conocido como el Gran Chasco. Como era de esperarse, una gran porción de la bancada millerista abandonó el movimiento para volver a sus credos anteriores. Otros, a pesar de todo, se aferraron a algunas de las enseñanzas e ideas de Miller para formar su propio movimiento: el Adventismo.
Entre los principales continuadores del millerismo se encontraban Joseph Bates y el matrimonio conformado por James y Ellen G. White. Ellos creían que la fecha fijada por Miller era la correcta, pero que sus seguidores estaban errados en su interpretación de los hechos. Según este pintoresco grupo, aquel 22 de octubre de 1844 Cristo había comenzado la afamada “purificación del santuario celestial”, un proceso de juicio investigador cuyos resultados iban a ser visibles en el futuro. A sus ojos, el Milenio estaba más cerca que nunca.
Así fue como unos años después se fundó la Iglesia Adventista del Séptimo Día, con Ellen G. White a la cabeza. Ella contaba con un talento que la había destacado del resto durante los primeros años del millerismo: el don de la profecía. Ya en 1844, Ellen había generado revuelo y fascinación al asegurar que, mientras padecía una grave enfermedad, había tenido visiones claras de su agrupación adentrándose en un paraíso celestial con Cristo al frente, marcando el camino a seguir.
Fue justamente una de las visiones de Ellen la que le dio forma a una de las creencias fundamentales de la Iglesia. Según se cuenta, el 14 de marzo de 1858 Ellen tuvo una visión profunda de más de dos horas que luego bautizaría como El gran conflicto entre Cristo y sus ángeles y Satanás y sus ángeles; una profecía apocalíptica donde lo que le daba forma al mundo era el choque entre estas dos fuerzas antagónicas. En una interpretación místicamente marxista (valga el oxímoron), Ellen concluyó que la historia humana no era otra cosa que el producto de la lucha entre Cristo y Satanás, y que una vez concluido este largo conflicto iba a tener lugar la Segunda Venida.
Otra de las visiones de Ellen fue la que terminó por forjar los hábitos alimentarios que los Adventistas sostienen hasta el día de hoy. Al parecer, le fue revelado que el camino a seguir para asegurar la salvación también incluía implementar un programa de alimentación desprovisto de carnes (a imagen y semejanza del Edén del Génesis), prohibía el uso de drogas intoxicantes (por ese entonces de libre comercialización) y aconsejaba beber mucha agua, como toda persona de bien. Bajo estos preceptos fue que se fundó 1866 la primera institución médica adventista: el Instituto de Reforma Sanitaria del Oeste, en Battle Creek, Michigan.
Este fue sólo el primero de un gran número de establecimientos que en la actualidad forman parte de la Red Mundial Adventista de Salud, conformada por más de 150 hospitales y 300 clínicas con presencia en 210 países. En esta misma línea, la Iglesia decidió dedicarse a construir una cadena de empresas y fábricas de comida, siempre naturista y vegetariana, que al día de la fecha se extiende a lo largo y ancho del globo con presencia en cada continente. Sólo en Sudamérica cuentan con seis grandes empresas que operan a nivel regional: Productos Unión (Perú), Alimentos Cade (Ecuador), Superbom (Brasil y Chile), Productos Ceapé y Alimentos Granix (Argentina).
Sí, exactamente eso que estás pensando: esas Frutigran que te clavás con el mate o esos snacks saludables de paquete vistoso que cada tanto aparecen en el chino existen gracias a un tipo obsesionado con el Apocalipsis que sacó unas cuentas erráticas a fines del S. XIX y a las visiones de la querida Ellen, cuyo legado de mayor alcance, tal vez a su pesar, fue gastronómico y no espiritual.
Para cerrar este ecléctico devenir, vamos con un par de datos curiosos:
- Entre otras cosas, las visiones de Ellen le habrían confirmado que el verdadero día de culto debía ser el sábado y no el domingo que, según sus interpretaciones bíblicas, era el séptimo día. De ahí el nombre de la agrupación. Según Ellen, el sábado como día de reposo era un factor fundamental para distinguir a los verdaderos creyentes y quienes observan el domingo (católicos, ortodoxos y otros protestantes) están condenados a “la marca de la bestia”.
- Ellen estaba convencida de que el Milenio no iba a llegar si primero no se lograba una evangelización adventista a nivel global, por eso durante su vida se dedicó a impulsar una visión globalista del misionerismo, con las naciones no-cristianas como principal objetivo. Si cambiamos “Milenio” por “revolución”, este se transforma en otro gesto de marxismo místico (involuntario) de la querida Ellen.
- Justamente fueron las profecías de Ellen (y la creencia en el don de la profecía en sí) lo que distanció a muchos fieles de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Así fue como otras vertientes de los milleristas originarios fundaron sus propias iglesias, como la Iglesia de Dios (Séptimo Día) o la Iglesia Cristiana del Advenimiento.
- Otro desprendimiento de las enseñanzas de Miller fue la Asociación Internacional de Estudiantes de la Biblia. En 1930 cambiaron de nombre y, a ver si les suena, hoy son conocidos como los Testigos de Jehová.
Agenda
3/3 - 20.30hs: Un ciclo extraño (Proyecciones, música y feria)
@ Estación 350 (Billinghurst 350, CABA). Entrada: $800.3/3 - 20.30hs: El camino de San Diego (2006) de Carlos Sorín (Cine)
@ Museo de la Memoria (Córdoba 2019, Rosario, Santa Fe). Entrada: Gratuita.4/3 - 23.30hs: W-220 y amigos (Música)
@ Pueblo Chico (Av. Parque Industrial 623, Río Gallegos, Santa Cruz). Entrada: $1000.4/3 - 21hs: Dos cadáveres y un cuerpo (Teatro)
@ Teatro La Chacarita (Jacinto Ríos 1449, Córdoba). Entrada: $1500.4/3 - 18hs: Mensaka + Voluntad Cero + Mala Praxis (Música)
@ Sala Mitre (Mitre 835, Rosario, Santa Fe). Entrada: $1000.5/3 - 20hs: Nuestrans canciones en vivo (Música y poesía)
@ CCK (Sarmiento 151, CABA). Entrada: Gratuita
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Santiago 👽
Santiago Martínez Cartier nació en Buenos Aires en 1992. Se define como escritor de ciencia ficción. Lleva seis novelas publicadas desde el 2014 hasta la actualidad. Forma parte de Criolla Editorial. Colaboró como redactor en diversos sitios especializados en cine y literatura, como Hacerse la crítica, House Cinema y El Teatro de las Voces Imaginarias, entre otros. Produjo el audiolibro El quinto peronismo en formato radioteatro, adaptación de su novela homónima. Organizó eventos culturales y programó y presentó ciclos de cine. Palermo Dead (2021), una sucesión de relatos de terror que transcurren en un edificio maldito construido sobre el Cementerio de la Chacarita, es su último libro.
comer unas frutigran ya no volverá a ser lo mismo