Yo quiero creer: de lo religioso en la ufología
Trotskismo platillista cordobés, evangelismo ovni bonaerense y otras hierbas espaciales
“Mientras caminaban conversando,
un carro de fuego con caballos de fuego se colocó entre ellos,
y Elías subió al cielo en un remolino.
Eliseo lo vio alejarse y clamaba:
'¡Padre, padre mío, carro de Israel y su caballería!'”
- 2 Reyes 2:11-12 - La Biblia (NVI)
Una cuestión de fe
Puede que haya pocos gestos más humanos que el mirar hacia arriba en busca de respuestas; paganos, monoteístas, agnósticos y ateos, todos hemos contemplado el cielo en algún momento de desazón esperando algo a cambio. Esa respuesta, o la conceptualización de esa respuesta, tiende a ser amplia según el marco teórico de quien mira: un panteón de deidades, un Dios todopoderoso, una mera inclemencia climática o, por que no, una civilización extraterrestre.
Justamente uno de los aspectos más fascinantes de la mitología OVNI es que casi sin querer apela a dos audiencias bastante disímiles. Por un lado, a personas de sensibilidad religiosa que encuentran en lo extraterrestre una metáfora crística. Por el otro, a personas de sensibilidad científica y pragmática que por cuestiones meramente estadísticas y anti geocéntricas consideran que la existencia de vida extraterrestre no sólo es posible sino prácticamente innegable.
A lo largo de la historia, ambas audiencias han sabido converger para formar lo que hoy se conoce como religiones OVNI: sistemas de creencias que con suma habilidad sincrética conjugan su propia mitología alien con textos sagrados y liturgias de algún credo preestablecido. Así fue como durante el S. XX, en diversos y distantes puntos del planeta, se consolidó el platillismo; en pocas palabras, la creencia de que la redención de la humanidad eventualmente va a descender de los cielos en forma de plato volador.
Antes de meternos de lleno con un par de casos puntuales de los que no podemos dejar de hablar, me parece oportuno hacer un breve repaso de la función arquetípica del extraterrestre a lo largo de nuestra historia cultural. Si bien el término “extraterrestre” parece haberse acuñado durante los años ‘50, como parte de la Edad de Oro de la ciencia ficción, en este caso vamos a irnos un poquitito más atrás.
Resulta que alrededor del año 500 a.C. ya se andaba hablando del concepto de pluralismo cósmico, o sea, la noción de que la Tierra no era la única roca solitaria que andaba dando vueltas por el espacio sino que se trataba de un vasto universo repleto de planetas y satélites que, en una de esas, podrían albergar vida extraterrestre; el filósofo griego Demócrito alguna vez escribió sobre “formas de vida que se esconden en el universo, para enaltecer al Creador”.
Un poco más cerca en el tiempo tenemos a un autor que fue un claro precursor de los motivos y temáticas que la literatura de ciencia ficción abordaría casi dos mil años más tarde. Estoy hablando de Historia verdadera del sirio Luciano de Samósata, novela paródica publicada en alguna fecha indeterminada del Siglo II cuyo argumento incluía viajes espaciales hacia Venus y la Luna —basta con el verso de que Julio Verne inventó todo—, encuentros con vida extraterrestre y guerras entre planetas.
A partir de este texto, los viajes interplanetarios y el encuentro con seres del espacio se volvieron una parte sustancial de las ficciones especulativas. Incluso el prestigioso astrónomo Johannes Kepler describió cómo uno de sus personajes era transportado a la Luna por “demonios espaciales” en su novela Somnium (1634).
Y bueno, ya llegando al S. XX nos encontramos con dos fuertes tendencias marcadas dentro de la representación de seres de otros planetas: una corriente celebratoria, que hacía hincapié en los aspectos bondadosos y prósperos que un encuentro de esta índole podría significar, y una corriente un tanto más pesimista, donde estos encuentros cercanos sólo podían culminar en alguna eventualidad pesadillesca.
Esta segunda tendencia fue la que hizo mella fuerte durante la Guerra Fría. Como ya hablamos en más de una oportunidad, en tiempos socialmente convulsos la producción cultural suele ponerse a disposición de la ideología y la ciencia ficción durante los años ‘50 no fue la excepción.
Acá surge una sobreabundancia de historias que retratan cómo despiadados invasores llegan desde el Planeta Rojo (guiño, guiño) para destruir ética y moralmente nuestro planeta y de novelas paranoicas como Amo de títeres (1951) de Robert Heinlein, cuyo argumento invitaba a desconfiar aún de las personas más cercanas a uno ya que sin saberlo se podía llegar a tratar de un extraterrestre encubierto.
Sí, claro, eran tiempos de macartismo y nunca se podía estar del todo seguro si la persona que tenías al lado era un infiltrado comunista o no. De esta novela un poco se desprende (plagio mediante) Invasion of the Body Snatchers (Don Siegel, 1956) —de la que se desprende The Thing (John Carpenter, 1982), de la que se desprende The Hateful Eight (Quentin Tarantino, 2015), donde ya no hay ni aliens ni comunismo tácito pero mantiene la misma estructura narrativa—.
Y entonces llegó el efímero hippismo y doscientos cartones de ácido más tarde apareció Terence McKenna, filósofo, escritor y una de las figuras más entrañables de la cultura yanqui, que llegó para proponer un cambio radical en el arquetipo del extraterrestre, aunque mucho no prendió. Según el bueno de Terence, las clásicas representaciones de lo alien como seres ascéticos y lampiños se deben a que, de forma incosciente, pensamos a estos seres como un estadío superior de la evolución humana; como metáfora y reflexión sobre nuestro propio futuro. Sí, eran los ‘60 y la gente todavía tenía esperanza, o algo por el estilo.
Así es como llegamos a nuestros tiempos, con dos corrientes marcadas que siguen en pugna, entre el optimismo a la Carl Sagan —que hasta se encargó de mandar mensajes intergalácticos en busca de respuestas— y el fatalismo de Stephen Hawking, quien dijo que si los aliens nos llegan a escuchar va a ser menos como Encuentros cercanos del tercer tipo (1977) y más como la llegada de Colón a América.
Por lo pronto, hoy nos interesan los optimistas.
Por fortuna todavía no nos vimos obligados a dar ese salto de fe que nos lleve a empezar a creer que Jorge Rial es el líder de una entidad intergaláctica que capura almas a través de los rayos catódicos de los televisores de antaño para utilizar su energía como medio para volver a casa, del otro lado de la Vía Lactea, o algo por el estilo.
Si querés que podamos serguir manteniendo nuestros pies sobre la Tierra y que sigamos produciendo todo este vasto y enriquecedor contenido, entrá a somosmate.ar y tiranos unos morlacos para que algún día podamos garparnos un satélite que nos lleve hasta lo más profundo del cosmos 🪐
Redención intergaláctica
Cada vez que cuento esta historia suelo recibir palabras y gestos de incredulidad como respuesta, hecho que sólo reafirma que la ficción siempre se queda corta en contraste con las infinitas ramificaciones del devenir de la historia humana, ponele. En este caso, nuestro protagonista es Homero Rómulo Cristali Frasnelli, un humilde zapatero que habitaba la ciudad de Córdoba y que en su juventud había coqueteado con la idea de ser futbolista, habiéndose desempeñado en la primera de Estudiantes de La Plata.
Su oficio lo llevó a afiliarse como miembro del Sindicato del Calzado, lo que a su vez lo llevó a militar en distintas juventudes socialistas. Terminó por afiliarse al Grupo Obrero Revolucionario a cargo de por Liborio Justo, dirigente conocido por ser el principal impulsor del trotskismo en Argentina. Al parecer nuestro amigo Homero llegó justo a tiempo para ser parte de la gran unificación de partidos trotskistas que tuvo lugar en 1941, tras la cual se conformaría el Partido Obrero de la Revolución Socialista (PORS). Ese mismo año, el PORS pasó a formar parte de la IV Internacional, organización de izquierda exclusivamente trotskista.
Ya por esos tiempos Homero Rómulo Cristali Frasnelli era conocido por su pseudónimo, J. Posadas, y su rol como secretario de acción gremial del PORS lo había transformado en una figura que ostentaba un capital político importante. Según ex compañeros de militancia, para la década del ‘50 Posadas contaba con un peso específico que no sólo le permitía generar adiciones en el terreno local sino también exportar militantes a distintos países de la región, como Bolivia, México, Brasil, Guatemala y, sobre todo, Cuba.
Luego del golpe del ‘55 Posadas, que nunca había sido peronista, decidió acercarse al justicialismo como forma de estrechar sus lazos con la clase trabajadora. Ante esto sus compañeros de militancia lo acusaron de idealizar a la burocracia sindical que años antes había combatido, tendencia que se cristalizó cuando Posadas decidió mandar una corona de flores al servicio fúnebre del siempre controversial Augusto Timoteo Vandor. Durante esta etapa, el tipo estaba convencido de que el peronismo era el único partido político capaz de desarrollar un “estado revolucionario”; una redistribución de la riqueza dentro de las entrañas mismas del capitalismo.
En otro frente, Cuba se había transformado en el segundo país del mundo con más militantes posadistas activos. Estos militantes tuvieron un rol central en la Revolución Cubana, luchando lado a lado junto a Fidel Castro, Camilo Cienfuegos y el Che Guevara. Como no podía ser de otra forma, sólo dos años después el posadismo se pronunció en contra del gobierno de Fidel y, como el resto de las agrupaciones trotskistas, fueron perseguidos y expulsados fuera de la isla.
Y ustedes se preguntarán, ¿dónde carajo están los aliens? Bueno, parece que en los ‘60 a Posadas le empezaron a pegar dos mambitos particulares: la obsesión con la guerra nuclear y el platillismo. En 1968 publicó un folleto cuyo nombre, creo yo, es absolutamente insuperable: Platillos voladores, el proceso de la materia y la energía, la ciencia, la lucha revolucionaria y de la clase trabajadora y el futuro socialista de la humanidad. “Siglo XX, cambalache”, más que nunca.
Posadas estaba fervientemente convencido de que existía algo así como un materialismo dialéctico cósmico, donde por una mera cuestión estadística al menos una centena de especies extraterrestres debían de haber impulsado con éxito sus respectivas revoluciones socialistas y que eventualmente estas especies empezarían a recorrer el resto del universo para por fin instaurar un comunismo galáctico (literalmente) universal.
El tipo decía estar seguro de que un encuentro cercano era inminente y de que estos pacíficos visitantes iban a llegar a la Tierra “para suprimir la pobreza, el hambre, el desempleo y la guerra, para darles a todos los humanos los medios para vivir con dignidad y sentar las bases de la fraternidad humana”.
Posadas pasó a mejor vida en 1981. Algunos de sus seguidores continuaron profundizando en la línea platillista del partido, mientras otros se distanciaron por completo, considerando que esta rama le restaba seriedad a su propuesta política. Hoy en día el posadismo sigue vigente, la IV Internacional Posadista sigue operando y el hijo del propio Posadas, León Cristalli, es uno de los hombres de confianza más cercanos a Luis D’Elía. No hay remate.
Como para seguir con la cronología, otro gran ejemplo de platillismo local tuvo lugar en la Provincia de Buenos Aires durante la década del ‘90, pero esta vez la amalgama no fue política sino religiosa. Todo comenzó de la mano de un tal Guillermo Romeu, un tipo cuyas curiosidades espirituales lo llevaron a recorrer todo tipo de templos y congregaciones hasta culminar con la creación de su propio culto pentecostal-platillista, pero no nos adelantemos.
Para entender cómo este muchacho terminó predicando lo que predicaba necesitamos entender su contexto. Por empezar por algún lado, el tipo era adepto a la Iglesia Mesiánica Mundial, una nueva religión japonesa que ponía el foco en la sanación del espíritu como forma de realización personal. No del todo a gusto con su fe, Romeu se puso a indagar en otros horizontes espirituales. Primero pasó por la Escuela Científica Basilio, institución cristiana autónoma que practica el espiritismo, donde terminó por oficiar de médium. Después le llamó la atención un tal Pastor Giménez, efusivo y carismático predicador televisivo que estaba al frente de la Cumbre Mundial de los Milagros, de quien se volvió íntimo amigo.
Con toda esta liturgia previamente masticada, Romeu empezó a acercarse a la ufología. El enlace fue su amigo personal Pedro Romaniuk, considerado uno de los pioneros de la ufología argentina. Romaniuk había fundado FICI —Fundación Instituto Cosmobiofísico de Investigaciones—, organización cuyos fines aparentemente científicos se veían continuamente opacados por la obsesión ufológica de su fundador. Los miembros de FICI solían juntarse en un enigmático predio en González Catán, coronado por misteriosas pirámides de concreto. Cuál misa, todos los fines de semana había una nueva congregación donde se discutía, sobre todo, la conformación ufológica del cosmos.
Así es como en 1986, inspirado en las misas de su amigo Romaniuk, Guillermo Romeu funda el Comando Ashtar, una organización diseñada con el objetivo de monitorear señales espaciales y finalmente lograr atraer una raza alienígena benevolente hacia la Tierra, para así asegurar la redención de la humanidad toda. Con esta misión en mente, Romeu decidió desdoblar el Comando Ashtar en dos organizaciones paralelas: Radar 1 (de perfil más técnico que espiritual) y la Iglesia Evangélica Manantial (de perfil más espiritual que técnico).
Y acá llegamos a la parte más jugosa: su mitología. Los seguidores de Romeu tenían una interpretación muy particular de los textos bíblicos, podríamos decir. Según sus creencias, Cristo no había resucitado per se sino que había sido abducido por un OVNI luego de su crucifixión y su segunda venida iba a estar acompañada por un ejército extraterrestre que llegaría para liberar a la Tierra de todos sus males. Sí, todo el evangelismo alien milenarista que no sabías que necesitabas.
Si la cosa venía rara, acá se complica un poquito más. La organización también estaba convencida de que existía al menos una centena de especies extraterrestres y de que algunas eran más benévolas que otras. Los aliados del Cristo cósmico eran conocidos como los Hermanos Mayores, que tenían como antagonista a una raza de malévolas intenciones conocida como los Grises.
Lejos de renegar de la existencia de estos insidiosos invasores, Romeu y los suyos decidieron profundizar. Por alguna razón, estaban convencidos de que los Grises vivían a base de la energía liberada por los seres vivos. Por eso, no tuvieron mejor idea que empezar a reclutar nuevos adeptos con intenciones suicidas, con el objetivo ulterior de generar un pacto comercial con los Grises: almas humanas por tecnología extraterrestre de punta. ¿Qué podía salir mal?
Como era de esperarse, la cosa no terminó bien. Tanta reafirmación de sus propios delirios llevaron a Romeu a creer que él mismo era una criatura venida del espacio, que su rol era liberar a la humanidad del yugo de los propios humanos y que Hombre mirando al sudeste (Eliseo Subiela, 1986) estaba inspirada en sus andanzas.
De forma trágica, pero no tanto así inesperada, Romeu concluyó por quitarse su propia vida. Según dicen, venía de meses que oscilaban entre la depresión y el abuso de antidepresivos. Lo más conmocionante fueron las circunstancias en que tuvo lugar el hecho: llegó a su casa, donde estaba teniendo lugar el festejo de cumpleaños de uno de sus hijos, sacó un revólver y se disparó en la cabeza frente a todos los invitados.
Y así, bien arriba, terminamos la edición de hoy.
Si se quedaron con ganas de más, recomiendo mucho la serie documental Heaven’s Gate: The Cult of Cults (2020) que aborda un caso similar que tuvo lugar en los Estados Unidos, y que contó con un despliegue mucho mayor de recursos y delirios y, por ende, con mayores consecuencias. Desperdicio no hay.
Como dijo aquella vez Leonard Nimoy en Los Simpson, sigamos mirando los cielos, pero con cuidado 🛸
Agenda
16/9 - 19hs: Presentación de Alien Triste: Días espectrales de Pedro Mancini & El salto de Helena de Fede Calandria (Historietas)
@ Aspen (Local 38, Patio del Liceo, Av. Santa Fe 2729, CABA). Entrada: Gratuita.16/9 - 22hs: Fantasma de nadie (Teatro)
@ Hércules Teatro (Calle 2 200, Santiago del Estero). Entrada: $800.16/9 - 20.30hs: Camionero + Elefante de Piedra + Ley de Buey (Música)
@ Il Amichi Bar (Domingo Faustino Sarmiento 1618, San Miguel, PBA). Entrada: $600.16/9 - 21hs: Bajo la misma cáscara (Teatro)
@ Teatro La Cochera (Fructuoso Rivera 541, Córdoba). Entrada: $1000.17/9 - 19hs: Loquero + Acción Kurü + El grupo de los mundos (Música)
@ Pirkas Disco (Santiago del Estero 883, Neuquén). Entrada: $900.17/9 - 19hs: La vida es un tango (1939) de Manuel Romero (Cine)
@ CCK (Sarmiento 151, CABA). Entrada: Gratuita.