Apocalipsis, por favor
Alrededor de las narrativas del fin del mundo y el cambio de paradigma en el arquetipo preparacionista
El día que la Tierra (casi) se detuvo
Los años ‘90 estaban llegando a su fin. Una década marcada a fuego por avances tecnológicos vertiginosos y por una creciente dependencia de sistemas informáticos en cada aspecto de la vida cotidiana. La inminencia del cambio de siglo era palpable y una gran incertidumbre devino ansiedad social. Resulta que ciertos rumores apocalípticos habían copado la conversación pública y cada quien era libre de interpretarlos a su antojo.
La imaginación de cientos de miles de personas se veía atormentada por una variedad de escenas del fin del mundo asociadas a la llegada del nuevo milenio. Se creía que, a raíz de una falla en el código de los sistemas informáticos, el grueso de las instituciones que sostienen la vida como la conocemos iba a colapsar de forma inevitable.
Aviones que se precipitaban desde los cielos, centrales nucleares desreguladas que estallaban por los aires, represas que liberaban el agua hasta inundar pueblos y ciudades, bancos donde el dinero de los ahorristas desaparecía de un momento al otro o bombas nucleares lanzadas sin discreción hasta destruir cada rincón del planeta. Una variedad de desastres que podrían desencadenarse a partir del efecto Y2K, o bug del año 2000.
Este error informático se daba a raíz de una simplificación originaria que los programadores, parecía, iban a pagar caro. Al almacenar fechas se había decidido utilizar los últimos dos dígitos de cada año —por ejemplo, “98” en vez de “1998”— y, de no hacer nada para evitarlo, lo más probable era que al llegar el primer día del nuevo milenio los sistemas leyeran el “00” como el año 1900. Las consecuencias de este error en apariencia insignificante eran lo que había despertado un pánico colectivo sin precedentes.
“La paranoia es una flor en el cerebro”, dijo Jonathan Lethem alguna vez y, en este sentido, las vísperas del año 2000 fueron realmente una colorida primavera. Tal vez el más destacado de los proto-profetas apocalípticos de aquel entonces haya sido un tal Gary North, apodado “Scary Gary”, economista de la escuela austríaca y militante del reconstruccionismo cristiano que salió a advertir sobre las consecuencias económicas y sociales que se avecinaban.
Según su cristiana visión del mundo, bien en la línea milenarista, North creía que Dios se encargaba de juzgar a la humanidad periódicamente como forma de avanzar paso a paso hasta la llegada del tan esperado milenio (en términos bíblicos, claro). A sus ojos, la caída del Imperio Romano era evidencia histórica de este proceso de depuración y el Y2K se presentaba como su equivalente moderno. North no fue el único que, con aires proféticos, instó a la población a prepararse para el fin del mundo conocido. Ante tal pánico social, muchas personas esperaban lo peor y tomaron medidas extremas para protegerse a sí mismas.
Algunos decidieron transformar sus hogares en refugios, fortificando paredes y aberturas ante la inminencia del colapso de los servicios públicos y la posibilidad de grandes disturbios civiles. Otros formaron comunidades autónomas, alejadas de los centros urbanos, con el objetivo de compartir recursos y habilidades para construir un entorno autosuficiente. Un tercer grupo optó por invertir en la construcción de refugios subterráneos (o búnkeres), con el foco puesto en un potencial holocausto nuclear o ataques terroristas. Por supuesto, algo que todos tenían en común era el acopio alimentos, bebidas, insumos médicos y otras provisiones para sobrevivir por tiempo indeterminado, lo que en aquel entonces propició cierto desabastecimiento.
Para bien o para mal, el mundo no terminó. Como dicen algunos técnicos informáticos —y como bien narra aquella escena de ese peliculón que es Office Space (1999) de Mike Judge—, el error Y2K podría haber tenido consecuencias reales pero, por fortuna, se evitaron a tiempo gracias a un esfuerzo conjunto entre programadores y grandes compañías desarrolladoras de software. Incluso, hay quienes aseguran que a partir de este hecho tuvo lugar una actualización tecnológica forzada que aceleró los procesos de transformación digital.
Más allá del aspecto técnico, hubo una gran porción de la población mundial —bah, sobre todo estadounidense— que no pudo sacarse de la cabeza la idea de que el Apocalipsis estaba a la vuelta de la esquina. El efecto Y2K no había sido una falsa profecía, sino una efectiva preparación para lo que estaba por venir.
Poco más de un año después, el mundo occidental entraba en pánico ante el atentado a las Torres Gemelas y ante ataques terroristas en grandes ciudades como Londres y Madrid. El miedo se esparcía y la causa era múltiple: las guerras, la gripe aviar, el desabastecimiento energético y el evidente desastre ecológico consecuencia del calentamiento global.
Ante este panorama poco prometedor, prepararse para el fin resultaba casi una consecuencia lógica.
Por fortuna todavía no nos vimos obligados a dar ese salto de fe que nos lleve a empezar a creer que Jorge Rial es el líder de una entidad intergaláctica que capura almas a través de los rayos catódicos de los televisores de antaño para utilizar su energía como medio para volver a casa, del otro lado de la Vía Lactea, o algo por el estilo.
Si querés que podamos serguir manteniendo nuestros pies sobre la Tierra y que sigamos produciendo todo este vasto y enriquecedor contenido, entrá a somosmate.ar y tiranos unos morlacos para que algún día podamos garparnos un satélite que nos lleve hasta lo más profundo del cosmos 🪐
Preparados para el fin
Desde una cabaña solitaria inmersa en un frondoso bosque, un hombre predica frente a su webcam. Del otro lado, miles de personas reciben esta particular versión de la palabra divina. El hombre habla sobre que el fin está cerca. Se encuentra sumamente preocupado por la evidente debacle del sistema financiero, por lo endeble de las redes de energía, por la vulnerabilidad de los sistemas informáticos ante los hackers del mundo y por la próxima “plandemia” que, advierte, ya está en camino. “Será la balcanización de la sociedad estadounidense”, declara preocupado. Como no podía ser de otra manera, remata con un gancho publicitario: “Esto va a pasar dentro de los próximos cinco años y vos, ¿cómo te estás preparando?”.
Él es el Pastor Joe Fox, un hombre que decidió alejarse todo lo posible de las grandes ciudades para pasar a habitar las recónditas laderas de la meseta de Ozark. Allí fundó Shofar Mountain, una comunidad de personas cuyo principal interés es estar bien preparadas para cuando llegue el fin del mundo, pero también sentirse más cerca de Dios. “Somos como amish con armas”, dice Joe entre risas, “o neo-pioneros, si querés verlo así”.
Podríamos decir que, básicamente, Joe Fox es un prepper 2.0, o sea, un preparacionista o survivalista que se valió de la cultura web para formar su propia comunidad. Con mayor o menor intensidad, el preparacionismo es un movimiento social inorgánico surgido alrededor de la década del ‘30 a raíz de dos grandes influencias: el concepto bíblico del milenio —cosa que ya hemos desarrollado largo y tendido— y una sensación de inestabilidad social que se había instaurado tras la Primera Guerra Mundial. A este caldo de cultivo inicial se le fueron sumando estímulos con el correr de los años, como grandes colapsos económicos y desastres nucleares, lo que provocó un nuevo foco de intensidad durante la Guerra Fría.
“El zeitgeist de hoy en día es el miedo a un evento que cambie el mundo”, aseguró la crítica cultural Mary McNamara ante una realidad innegable: nos encontramos atravesando un nuevo auge del preparacionismo. Lejos de atenuarse, frente a la aceleración de la transformación digital y a un sinfín de conflictos bélicos territoriales y espirituales en el mundo globalizado, la noción de que todo podría terminar de un momento al otro cobró cada vez más fuerza.
Hay que decir que, dentro del preparacionismo, el Pastor Joe Fox es casi una figura arquetípica: un tipo fornido que exhibe una barba cana y frondosa, aficionado a las armas de fuego y a los métodos de defensa personal, ávido lector de la Biblia que construyó sus propias interpretaciones y, por supuesto, un poco bastante conspiranoico línea QAnon.
A otra escala y espiritualmente afín, también tenemos el caso de James Wesley Rawles, ex agente de inteligencia del Ejército de los Estados Unidos devenido escritor paranoico cuyas ficciones terminaron por propiciar un movimiento migratorio. Según creen sus seguidores, existen tres estados y algunos territorios adyacentes que van a transformarse en una zona segura ante un inminente apocalipsis. Allí, en lo que ellos llaman el “reducto americano”, proponen fundar una gran comunidad que ofrecerá refugio a “cristianos, judíos conservadores y libertarios”. Ah, sí, obvio que el amigo Rawles es un férreo militante de las ideas de la libertad.
Ahora bien, durante los últimos años el arquetipo tradicional del prepper dio un vuelco absoluto frente a una nueva potencial amenaza: un fin del mundo impulsado por el auge de las inteligencias artificiales. De un momento a otro, al barbudo que flamea una bandera confederada desde el ostracismo se le sumó el CEO de Silicon Valley en un búnker de lujo. Y no, no estamos hablando de segundas o terceras líneas, sino de algunos de los más grandes referentes de la industria.
Tal vez el caso más conocido sea el de Mark Zuckerberg, creador de Facebook (ahora Meta) y dueño de una de las riquezas más grandes del mundo. Hace unos años, allá por el 2014, Zuck adquirió unas buenas 500 hectáreas en la isla de Kauai, estado de Hawai, donde hoy se encuentra construyendo una imponente residencia. En un principio se creía que este despliegue iba a dar como resultado una simple casa de veraneo, pero parece que los planos de la obra revelaron un faraónico complejo que incluye un refugio subterráneo a prueba de todo y túneles que conectan cada parte del establecimiento. Un opulento “tecno-Xanadú” para sobrevivir al fin del mundo, dicen algunos.
Por otro lado tenemos a Sam Altman, CEO de Open AI y desarrollador de soluciones tecnológicas apalancadas en inteligencia artificial como ChatGPT o DALLE. Altman lleva años advirtiendo sobre las catástrofes que podrían tener lugar si el desarrollo de las IAs cae en manos equivocadas o si esta tecnología se vuelve autónoma y decide atacar a sus creadores. Sí, gente, en esa estamos.
La cuestión es que Altman, que debe sentirse un poco culpable al ser uno de los que más aportó para que esta jodita no parara de crecer, ya tiene un terreno preparado en las afueras de California por si la cosa se pone peluda. “Trato de no pensar demasiado en ello, pero tengo armas, oro, yoduro de potasio, antibióticos, baterías, agua, máscaras antigás del ejército israelí y un gran pedazo de tierra en Big Sur al que puedo volar”, había declarado en 2016.
Como si esto fuera poco, parece que Sam Altman lleva siempre consigo una mochila azul dentro de la cual guarda una computadora con la que puede apagar cualquiera de las IAs de su creación en caso de que alguna se le vaya de las manos. También, por si las moscas, Altman pagó 10 mil dólares para ingresar en una lista de espera para digitalizar su mente y así, hipotéticamente, vivir para siempre dentro de una máquina cuando su cuerpo deje de funcionar. Lo que se dice estar preparado para todo.
Aparentemente, la tendencia prepper pegó fuerte en el universo de los super-ricos y generó su propia industria. “Alaska o Nueva Zelanda”, parece ser la pregunta inicial de quienes deciden invertir en un flamante búnker para el fin del mundo. Así fue como surgieron empresas que se dedican exclusivamente a los emprendimientos inmobiliarios apocalípticos, como Rising S (en Queenstown, Nueva Zelanda) o Survival Condo (en Kansas, Estados Unidos). Por si se lo estaban preguntando, el precio promedio de uno de estos refugios ronda los tres millones de dólares. Una bicoca.
Clyde Scott, fundador de Rising S, asegura que el negocio está creciendo cada vez más y que sus clientes pasaron a ser personas con gran influencia política, dueños de riquezas y contactos inagotables. “Ellos algo deben saber”, concluye un sonriente Scott, orgulloso del inesperado rédito de su modelo de negocio.
Resulta realmente reconfortante que los supermillonarios del mundo estén pensando en cómo salvarse y no en cómo aplacar el inminente desmadre social y ambiental que ellos mismos están impulsando, ¿no?
La verdad que lo deja a uno tranquilo.
¡Eso es todo, amigxs!
Gracias por compartir este viaje por el cosmos de nuestra cultura.
Por las dudas, vamos con un poco de data que nunca está de más aclarar:
Mate es un medio autogestivo que depende de tus aportes y que busca ofrecer progresivamente más formatos, más contenidos, más todo. Contamos con tu aporte, sea por única vez o una suscripción mensual, en somosmate.ar.
Mirá Mate News todos los lunes y jueves a las 20 con Ivana Szerman.
Los viernes a la misma hora nos encontramos en vivo para repasar la semana.
Además tenemos otros espectaculares newsletters, como:
Mate Mundi: El recorrido internacional de la semana y todos los memes sobre lo inepta que es la ONU de la mano de Viole Weber. Suscribite acá.
Alto ahí: El newsletter sobre abusos policiales y violencia de género de Agus Colombo. Suscribite acá.
Y si éste te gustó compartilo en tus redes.
¡Ah! Seguinos, suscribite, danos like. Estamos en Instagram, Twitter, TikTok, Twitch, YouTube y sí, también Facebook. Más instrucciones que “La Macarena”.
Te queremos. Por esto y por todo, gracias.
Santiago 👽
Santiago Martínez Cartier nació en Buenos Aires en 1992. Se define como escritor de ciencia ficción. Lleva seis novelas publicadas desde el 2014 hasta la actualidad. Forma parte de Criolla Editorial. Colaboró como redactor en diversos sitios especializados en cine y literatura, como Hacerse la crítica, House Cinema y El Teatro de las Voces Imaginarias, entre otros. Produjo el audiolibro El quinto peronismo en formato radioteatro, adaptación de su novela homónima. Organizó eventos culturales y programó y presentó ciclos de cine. Palermo Dead (2021), una sucesión de relatos de terror que transcurren en un edificio maldito construido sobre el Cementerio de la Chacarita, es su último libro.