Caldos de cultivo digitales y efectos reales
Apuntes para un devenir de la cultura web nacional hasta llegar a Voxed, sus derivados y su conexión con el atentado a Cristina Fernández de Kirchner
Sueños de libertad
Allá por el año 2011 un rumor empezó a recorrer las profundidades de Internet. Con gran preocupación, se decía que estaba por presentarse una ley en el Congreso de los Estados Unidos que venía a marcar un antes y un después. Esa ley se llamaba SOPA ("Stop Online Piracy Act”) y su principal objetivo era combatir a la piratería en línea y sancionar a aquellos usuarios que no respetaran los derechos de autor.
Más allá de sanciones severas para los sitios web que facilitaran estas acciones, la ley planteaba ciertos artículos que resultaban preocupantes por su potencial de restringir tanto la libertad de expresión como la libertad de navegación de los usuarios al monitorear de forma férrea cada visita a un sitio web y cada archivo compartido. Ante este panorama, sitios como Wikipedia y Reddit salieron a protestar activamente y hasta realizaron apagones simbólicos como happenings virtuales en contra de la legislación.
En ese entonces no lo sabíamos, pero hasta ese momento habíamos sido contemporáneos al Lejano Oeste de Internet: una etapa pre-regulatoria y salvaje donde los datos se compartían de forma irrestricta e ilimitada. Entre programas de descarga P2P, como el eMule o el Ares, y servicios de alojamiento de archivos, como RapidShare o MegaUpload, parecía que no existía fragmento de la industria cultural mundial al que no se pudiera tener acceso en cuestión de segundos y sin pagar un peso; todo estaba al alcance de la mano y fluía libremente de un extremo a otro.
Dentro de este contexto fue que surgió uno de los principales bastiones de la cultura web nacional, una particular red social de nombre Taringa!, sitio nacido en el año 2004 donde miles de personas se conectaban a diario para intercambiar información sobre distintos rubros, gustos y hobbies.
Uno de los principales atractivos del sitio, al menos para aquellos privilegiados que contaban con una buena conexión estable, eran esos posteos que recopilaban enlaces de descarga de forma enciclopédica: discografías, filmografías, series, libros, videojuegos y mucho más. Por lo general, cada posteo estaba construido con suma paciencia y detalle, ya que los usuarios podían sumar puntos si otro usuario consideraba que su posteo lo ameritaba, gesto que solía estar acompañado de un comentario que decía “¡+10!”.
Y así pasaban los días, entre links de descarga y alguna que otra leyenda nativa ―nunca olvidar al ya mítico (y algo xenófobo) viajero del tiempo de Taringa!―, hasta que la influencia de la ley SOPA empezó a hacerse sentir de este lado del mundo. Si bien la ley nunca llegó a aprobarse, generó una serie de enfoques alternativos en busca de regular la intrincada cuestión de los derechos de autor. Una mañana del año 2012 nos enteramos de que el fundador de MegaUpload había sido arrestado, acusado de llevar adelante una operación de piratería masiva, y de que el servicio había sido finalmente dado de baja. Este fue el principio del fin.
Con el correr de los días lo mismo empezó a pasar con otros servicios de alojamiento de archivos, como RapidShare, MediaFire y segundas marcas cuyos nombres pocos recuerdan. En el lapso de algunos meses, Taringa! se transformó en un museo ―por no decir un cementerio― que rendía homenaje a una larga etapa que había culminado de un momento para el otro; un cúmulo de posteos repletos de links que no llevaban a ningún lado. La era de la libre circulación de contenidos con copyright había terminado para propiciar el advenimiento de la era de las suscripciones y las plataformas.
Inevitablemente, Taringa! buscó reinventarse. Sin más que ofrecer, había mutado en una red social limitada a compartir conocimientos (tutoriales, recetas, consejos, etc). La piratería, que había sido su principal atractivo, ya no era parte de su jurisdicción y los taringueros tuvieron que salir a buscar esos servicios en otros rincones de la web. El modelo a emular había pasado a ser el de Reddit, donde cada posteo intentaba ser el puntapié inicial para largas disquisiciones de una comunidad activa y atenta. A pesar de los esfuerzos, las visitas del sitio bajaban día a día.
Como un usuario más que formaba parte de este poco prometedor panorama empezó a asomar la cabeza un joven llamado Sebastián Curutchet Peluso, al que se lo recuerda sobre todo por su alias: Codubi. Este muchacho parecía empecinado en realizar posteos que incumplieran las reglas de conducta de la comunidad, por lo que fue echado de la red en tres oportunidades.
De esta experiencia surgió una profunda enemistad entre el joven y los administradores del sitio, lo que lo llevó a renunciar a su rol como taringuero para fundar su propia red social; una red sin restricciones de contenido ―salvo la ilegalidad― que abogaba por la “libertad de expresión” absoluta de sus usuarios desde el más insondable anonimato.
Así fue como nació Voxed.
Por fortuna todavía no nos vimos obligados a dar ese salto de fe que nos lleve a empezar a creer que Jorge Rial es el líder de una entidad intergaláctica que capura almas a través de los rayos catódicos de los televisores de antaño para utilizar su energía como medio para volver a casa, del otro lado de la Vía Lactea, o algo por el estilo.
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Odio, depresión y representación
El martes 8 de agosto del año 2017 una joven de 15 años murió en el Hospital San Martín de La Plata. Se llamaba Lara y días atrás había decidido dispararse dentro de un aula del Colegio Nacional Rafael Hernández, para que sus compañeros pudieran verlo en vivo y en directo.
Unos días antes del hecho, la joven había anticipado lo que iba a hacer en un posteo de Voxed, cuyo título rezaba: “El jueves voy a suicidarme en la escuela y lo voy a transmitir por directo eso. Quiero hacer un directo pero no sé por dónde transmitirlo, ustedes diganme. Esto no es bait, estoy muy decidida a hacerlo”. Como suele suceder en este tipo de antro virtual y respetando ese tono tan irónico que ya no se entiende si lo es o no, el grueso de los comentarios desestimaron la advertencia como otro llamado de atención. Para los voxeros, los posteos que hacen alusión al suicidio de forma explícita eran (y son) moneda más que corriente.
Y es que tanto la mayoría de los códigos léxicos como los motivos narrativos del lore voxero fueron apropiados de la cultura incel estadounidense. Por si a esta altura queda algún desprevenido, este término es un acrónimo de “involuntariamente célibe” y se instaló para darle nombre a una gran masa de hombres jóvenes que se consideran incapaces de establecer algún tipo de vínculo sexoafectivo con una mujer, lo que en muchos casos deviene en una misoginia belicosa y vehemente donde las culpables son las mujeres al regirse por “parámetros inalcanzables” que los excluyen.
Como mencionamos en la anterior edición de esta noble publicación, la cultura incel está directamente relacionada con el arquetipo del NEET (o NiNi en español), ese segmento de la población que ni estudia ni trabaja, que se siente un tanto a la deriva y que usualmente pasa largas horas frente a una computadora; personas que se perciben desplazadas de la “normalidad” que las rodea y que hallan un sentido de pertenencia en los códigos internos de nicho generados por este tipo de subculturas digitales.
Una de sus principales líneas narrativas, además de la misoginia explícita (según ellos lúdica), se expresa a través de posteos anónimos que hace diez años hubiésemos tildado de “emo”. Relatos de autoflagelación simbólica que intentan generar algún tipo de empatía dentro de un segmento aquejado por los mismos vacíos y las mismas paranoias sociales, y que suelen obtener como respuesta una extraña mezcla entre mensajes de aliento e irónicas incitaciones al suicidio.
Por otro lado, tanto dentro de 4chan ―su hábitat natural― como dentro de sus bastardos herederos de factoría nacional, uno de los códigos tácitos es intentar que los posteos sean lo más ofensivos posible, cosa de repeler a cualquier “normi” que ose posar sus ojos sobre el feed. En el documental TFW No GF (2020), un estudio de personajes centrado en esta subcultura, un autopercibido incel lo explica mejor que nadie: “Los incels son personas que piensan ‘a ver qué es lo que la gente odia más’ y se transforman en eso para obtener la mayor cantidad de reacciones posible, pero a veces pasa que se olvidan de que están jugando a ser un personaje y así es como terminan en lugares como Charlottesville”.
¿Cómo explican los propios incels este vaivén entre la catarsis emo y esa post-ironía insoportable, derechosa y políticamente incorrecta? Con memes, obvio. Según dicen, la personalidad incel se divide entre dos polos opuestos: “Todos tenemos adentro un Pepe y un Wojak”; Pepe representa el lado travieso y malicioso, que siempre está buscando algo tan gracioso como border para decir, Wojak representa el lado emocional y el vacío existencial producto de encontrarse una y otra vez con la propia soledad.
Ah, cierto, casi se me escapa: aunque no lo sepamos algunos memes de origen incel han impactado directamente en la cultura masiva y hoy, asumo que a su pesar, son utilizados y reformulados por los “normis” del mundo entero. Tal vez el ejemplo más claro sea el concepto de Chad vs. Virgin, dos arquetipos históricos de la cultura incel ―el hombre fuerte y de mandíbula filosa vs. lo que ellos, en nuestros pagos, llaman un “gordo nini”―, cuya expresión memética se consolidó como reemplazo del alguna vez popular “perro grande vs. perro chico”.
Bueno, ahora sí, todo esto viene a explicar un poco los contenidos que uno podía encontrar en Voxed y que hoy se replican en sus diversos clones y sucesores, con Devox como principal (pero no único) heredero. Si uno ingresa a estos sitios ―recomiendo hacerlo bajo su propio riesgo mental― lo que va a encontrar es un compendio de posteos racistas, xenófobos, misóginos y antisemitas que no son más que un reflejo venenoso de las inseguridades de toda su comunidad; un anonimato canalla que se embandera con la incomprensión para justificar el odio que destila.
Hace exactamente un año, el 1 de septiembre de 2022, Rouzed ―el Voxed de ese entonces― se vio obligado a cerrar ante la revelación de que Fernando Sabag Montiel era un habitué del sitio y luego de que varios de sus usuarios empezaran a revolearse culpas entre sí. Esto lleva a pensar que la cantidad de amenazas y expresiones de odio hacia la Vicepresidenta no eran pocas: un caldo de cultivo ideal para que el tirador se sintiera validado y envalentonado en su misión de eliminar a la casta. Ante esta situación, los administradores de Rouzed prefirieron bajar la persiana antes que quedar implicados penalmente en nombre de su tan vanagloriada “libertad de expresión”.
En este contexto, y a pesar de que el grueso de los comentarios políticos dentro de estos sitios sean a favor de la figura de Javier Milei y en contra de los dirigentes de la política tradicional, hace unos días apareció en Devox una amenaza de muerte dirigida al propio Milei de la que, hasta ahora, ningún medio tradicional (bah, ningún medio en general) se hizo eco; algo que de haber ocurrido en (ex)Twitter hubiera sido investigado en profundidad. Dentro de la comunidad se dice que “sólo es bait” para generar reacciones y también tiene un poco de olor a psyop interna en vísperas de cumplirse un año del atentado contra Cristina Fernández de Kirchner.
Lo que resulta curioso es que ya hay más de un antecedente de los efectos reales que estos caldos de cultivo pueden llegar a generar ―si contamos 4chan y 8chan sobran― y que de todas formas el mainstream elige seguir ignorando lo que allí acontece. Lo cierto es que aunque se suela decir que “no hay que importar agendas”, la agenda importada ya está acá hace años y el encierro de la pandemia llegó para acelerar un entonces incipiente proceso de asimilación cultural.
Queramos o no, para discutir esta agenda tenemos que conocerla; comprender cómo opera y por qué tuvo el impacto que tuvo en un gran segmento que estaba hambriento por encontrar algún tipo de representación. Negar su existencia y no problematizarla, ni siquiera animarse a regular los sitios marginales donde se manifiesta, sólo puede llevarnos a nunca terminar de ver la película completa.
A contrapelo del popular dicho, lo que no se nombra sigue existiendo y para enfrentarlo hay que ponerle nombre.
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Santiago 👽
Santiago Martínez Cartier nació en Buenos Aires en 1992. Se define como escritor de ciencia ficción. Lleva seis novelas publicadas desde el 2014 hasta la actualidad. Forma parte de Criolla Editorial. Colaboró como redactor en diversos sitios especializados en cine y literatura, como Hacerse la crítica, House Cinema y El Teatro de las Voces Imaginarias, entre otros. Produjo el audiolibro El quinto peronismo en formato radioteatro, adaptación de su novela homónima. Organizó eventos culturales y programó y presentó ciclos de cine. Palermo Dead (2021), una sucesión de relatos de terror que transcurren en un edificio maldito construido sobre el Cementerio de la Chacarita, es su último libro.
Me da miedo el presente y el futuro, pánico 💀