Para invocar a las fuerzas del cielo
o de la cultura memética y la narrativa de las nuevas derechas
No es tan fácil ser verde
"¿Pensás que la gente ve la diferencia entre la política y el entretenimiento?
La política es entretenimiento con gente más fea." - Roger Stone
En busca de algún tipo de sentido de pertenencia, allá por el año 2005 un joven llamado Matt empezó a subir historietas a su perfil de MySpace, querida y olvidada red social a la que este muchacho le tenía cierto cariño por considerarla “una mirada íntima dentro del locker de alguien más”. Los personajes de esta historia estaban inspirados en las personas con las que él vivía: un grupo de jóvenes que, luego de transitar la educación universitaria y sin una perspectiva clara de futuro, había quedado un tanto a la deriva.
Resulta que un buen día Matt subió una historieta que empezó a replicarse a lo largo y a lo ancho de una prematura cultura web. Se trataba de unas pocas viñetas que mostraban a uno de sus personajes centrales, una rana antropomórfica de nombre Pepe, orinando de pie con los pantalones bajos hasta los talones. En la viñeta final era descubierto por uno de sus concubinos, a lo que el hombre-rana respondía “Se siente bien, chabón” (o sea, “Feels good, man”).
En este revoleo, la imagen de Pepe llegó a los tableros de 4chan, aquel cúmulo de foros que fue cuna de algunos de los memes más populares de la historia de Internet. 4chan se caracterizaba por sus laxos “términos y condiciones”, que con la excusa de la libertad de expresión permitían cualquier discurso de odio en contra de cualquier minoría o individualidad, siempre desde el anonimato más puro. La mayoría de sus habitués eran jóvenes a los que luego se englobó en la categoría de NEET ("Not in Education, Employment, or Training"), o sea personas que no estudiaban ni tenían trabajo y que se la pasaban haciendo chistes sobre vivir para siempre en el sótano de sus madres.
Como era de esperar, en este segmento el personaje de Pepe pegó fuerte e infinitas variaciones de su rostro inundaron el sitio, transformándose de la noche a la mañana en uno de sus memes más populares. Pepe venía a ponerle cara a esta gran masa anónima que de a poco estaba empezando a forjar algo así como un sentido de representatividad.
Tan profundo fue este sentido que cuando Pepe cruzó las fronteras de 4chan y los “normies” —léase cualquier persona con algún grado de adaptabilidad social— empezaron a utilizarlo, la vieja guardia 4chanera decidió contraatacar haciendo uso de su arma más potente: la ironía ofensiva. Sin ningún tipo de parámetro moral y ético, distintas versiones de Pepe empezaron a copar la web, vistiendo trajes de la SS o encendiendo antorchas bajo la capucha del Ku Klux Klan.
Para esta altura ya habían pasado casi diez años desde que el bueno de Matt había subido una humilde historieta a MySpace sin tener una mínima noción del impacto que podía llegar a generar. Fue en octubre de 2015 que esta historia dio un nuevo vuelco, ya que ese día el candidato presidencial Donald J. Trump compartió un meme donde se lo veía a sí mismo en la piel de Pepe y acompañado por la leyenda “No puedes detener a Trump”.
Dentro de 4chan y todo espacio virtual afín este retweet fue tomado como un guiño cómplice y como una palmada en la espalda del poder real a un segmento de la población que se autopercibía marginado y lejano a cualquier perspectiva que se acercara al mainstream, ya sea desde lo político como desde lo comunicacional; un gesto que aquellos que estaban resignados a ver los acontecimientos desde afuera tomaron como una señal de que ellos también podían ejercer un impacto palpable en el devenir de su gran nación.
Por supuesto que este retweet no fue nada inocente y Trump sabía muy bien lo que hacía al compartir esta imagen, o por lo menos lo sabía uno de sus principales asesores, un tipo que ya hemos mencionado alguna vez llamado Roger Stone. De larga carrera en los designios más oscuros de la rosca política, Stone había sido una de las figuras clave de la campaña de Ronald Reagan y hasta había estado implicado en el caso Watergate a sus precoces 19 años, considerándose a sí mismo un acérrimo y orgulloso seguidor de Richard Nixon.
Según cuenta el propio Stone, desde su más tierna infancia había aprendido sobre la importancia y el potencial político de la desinformación selectiva. Al parecer, cuando tenía unos 11 años en su colegio secundario tuvo lugar un simulacro de votación para honrar la tradición democrática. Los candidatos eran Nixon y Kennedy, y por ese entonces la familia tradicionalmente republicana de Stone se inclinaba por este último tanto por su ascendencia católica como por tener “mejor pelo” que su rival. Ahí fue que Stone no tuvo mejor idea que, antes del simulacro, esparcir entre sus compañeritos el rumor de que si ganaba Nixon iba a obligar a los niños a asistir a clases los sábados. En esas urnas Kennedy ganó por una mayoría abrumadora y Stone aprendió una valiosa lección, aunque aseguró ante las cámaras que nunca más puso en práctica —dejame dudar— estas técnicas de manipulación.
Bueno, la cosa es que a lo largo de los años y las operetas Stone se ganó la reputación de ser (lo que acá consideraríamos) un bilardista de la política; una persona dispuesta a ganar sin importar el costo y apalancado en grandes estrategias cerebrales que para el grueso de la población resultaban invisibles. Esta tendencia a siempre encontrar una nueva herramienta para hacer política sucia fue lo que llevó a Stone a sitios como 4chan, que reunían de forma orgánica a un reducto marginal en desesperada búsqueda de representación masiva y con un intenso potencial comunicacional.
Stone no sólo fue la pieza clave dentro del armado de Trump para cooptar al meme de Pepe y así ganarse la simpatía y los favores de la patria 4chanera, sino que lo más probable es que él haya estado detrás del fenómeno QAnon, surgido a partir de aquel misterioso usuario que posteaba enigmáticas profecías con Donald Trump como figura redentora y que el propio Trump se encargó de avalar a través de citas y tweets.
Sí, Stone era (y es) un especialista en eso a lo que le decimos guerra psicológica (o psyops); estrategias de guerrilla comunicacional que recortan y reformulan información con el fin de torcer la balanza hacia un sentido o hacia el otro.
Cada pieza esta gran campaña replicaba una narrativa que me parece que les va a sonar conocida: el gran enemigo era la política tradicional, una élite inamovible enquistada en el poder desde el principio de los tiempos y cuyo discurso progresista había dado pie a perversiones sociales, en contra de la moral y las buenas costumbres, que atentaban contra el estilo de vida tradicional estadounidense. Como único salvador que tenía lo necesario para hacerle frente a la casta, perdón, digo a la élite, estaba el carismático Donald Trump.
Por fortuna todavía no nos vimos obligados a dar ese salto de fe que nos lleve a empezar a creer que Jorge Rial es el líder de una entidad intergaláctica que capura almas a través de los rayos catódicos de los televisores de antaño para utilizar su energía como medio para volver a casa, del otro lado de la Vía Lactea, o algo por el estilo.
Si querés que podamos serguir manteniendo nuestros pies sobre la Tierra y que sigamos produciendo todo este vasto y enriquecedor contenido, entrá a somosmate.ar y tiranos unos morlacos para que algún día podamos garparnos un satélite que nos lleve hasta lo más profundo del cosmos 🪐
Falsos profetas y falsas profecías
“Además, cuando miren hacia los cielos y vean el sol, la luna y las estrellas—todas las fuerzas del cielo—, no caigan en la tentación de rendirles culto. El Señor su Dios se los dio a todos los pueblos de la tierra.” - Deuteronomio 4:19 (La Biblia, NVI)
Una conspiración recorre Europa: la teoría del gran reemplazo. Muchos creen que, con Francia como epicentro, hace años está teniendo lugar un quirúrgico proceso para reemplazar al grueso de la población europea por personas no-blancas, tanto demográfica como culturalmente, a través de la inmigración en masa y gracias a una caída estructural de la tasa de natalidad en el continente.
A pesar de haber sido desacreditada por múltiples académicos al considerar que esta es una mala lectura (y una peor interpretación) de los datos demográficos, esta teoría encontró cauce dentro de un segmento de la población que ostenta una cosmovisión racista y ultranacionalista donde el extranjero es siempre una amenaza. Por esas casualidades de la vida, el hombre que consolidó y vendió estas ideas de forma más reciente comparte apellido con el autor de El extranjero (1942). Se llama Renaud Camus y a través de su libro El gran reemplazo (2011) se transformó en un faro para las nuevas derechas europeas que tienden a reafirmar su identidad nacional a través del rechazo sin miramientos a cualquier cultura foránea.
Y es que tanto en la Italia de Giorgia Meloni como en la Hungría de Viktor Orbán como en la Francia (que quiso ser) de Marine Le Pen, el gran chivo expiatorio para todos los males sociales sigue siendo el inmigrante; una campaña de demonización constante que los trata de ladrones y perversos e invita a los “verdaderos nacionalistas” a deportar a troche y moche como forma de “hacer patria”. Modelos de nacionalismo de exclusión en países que, en la mayoría de los casos, niega de forma directa la propia ascendencia étnica de su pueblo y así su Historia.
Como vivimos en un mundo globalizado, resulta que la teoría del Gran Reemplazo logró cruzar el Atlántico y también pegó fuerte en los Estados Unidos durante la administración de Donald Trump, donde se volvió una parte central de su discurso. Para ganarse los cumplidos de la conservadora afición local, en un ya mítico discurso prometió construir un gran muro para resguardarse de la amenaza mexicana y también prometió obligar a los mexicanos a pagar el total de esta obra. De hecho, “No nos van a reemplazar” se transformó en el mantra de aquella infame manifestación en Charlottesville, Virginia, que llevó el nombre Unite the Right y donde podían verse banderas nazis, confederadas y libertarias marchando a la par. Todo muy sereno.
En la misma línea, el presentador de radio y conductor Alex Jones —un poco el Cúneo trumpista— hace años asegura que hay que estar preparados porque se viene el Plan de San Diego, una conspiración que tiene como protagonista a un núcleo revolucionario de nacionalistas mexicanos con el objetivo de invadir el sur de los Estados Unidos para, desde allí, dar rienda suelta a una interminable guerra racial.
Como a esta altura podrán imaginar, Alex Jones es otro de los principales engranajes que forma parte de esa gran maquinaria de propaganda transmedia construida por Roger Stone, que casualmente se maneja bajo una serie de máximas esbozadas por este particular personaje que llevan el para nada ególatra nombre de “Reglas de Stone”. Una de sus principales reglas un poco viene a explicar las formas, los modos y los contenidos siempre controversiales que manejan tanto su protegido Donald Trump como su vocero Alex Jones como, en estas latitudes, un tal Javier Gerardo Milei: “hay que ser escandaloso para hacerse notar”.
Es justamente esta máxima stoniana la que da cuenta del potencial memético de la política y de la capacidad de viralización que puede llegar a lograr el poner tanto la forma como el contenido al servicio de la vehemencia y la controversia. “Hace años que el medio es el mensaje, hoy la política es indistinguible de lo mediático y eso Trump lo entendió muy bien”, dice Steve Bannon, otro de los principales asesores y cerebros detrás de la campaña; si me permiten, Javier Milei también lo entendió a la perfección.
En el documental Javier Milei: La revolución libertaria (2023), tanto su director Santiago Oría como muchos de sus seguidores aseguran que el candidato supo construir su imagen a través de la efusividad y la intensidad con la que libró la batalla cultural desde los medios hegemónicos, que a su vez provocó que su rostro y sus dichos se esparcieran sin control a largo y a lo ancho del profundo mar de la web; una replicación y apropiación del discurso libertario ontológicamente memética.
Para abordar esta cuestión, no está de más recordar el origen del término “meme”. Acuñado por el científico y divulgador estadounidense Richard Dawkins en su libro El gen egoísta (1976), un meme vendría a ser un equivalente cultural al gen; una unidad mínima de información que propicia su transmisión y reproducción. Según Dawkins, los memes son la base mental de nuestra cultura —Jung diría que son parte del inconsciente colectivo— y sobre la nueva acepción de la palabra declaró que su concepto original fue “secuestrado”, ya que logró mutar y evolucionar por sí mismo.
Más allá de su característico physique du rôle y de ese pelo imposible que rápidamente devino ícono, Milei logró instalar en sus seguidores una serie de términos y conceptos que hoy hasta sus antagonistas repiten una y otra vez; en sus propias palabras, “la batalla cultural la estamos ganando”. Tras las experiencias fallidas de los dos grandes partidos en disputa, con al menos ocho años en los que a la política tradicional le costó encontrar una respuesta a las problemáticas estructurales y con un contexto internacional de florecimiento de las nuevas derechas, el terreno estaba fértil y a las espera de un nuevo actor.
Ahora bien, durante los últimos cuatro años tanto los miembros del ex Frente de Todos como los de Juntos por el Cambio se la pasaron disputando feroces internas a espaldas de un pueblo que necesitaba respuestas rápidas para aspirar a una mejora en su calidad de vida (o al menos a una esperanza) y que cuando miraba hacia arriba sólo podía ver una lejana puja de unos pocos por futuros cargos, tras la fachada de un discurso en el que ya resultaba difícil creer ante una realidad efectiva disímil.
“Cuando Hillary Clinton mencionó a la alt-right en su discurso supe que habíamos ganado. Ella hablaba sobre política identitaria, nosotros sobre las necesidades del pueblo”, dijo Steve Bannon, que se autopercibe orgullosamente como un populista de derecha. Algo similar dijo Santiago Oría en su propio documental alrededor de los spots de campaña para las legislativas del 2021, parafraseando: en Juntos por el Cambio los dirigentes hablaban sobre ellos mismos y lo bien que se llevaban, el Frente de Todos había pagado una producción tan cara como genérica y La Libertad Avanza era el único partido que había optado por una puesta en escena austera y por abordar propuestas concretas.
Desde su armado tienen muy claro que, a falta de gestión propia, el principal frente de batalla discursivo y, para su suerte, los discursos son materia maleable, sino veamos la moderación tanto en contenido pero sobre todo en forma que tuvo lugar después de las PASO. En términos stonianos, ya hizo todo lo posible por llamar la atención y lo consiguió, ahora es momento de salir a cosechar lo sembrado.
También resulta interesante destacar —y en esta noble publicación lo venimos haciendo hace rato— el campo léxico que Javier Milei y los suyos decidieron tomar de la tradición bíblica para que a la reproducción memética de sus discursos se le sume una carga mística: las constantes referencias a Dios, la comparación con Moisés y Aarón —parece que esa no cayó muy bien—, “el representante del Maligno en la Tierra” para el Papa Francisco o el “Siniestro” “Moloch” para Horacio Rodríguez Larreta, que solía estar acompañado del mantra “No vas a ser presidente”. Hoy a la batalla se suman “las fuerzas del cielo”, figura que ante todo viene a representar el destino profético que el candidato hace rato se adjudica a sí mismo.
A esta altura tal vez algunos consideren que la comparación con Trump resulta algo caprichosa, pero si analizamos el resto de los procesos similares que tuvieron lugar durante los últimos años la analogía se hace evidente: candidatos presidenciales de corte carismático y polémico que crecieron al calor de la televisión, que se presentan como “outsiders” de la política, que encuentran un antagonista directo en las élites y la política tradicional, que le dan una gran importancia la difusión en redes sociales como herramienta de guerrilla discursiva y psicológica (incluyendo sus reductos más oscuros), que se adjudican el rol de ser los únicos capaces de romper con un ciclo de hegemonía progresista y “tibia” para propiciar un cambio real desde las bases mismas de la estructura burocrática, y cuyo núcleo duro de seguidores se cree iluminado por una verdad revelada invisible para el resto.
Sobre lo que resulta interesante reflexionar es que, aunque sus formas y modos sean muy similares, sus modelos económicos son diametralmente opuestos. Si Trump hubiese tomado las mismas medidas económicas en Argentina le hubiesen dicho maoísta, cuando no comunista o, Dios nos salve, peronista: un modelo intervencionista y proteccionista donde el Estado se pone al servicio de la economía local como prioridad absoluta, bajo la premisa de fortalecer una cosmovisión esencialmente nacionalista. Esto deja picando otra pregunta: ¿si a Milei le dejaban las formas y le cambiaban el contenido, hubiera funcionado de la misma manera? Considerando que la derecha en nuestro país es históricamente liberal, creo que ya sabemos la respuesta.
Lo que queda claro es que en la construcción discursiva de la campaña y en su amplificación virtual nada quedó librado al azar. Ante la falta de una estructura tradicional, la importancia de la orquestación de una militancia digital quedó demostrada. Sólo queda ver si con los recientes acontecimientos que atentan contra toda esta construcción —léase la forma en que se ve desde el exterior el absurdo de la dolarización, la imposibilidad en la praxis de muchas de sus promesas de campaña y el pronto ingreso de Argentina a los BRICS—, su discurso sigue haciendo pie.
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Santiago 👽
Santiago Martínez Cartier nació en Buenos Aires en 1992. Se define como escritor de ciencia ficción. Lleva seis novelas publicadas desde el 2014 hasta la actualidad. Forma parte de Criolla Editorial. Colaboró como redactor en diversos sitios especializados en cine y literatura, como Hacerse la crítica, House Cinema y El Teatro de las Voces Imaginarias, entre otros. Produjo el audiolibro El quinto peronismo en formato radioteatro, adaptación de su novela homónima. Organizó eventos culturales y programó y presentó ciclos de cine. Palermo Dead (2021), una sucesión de relatos de terror que transcurren en un edificio maldito construido sobre el Cementerio de la Chacarita, es su último libro.