De la madre de la doctrina New Age al fundador de las escuelas Waldorf
Helena Blavatsky, Rudolph Steiner y el materialismo de lo espiritual
Correr el velo de occidente
Una serie de eventos desafortunados llevan a una niña a mudarse a casa de sus abuelos. Tras la trágica muerte de su joven madre, debe trasladarse junto a sus hermanos a la ciudad de Saratov, una de las ciudades más icónicas del por entonces magnánimo Imperio ruso. Con tan sólo once años, empieza a descubrir una serie de libros misteriosos que yacen en la vasta biblioteca de aquella aristocrática casa familiar. “Eran del abuelito”, le dicen cuando la encuentran leyendo a Paracelso o a Hermes. “Él era parte de un grupo que compartía los secretos del mundo”, repite de memoria.
Fue años más tarde que Helena Blavatsky cayó en la cuenta de que su tatarabuelo había sido miembro de la francmasonería y de que en su calidad de masón había formado parte del Rito de la Estricta Observancia Templaria, un sistema impulsado por una agrupación de alta influencia rosacruz que pretendía restablecer y renovar la mítica Orden del Temple a través de distintos abordajes, desde planes económicos y estrategias políticas hasta liturgias del orden de lo ritual.
Como buena hija de aristócratas rusos de finales del s. XIX, Blavatsky había sido insistentemente educada en idioma francés y con un fuerte hincapié en la importancia de la alta cultura, sobre todo la música y las artes plásticas. El objetivo, en principio, no era otro que brindar ciertas facilidades a la hora de conseguir marido. El factor con el que nadie contaba era el fuerte lazo emocional (y espiritual) que desarrolló con los textos y filosofías que encerraban esos libros polvorientos que habían pertenecido a su tatarabuelo.
Durante esta etapa de su vida tuvo sus primeras visiones, aunque lo admitiría recién años más tarde. Según dijo, se le solían aparecer misteriosos hombres indios que vestían largas túnicas y emanaban cierto halo de sabiduría y parsimonia espiritual. También fue por ese entonces, ya para los últimos años de su adolescencia, que decidió (o más bien aceptó) casarse con un político cuarentón que tenía un particular interés por la magia, y ahí empezaron sus viajes por el mundo.
Tras un período de tribulaciones que la llevaron a recorrer diversos destinos como Egipto, Turquía, Grecia y países de Europa del Este (y a absorber influencias culturales de lo más variadas en el proceso), Blavatsky llegó a Londres, ciudad donde su vida dió un vuelco para siempre. Creer o reventar, en las calles de la capital inglesa Blavatsky dijo haberse cruzado por primera vez con aquel hombre indio que había sido protagonista de sus visiones de la infancia. Este buen hombre era conocido como el Maestro Morya (no Casán) y no sólo la reconoció, sino que le encomendó una misión: visitar el Tíbet.
Y se fue para el Tíbet, nomás, donde se instaló en casa del Maestro Koot Hoomi, un amigo y colega de Morya que casualmente vivía a un par de cuadras del monasterio de Tashilhunpo, aquel que había sido fundado por el primer Dalai Lama. Este maestro daba clases para formar nuevos adeptos en el camino del Gelug, la más reciente de las cuatro escuelas del budismo tibetano.
En estas tierras lejanas fue que Blavatsky se familiarizó con una lengua antigua de nombre senzar. Este conocimiento le permitió dedicarse a la traducción de antiguos textos sagrados que formaban parte de la biblioteca del monasterio y que más tarde serían una influencia fundamental para su propia obra. Ah, sí, y fue también en estas tierras que dijo haber sido iniciada en todo lo que es poderes psíquicos. Según su testimonio, tanto Morya como Koot Hoomi contaban con habilidades extrasensoriales como la clarividencia, la clariaudiencia, la telepatía, la proyección astral, el control de las conciencias ajenas y el poder de desmaterializar y rematerializar objetos físicos. Tranqui la cosa.
No está de más aclarar: a lo largo de los años, diversos historiadores han declarado que, por cuestiones coyunturales y políticas, lo más probable es que Blavatsky nunca haya logrado ingresar al Tíbet y que estas crónicas de viaje no hayan sido más que un ejercicio de ficción. De hecho, se comprobó efectivamente que ninguno de sus dos maestros realmente existió y la lengua conocida como senzar sólo habita en los textos de Blavatsky. Entre la mitomanía y el mito, diría.
Sin importar si todo esto ocurrió realmente o si sólo tuvo lugar dentro de su psiquis, finalmente Blavatsky desembarcó en la prometedora ciudad de Nueva York. Al llegar y realizar un rápido sondeo de la espiritualidad local, se dio cuenta de que lo que estaba pegando fuerte eran las sesiones de espiritismo; esa necesidad necrófila de continuar charlando con seres queridos aún después de muertos. Si bien la línea más difundida estaba ligada al espiritismo kardeciano (el original, digamos), Blavatsky sostenía su propia corriente disidente: para ella, los entes que los médiums contactaban no eran los espíritus de los muertos sino seres elementales traviesos que hablaban desde detrás del “caparazón” de los fallecidos. De todas formas, la querida Helena se las ingenió para sacarle unos mangos a todo este asunto, por lo menos por un tiempo.
Este interés constante por las ciencias ocultas fue lo que la llevó a conocer a una figura fundamental para el devenir de su vida. Resulta que los medios locales habían empezado a correr el rumor de que en Vermont vivían dos hermanos, William y Horatio Eddy, que no sólo podían hacer que los espíritus se manifestaran, sino que también eran capaces de levitar. Por mera curiosidad esotérica, Blavatsky se mandó a ver qué onda y ahí fue que conoció a Henry Steel Olcott, que había caído en calidad de reportero con el objetivo de escribir un artículo para el Daily Graphic.
Se dice que el periodista quedó encantado con Blavatsky; un verdadero flechazo místico. Al poco tiempo le dedicó un artículo a sus capacidades de manifestar el mundo espiritual y una entrevista donde discutieron juntos alrededor del libro Gente del Otro Mundo (1875), basado en las investigaciones de Olcott sobre el fenómeno espiritista. Se hicieron buenos amigos, empezaron a intercambiar conocimientos ocultistas y a visitar a pretendidos espiritistas y psíquicos con el fin de comprobar sus poderes, ya que Blavatsky consideraba que la mayoría de las personas que ofrecían estos servicios eran meros farsantes.
Inevitablemente, ambos empezaron a coquetear con la idea de fundar algún tipo de asociación o grupo que les permitiera estudiar, compartir y difundir sus tan particulares intereses. Primero fue la Hermandad de Luxor, luego Club de los Milagros, y finalmente (y con la incorporación del espiritista irlandés William Quan Judge) pasó a llamarse la Sociedad Teosófica, término que remite a la sabiduría de Dios; al puro conocimiento divino.
Durante varios años, Blavatsky trabajó arduamente en la escritura de un libro que debía nuclear y condensar una visión teosófica del mundo; un legado fundamental para que los nuevos iniciados tuvieran un marco teórico adecuado desde el cual desenvolverse al ingresar a la Sociedad. Así fue como nació Isis sin velo (1877), en palabras de la autora, “un alegato a favor del reconocimiento de la filosofía hermética, la antigua religión del saber universal, como única clave posible del Absoluto en ciencia y teología”.
Según Blavatsky, en Hermes encontraba un nexo que le permitía unir el mundo judeocristiano occidental con la filosofía oriental, sobre todo con las ideas del hinduismo, el budismo y el taoísmo, fundamentales para su doctrina. Por eso, en Isis sin velo se encargó de reflexionar sobre el verdadero sentido de la ciencia y sobre el carácter universal de la religión, en una línea cercana a la prisca theologia; a esa idea de que alguna vez existió una religión primigenia de la que emanaron todas las otras.
Con el correr de los años la querida Helena continuó profundizando en sus teorías, pegó algún que otro viajecito por la India y se hizo cargo de la Sección Esotérica dentro de la Sociedad Teosófica, desde donde publicó un libro recopilatorio que mezclaba diversas teorías y corrientes filosóficas, y que incluía ciertos pasajes que aseguraban que el origen de la humanidad había tenido lugar en los continentes perdidos de Lemuria y la Atlántida, donde era utilizada la lengua perdida de senzar. Toda esta acumulación de saberes fue volcada en su último e icónico libro, La doctrina secreta (1888).
Sí, hay que decirlo, sus dos libros fueron duramente criticados por plagio al replicar tanto las ideas como las formas de un puñado de pensadores esotéricos populares por aquella época. En otras palabras, es como si Jorge Bucay se hubiera avivado de fundar una secta mística para acumular poder e influencia.
Sobre el devenir de la Sociedad Teosófica sólo me queda decir dos cosas: por un lado, su vertiente nacional —sí, esa de la que huyó un joven Roberto Arlt— sigue operando hoy en día y pueden visitar su noventoso sitio web para más información; por el otro, cada pieza de este intrincado devenir fue fundamental para la formación de un tipo cuya filosofía sigue y seguirá moldeando mentes jóvenes alrededor del mundo: un arquitecto austríaco de nombre Rudolph Steiner.
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Por una educación holística
Antes de que la teosofía ingresara en su vida, Rudolph Steiner era un tipo ampliamente respetado por los círculos académicos de la época. Había cosechado algo de fama como crítico literario y era un adepto a las propuestas filosóficas del idealismo alemán, sobre todo a las ideas de figuras como Hegel o Schelling. Se había doctorado en filosofía y había dedicado años de su vida a estudiar las capacidades cognitivas del ser humano.
Estas investigaciones lo llevaron a publicar su manifiesto filosófico fundamental, La filosofía de la libertad (1894), donde exploraba en qué sentidos el ser humano transita el sentimiento de libertad, un poco obsesionado con la idea de transformarse a sí mismo en un espíritu libre. En este libro reflexionaba sobre las diferencias entre occidente y oriente al respecto de la libre divulgación de saberes, rescatando el paradigma occidental como más liberal y abarcativo, y de paso revoleaba algún que otro palo para los teósofos y espiritistas, a quienes acusaba de quedarse en la “charlatanería espiritual” y no buscar profundizar en su relación con la “divinidad interior”.
Como todo en esta vida, fue un poco de casualidad que su filosofía pegara un vuelco hacia el misticismo puro y duro. Resulta que, gracias a su formación goethiana, en 1899 Steiner publicó un artículo titulado “La revelación secreta de Goethe”, una interpretación esotérica de la popular fábula La serpiente verde y el hermoso lirio. Este artículo le valió la invitación de una incipiente asociación local de teósofos, a quienes había criticado recientemente, para formar parte de una discusión alrededor de la obra de Nietzsche.
Al parecer, Steiner pegó tan buena onda con esta gente que empezó a tener un diálogo fluido con la Sociedad local y al poco tiempo fue nombrado como líder de su Sección Esotérica. Fue apadrinado por Annie Besant, que se encontraba al frente de la recientemente constituida Sociedad Teosófica alemana, y en estos encuentros conoció a la actriz Marie von Sivers, que pronto se transformó en su segunda esposa y en un eslabón fundamental para forjar su propia interpretación filosófica aún por nacer.
Haciendo gala de su formación alemana bien alemana y un poco en contra de la línea oficialista, Steiner decidió construir un acercamiento a la teosofía donde el concepto de lo espiritual era leído desde un prisma más occidental que oriental, al priorizar las tradiciones místicas y filosóficas europeas. Durante este período se la pasó dando conferencias a lo largo y ancho del continente, por lo que su aporte fue fundamental para la consolidación de la Sociedad Teosófica en Europa a pesar de que ya por ese entonces Steiner había decidido reemplazar la terminología (y el enfoque orientalista) de Madame Blavatsky por la suya propia.
De forma inevitable, estas diferencias con la casa matriz empezaron a profundizarse cada vez más. La línea dirigencial de Annie Besant estaba convencida de que el próximo maitreya, o maestro universal, era el filósofo indio Jiddu Krishnamurti. A Steiner no le cabió nada esa idea, por lo que se puso a rosquear fuerte con el sector más nacionalista de la Sociedad y decidieron cortar por lo sano para formar su propia agrupación. Así fue como esta línea disidente se consolidó bajo el nombre de Sociedad Antroposófica; un cambio de enfoque semántico que ponía al ser humano en el centro de la escena.
Esta nueva agrupación comenzó a crecer a toda velocidad y de forma expansiva alrededor de cada uno de los campos del conocimiento que Steiner pretendió abordar. Resulta curioso que el primer establecimiento que se construyó fue un teatro, el edificio Goetheanum, con el objetivo de satisfacer las necesidades artísticas de la organización. Al concluir la Primera Guerra Mundial, Steiner empezó a rosquear con nuevos sectores dentro de la Sociedad que le propusieron un enfoque más pedagógico y así fue como surgieron las primeras escuelas Waldorf.
Ante la desazón y el dolor de la posguerra, las ideas de Steiner se volvieron un salvavidas para muchos miembros de un vapuleado pueblo alemán, y la cosa no paraba de crecer. ¿El motivo? La antroposofía pretendía ofrecer un camino hacia el equilibrio absoluto entre cuerpo y espíritu; un enfoque holístico, mediado por una concepción materialista, donde lo físico, lo social y lo espiritual eran parte de una misma conexión absoluta e inmutable con el cosmos. Para Steiner lo espiritual no estaba asociado a una metafísica abstracta y especulativa, sino que era un aspecto más dentro del mundo fenomenológico y durante años buscó leer los fenómenos paranormales o mágicos desde un lente científico.
Ahora bien, esta ambición por abarcar cada rama del conocimiento humano lo llevó a desarrollar su propia línea dentro de diferentes campos en principio disímiles. Por ejemplo, fundó las bases de la agricultura biodinámica, con una fuerte preocupación por la interrelación entre todos los organismos vivos que conforman el ecosistema de un cultivo y, por supuesto, su relación con los astros; promovió la medicina antroposófica, un abordaje que podría resumirse como una mezcla de medicina homeopática, arteterapias varias e inmersión en los registros akáshicos (concepto acuñado por la querida Helena Blavatsky); incluso forjó su propia escuela de danza, el primer arte ontológicamente antroposófico, la euritmia, que según Steiner permitía visibilizar a través de la expresión corporal lo que pasaba en el interior de un individuo.
También resulta notorio el vasto corpus de obra escrita que Steiner construyó a lo largo de su vida, ya lejos de las pretensiones académicas y formales de aquellas primeras publicaciones. Y sí, acá es donde llegamos a esos estratos difusos y jugosos que resultan particularmente fascinantes.
Por ejemplo, Steiner dedicó páginas y páginas a dar cuenta de su propia interpretación de la doctrina cristiana. En una línea un poco más cercana a la filosofía perenne que a la prisca theologia de Blavatsky, Steiner aseguraba que Cristo era una figura central para todas las religiones, sólo que era mencionado con distintos nombres en cada una, y que toda religión era en esencia cierta y válida de acuerdo al contexto en que había surgido. De forma menos ortodoxa, también incorporaba a su lectura conceptos orientalistas como la reencarnación y el karma.
Tal vez mi parte favorita de todo esto sea la siguiente. Por un lado, Steiner flasheaba con la teoría de los dos Cristos, o sea, creía que habían nacido en paralelo y a pocos kilómetros de distancia no uno sino dos niños Jesús, y que el espíritu del profeta persa Zoroastro iba saltando de cuerpo en cuerpo según su conveniencia, lo que vendría a explicar ciertos agujeros en la trama bíblica, ponele. Por el otro, interpretaba que la Segunda Venida de Cristo no debía ser leída como algo literal y físico, sino que Cristo había reencarnado de forma etérea transformándose así en el Cristo Cósmico, que desde su muerte rondaba libre por la atmósfera de nuestro planeta.
En otros delirios, parece que al tipo le copaba mucho el concepto de la criptohistoria (o pseudohistoria), por lo que también escribió largo y tendido sobre el origen alternativo de la humanidad. No, nada que ver con Darwin: acá la cosa arrancaba con una humanidad cercana a lo inmaterial y lo etéreo surgida en el continente perdido de Lemuria, que luego evolucionó a una humanidad más corpórea, materialista y tecnológica que habitó la Atlántida, y todo esto llevaba a una moraleja facilona que determinaba que ambas civilizaciones se habían extinguido por no lograr un balance entre lo físico y lo espiritual.
Por último, pero no menos importante, no podemos dejar de abordar un aspecto bastante controvertido de la doctrina antroposófica: su postura con respecto a cuestiones raciales. Steiner sostenía que la humanidad había pasado por diferentes etapas evolutivas, que las diferentes “razas” representaban diferentes grados de desarrollo espiritual y que él formaba parte de la Era Aria o Era de la Gran Nación Germánica.
Sí, esto suena full nazi pero recordemos que Steiner falleció en 1925, años antes del surgimiento de Adolf Hitler. Aunque el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán ya existía de forma incipiente, esta parte de la filosofía de Steiner reflejaba el impacto de cierto caldo de cultivo que ya estaba presente en una porción de la sociedad alemana, sino preguntale a Wagner y a la hermana de Nietzsche, etc. Si bien posteriormente algunos importantes miembros del partido fueron adeptos a la antroposofía, como Rudolf Hess, la relación de la Sociedad con el Tercer Reich no fue buena y, como otras congregaciones esotéricas, fue prohibida por ser considerada un potencial “centro de poder judío”.
Ah, sí, cierto, tampoco estaría de más decir que Steiner financió la publicación y prologó un libro titulado El entente francmasón y la Guerra Mundial (1919), que sostenía la teoría de que la Primera Guerra había sido producto de una colisión entre la masonería y el judaísmo con el objetivo de destruir Alemania (!).
Dicho todo esto, sólo queda mencionar que en nuestro país la Sociedad Antroposófica pesa bastante fuerte y cuenta con centros de formación y escuelas Waldorf a lo largo y a lo ancho del territorio nacional. Por lo general se trata de edificios de arquitectura moderna, en honor a su fundador, donde al ingresar uno suele encontrarse con algún que otro Cristo y con un retrato de Rudolph Steiner colgado en lo alto. Sí, también es probable que la mayoría de las personas que eligieron inscribir a sus hijos en estas escuelas que ofrecen una educación alternativa y hippona no tengan idea sobre los delirios atlánticos y antisemitas de su fundador, así de confusa es la vida.
Sin más, porque esto fue mucho, llegamos hasta acá. Seguro me quedó algún dato de color afuera, así que no duden en revolear un comentario si quieren seguir indagando o aportar a este amplio, complejo y contradictorio campo del saber.
Bienaventurados sean, pues🪬
Agenda
28/7 - 21hs: Terrijam con Llanten + Lava Andina + Monoambiente (Música)
@ Pez Volcán (M.T de Alvear 835, Córdoba). Entrada: $800.28/7 - 18hs: Las manos de Orlac (1935) de Karl Freund (Cine)
@ MALBA Cine (Av. Figueroa Alcorta 3415, CABA). Entrada: $800.29/7 - 20hs: La arrogancia de la piedra (Teatro)
@ Dynamo Teatro (Calle 17, 1754, La Plata, PBA). Entrada: $2000.30/7 - 20hs: República Festival presenta El Zar (Música)
@ República, Distrito contracultural (Rivadavia 338, La Rioja). Entrada: $5000.30/7 - 20hs: Gauchito Club (Música)
@ Teatro de la Paz (9 de Julio 162, Tucumán). Entrada: $4000.
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Santiago 👽
Santiago Martínez Cartier nació en Buenos Aires en 1992. Se define como escritor de ciencia ficción. Lleva seis novelas publicadas desde el 2014 hasta la actualidad. Forma parte de Criolla Editorial. Colaboró como redactor en diversos sitios especializados en cine y literatura, como Hacerse la crítica, House Cinema y El Teatro de las Voces Imaginarias, entre otros. Produjo el audiolibro El quinto peronismo en formato radioteatro, adaptación de su novela homónima. Organizó eventos culturales y programó y presentó ciclos de cine. Palermo Dead (2021), una sucesión de relatos de terror que transcurren en un edificio maldito construido sobre el Cementerio de la Chacarita, es su último libro.
Ojo!!! no quiere decir que esto no haya sido funcional como panfleto ( realmente lo desconozco, pero no me sorprendería) a Himmlers Goebbels y Hesses!!!. Pero nada mas alejado de la intención de Steiner!.
Por cierto, seguro que lo leiste, pero si no, este libro es fantástico y tiene unos delirios deliciosos, se llama "La lanza del destino" de Trevor Ravenscroft..... no tiene desperdicio!!!
Hola Santi, como siempre impresionante los newsletters!!. Pero quiero romper una lanza a favor de Rudolph, cuando habla de la evolución de la humanidad a traves de las razas raices, nunca da por sentado que una sea superior o predomine sobre otra, son simplemente (bueno no tan simplemente) momentos o instancias que atraviesan a la humanidad entera, denomina aria a la 5ta raza raiz y corresponderia al momento actual (actual de el, anda a saber si pasamos a la sexta en la actualidad jejeje) de la humanidad, no de la nación germánica en particular, mas allá de su fascinación por Goethe y demases. Que el anacronismo no nuble nuestro juicio!
Abrazo y saludos a todos los mates y materos!!