De lo espiritual en lo electoral #6: Algún que otro mesianismo
o de los vínculos del presidente electo con cierta ortodoxia mística
“Estoy pensando en convertirme al judaísmo y aspiro a llegar a ser el primer presidente judío de la historia argentina”.
- Javier Milei
Todo comenzó en un pequeño pueblo de la comunidad polaco-lituana, hoy situado en Ucrania. Un joven curioso, que recientemente había quedado huérfano, fue adoptado por una familia de la comunidad judía de Tluste, cerca de Zalischyky. Se decía que en su tiempo libre se lo podía ver deambulando sin rumbo por los bosques y los campos, sin aparente razón. Al poco tiempo de terminar sus estudios en el cheder local demostró sus aptitudes y su vocación para la enseñanza al ofrecerse como ayudante para distintos maestros. Siempre que podía, aprovechaba los minutos muertos para contarle a los niños historias de la Torá.
Ya desde sus tiernos 13 años había formado parte del Chaburas Machane Yisroel, un grupo oculto de tzadikim liderado por el Rabbi Adam Baal Shem, o sea, un grupo de personas que (se considera) encarnan la generosidad y la justicia, y que deben anteponer los intereses del prójimo a los suyos propios. Ya en ese entonces quienes lo rodeaban veían en él a un gran líder en potencia.
Su nombre era Israel Ben Eliezer y con el tiempo se transformó en Baal Shem Tov, que podría traducirse como “Maestro del Buen Nombre”. Su vocación religiosa lo llevó a formarse en la Cábala con el rabino Adam Baal Shem, lo que despertó en él una fuerte sensibilidad mística que complementaba su visión pragmática del mundo que lo rodeaba. Con apenas 18 años fue nombrado líder de su grupo de tzadikim, sucediendo a su maestro, y su primera preocupación fue ponerse al servicio de los judíos pobres de los alrededores. Los animó a adoptar un modo de vida agrario y se preocupó por la formación educativa de estas comunidades.
Con el tiempo, su popularidad fue creciendo y con ella su número de seguidores. Mientras más gente lo seguía, más resentimiento generaba entre los talmudistas, que veían en su prédica una desviación de las enseñanzas tradicionales y en su figura la potencialidad de (otro) falso profeta. Como buen cabalista, se dice que nuestro amigo Baal Shem Tov se pasó buena parte de su vida rondando los poblados cercanos para ofrecer sus servicios esotéricos. Proveía hierbas curativas, bendecía hogares y cultivos, realizaba curaciones un tanto milagrosas y hasta se dedicaba a la expulsión de demonios y espíritus malignos; en otras palabras, medio que también era un exorcista.
Tanto su prédica como lo magnético de su persona lo llevaron a ganarse el respeto de ciertos sectores del talmudismo y de reconocidas autoridades rabínicas, que más tarde llegaron a convertirse en sus discípulos. Según predicaba, no era necesario autoinfligirse sufrimiento para servir a Dios sino todo lo contrario: había que hacerlo con alegría. Creía que lo divino era parte de todas las cosas que existían y por eso promovía la práctica cabalística como algo cotidiano, ya que lo sagrado era parte de lo que podía resultar mundano. El foco ya no estaba puesto en pasarse años y años estudiando la Torá, sino que la relación con lo divino recaía en la devoción con la que se rezaba, una gran diferencia con la tradición rabínica histórica.
Como para sacarse un poco de encima el mote de mesíanico, con el que algunos sectores seguían acusándolo, Baal Shem Tov se puso del lado de los talmudistas en la disputa contra el frankismo —no confundir con franquismo—. Este movimiento consideraba que Jacob Frank, su líder, era el próximo mesías, un calco del modelo que Shabtai Tzvi había puesto en práctica el siglo anterior. Cuenta la leyenda —medio que acá todo es un poco leyenda— que nuestro amigo Baal Shem Tov murió de tristeza en el momento en que los frankistas decidieron abandonar el judaísmo, pero sus discípulos se encargaron de continuar su legado para cristalizarlo en una doctrina propia: el jasidismo.
Quien tomó las riendas fue el rabino Dov Ber de Mezeritch. En honor a la memoria de Baal Shem Tov, se dedicó a continuar desarrollando y difundiendo las enseñanzas de su querido maestro y así se transformó en una figura crucial para la consolidación y expansión del jasidismo. Dov Ber impulsó a sus discípulos a convertirse en líderes religiosos por derecho propio y estos flamantes rebes establecieron comunidades jasídicas en diversas regiones de Europa del Este, como Ucrania, Bielorrusia, Polonia y Hungría.
Dentro del judaísmo tradicional, hay quienes consideran que este fue un gran cisma dentro de su larga historia, tal es así que el jasidismo generó sus propios opositores conocidos como mitnagdíes, que literalmente puede traducirse como “oponentes”. Tras unos buenos 20 años de denuncias desde este sector, que básicamente acusaba a su contraparte de mesiánicos, autoritarios y pseudo paganos, para fines del s. XIX los rencores ya se habían disipado y ambos grupos se encontraron acercando posiciones.
Por lo tanto, y a pesar de esas tensiones internas iniciales, el jasidismo se arraigó y prosperó dentro de las estructuras tradicionales y se diversificó en varias dinastías, cada una liderada por un tzadik y centrada en una comunidad específica. Con el tiempo y sobre todo impulsado por la persecución soviética de principios del s. XX, el jasidismo se extendió más allá de Europa Oriental, llegando a América del Norte, Israel y otras partes del mundo. Así fue cómo, por un lado, los jasidistas y los mitnagdíes se unieron para formar el primer partido político judío en 1922 bajo el nombre de Agudath Israel of America y pasaron a encarnar gran parte de lo que hoy se conoce como la ortodoxia.
Y así también fue cómo, por esos años, desembarcó en la ciudad de Nueva York un muchacho llamado Menachem Mendel Schneerson, también conocido como el último rebe de Lubavitch, séptimo líder de la dinastía jasídica Jabad-Lubavitch y el hombre cuya tumba fue a visitar Javier Milei en su primer viaje al exterior como Presidente electo.
Durante su vida, el rebe realizó distintas campañas con el fin de revitalizar y dotar de mística a la práctica y al estudio del judaísmo. Su objetivo central era esparcir lo más posible la santidad a lo largo y a lo ancho de la Tierra sin restarle importancia a lo terrenal, ya que lo que se pretendía era lograr una profunda conexión con Dios al elevar las cosas materiales. En esta línea, sostenía la creencia de que si el mundo alcanzaba el grado de santidad necesario, se aceleraría la llegada del mesías. ¿Por qué será que les decían mesiánicos, no?
Como siempre, hubo una minoría intensa que decidió profundizar en este sentido e impulsó el nacimiento del mesianismo de Jabad-Lubavitch, un grupo que impulsa la idea (y la esperanza) de que el rebe haya sido el mismísimo mesías, una idea que ya estaba presente en algunos sectores desde el origen mismo del jasidismo. Y puede que esto sea muy línea Conan, pero hay quienes incluso aseguran que el rebe nunca murió y que de alguna forma sigue con vida. Según testimonios, en Brooklyn aún se organizan ceremonias donde los creyentes se quedan en silencio mirando a la nada y abren paso a un hombre invisible, con la firme convicción de que el rebe les habla desde el más acá.
Ahora bien, tal vez a esta altura se estén preguntando, ¿cuál es la diferencia entre un rebe y un rabino? En palabras del rabino y politólogo Uriel Romano, el rabino es un maestro, es el que enseña y el que educa; el que conoce la Ley y sabe cómo aplicarla. Por otro lado, el rebe tiene una función más espiritual y, para sus seguidores, oficia como nexo directo con Dios. “Un rabino responde preguntas, un rebe les responde a las personas. Un rabino escucha lo que tienes para decir, el rebe escucha lo que estás diciendo con tu alma”, escribió el rabino Aron Moss para Jabad.org.
Este rol de intermediario con lo divino, por fuera del jasidismo, suele ser visto como una involución, ya que desde el judaísmo tradicional muchos consideran que ese nexo no era necesario ya que cada quien tiene la posibilidad de construir su propio vínculo con Dios. De hecho, hay quienes acusan a los jasidistas de haber copiado el modelo del predicador cristiano y que el rebe no es más que una traslación de la figura del Papa católico.
Dicho todo esto, las reiteradas visitas de Javier Milei al Ohel, esa tumba monumental donde descansan los restos del último rebe de Lubavitch y su predecesor, no son algo para nada casual. Según creen los jasidistas, el propósito de rezar junto a la tumba de un hombre sagrado es el de elevar las plegarias a través del mérito del difunto. Cual Chiqui Tapia con la Difunta Correa, Milei visitó la tumba en julio de este año y regresó como flamante Presidente electo. ¿Qué habrá pedido, no?
“La verdad es que no llegué a conocer al rebe personalmente, pero apenas en el último año tuve el privilegio de visitar la tumba del rebe dos veces. Allí pedí su santa bendición para poder ser elegido presidente de la Argentina y esta bendición se hizo realidad esta semana”, declaró Milei en una entrevista exclusiva para el períodico jasidista Kfar Jabad.
Si esta vez le pidió por el bienestar de nuestro pueblo, en términos abstractos, esperemos que sus plegarias sean escuchadas.
A esta altura no nos sobra nada, realmente.
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Santiago 👽
Santiago Martínez Cartier nació en Buenos Aires en 1992. Se define como escritor de ciencia ficción. Lleva seis novelas publicadas desde el 2014 hasta la actualidad. Forma parte de Criolla Editorial. Colaboró como redactor en diversos sitios especializados en cine y literatura, como Hacerse la crítica, House Cinema y El Teatro de las Voces Imaginarias, entre otros. Produjo el audiolibro El quinto peronismo en formato radioteatro, adaptación de su novela homónima. Organizó eventos culturales y programó y presentó ciclos de cine. Palermo Dead (2021), una sucesión de relatos de terror que transcurren en un edificio maldito construido sobre el Cementerio de la Chacarita, es su último libro.