Hablemos de exorcismos
Las encarnaciones del mal, sus variantes y la disputa por la continuidad del subgénero cinematográfico entre la heredera natural y una película argentina
Lo que une es el espanto
Desde cada rincón de este vasto y misterioso mundo, en algún momento surgió la creencia en energías negativas o seres malignos que se le meten a uno en el cuerpo para manipularlo y así llevar adelante oscuros designios. Aunque tanto las representaciones del mal como los métodos para erradicarlo pueden variar, casi todas las culturas comparten esta creencia y es una parte integral del sistema mitológico de muchas religiones.
Con una fuerte influencia previa de los credos prehistóricos chinos, el taoísmo de Lao Tsé ya contaba con los exorcismos como un elemento constitutivo de su cosmovisión. Esta práctica se llevaba adelante a partir de dos casos puntuales: o la víctima había molestado a un espíritu que ahora buscaba venganza o alguien había usado magia negra para intentar que un espíritu poseyera a un tercero.
Los encargados de llevar adelante el ritual eran los fangshi, especialistas en las variantes de lo oculto, que se encargaban de desplegar una perfo dramática digna de teatro independiente de Villa Crespo donde se auto mutilaban con armas blancas para demostrar su invencibilidad frente al demonio de turno. En una nota un tanto más amigable, esta perfo también incluía cánticos sagrados, mudras (gestos rituales, el voguing de ellos) y rezos. Todo concluía con la recolección de la sangre que el fangshi había dejado caer en pequeños talismanes, que luego se volvían amuletos de protección para colocar en la entrada de las casas.
Dentro de la tradición del hinduismo, considerada por muchos la religión más antigua del mundo, también encontramos referencias a exorcismos que tenían el objetivo de liberar a personas poseídas por bhoots o preths, figuras análogas a fantasmas malignos o demonios espirituales. El Atharva Veda, uno de los cuatro Vedas sagrados, pone el foco en cuestiones mágicas y alquímicas y ofrece un abanico de soluciones a la hora de encarar un exorcismo.
La más fundamental de las técnicas no era otra que la pronunciación de distintos mantras acompañados de una yajña o sacrificio, que suena fuerte pero en realidad consistía en mostrar el respeto a las deidades a través de una ofrenda de comida o bebida alrededor de una gran fogata. En algunas corrientes, este ritual se complementaba pronunciado los nombres de Narasinja, uno de los avatares de Vishnú, y en otras invocando el nombre de Hánuman, uno de los aspectos del dios Shiva, el destructor.
También en el Antiguo Testamento ya contamos con algunas narrativas que pueden considerarse antecedentes del exorcismo como lo conocemos hoy. Por ejemplo, en el primer libro de Samuel (1 Samuel 16:23) se relata la historia del rey Saúl, que se encontraba poseído por un espíritu maligno y la única forma de encontrar alivio era cuando David tocaba el arpa, liberándose transitoriamente de este mal que llevaba dentro. Recordemos que, como charlamos alguna vez, el concepto de Satán todavía no había sido consolidado.
Como evolución de esta narrativa y como parte del devenir de la mitología judía posterior surgió la figura del dybbuk, un alma errante maligna que ostentaba el poder de poseer a las personas. Cuenta la leyenda que los dybbuk son espíritus que escaparon del Gehena, ponele que el Infierno, y que están condenados a buscar refugio en el cuerpo de los vivos. Esta cuestión fue abordada en el s. XIX por el Rabbi Yehuda Fetaya, autor del libro Minchat Yahuda, donde se explaya extensamente alrededor de su experiencia con personas poseídas.
Ahora bien, aunque cada credo y religión de esta bendita tierra cuente con sus versiones y diferenciales, gracias a la potencia comunicacional y propagandística del séptimo arte (bueno, y de La Biblia también) cuando nos dicen “exorcismo” lo primero que pensamos es en curas cristianos, cruces y agua bendita. Por supuesto que este motivo se remonta hasta el Nuevo Testamento, donde las referencias al acto de exorcizar son varias y donde el mismísimo Jesucristo aparece como el primer exorcista.
Según los evangelios de Marcos y Lucas, el bueno de Cristo se encontraba promulgando sus enseñanzas en una sinagoga de Cafarnaúm cuando fue interrumpido por un hombre poseído por un espíritu maligno. Muy tranca, Cristo lo reprendió y le ordenó al espíritu que saliera del hombre. Parece que le hizo caso sin miramientos y el público presente quedó sorprendido ante el poder de Cristo sobre los malos espíritus.
En otro día tranquilo en la vida del profeta, andaba por ahí lo más campante ranchando en la región del Geraseno cuando se cruzó con un hombre poseído por un cúmulo de demonios, el famoso “soy legión”. Acá el bueno de Yisus no sólo expulsó a los bichos, sino que estos transmigraron hacia una manada de cerdos que andaba cerca, que procedió a precipitarse hacia un lago para ahogarse. Como no podía ser de otra manera, el hombre liberado se transformó en seguidor incondicional de Cristo.
Y sí, hasta en el Nuevo Testamento tenemos un caso que se parece al de las películas de Hollywood: un tipo le tocó la puerta al Yisus y le dijo “che, mirá, mi hijo está re poseído, hacé algo, porfis”. Sus discípulos, entrenados en esto de extirpar demonios, ya lo habían intentado y no había caso. Entonces el Christ hizo gala de sus poderes místicos, reprendió cual profesora de secundaria al demonio invasor y le ordenó que saliera del cuerpo. Tras un breve combate espiritual, el niño fue liberado y Yisus volvió a salvar el día.
Dicho todo esto, es notable cómo esta narrativa se sostuvo casi intacta con el correr de los años hasta llegar al ecléctico siglo XX, con todas sus complejidades, contradicciones y particularidades. Cambalache es poco, realmente.
Por fortuna todavía no nos vimos obligados a dar ese salto de fe que nos lleve a empezar a creer que Jorge Rial es el líder de una entidad intergaláctica que capura almas a través de los rayos catódicos de los televisores de antaño para utilizar su energía como medio para volver a casa, del otro lado de la Vía Lactea, o algo por el estilo.
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¡EL PODER DE CRISTO TE OBLIGA!
La historia comienza con un pibe de catorce años con altos niveles de ansiedad social, poco atlético y muy estudioso. Se llamaba (o vamos a decirle) Roland Doe y su personalidad había sido forjada por la sobreprotección de su madre y su abuela y por un padre completamente ausente. Parece ser que durante sus días de soledad, el joven Roland encontraba refugio y diversión en su Tía Harriet, cuyos intereses eran cuando menos particulares.
Parece ser que la Tía Harriet era parte del movimiento espiritista, tenía un gran interés por la vida después de la muerte y siempre llevaba consigo un tablero de ouija. Aún siendo un niño, Roland aprendió a manejar el tablero para invocar espíritus, lo que aparentemente desencadenó fenómenos extraños que empezaron a sucederse dentro de la casa. Los muebles cambiaban de lugar sin explicación, sonidos perturbadores se dejaban oír y objetos del hogar levitaban por ahí. Confundida y asustada, la familia le echó la culpa a tía y sobrino por pasársela metiendo las narices donde no debían.
Al poco tiempo y de forma sorpresiva, Harriet falleció. A partir de ese momento, un desamparado Roland empezó a actuar de forma cada vez más enrarecida: gritos, furia, contorsiones, enajenación; una serie de comportamientos que fueron leídos por su familia como señales demoníacas. Tal fue así que, luego de pasar por médicos clínicos y psiquiatras sin encontrar una respuesta satisfactoria, recurrieron a un cura.
La familia profesaba un cristianismo luterano germánico, por lo que decidieron convocar al sacerdote de su habitual congregación, un tipo de nombre Miles Schulze. El cura, que siempre había tenido algún interés por la parapsicología, hizo arreglos para que el niño pasara una noche en su casa bajo la más precisa observación. Tras una nueva noche de objetos moviéndose y levitando por ahí, dicen que Schulze vio que la cosa le quedaba grande y su conclusión fue: “che, todo bien, pero vayan a ver un cura católico”.
Parece que el primer exorcismo católico de Roland tampoco fue una panacea que digamos. Tuvo lugar en el Hospital de la Universidad de Georgetown, una institución jesuita (como el Papa), donde el padre Edward Hughes llevó adelante el ritual. Según dicen, durante el procedimiento la cosa se fue de las manos, el niño se liberó de sus ataduras, arrancó un resorte del colchón de la cama y le propició alto tajo en el brazo al cura, por lo que el exorcismo tuvo un abrupto y prematuro final.
Cada vez más desesperados y sin saber qué hacer, los miembros de la familia recurrieron a un contacto de un primo en la ciudad de St. Louis, donde un cura de apellido Bishop aceptó tomar el caso junto a otro colega suyo llamado William S. Bowdern. En su primera visita, el dúo constató las versiones que les habían comunicado por teléfono. Dentro de la habitación que albergaba a Roland las leyes de la física parecían no tener jurisdicción. La cama temblaba, los objetos levitaban y el niño hablaba en voces guturales y demostraba una profunda aversión ante cualquier símbolo cristiano o exhibición de lo sagrado. Fue entonces que Bowdern le pidió permiso al arzobispo de su diócesis para llevar adelante un exorcismo.
El ritual tuvo lugar en el Alexian Brothers Hospital de St. Louis, Missouri. Por si las moscas, al momento del ritual se sumó también el padre Halloran y un nuevo sacerdote jesuita apellidado Van Roo. Según el testimonio del padre Halloran, durante el exorcismo las palabras “maldad” e “infierno” aparecieron marcadas sobre el cuerpo del niño y la cama sobre la que se encontraba recostado no paraba de vibrar. La cosa concluyó con Halloran con la nariz rota tras un golpe del niño y con un “resultado exitoso” para Roland.
Sí, esta fue la historia que inspiró al autor William Peter Blatty para escribir El exorcista (1971), una novela que en un primer momento había sido concebida como un libro de no ficción. Según cuenta el propio Blatty, se había enterado del hecho por los diarios y su interés lo había llevado a ponerse en contacto con el padre Bowdern, con quien mantuvo largas charlas. Al parecer, Bowdern comulgó con la intención de publicar una crónica de lo sucedido como acto de divulgación cristiana, pero al hablar con la familia del niño la negativa fue rotunda. Cuando Bowdern le comunicó a Blatty que no podía escribir nada de lo que le había contado, el interés del autor sólo creció. “Si no son unos busca fama, realmente hay algo ahí”, pensó.
Así fue que nació la novela que apenas dos años más tarde se transformaría en la película que traumó a toda una generación, esa obra maestra del querido William Friedkin que al día de hoy tiene la capacidad de ponerte los pelos de punta. Una película que fue sucedida por una serie irregular aunque interesante de secuelas, por la que desfilaron directores de la talla de Paul Schrader, John Boorman y hasta el propio William Peter Blatty.
Exactamente cincuenta años más tarde, y a un par de meses del fallecimiento de Friedkin, se estrenó The Exorcist: Believer (David Gordon Green, 2023), obra capaz de generar un trauma pero por razones diametralmente opuestas a la original. Una película inconsecuente y olvidable que de la de Friedkin sólo hereda el nombre y algún que otro personaje en un patético intento de revivir una saga que no necesitaba caer en esa oportunidad comercial explotativa que son las legacyquels o requels; ese híbrido entre secuela y remake que mete personajes de las originales a la fuerza dentro de una nueva historia, lo mismo que ya se hizo con Star Wars, Blade Runner, Texas Chainsaw Massacre, Scream y un variado etcétera.
Ah, sí, el mismo director y su equipo ya habían hecho esto con la saga de Halloween, en lo que a mí respecta con mejores resultados. De todas formas y en retrospectiva, de esa cosecha la mejor había sido sin duda la primera entrega, Halloween (2018), cuyo mayor mérito es haber calcado encuadre por encuadre esa obra maestra absoluta que es la película seminal de John Carpenter; esa que cada vez que la veo pienso: “dios, cómo era que podías filmar el mal de esa forma, viejo hermoso”.
Ahora bien, esta nueva entrega a destiempo de El exorcista, este producto insulso e innecesario, trajo consigo una inesperada consecuencia: la consagración en tierras internacionales de una película argentina independiente. Cuando acecha la maldad (2023) de Demián Rugna es una suerte de mixtura entre thriller y terror rural demoníaco donde dos hermanos descubren que uno de los vecinos de su pequeño pueblo es un “encarnado”, una persona poseída desde la cual eventualmente puede nacer un mal infernal.
Dentro de esta trama sórdida, una mala decisión tomada por testarudez y ansiedad lleva a otra que lleva a otra que lleva a otra, y esta cadena de infortunios nos regala algunas de las secuencias más violentamente impactantes y creativas de la historia del terror nacional, fenómeno que ya hemos abordado en los orígenes de esta noble publicación. Esta osadía a la hora de concebir la puesta en escena del género le valió a la película una inesperada masividad al estrenarse a la par de (y en contraposición a) la fallida película de Gordon Green, impulsada también por ser una producción de Shudder (“el Netflix de terror”, que acá no nos llega) y por haber tenido un estreno bastante considerable en salas yanquis. Esto llevó a una gran viralización de la mano de creadores de contenido especializados en TikTok y hoy se mantiene en lo alto del ranking de tendencias de Letterboxd bajo su acertado título traducido, When Evil Lurks.
Si me preguntan a mí, más que a cualquier entrega de El exorcista esto se parece al espíritu de la saga Evil Dead de Sam Raimi, donde el mal es errático, burlón, metafísico y sobre todo muy pero muy mala onda. También debo decir que la película me resultó más irregular que Aterrados (2017), producción con la que Rugna logró despertar interés a lo largo y a lo ancho del globo.
Dicho todo esto, Cuando acecha la maldad se estrenó en nuestro país el pasado jueves 9 de noviembre, y yo les diría que si tienen la oportunidad, vayan a verla en sala.
Ah, sí, también tenía la intención de hablar sobre el devenir del Padre Amorth, también conocido como “el exorcista del Papa”, sobre otras varias películas que abordan el tema, sobre la historia de la demonología y sobre una historiografía nacional de los exorcismos, que incluyen a un cura amigo de nuestro Papa, pero tendrá que quedar para otra ocasión. Todo no se puede.
Que William Friedkin os acompañe, desde donde sea que se encuentre ⛪
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Santiago 👽
Santiago Martínez Cartier nació en Buenos Aires en 1992. Se define como escritor de ciencia ficción. Lleva seis novelas publicadas desde el 2014 hasta la actualidad. Forma parte de Criolla Editorial. Colaboró como redactor en diversos sitios especializados en cine y literatura, como Hacerse la crítica, House Cinema y El Teatro de las Voces Imaginarias, entre otros. Produjo el audiolibro El quinto peronismo en formato radioteatro, adaptación de su novela homónima. Organizó eventos culturales y programó y presentó ciclos de cine. Palermo Dead (2021), una sucesión de relatos de terror que transcurren en un edificio maldito construido sobre el Cementerio de la Chacarita, es su último libro.