Esbozos para una nueva religión
Un joven viajero británico decide visitar a un amigo que trabaja como ingeniero en una mina sin saber que sus vidas cambiarán para siempre. Al encontrarse, su curiosidad innata los lleva a explorar un gran abismo natural que había quedado al descubierto por un pozo de exploración. Descienden a su interior mediante un juego de cuerdas precariamente atadas, detalle que pagarán caro. El joven viajero toca fondo sano y salvo, pero la cuerda de su amigo se rompe y muere al impactar contra el suelo.
Conmocionado y sin saber qué hacer, un impulso primordial lo lleva a adentrarse en las oscuridades del abismo que lo rodea. Al hacerlo se da cuenta de que no está solo. Comienza a divisar una serie de siluetas humanoides que resplandecen con un brillo particular. Parecen ángeles, llega a pensar. Se acerca a uno e intenta entablar una conversación, pero el lenguaje se presenta como un nuevo abismo. De cualquier forma, este ser decide guiarlo a través de una ciudad subterránea cuya majestuosidad no tiene nada que envidiarle a Menfis o a Tebas, aquellas imponentes urbes del antiguo Egipto.
El viajero avanza maravillado, sin saber qué pensar ni qué decir; allí, la moderna civilización occidental que lo formó parece nunca haber existido. Su misterioso anfitrión lo conduce hasta su hogar, donde le presenta a su esposa y a sus dos hijos. Este intercambio le permite al visitante vislumbrar un nuevo factor: estos seres se comunican de forma telepática. No sólo eso, sino que parecen ostentar otras habilidades extrasensoriales: transmiten información de forma instantánea, tienen la capacidad de erradicar los dolores e incluso de poner a otros a dormir valiéndose de sus mentes.
Obnubilado por tamaña revelación, el viajero logra comprender que se autodenominan Vril-ya y que ellos están infinitamente mejor adaptados para interpretarlo a él que él a ellos; sus habilidades trascienden las tristes limitaciones del lenguaje humano, maldición heredada de Babel. Por medio de sus mentes, logran comunicarle que los Vril-ya son descendientes de una civilización antediluviana que habita una inabarcable red de cavernas conectadas por túneles.
Resulta que esta sociedad parece ser parte de una compleja utopía subterránea basada en la explotación de una fuente de energía inagotable; un fluido que todo lo permea y todo lo une al que llaman Vril. Los seres espiritualmente elevados que allí habitan tienen la capacidad de dominar esta sustancia con el poder de sus mentes luego de un arduo entrenamiento de su voluntad y el grado de efectividad depende de cuestiones hereditarias. Ante tanta maravilla, el viajero también descubre que, como contrapeso, este poder sanador puede volverse altamente destructivo; le comunican que un puñado de niños Vril podría destruir cualquier ciudad terrestre en cuestión de segundos.
Luego de un percance amoroso con la hija de su anfitrión y una posterior huída a través del mismo abismo por el que llegó, el viajero regresa a la superficie. Como en la caverna de Platón, nadie está dispuesto a creer en su relato. Proféticamente, el viajero asegura que cuando los Vril se queden sin espacio subterráneo, volverán para dominar la Tierra y la humanidad será destruida, de ser necesario.
Este es el argumento de la novela Vril, el poder de la raza venidera, publicada en 1871 de forma anónima por Edward Bulwer-Lytton, una obra de ciencia ficción que sería rápidamente adoptada por distintas corrientes esotéricas y ocultistas. Se transformó en una fuente de inspiración y libro de consultas para teósofos (y derivados) como Helena Blavatsky o Rudolf Steiner y también para organizaciones como la Orden Hermética de la Aurora Dorada, referencia fundamental del misticismo británico a la que perteneció Aleister Crowley. De hecho, el propio Crowley incluyó el libro en su lista de lecturas recomendadas para adeptos a la magia.
De alguna forma, esta novela especulativa reafirmaba y expandía una serie de nociones que desde principios del siglo XIX venían haciendo mella en un sector de la sociedad alemana: el movimiento völkisch. Esta corriente veía en la modernidad una amenaza a sus antiguas tradiciones y legados, por lo que buscaba retrotraer el sentir del pueblo alemán a una cosmovisión que idealizaba un pasado difuso. En este sentido, las religiones abrahámicas (léase judaísmo, cristianismo e islam) eran vistas como un compendio de creencias semíticas importadas desde oriente (vía asimilación occidental) que debían ser erradicadas para volver a instaurar un paganismo germánico originario. Sólo había un pequeño problema: para esa altura del partido, el grueso de la población profesaba una devoción profundamente cristiana.
Con los Discursos a la nación alemana (1808) del filósofo Johann Gottlieb Fichte y algún que otro concepto esbozado por el compositor y ensayista Richard Wagner, esta ideas se cristalizaron en la cultura popular y se diseminaron a lo largo y a lo ancho de la sociedad alemana. Por supuesto, hubo quienes decidieron poner el énfasis en el aspecto místico de la mitología nórdica y sus tradiciones esotéricas, y quienes incluso asociaron la superioridad o la iluminación a una cuestión étnica; un nacionalismo racial que creía en su supremacía tanto moral como espiritual.
Este caldo de cultivo dio como resultado a la Germanenorden (u Orden Germánica), una sociedad secreta fundada en 1912 que inculcaba en sus miembros la idea de la superioridad de la raza nórdica y promovía el estudio de las ciencias ocultas como forma de abrazar valores precristianos. Una de sus principales fuentes de inspiración había sido la ariosofía de Guido von List: un sistema filosófico basado en el mito de que existió una “raza aria” primigenia en los parajes más septentrionales del continente europeo; una civilización avanzada que tras un gran desastre natural se había visto obligada a desperdigarse por el resto de Europa. Sí, un poco la misma narrativa presente en Vril, el poder de la raza venidera, pero sin la parte de la tierra hueca.
De hecho, Guido von List había intentado elaborar su propia religión, centrada en el concepto de renunciar para siempre al credo semítico cristiano para regresar a los valores de las religiones nativas: el armanismo. En base a los mismos preceptos, la Orden Germánica celebraba festividades precristianas, como el solsticio de verano, y estudiaba en profundidad los eddas, compilados que buscaban reponer en poesía y en prosa la tradición oral de la mitología nórdica. Pequeño detalle: esta misma orden fue la que incorporó la esvástica a la simbología völkisch como supuesto legado ario.
Al momento de formarse la logia de Munich de la Orden Germánica, esta pasó a llamarse Sociedad Thule, en referencia a la ciudad capital de Hiperbórea, (de nuevo) antiguo continente mitológico desaparecido de donde provendría, según esta gente, la raza aria. Esta nueva organización fue una de las piedras basales y el principal patrocinador del Partido Obrero Alemán (DAP), que luego se transformaría en el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, al mando de un tal Adolf Hitler.
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En busca del origen perdido
Corría el año 1938. Mientras las tensiones políticas y militares crecían en una Europa que se encaminaba poco a poco hacia la Segunda Guerra Mundial, un grupo de hombres cruzaba montañas y ríos desconocidos en una misión que parecía arrancada de las páginas de una novela de aventuras. El destino era el Tíbet, aislado en el corazón del Himalaya, y el propósito, según ellos, trascendía la política: rastreaban el origen de la humanidad.
El cerebro detrás de esta expedición no era otro que Heinrich Himmler, segundo al mando de las SS, un hombre que, además de haber sido parte de algunos de los crímenes más despiadados de la historia de la humanidad, tenía un interés místico que sobrevolaba cada una de sus acciones. Como muchos otros germánicos que habían sido influenciados por el movimiento völkisch, Himmler estaba convencido de que la raza aria no sólo era superior, sino que provenía de una civilización antigua y avanzada que había dejado vestigios ocultos en lugares remotos del planeta.
Para encontrar esas pruebas, Himmler creó la Ahnenerbe (Herencia Ancestral), una organización dedicada a investigar los mitos, la arqueología y la historia germánica con fines pseudocientíficos; un apéndice de las SS destinado exclusivamente a cristalizar e imponer de una vez por todas una historiografía aria. Con esto en mente, la organización se dispuso a realizar una serie de costosas expediciones cuyo único objetivo era dar con algún rastro de la antigua civilización aria.
El primer destino fue Islandia, una región de suma importancia tanto para Himmler como para Hitler, ya que ambos pensaban que correspondía geográficamente con el mítico continente de Thule. El gobierno islandés recibió a regañadientes tres expediciones nazis, que se esforzaron por interpretar hallazgos que nada tenían que ver con antiguas sociedades pregermánicas. Ante este fallido intento inicial, el tour de expediciones siguió por Finlandia, Suecia, Italia y Asia Central, entre otros destinos.
Fue a raíz de los escritos del ensayista y apologista del racismo científico Hans Günther que Himmler decidió dedicar los esfuerzos de la Ahnenerbe a una larga y profunda expedición al Tíbet. Günther aseguraba que los primeros arios habían conquistado gran parte de Asia, incluyendo porciones de China y Japón, y que incluso Buddha había sido un descendiente oriental de la raza aria. Aprovechando la reputación del explorador Ernst Schäfer, quien ya había liderado prestigiosas expediciones a China y el Tíbet, Himmler organizó esta ambiciosa empresa que duró más de un año.
Lo cierto es que las intenciones de Schäfer eran llevar adelante una investigación científica real, por fuera de cualquier sesgo mítico, mientras que Himmler estaba empecinado en comprobar dos grandes teorías: la del origen y la superioridad de la raza aria y la de la cosmogonía glacial, que sostenía que el hielo era la sustancia básica y omnipresente en todos los procesos cósmicos. A pesar de esta discrepancia y después de algún que otro tironeo, Schäfer se dio cuenta de que no tenía otra opción y emprendió el viaje.
Durante la expedición, los alemanes recolectaron todo lo que pudieron, desde antiguos artefactos arqueológicos hasta muestras vivas de plantas y animales. En cada pueblo que visitaban, se encargaron de tomar medidas craneanas de sus habitantes con el fin de compararlas con los rasgos fenotípicos germánicos y así dar cuenta de su origen. También tomaron moldes de sus cabezas, rostros, manos y orejas, y generaron un vasto registro de huellas dactilares. La expedición podría haber continuado, pero Schäfer decidió retirarse cuando le fue comunicada la inminencia de la guerra. Regresó a casa apenas un mes antes de que Polonia fuera invadida.
A todo esto, hay que decir que el interés de Himmler por las ciencias ocultas no era algo nuevo. Desde temprana edad se mostró interesado por el misticismo y el ocultismo, obsesión que desembocó en la conclusión de que su deber en esta vida era crear una nueva religión para regresar a las antiguas tradiciones paganas germánicas y así volver a los antiguos dioses que las religiones abrahámicas le habían robado. No hablaba de Dios en términos cristianos, sino que lo llamaba el Antiguo o “Waralda”, términos que referían a su concepción del orden natural de las cosas; de hecho, empezó a llamar gottgläubig a los “creyentes en Dios” que habían optado por abandonar el cristianismo.
Una de sus inspiraciones para la restauración de este orden había sido su lectura de Germania de Tácito, escrito hacia el año 98, donde el historiador romano daba cuenta de los germanos ancestrales como seres elevados, puros y capaces; “así debemos volver a ser”, concluyó Himmler. A partir de entonces y con este horizonte en mente, profundizó sus lecturas pertinentes a la astrología, la hipnosis, el espiritualismo y la telepatía, entre otras diversas temáticas esotéricas.
De forma más que evidente, este interés se vio reflejado incluso en la simbología de las SS. Su insignia, que luce como dos rayos estilizados en paralelo, tiene un origen rúnico relativo al Sol que posteriormente Guido von List asoció a la Victoria al idear sus runas armanas. Este era un conjunto de 18 runas reinterpretadas y reorganizadas a modo de oráculo que Von List aseguraba que le había sido revelado en una visión durante un período en que había quedado transitoriamente ciego tras una operación de cataratas. Además de la insignia principal, las SS incorporaron otras ocho de estas runas a su simbología, y también algún que otro símbolo esotérico pagano.
Para que los suyos marcaran el ejemplo, Himmler también decidió modificar una serie de costumbres tradicionales asociadas al devenir cristiano al menos para los miembros de las SS. A ceremonias como bautismos, casamientos y funerales se les incorporaron ritualidades provenientes del paganismo germánico y se instauraron grandes festividades alrededor de los solsticios de verano e invierno.
También una de las principales bases de operaciones de las SS había sido elegida a partir de parámetros místicos. El imponente castillo de Wewelsburg, localizado al noreste de Alemania, se erigía sobre las tierras donde el guerrero germano Arminius había derrotado a los romanos, impidiéndoles continuar su expansión hacia el norte. Karl Maria Wiligut, un ocultista austríaco que había devenido en asesor místico de Himmler, aseguraba que el castillo eventualmente se iba a transformar en el centro de una batalla entre el este y el oeste; el enfrentamiento final por los destinos de Europa y Asia. Por todo esto, Wewelsburg se transformó en una escuela y en un museo especializados en historia y espiritualidad germánica antigua.
En una de sus más desesperadas y excéntricas muestras de poder, en 1940 Himmler lanzó una consigna hacia todos los miembros de la Ahnenerbe: la búsqueda del martillo de Thor como misión primordial. Según creía, esta había sido un arma de destrucción masiva utilizada por sus ancestros que tenía el poder de canalizar y redirigir impulsos eléctricos. Incluso hay quienes dicen que, al no lograr dar con ella, mandó a construir una réplica durante los últimos estertores del nazismo; un mitológico manotazo de ahogado.
Dicho todo esto, ¿qué pensaba Adolf Hitler de esta deriva mística de su fiel Heinrich? A pesar de no tener una relación estrecha más allá de la absoluta obediencia, Hitler declaró públicamente que esta búsqueda espiritual le parecía un disparate y que por esta razón prohibió en sucesivas ocasiones el estudio del esoterismo germánico. Sin embargo, muchas de las conclusiones de su Mein Kampf estaban influidas por el mito de la raza aria y hombres de su más alta confianza, desde el ideólogo Alfred Rosenberg hasta el oficial (y co-autor de su afamado libro) Rudolf Hess habían sido influenciados por la doctrina de la Sociedad Thule, organización que, aunque Hitler intentara lavarse las manos, había marcado el camino para su ascenso al poder.
La última vez que ambos se vieron las caras fue en el cumpleaños de Hitler, el 20 de abril de 1945, apenas diez días antes de que este se quitase la vida. Poco más tarde, Hitler se enteró de que Himmler había intentado negociar un acuerdo de paz por sus propios medios, por lo que antes de morir escribió una carta donde lo consideraba un traidor. Heinrich Himmler intentó huir pero fue capturado por el ejército británico, lo que lo llevó a tomar una cápsula de cianuro mientras se encontraba bajo custodia. A pesar de sus crímenes y complicidades, hoy su legado esotérico sigue vivo en movimientos marginales de extrema derecha y grupos ocultistas que reinterpretan sus ideas a lo largo y a lo ancho del mundo.
No está de más estar atentos porque, como escribió Domingo Faustino Sarmiento sobre una pared (y en francés) antes de exiliarse, “las ideas no se matan”.
Por esas casualidades de la vida, mientras me encontraba investigando para confeccionar esta edición de esta noble publicación, recibí un mensaje de un allegado quien me narró una serie arbitraria de hechos que comienza con una fiesta en un boliche y termina con un intento de captación para una sociedad secreta filo-nazi, algo que puede pasar un sábado cualquiera en la Ciudad de Buenos Aires, aparentemente. Una anécdota al paso para dar cuenta de que de verdad esta gente está más cerca de lo que uno cree.
Por otro lado, al abordar el tema hablé con un especialista que me mencionó algunos autores contemporáneos sobre los que no llegué a profundizar. Tal es el caso del enigmático escritor argentino Nimrod de Rosario, autor de El misterio de Belicena Villca y Fundamentos de la Sabiduría Hiperbórea y fundador de la Orden de Caballeros Tirodal de la República Argentina (OCTRA). Más adelante veremos de adentrarnos en esta y otras tangentes. También, este año ya hemos abordado alguna deriva de las nuevas derechas alemanas actuales, que se puede leer acá.
Un detalle antes de cerrar: si sos adepto a Picnic sideral, tal vez te hayas dado cuenta de que la frase de cierre la reciclé de esa no canónica edición que trabajamos en colaboración con Biole Weber alrededor de Jair Bolsonaro y su propia batalla cultural. Si no la leyeron en su momento, es por acá.
Como siempre, si llegaste hasta acá gracias por tu lectura. Queda una sola edición de acá a fin de año. Hasta entonces ✨
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Santi 👽
Santiago Martínez Cartier nació en Buenos Aires en 1992. Se define como escritor de ciencia ficción. Lleva seis novelas publicadas desde el 2014 hasta la actualidad. Edita libros y produce eventos como parte de Criolla Editorial. Colaboró como redactor en diversos sitios especializados en cine y literatura, como Hacerse la crítica, House Cinema y El Teatro de las Voces Imaginarias, entre otros. Produjo el audiolibro El quinto peronismo en formato radioteatro, adaptación de su novela homónima. Organizó varietés culturales y programó y presentó ciclos de cine. Palermo Dead (2021), una sucesión de relatos de terror que transcurren en un edificio maldito construido sobre el Cementerio de la Chacarita, es su último libro de ficción. Recientemente publicó Picnic sideral: Algo en qué creer (2023) y acaba de publicar Picnic sideral: Las fuerzas del cielo (2024), ambas coproducciones entre Mate y Criolla.