(A modo de precuela, si te interesan estos asuntos se recomienda leer previamente una edición anterior de esta noble publicación, titulada La fe del converso, que aborda el devenir del protestantismo en Argentina).
Born in the USA
A fines de la década del ‘40, con el recuerdo de la Segunda Guerra todavía fresco, la sociedad estadounidense comenzó a atravesar una profunda transformación social mediada por la tecnología. La televisión se consolidó como el epicentro tanto del entretenimiento como de la información, desplazando la centralidad histórica de la radio. Las pantallas habían llegado para quedarse. Rápidamente quedó clara la pregnancia del medio audiovisual doméstico y se inauguró una hegemonía de la imagen que, perfeccionada y adaptable, se sostiene hasta el día de hoy.
Al mismo tiempo, el clima efervescente de la posguerra había propiciado un nuevo auge del pentecostalismo, movimiento evangélico que ponía el énfasis en la intervención directa del Espíritu Santo; en manifestaciones sanadoras de Cristo sin mediadores. Este enfoque místico, donde lo sobrenatural se volvía cotidiano, se caracterizaba por el carisma hiperbólico de sus predicadores; un estilo que provocó un efecto contagio incluso en pastores evangélicos que no se identificaban directamente con el pentecostalismo.
No es de extrañar, entonces, que estas dos tendencias narrativas y comunicacionales se hayan combinado para dar origen a una práctica que con el correr de los años se expandió a lo largo y a lo ancho del globo: el televangelismo. El primer caso paradigmático llegó en 1949 bajo el nombre de Youth on the March, un programa conducido por el pastor Percy Crawford y su esposa Ruth, quienes solían aparecer acompañados por sus cinco hijos. Cada emisión incluía un gran sermón principal, cánticos religiosos e instrucción para niños y adolescentes.
Originalmente emitido por la cadena ABC, al finalizar su primer año al aire el programa se transmitía en veintidós estaciones distintas y alcanzaba aproximadamente quince millones de espectadores. La combinación de contenido pensado para el público juvenil y el estilo directo y efusivo de Crawford caló hondo en una nación que estaba en busca de una brújula moral en tiempos convulsos.
La Guerra Fría intensificaba las tensiones sociopolíticas día a día: el macartismo ejercía una caza de brujas ideológica y la guerra en Corea volvía palpable la amenaza soviética. En este escenario, los televangelistas ofrecían contención y refugio; un mensaje de estabilidad y esperanza que proporcionaba un ancla espiritual entre tanta incertidumbre.
Ya en la década del ‘60, ante la presión de sectores conservadores, la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC) permitió que las estaciones locales vendieran tiempo de emisión para programas religiosos, lo que abrió las puertas para que más pastores y ministros accedieran al medio televisivo. Este cambio marcó el comienzo de una nueva era en la que los evangelistas podían llegar directamente a los hogares de millones de estadounidenses, estableciendo las bases para la expansión masiva del televangelismo en las décadas siguientes.
Esta década también trajo consigo la proliferación de nuevas estaciones de televisión que buscaban contenido atractivo y a bajo costo para abarcar sus horas de programación y allí estaban los evangélicos, ávidos de aprovechar la oportunidad para amplificar el alcance de su mensaje. Así llegamos a la primera cadena televisiva 100% religiosa: la Christian Broadcasting Network (CBN) del pastor Pat Robertson, cuya programación fue financiada en sus comienzos por donaciones de fieles e iglesias locales.
Año a año, la oferta televangelista se fue diversificando y la audiencia creció a pasos agigantados. El mensaje evangélico comenzó a combinarse con testimonios de figuras públicas, apariciones de artistas reconocidos, números musicales de referentes contemporáneos, largas entrevistas y otros atractivos que conformaban un variopinto espectáculo de variedades.
La consolidación de esta práctica y su exportación a cada rincón del globo llegó de la mano de Paul Crouch y su esposa Jan, quienes fundaron la Trinity Broadcasting Network en 1973. Rápidamente, la TBN se convirtió en una de las mayores cadenas de televisión cristiana a nivel mundial. Sus transmisiones no sólo hacían eco de este a oeste de los Estados Unidos, sino que se replicaban en Latinoamérica, Europa y África.
Un último empuje llegó de la mano de la desregulación de las telecomunicaciones impulsada por Ronald Reagan. En 1981 se estableció una medida para otorgar licencias a estaciones de televisión de baja potencia, lo que permitió que múltiples organizaciones religiosas establecieran sus propios canales a costo reducido. Además, la desregulación permitió que las estaciones preexistentes vendieran más tiempo de emisión a programas religiosos, facilitando el crecimiento de contenidos evangélicos en la televisión.
Y así llegamos a los vertiginosos años ‘90, durante los cuáles asomó la cabeza una figura que hoy cobra especial relevancia. Una tal Paula White.
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El medio es el mensaje
Paula Michelle Furr nació el 20 de abril de 1966 en Tupelo, Mississippi. Desde que tuvo uso de razón, su infancia estuvo marcada por la tragedia. Cuando tenía apenas cinco años su padre se suicidó, un hecho que tuvo consecuencias emocionales pero también económicas. Sumidas en deudas y dolor, Paula y su madre se vieron obligadas a trasladarse a un parque de casas rodantes en Mount Airy, Maryland, siendo despectivamente etiquetadas por su entorno como trailer trash (“basura de remolque”).
Fue a sus tiernos 18 años que sintió un fuerte renacer espiritual y decidió convertirse al cristianismo en la Iglesia de Dios, casualmente perteneciente a una asociación evangélica internacional que se adscribe al pentecostalismo originario. Ese mismo año conoció a Dean Knight, su primer y efímero marido, con quien tuvo a su hijo Bradley.
En este período de renovada conexión con lo sagrado y transformación personal vertiginosa, Paula conoció a Randy White, hijo del pastor que dirigía la iglesia a la que asistía y considerado un “predicador de tercera generación” por su ascendencia familiar. El flechazo fue instantáneo y ambos decidieron divorciarse de sus respectivas parejas para contraer matrimonio. A principios de los ‘90 se mudaron a Tampa, Florida, y fundaron juntos la Iglesia Internacional Sin Muros (Without Walls International Church), que rápidamente creció en número de miembros e influencia.
Durante la primera década de esta nueva iglesia, Paula se afianzó como pastora y fue dándole forma a su propio estilo de prédica: performático, exagerado, un tanto gritón y pasado de rosca. Este carisma enfático y desbordante fue el factor que la volvió la candidata perfecta para proyectarse como una estrella televisiva. Eventualmente surgió la oportunidad de empezar a transmitir su mensaje en un canal de televisión cristiano regional y así los White lograron cierta influencia en todo el estado de Florida.
Por esas casualidades de la vida, allá por el año 2001, una de las personas que sintonizó el canal fue un hombre de negocios que se encontraba en Mar-a-lago, Palm Beach; aquella mansión histórica devenida casa de veraneo. Ese hombre no era otro que Donald Trump, quien no dudó en llamar por teléfono a la pastora que acababa de ver por televisión, ya que su oratoria y su mensaje le habían impactado con vehemencia. Hay que decir que narrativamente resulta cohesivo: al igual que su inserción en la vida mediática (luego política), su acercamiento a la fe también estuvo mediado por la televisión.
Paula asegura que en este primer intercambio Trump repitió palabra por palabra no uno sino tres de sus sermones. “Él escuchaba mejor que cualquiera de los miembros de mi congregación”, declaró. Tras este intercambio, Paula dijo haber recibido un mensaje directo de los Cielos en que se le encomendaba la tarea de mostrarle a este afamado empresario quién era Dios; su misión divina no era otra que evangelizar a Donald J. Trump.
A partir de este fortuito encuentro se volvieron inseparables. Paula se convirtió en su gran asesora espiritual, orando con él y brindándole orientación religiosa. En diciembre de ese mismo año, la pastora firmó un contrato de 1.5 millones de dólares para ser la conductora de su propio show, Paula White Today, que era transmitido por nueve cadenas de televisión, incluidas la mencionada Trinity Broadcast Network y Black Entertainment Television.
Mientras tanto, su Iglesia Sin Muros facturaba unos cuarenta millones de dólares al año gracias a las abultadas donaciones de sus miembros. Durante este auge de popularidad, Paula se paseaba por el set de The Apprentice para visitar a su querido Donald, volaba por el mundo en su jet privado y hasta llegó a comprar un condominio en la Trump Tower por unos modestos 3.5 millones.
“Hay un Departamento del Tesoro en el Cielo, y Dios está mirando cada cosa que hacés. Estás acumulando un tesoro eterno que va a ir más allá de cualquier cosa que puedas imaginar. Por eso, necesitás mandarme 35.000 dólares. Necesitás mandarme ese cheque de 100.000 dólares. Si no lo hacés, tus sueños morirán”. Esto declaraba Paula White desde cada pantalla, en una defensa a ultranza de la teología de la prosperidad; esa difundida noción de que la bendición financiera es voluntad divina y de que las donaciones a causas religiosas tienden a aumentar la riqueza material de los individuos.
Víctima de su propio afán recaudatorio, en mayo del año 2007 una investigación financiera del senado la puso en la mira junto a otros cinco pastores televisivos que profesaban esta teología monetaria. Apenas meses más tarde se divorció de su marido Randy, pero decidió mantener el apellido White porque ya se había instalado mediáticamente.
Con una impunidad envidiable, Paula se rehusó a colaborar con la investigación del senado y salió completamente ilesa a pesar de existir numerosos testimonios de miembros de su iglesia que la acusan de utilizar el dinero de la congregación para financiar deudas y gastos personales, entre los que se incluía un memorable viaje en jet privado a Las Vegas para presenciar una pelea de boxeo; el mismo jet que acumulaba un promedio de 20 horas semanales de uso, cuyo destino muchas veces era una escapadita a las Islas Caimán.
Debido a una impagable deuda acumulada de casi 30 millones de dólares (vaya a saber uno a saber debido a qué excéntricos gastos), la Iglesia Internacional Sin Muros se declaró en bancarrota en 2014 y se vió obligada a cerrar sus puertas. Como siempre las crisis de la pastora parecen presentarse como oportunidad, ese mismo año se casó por tercera vez. Su nuevo marido no era otro que Jonathan Cain, tecladista de la banda Journey y célebre miembro del Salón de la Fama del Rock’n’roll.
Para que su guía espiritual tuviera la posibilidad de reinventarse, Trump decidió enviarle una buena cantidad de dinero en calidad de donación para el New Destiny Christian Center, del que había asumido el liderazgo. Como respuesta, Paula salió a bancar los trapos fuerte desde el instante en que se anunció la candidatura presidencial de The Donald en el 2016.
Así fue como el 20 de enero de 2017, Paula White-Cain ofreció una oración frente a todo el pueblo estadounidense como parte del acto de asunción de Donald Trump, donde expresó gratitud a Dios y pidió sabiduría y guía divina para el flamante presidente, con el fin de que liderara la nación con justicia pero también con compasión. Desde aquel día, la pastora se encargó de seguir ensalzando a la figura de Trump dentro de la comunidad evangélica y aseguró que “reza todos los días por él”.
En el 2019, Trump la nombró al frente de la Faith & Opportunity Initiative, un programa gubernamental que, supuestamente, buscaba darle más voz a distintas entidades religiosas dentro de los planes de gobierno. Con la misma excusa, y en los albores de su nuevo mandato, en febrero de este año decidió nombrarla al frente de la Oficina de la Fe, un organismo que tiene como aparente objetivo proteger la libertad religiosa, pero que muchos dicen que su función real es consolidar la hegemonía evangélica que la figura de Paula representa.
“A donde sea que yo vaya, Dios reina. Cuando yo camino por el terreno de la Casa Blanca, Dios camina por el terreno de la Casa Blanca. Cuando caminé por el río, Dios caminó por el río. Cuando voy a la lavandería, esa lavandería se vuelve un lugar sagrado. Tengo todo el derecho de declarar a la Casa Blanca como Tierra Santa porque estuve allí parada y donde me paro se vuelve sagrado”. Estas palabras de Paula White-Cain nos dejan algo en claro: tras su paso hasta lo más mundano, al menos a sus ojos, puede volverse sagrado.
Resultará inevitable, pues, que la Trump Tower se transforme en una meca de peregrinación; la escalera a un Cielo cuya entrada cotiza alto y, por supuesto, en dólares americanos.
Por si te lo perdiste, ayer en Fe de a ratos tuvo lugar la segunda columna de este espacio que hemos denominado “Principio de revelación”, que de alguna forma funciona como complemento (y como venta) del texto que acabás de leer, y luego aconteció una hermosa entrevista con Alex Kohan. Es por acá:
¡Eso es todo, amigxs!
Gracias por compartir este viaje por el extraño y variado cosmos de nuestra cultura.
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Santi 👽
Santiago Martínez Cartier nació en Buenos Aires en 1992. Se define como escritor de ciencia ficción. Lleva seis novelas publicadas desde el 2014 hasta la actualidad. Edita libros y produce eventos como parte de Criolla Editorial. Colaboró como redactor en diversos sitios especializados en cine y literatura, como Hacerse la crítica, House Cinema y El Teatro de las Voces Imaginarias, entre otros. Produjo el audiolibro El quinto peronismo en formato radioteatro, adaptación de su novela homónima. Organizó varietés culturales y programó y presentó ciclos de cine. Palermo Dead (2021), una sucesión de relatos de terror que transcurren en un edificio maldito construido sobre el Cementerio de la Chacarita, es su último libro de ficción. Recientemente publicó Picnic sideral: Algo en qué creer (2023) y acaba de publicar Picnic sideral: Las fuerzas del cielo (2024), ambas coproducciones entre Mate y Criolla.
Lmao! GOOD OLE CHRISTIAN DONALD TRAITOR RAPIST TRUMP,The real Christian.😂😂😂😂😂😂😂😂😂😂😂😂😂