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Se trata de una edición curada y mejorada de artículos de esta noble publicación, transformados en una “guía completa y obligatoria para cualquiera que quiera entender la relación entre el misticismo y la política nacional de los últimos años”, o eso dijo en su pertinente prólogo el querido Emilio Laszlo.
Una coproducción entre Mate y Criolla Editorial, con un precioso arte de tapa obra de Sophia Pichón.
Hoy vamos a estar charlando un poco sobre el lanzamiento en Fe de a ratos con Ivi y Facu. Nos vemos allí ✝️
Ahora sí, los dejo con la historia de este viernes:
Se dice que fue un 31 de octubre de 1517 cuando el fraile alemán Martín Lutero clavó las noventa y cinco tesis en el portal de la iglesia del castillo de Wittenberg ante su evidente desacuerdo con la conducción de la Iglesia Católica. Este suceso se desencadenó a partir de la corrupta gestión del papa León X (otrora Giovanni de Médici), que incluía el nombramiento de un sinfín familiares en las más altas esferas de la institución y, tal vez la gota que rebalsó el vaso, la venta de indulgencias (o en otras palabras, la compra del perdón divino).
Este gran cisma dio origen al surgimiento de un hoy incalculable número de iglesias y corrientes cristianas englobadas bajo el paraguas del protestantismo: bautistas, metodistas, presbiterianos, menonitas, anglicanos y, de un tiempo a esta parte, sobre todo pentecostales. En un primer momento, su objetivo era retornar a un cristianismo primitivo y puro, lejos de los oscuros y usureros designios que habían caracterizado a la codiciosa evolución de la Santa Sede.
Para los movimientos protestantes, la máxima autoridad religiosa ya no era el Vaticano y mucho menos el Papa de turno, sino la propia Biblia (o la Palabra). Para desgracia del bolsillo de los Médici, la relación con Dios ya no estaba mediada por una figura institucional y la salvación no se compraba ni se vendía, sino que se conseguía gracias a la sola fe en la expiación de Cristo. De hecho, las cinco solas fueron la condensación de la proclama de Lutero; cinco frases que expresaban la más ferviente oposición al paradigma institucional católico: sólo por las escrituras, sólo por fe, sólo por gracia, sólo a Dios la gloria y sólo Cristo salva.
Así fue cómo una gran vertiente cristiana individualizó y desjerarquizó la relación con lo divino, y en pos de divulgar la Palabra como único medio verdadero de salvación, se comenzó a trabajar en diversas traducciones de la Biblia, cosa que el catolicismo, en ese entonces, consideraba blasfemo y causal de un viaje sin escalas al más profundo círculo del Infierno. Su primera traducción al español fue en el año 1569, tiempos en que en España reinaba “su católica majestad” Felipe II, quien intentó evitar que esta versión del texto llegase a nuestras tierras al dictar la Inquisición en América y prohibir el ingreso de libros como la Biblia en “lenguaje vulgar”, o sea, traducida.
Ya un poco más acá en el tiempo, existen registros que evidencian que la prédica evangélica creció a la par de nuestra organización nacional. Apenas diez años después de la Revolución de Mayo, un 19 de noviembre de 1820, tuvo lugar el primer culto evangélico en nuestras tierras, en este caso en idioma inglés. Quien ofició la ceremonia fue un tal don Diego Thomson, ciudadano británico nacionalizado rioplatense que con el tiempo se transformó en uno de los más grandes divulgadores de la fe evangélica. Thomson fue tal vez el primero en ejercer el sistema lancasteriano por estos lares; un método educativo que consistía en poner a los alumnos más capaces a oficiar como ayudantes, propiciando así una retroalimentación constante entre docentes y alumnos. Por supuesto, para enseñar a leer y a escribir, Thomson se valía sobre todo de las traducciones de la Biblia.
Todo esto llevó a que en 1823 se organizara una escuela dominical local, donde se brindaba educación bíblica en idioma español, y a que en 1839 se comenzara a construir la Primera Iglesia Evangélica Metodista de Buenos Aires en la calle Cangallo (hoy Perón). Este fue tan sólo un primer paso, ya que se considera que entre 1825 y 1850 se instauraron por estas tierras las iglesias Anglicana, Presbiteriana y Evangélica de Prusia, además de la Metodista.
Durante esta etapa, los misioneros y divulgadores protestantes que llegaban al país lo hacían con un claro objetivo en mente: traer la verdad luminosa del Evangelio a un continente oscurecido por la fe católica. En épocas de la Santa Federación de Juan Manuel de Rosas, cualquier cristianismo no católico era considerado un hereje, por lo que las corrientes evangélicas fueron perseguidas y se quemaron pilas de traducciones de la Biblia frente al Cabildo de Buenos Aires.
Una vez derrocado el rosismo, durante la segunda mitad del siglo XIX tuvo lugar un nuevo gran desembarco evangélico, donde inmigrantes de distintos puntos del globo llegaron a puerto para instalar sedes de sus propias iglesias: Menonitas, Adventistas del Séptimo Día, Bautistas, el Ejército de Salvación y un largo y variado etcétera. Esta etapa contó con la participación activa de misioneros históricos, como el anglicano Allen Gardiner y el metodista Francisco Penzotti; un misionerismo que es considerado de carácter individual al carecer de una perspectiva estructural y de una visión política a pesar de impulsar la caridad y la ayuda mutua.
Fue recién a principios del siglo XX que tuvo lugar la tercera vertiente evangélica, influenciada por la irradiación cultural que emanaba desde el norte del continente: el pentecostalismo. Bajo la afirmación de que “Jesús sana, salva, santifica y vuelve como Rey”, esta corriente creció a paso acelerado en nuestro territorio, sobre todo dentro de los sectores populares, y se caracteriza por la personalidad fuertemente expresiva y festiva de sus cultos.
A diferencia de las vertientes anteriores, el énfasis estaba puesto en la intervención directa y palpable del Espíritu Santo; en la creencia de que Jesús puede practicar la sanidad milagrosa del cuerpo y de que el acto del bautismo puede otorgar transitivamente la glosolalia, o sea, la capacidad de hablar en lenguas. Un enfoque un tanto más místico que desencadenaba un frenesí contagioso, donde lo que podía ser considerado sobrenatural se transformaba en un aspecto cotidiano. Por supuesto, la mencionada segunda venida de Cristo era (y es) el horizonte palpable de estos credos.
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A este respecto, el sociólogo y antropólogo Daniel Míguez hace una interesante distinción entre los protestantismos históricos (iglesias que surgen como consecuencia de las reformas luterana y anglicana) y los protestantismos evangélicos (variantes más modernas surgidas sobre todo en Estados Unidos y Gran Bretaña). Según Míguez, la diferencia crucial radica en que estos últimos nunca fueron religión de estado, sino que emergieron como escisiones posteriores de estas. Los protestantismos históricos contaron con un público cautivo de base con que los evangélicos no contaban, lo que los impulsó a llevar adelante prácticas abiertamente proselitistas. De este factor se desprendería la sobreactuación litúrgica y ritual que simboliza el acto de la conversión dentro de esta variante.
Cuestión, la influencia pentecostal fue creciendo de forma moderada pero estable hasta que se dinamizó de exponencialmente durante la década del ‘50. Uno de los factores fundamentales para este hecho fue la campaña que trajo al pastor Tommy Hicks a nuestro suelo en 1954, quien incluso llegó a entrevistarse con Juan Domingo Perón, por ese entonces confrontado ferozmente con la Iglesia Católica. Se dice que esta visita fue el suceso que finalmente rompió la resistencia argentina al testimonio evangélico, propiciada por una cosmovisión nacional que por un lado estaba fuertemente influenciada por la fe católica y por el otro por un paradigma secular/liberal.
Durante las siguientes décadas, el pentecostalismo terminó de consolidarse en nuestro país. Sus estructuras institucionales se asentaron y su influencia dentro de los sectores más empobrecidos no paró de crecer, contando también con una gran popularidad entre los pueblos originarios. Ante este favorable panorama, las iglesias se vieron obligadas a diseñar estructuras, liderazgos y estrategias comunicacionales que permitieran fomentar esta expansión. Primero fueron la prensa escrita y la radio, más tarde la televisión y luego Internet; ningún medio de difusión quedó sin ser utilizado para expandir el alcance de la Palabra.
Los años de oro del pentecostalismo se dieron a principios de los ‘80, en consonancia con la vuelta de la democracia. Las iglesias se vieron abarrotadas de fieles y con su contribución se compraron nuevos edificios en desuso (en su mayoría cines o teatros) para transformarlos en flamantes templos. Como estrellas de rock, los pastores comenzaron a llenar estadios y a alcanzar niveles de visibilidad antes impensados. Al frente de este estrellato público hubo tres grandes líderes: Omar Cabrera (de Visión de Futuro), Carlos Anaconndia (de Mensaje de Salvación) y el célebre pastor Giménez (de Ondas de Amor y Paz).
A lo largo de estos años de crisis económica y profunda recesión, el pentecostalismo adoptó y profesó la teología de la prosperidad: la noción de que el bienestar físico y financiero son voluntad de Dios y de que la fe y las donaciones a causas religiosas eventualmente aumentarán la propia riqueza material. Este concepto se enmarcaba dentro de la prédica de una constante “guerra espiritual” que todo lo trasciende; esa batalla interminable entre el bien y el mal donde compartir el mensaje del Evangelio (y colaborar económicamente con tu iglesia) es el arma principal en contra de las oscuras fuerzas de las tinieblas.
Según Daniel Míguez, esta última etapa puede englobarse bajo el término “neopentecostalismo” y estas desviaciones coyunturales de la prédica tradicional evidencian un desplazamiento ontológico: lo religioso por lo mágico. Los beneficios espirituales que antes solían obtenerse a través de una militancia religiosa estricta y prolongada, ahora se veían reemplazados por la realización de un rito cuasi chamánico, donde una ofrenda o un pase de manos podían acercarte a la divinidad.
La gran consagración pública de este movimiento tuvo lugar en los albores de la crisis económica más drástica que enfrentó nuestro país, cuando los efectos nocivos del neoliberalismo de los ‘90 ya se hacían sentir, sobre todo en los estratos menos favorecidos de la sociedad. El 11 de septiembre de 1999 tuvo lugar el primer “Obelisco de oración”, donde más de 250 mil personas se reunieron con el sólo objetivo de “orar y levantar el nombre de Jesucristo en lo alto”. Por primera vez en 200 años de historia nacional, las iglesias evangélicas fueron tapa de todos los diarios. Este hecho volvió a repetirse en el año 2001, donde el número de congregados casi se duplicó, y en el año 2003 se masificó aún más durante los festivales organizados por el internacionalmente influyente Luis Palau.
Dicho todo esto, durante los últimos años en la opinión pública se ha tendido a sobredimensionar el impacto político que el pentecostalismo podría tener en el devenir nacional. Su integración a la esfera pública, con organizaciones como ACIERA, FAIE y FECEP, estuvo más relacionada con adquirir un estatus institucional que les evitara caer en una persecución antisectaria que con obtener influencia directa en políticas de estado. Como parte de una silenciosa batalla cultural, la prédica pentecostal lleva años incidiendo en la realidad cotidiana de diversos sectores sociales, pero no tanto en las grandes estructuras institucionales.
Ahora bien, hace ya décadas que los sectores evangélicos más conservadores forman parte de una avanzada inorgánica de la que no son los únicos actores, sino que operan en tándem con las vertientes preconciliares de la Iglesia Católica, como el Opus Dei o el lefebvrismo. Este enarbolamiento fundamentalista fue bautizado como “ecumenismo del odio” por el jesuita Antonio Spadaro y por el pastor presbiteriano Marcelo Figueroa, quienes aseguran que se ha forjado una curiosa alianza entre “fundamentalistas evangélicos e integristas católicos, unidos por la ambición de obtener influencia religiosa en la esfera política”.
Justamente a este ecumenismo del odio responden las principales afiliaciones religiosas del gobierno de La Libertad Avanza. Por un lado, como ya hemos hablado largo y tendido, diferentes figuras del gobierno cuentan con fuertes lazos con el Opus Dei, el lefebvrismo y otras iglesias preconciliares como la del ahora infame Javier Olivera Ravasi. Por el otro, el gobierno cuenta con cuadros evangélicos dentro de sus filas y no se ha ahorrado favores al sector desde su asunción. Tal vez el caso más paradigmático haya sido el acuerdo de distribución de alimentos entre la ministra de Capital Humano Sandra Pettovello y ACIERA, y en particular con el pastor Hugo Márquez de la iglesia Jesús es Rey, que es a su vez padre de la diputada libertaria Nadia Márquez.
Por supuesto que este no es el único caso de una diputada libertaria evangélica. Por ejemplo, también cuentan con una banca figuras como el fueguino Santiago Pauli, fundador del partido “Republicanos” que le dio el sello a LLA en su provincia y miembro de la iglesia Hay Vida en Jesús, y la ahora célebre sanjuanina Lourdes Arrieta, quien ha gestionado donaciones millonarias para la ONG evangélica Cielos Abiertos.
La última incorporación a las fuerzas del cielo fue la ex vedette y conductora Amalia “Yuyito” González, flamante novia de Javier Milei quien declaró recientemente que ella y el presidente están “casados” y esto “ya es un hecho ante Dios”. De formación católica, Yuyito dice haber buscado respuestas espirituales “en todos los lugares posibles” hasta que finalmente encontró su verdadera fe en el año 2005, cuando se acercó a una iglesia evangélica. Sus inicios fueron en la Catedral de la Fe de Osvaldo Carnival y hoy es parte de Rey de Reyes, la iglesia ubicada en el barrio de Belgrano y fundada por Claudio Freidzon.
El compromiso de González es tal que no sólo es practicante de su fe, sino que realizó giras por todo el país durante más de diez años divulgando la Palabra. En el año 2015 editó el libro De la fama a la fe, donde narra el paso a paso de su conversión, que incluye una aparición reveladora de Cristo en sus aposentos muchos años antes de acercarse a la fe evangélica. Convencida de su militancia, Yuyito asegura que “la única verdad es Cristo” y que el resto de las creencias espirituales “nos alejan de la verdad”. Cabe destacar que el vínculo con Milei también cobró fuerzas a raíz de sus percepciones religiosas; a pesar de no compartir credo, ambos oraron juntos en la antesala al show en que Javier Milei presentó su libro en el Luna Park.
Más allá de la situación sentimental del presidente, en la línea de este ecumenismo del odio, recientemente se anunció el nombramiento de Nahuel Sotelo al frente de la secretaría de Culto (y ahora sumale Civilización), para suceder al polémico Francisco Sánchez. Sotelo se define como ultracatólico conservador y está casado con la influencer católica mexicana Clara Cuevas, pero supo construir fuertes vínculos con cierto sector evangélico durante épocas de “militancia celeste”, al igual que su colega Santiago Santurio.
Parece que el único ecumenismo que este gobierno planea impulsar es aquel que tiene como objetivo llevarse puestos los derechos civiles que un liberalismo real debería jactarse de defender como bandera. Una gran cadena de oración para restituir un orden conservador que vuelva a poner a lo sagrado en el centro. La revancha de Dios, o al menos de un Dios antiguo y beligerante, todavía no terminó.
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Antes de cerrar, quería dedicarle un especial agradecimiento a María de los Ángeles Roberto, profesora en Letras con un magister en Sagradas Escrituras, miembro de la Iglesia Evangélica Metodista Argentina y, no menos importante, matera de ley.
María me acercó textos y conceptos muy interesantes para abordar este devenir y quedaron tantos temas y tangentes afuera que es probable que más adelante le dediquemos otra edición. Gracias a ella y a todos los materos y materas que siempre se acercan y colaboran con atención y cariño❣️
¡Eso es todo, amigxs!
Gracias por compartir este viaje por el extraño y variado cosmos de nuestra cultura.
Por las dudas, vamos con un poco de data que nunca está de más aclarar:
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Santi 👽
Santiago Martínez Cartier nació en Buenos Aires en 1992. Se define como escritor de ciencia ficción. Lleva seis novelas publicadas desde el 2014 hasta la actualidad. Edita libros y produce eventos como parte de Criolla Editorial. Colaboró como redactor en diversos sitios especializados en cine y literatura, como Hacerse la crítica, House Cinema y El Teatro de las Voces Imaginarias, entre otros. Produjo el audiolibro El quinto peronismo en formato radioteatro, adaptación de su novela homónima. Organizó varietés culturales y programó y presentó ciclos de cine. Palermo Dead (2021), una sucesión de relatos de terror que transcurren en un edificio maldito construido sobre el Cementerio de la Chacarita, es su último libro de ficción. El año pasado publicó Picnic sideral: Algo en qué creer, una selección mejorada de los mejores newsletters del 2022, en una co-producción entre Mate y Criolla.
Como siempre, algo más culta después de leer PicnicSideral.
Comentarios menores:
¡Linda fecha eligió Lutero!: Día de Brujas
¿Cuál fue el idioma original en el que fue escrita la Biblia? ¿Arameo? ¿Fecha?
At last but not at least, concluyo que el capitalismo terminó corrompiendo todo.
¡Gracias! Besos, A.