Perdonar es divino
o de los vaivenes internos de la Iglesia Católica y su relación con el posicionamiento espiritual del nuevo gobierno
Todo lo sagrado se desvanece en el aire
Un joven proveniente de las provincias llega a Bilbao en busca de nuevas oportunidades laborales que le permitan augurar un futuro más próspero. A poco de su arribo conoce a un anciano que dice tener buena relación con un grupo de personas que puede ayudarlo: una misteriosa organización internacional que ostenta más poder del que parece.
Rápidamente lo aceptan como empleado y comienzan a encomendarle pequeñas tareas para ponerlo a prueba. Una vez que entra en confianza deciden encargarle una misión de importancia y sobre la que, infiere, no debe hacer muchas preguntas. Una mujer que solía ser parte activa de la organización se dio a la fuga el mismo día que apareció muerto otro de los miembros. Su objetivo es encontrarla con vida y regresar con ella para que rinda las cuentas correspondientes.
Una trama policial comienza a desenvolverse. Una pista lleva a la otra hasta dar con el paradero de la muchacha. Su nombre es Lucía y dice tener buenas razones para no regresar a su anterior vida. Por primera vez, el joven cae en la cuenta de que puede que las intenciones de sus empleadores sean poco nobles y de que tal vez resulte peligroso pensar de esa forma. El “castigo único”, según le han dicho, es algo de lo que no se vuelve.
Así transcurren los primeros minutos de La casa sin fronteras (1972) de Pedro Olea, un oscuro drama que opera como crítica velada a los usos y costumbres un tanto sectarios del Opus Dei, estrenado durante los últimos estertores del franquismo. Al igual que había ocurrido con algunas películas de Luis García Berlanga, como Plácido (1961) o El verdugo (1963), La casa sin fronteras logró escapar a la censura del régimen mientras construía una narrativa terrorífica alrededor de uno de sus principales socios espirituales.
La historia de esta controversial organización comenzó con un sacerdote que tuvo una visión. Hay quienes dicen que ocurrió mientras estaba rezando, otros que fue al escuchar el esclarecedor sonido de las campanas de una iglesia. Lo importante es que, luego de un breve trance epifánico, un hombre llamado Josemaría Escrivá de Balaguer se enfrentó a la revelación de que su deber era llevar más allá su oficio religioso. Para lograrlo, debía fundar una agrupación que promoviera el reconocimiento y la asimilación de la santidad que yace en lo cotidiano, dentro de un mundo que percibía cada vez más secular. Así fue cómo un 2 de octubre de 1928 nació lo que hoy conocemos como el Opus Dei, o “la obra de Dios”.
Pocos años después abrió su primer centro llamado la Academia DYA, donde se dictaban clases de derecho y arquitectura y de paso se promovían buenas prácticas católicas. Como para estar a la mística altura de las circunstancias, Escrivá decidió nombrar a distintos santos como intercesores de la institución, como Santo Tomás Moro al frente de las relaciones con las autoridades no eclesiásticas o a Santa Catalina de Siena para el apostolado de la opinión pública. Muy sensato todo.
Durante este período, los miembros del Opus comenzaron a consolidar una forma de vida que con el tiempo se transformaría en su dogma; ritos que Escrivá había concebido como medios para alcanzar su tan ansiada conexión con lo divino y que había cristalizado en su libro Camino (1934). A través de la práctica del "espíritu de la sobrenaturalidad en el trabajo y en las ocupaciones ordinarias", la organización buscaba demostrar que todas las actividades cotidianas pueden ser ocasiones para el encuentro con Dios y para la santificación personal. Ah, sí, esto iba a resultar muy útil para manipular y explotar individuos, ya vamos a llegar a eso.
La cosa es que mientras Escrivá y los suyos recién se estaban acomodando estalló la guerra civil española. Desde ciertos sectores del bando republicano comenzó una fuerte persecución religiosa y muchas instituciones debieron enfrentarse a hostilidades y represión por parte de quienes veían a la Iglesia como otro engranaje del establishment conservador que deseaban erradicar. Es por eso que, una vez concluida la guerra y con la victoria del bando franquista, el Opus Dei y otras organizaciones religiosas encontraron un entorno favorable bajo el nuevo régimen, que promovía una ideología nacionalista-católica.
Ni lerdo ni perezoso y mientras la Segunda Guerra Mundial causaba estragos a lo largo y a lo ancho del globo, Josemaría Escrivá aprovechó para cranear cómo expandir los límites de su organización todo lo posible; una verdadera casa sin fronteras. Apenas concluida la guerra decidió mudarse a Roma para estar cerca de la Santa Sede e impulsó la fundación de centros del Opus en países como Portugal, Inglaterra, Francia e Irlanda.
Para ese entonces la organización ya había terminado de instaurar una férrea estructura que consistía en distintas categorías de afiliación y compromiso en las que se destacan rangos como:
- Numerarios: Miembros celibatarios que viven en centros específicos de la institución y dedican la mayor parte de su tiempo a actividades apostólicas y formativas dentro de la obra. Hacen votos de celibato, pobreza y obediencia.
- Supernumerarios: Miembros laicos que viven en sus propios hogares y trabajan en la sociedad. Participan en actividades del Opus según sus posibilidades y circunstancias, y no hacen votos formales, pero se comprometen a vivir los principios del Opus Dei en su vida diaria.
Dentro de esta pintoresca enumeración suelen obviarse a las numerarias auxiliares, un segmento constituido por una población exclusivamente femenina cuyas tareas podrían definirse, para evitar eufemismos, como lisa y llana servidumbre. Por supuesto, todo está justificado con la búsqueda del encuentro con Dios a través del quehacer cotidiano. No, claro que nadie les paga un peso ni disponen de su propio dinero.
Bueno, ¿se acuerdan que alguna vez hablamos sobre que el papa Juan Pablo II fue un eje geopolítico fundamental en la lucha anticomunista? Luego de los convulsos años ‘60, donde la Iglesia Católica había decidido modernizarse y acercar su causa a la de ciertos movimientos de izquierda popular a partir de las ideas impulsadas por el Concilio Vaticano II, los años ‘80 figuraban ser un retorno a las formas más tradicionales y ortodoxas. Sí, parece que andaban extrañando sus misas en latín. Las cosas que importan.
Durante este período tuvieron lugar ciertas tensiones con la Compañía de Jesús (o sea, los jesuitas), ya que el flamante Sumo Pontífice estaba preocupado por la interpretación “demasiado marxista” que la institución tenía con respecto a las ideas propuestas por la teología de la liberación y por el mencionado Concilio. La noción de intervenir la Compañía circulaba con fuerza, pero finalmente Juan Pablo optó por rosquear con toda para reemplazar a Pedro Arrupe, entonces general de los jesuitas, por Paolo Dezza, uno de sus delegados personales.
En las antípodas del evidente zurdaje de los jesuitas se paraba el Opus Dei, cosa que a ojos del Papa había que premiar. Como para que no quedara duda de que esta orga era su favorita, Juan Pablo decidió nombrar al Opus como prelatura personal de la Iglesia, un estatus sin precedentes para la milenaria institución. Esto quería decir que el Opus Dei no quedaba bajo jurisdicción de los obispos de cada localidad, sino que tenían la capacidad de nombrar su propio obispo; su propia (cuasi)diócesis, u otra Iglesia adentro de la Iglesia.
Como broche de oro vaticano, el 6 de octubre de 2002 Josemaría Escrivá de Balaguer fue canonizado en la plaza de San Pedro. Durante la ceremonia, Juan Pablo II aseguró que Josemaría era “el santo de lo ordinario o de la vida ordinaria” y que había sido uno de los grandes testigos del cristianismo. Mientras, desde la vereda de enfrente, se decía que ésta había sido una “canonización relámpago” y que el proceso había estado plagado de irregularidades. Una última controversia en la vida de Josemaría. Hoy, una estatua suya adorna la fachada de la basílica de San Pedro.
Por fortuna todavía no nos vimos obligados a dar ese salto de fe que nos lleve a empezar a creer que Jorge Rial es el líder de una entidad intergaláctica que capura almas a través de los rayos catódicos de los televisores de antaño para utilizar su energía como medio para volver a casa, del otro lado de la Vía Lactea, o algo por el estilo.
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Una zamba en la Santa Sede
“Hoy fue canonizada María Antonia de Paz y Figueroa, una santa argentina”, declaró el papa Francisco el pasado domingo 11 de febrero, convirtiendo así a Mamá Antula en la primera santa nacional. “Es un regalo para el pueblo argentino, pero también para toda la Iglesia”, había sostenido Francisco horas antes en su encuentro con la delegación argentina allí presente, donde se habló de la caridad y de la obra de la mujer a canonizar pero también hubo tiempo para cantar “Zamba de mi esperanza”, mientras alguien flameaba una bandera de Santiago del Estero.
Fue en esos desérticos pagos que Mamá Antula comenzó con sus divinas tareas. Allá por el año 1760 decidió reunir a un grupo de mujeres jóvenes para vivir en común, rezar y ejercer la solidaridad, siempre al servicio de los padres jesuitas de la región. A los pocos años la Compañía de Jesús fue expulsada, en el primero de varios intentos de erradicarla, pero Mamá Antula se plantó y organizó a los suyos para poder seguir llevando adelante las mismas labores.
No sólo decidió continuar con su tarea evangelizadora, sino que la llevó más allá. Con autorización del entonces obispo de Tucumán, Mamá Antula realizó una caminata evangelizadora a través de toda la diócesis. Así fue que recorrió de punta a punta las actuales provincias de Salta, Jujuy, La Rioja, Catamarca, Tucumán y su Santiago del Estero natal. Luego de este periplo terminó por asentarse un tiempo en Córdoba y por último en Buenos Aires.
Se dice que por estos lares no fue bien recibida en un primer momento. La imagen de una mujer descalza y polvorienta, que acarreaba una cruz mientras invitaba a los gritos a cualquiera que quisiera ser parte de los ejercicios espirituales, provocó que se la tratara de extraviada, loca y hasta bruja desde una cosmovisión urbana. Su llegada tampoco cayó bien a las autoridades, ya que el virrey Vértiz miraba con malos ojos todo lo que estuviera relacionado con los jesuitas, por lo que resolvió prohibirle oficiar cualquier liturgia.
Esta fue la razón por la que Mamá Antula comenzó a trabajar de forma clandestina. Organizaba los ejercicios espirituales para puñados de personas que se acercaban en secreto a visitarla. La cosa creció y creció hasta que incluso personas cercanas a la nobleza concurrían a su encuentro. Su popularidad se extendió tanto que, por medio de donaciones, obtuvo un terreno en las entonces afueras de Buenos Aires, localizado en Av. Independencia 1190. Allí se construyó la Santa Casa de los Ejercicios Espirituales, que sigue en pie hasta el día de hoy. Algún que otro periplo después, Mamá Antula pasó a mejor vida, pero sus milagros estaban aún por acontecer.
Puede que, por una cuestión de timing y realpolitik, su último milagro hasta la fecha haya sido torcer la designación del actual embajador argentino en el Vaticano hacia su lado, o por lo menos hacia un terreno más neutro. Durante las semanas previas al desembarco del presidente Javier Milei en Roma, los grandes medios nacionales comenzaron a circular una serie de notas donde se aseguraba que el puesto en esta codiciada y estratégica embajada ya había sido definido.
Se trataba de un tal Jorge O'Reilly Lanusse, un empresario de zona norte con una amplia variedad de vínculos comerciales y espirituales. Desde una amistad cercana (y algún que otro negocio) con Sergio Tomás Massa hasta cierta afinidad teológica con la vicepresidenta Victoria Villarruel. Ah, ¿se acuerdan de que alguna vez hablamos sobre una tensión histórica entre el papa Francisco y Sergio Tomás? Bueno, parece ser que este hombre fue la pieza central de este desencuentro.
Resulta que allá por julio de 2008, al asumir Massa como jefe de Gabinete del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, decidió nombrar a su amigo Jorge como asesor personal ad honórem. ¿Cuál fue una de sus primeras propuestas? En una reunión reservada en la sede de la Nunciatura Apostólica promovió la idea de correr al entonces arzobispo Jorge Bergoglio de la relación entre el Gobierno y el Vaticano. De hecho, Massa pretendía que O'Reilly se hiciera cargo de la embajada.
"Sólo sugerí que la relación entre el Vaticano y el Estado argentino se canalizara por medio de la Nunciatura y no del Episcopado", había dicho O’Reilly, iniciativa que además había contado con el apoyo de otras figuras de los sectores más conservadores de la Iglesia, como el Cardenal Ángelo Sodero y el arzobispo de La Plata, Héctor Aguer.
Ah, y casi me olvido de aclarar: como todo tiene que ver con todo, Jorge O'Reilly Lanusse es activamente un miembro supernumerario del Opus Dei. Su cosmovisión católica es sobre todo preconciliar —o sea, se opone a las determinaciones del Concilio Vaticano II— y tiene muy buena relación con otras vertientes de este tipo, como los seguidores del excomulgado obispo Marcel Lefébvre entre los que se encuentra, según parece, Victoria Villarruel. Sí, tal vez en su momento ya se veía venir que eventualmente Bergoglio se iba a llevar puestos sus tan preciados privilegios.
En esta línea, O’Reilly es dueño de una de las mayores desarrolladoras de countries y barrios privados en el país (Eidico) y gusta de bautizar con nombres de santos a sus emprendimientos inmobiliarios, como Santa María o San Benito. Parece ser que en este último habita un gran número de familias pertenecientes al Opus Dei, pero también miembros de la Orden de San Elías, sociedad católica preconciliar que opera dentro del country mismo (y que algunos tildan de secta) al mando del controversial sacerdote Javier Olivera Ravasi.
Dicho todo esto, podemos inferir que ese abrazo misericordioso con el papa Francisco no sólo tuvo un gran efecto discursivo, si consideramos que pasó de ser “el representante del Maligno en la Tierra” a “el argentino más importante de la historia”, sino que también tuvo repercusiones diplomáticas. Mientras la delegación presidencial aún se encontraba en la Santa Sede, Luis Pablo Beltramino fue nombrado embajador en el Vaticano. Un diplomático de carrera en detrimento a la elección de un embajador político, lo que desde el enfoque de la Iglesia de Francisco puede leerse como una bandera blanca, o al menos un pacto de no agresión.
Este gesto no es poca cosa si consideramos que a la persona al frente de la Secretaría de Culto, Francisco Sánchez, se la recuerda por haber declarado que encontrar a “un Papa que haya hecho tanto daño” era un “caso para estudiosos”. Bueno, viniendo del tipo que pidió pena de muerte para Cristina por traición a la Patria la verdad que en esa estuvo moderado.
En lo que sí tuvo injerencia el posicionamiento de Sánchez, con fuertes lazos con el sector pentecostal edificados durante su militancia provida, fue en la elección de la alianza evangélica ACIERA como parte del programa de asistencia alimentaria, en perjuicio de otros intermediarios. Sí, estoy hablando de esa incómoda escena con Sandra Pettovello murmurando un rezo de la mano de hombres de camisas celestes. Mientras tanto, los curas villeros se ven obligados a redoblar sus esfuerzos para abastecer los mismos comedores con los que colaboran desde hace años.
Como dijo el Dr. Christian Hooft, presidente de ACIERA, el día de la asunción de Javier Milei, “nunca perdamos la dimensión humana, que no falte la fe, la solidaridad y la verdad”. Se ve que debe ser una cuestión de perspectiva ⛪
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Santiago 👽
Santiago Martínez Cartier nació en Buenos Aires en 1992. Se define como escritor de ciencia ficción. Lleva seis novelas publicadas desde el 2014 hasta la actualidad. Forma parte de Criolla Editorial. Colaboró como redactor en diversos sitios especializados en cine y literatura, como Hacerse la crítica, House Cinema y El Teatro de las Voces Imaginarias, entre otros. Produjo el audiolibro El quinto peronismo en formato radioteatro, adaptación de su novela homónima. Organizó eventos culturales y programó y presentó ciclos de cine. Palermo Dead (2021), una sucesión de relatos de terror que transcurren en un edificio maldito construido sobre el Cementerio de la Chacarita, es su último libro.