De lo espiritual en lo electoral #7: Una nueva revancha de Dios
o del eterno retorno de las percepciones religiosas sobre la cosmovisión secular
Volver a las bases
En su libro La revancha de Dios (1991), el politólogo y académico francés Gilles Kepel asegura que los años ‘70 fueron una década bisagra para las relaciones entre religión y política. Una vez concluida la Segunda Guerra Mundial, daba la impresión de que el dominio público había consolidado una autonomía definitiva con respecto a los mandatos religiosos. Un largo proceso que, como hemos hablado en más de una oportunidad, se considera que empezó con las ideas de los filósofos de la Ilustración (o Iluminismo) y con su afán de enterrar para siempre cualquier discurso por fuera de la razón más pura.
Las instituciones religiosas percibieron cómo, día a día, su influencia en la esfera privada y familiar se veía cada vez más restringida ante el avance de un paradigma secular, globalizado y cosmopolita. Fue entonces que, durante los años ‘60, algunas religiones optaron por intentar modernizarse a su manera frente a una realidad sociopolítica convulsionada y efervescente. La tradicional Iglesia Católica llevó adelante el Concilio Vaticano II, ese que los amiguitos de la vicepresidenta consideran el punto de infiltración comunista en la Iglesia y que marcó a fuego el camino del Papa Francisco, e incluso se intentó una modernización del islam con la aparición de figuras como el presidente egipcio Gamal Abdel Nasser, quien promovía el panarabismo para intentar salvar más de una interna violenta e ilegalizó las actividades de los Hermanos Musulamanes.
El resultado de este reformismo forzado no fue el de la secularización del discurso religioso sino todo lo contrario. Desde lo más profundo de lo humano renacieron discursos que tenían como objetivo volver a poner en valor lo sacro. Se proponía una superación mística de esta “modernidad fallida”, cuyos fracasos y frustraciones eran atribuidos al alejamiento de Dios. En palabras del propio Gilles Kepel: “Ya no se trataba del aggiornamento sino de una ‘segunda evangelización de Europa’. Ya no de modernizar el islam, sino de ‘islamizar la modernidad’”.
Durante la década del ‘70, esta línea cobró fuerza dentro de las grandes religiones abrahámicas y los fundamentalismos resurgieron por doquier. En 1977, por primera vez el Estado de Israel se encontró presidido por un gobierno no-laborista laico al asumir Menahem Begin, fundador del partido político Herut, como Primer Ministro. Este hecho iba a tono con un alza en la popularidad del sionismo religioso y de la recurrente invocación de aquel pacto originario entre Dios y el “pueblo elegido”.
Un año después, el cardenal polaco Karol Wojtyla es elevado al pontificado para convertirse en el Papa Juan Pablo II. Este nombramiento marcó un rumbo concreto frente a la confusión identitaria que el Concilio Vaticano II había generado en una buena porción de los fieles católicos. Según la interpretación del nuevo Papa, las enseñanzas tradicionales de la Iglesia no eran contradictorias con las reformas promulgadas por el Concilio, sino que se enriquecían y profundizaban. Como para alejarse definitivamente de las acusaciones de “izquierdismo” de algunos sectores, Juan Pablo desempeñó un papel crucial en la lucha contra el comunismo en Europa del Este, sobre todo en su Polonia natal.
Mientras tanto, los movimientos carismáticos (léase pentecostales, evangélicos, mormones y alguna que otra renovación católica) que se habían desarrollado al calor de las entrañas de los Estados Unidos desembarcaron con suma potencia en una Europa con ansias de creer. Tal vez el ejemplo más evidente de este fenómeno haya sido Vineyard en el Reino Unido, una red de iglesias evangélicas surgida en tierras yanquis que supo expandirse hasta instalarse con fuerza en Inglaterra e Irlanda.
Como si todo este intenso contexto de religión y confusión fuera poco, el año 1979 abrió con el regreso del ayatolá Jomeini a Teherán, seguido por la proclamación de la República Islámica, y cerró con el ataque a la Gran Mezquita de La Meca por un grupo armado que rechazaba el control saudí de los lugares santos. Desde Malasia hasta Senegal, pasando por las repúblicas soviéticas musulmanas, los movimientos islámicos no paraban de crecer. Para sorpresa de muchos observadores occidentales, el islam resurgió desde la política —o sea, desde el islamismo— y se ganó un lugar central en la geopolítica mundial.
Tras años y años de hegemonía secular, Dios se había cobrado su revancha.
Hablame de batalla cultural.
Por fortuna todavía no nos vimos obligados a dar ese salto de fe que nos lleve a empezar a creer que Jorge Rial es el líder de una entidad intergaláctica que capura almas a través de los rayos catódicos de los televisores de antaño para utilizar su energía como medio para volver a casa, del otro lado de la Vía Lactea, o algo por el estilo.
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Apuntes para la Nueva Era
“Porque el justo cae siete veces;
y vuelve a levantarse,
pero los impíos caerán en la desgracia.”
- Proverbios 24:16, La Biblia (BLA)
El origen de esta historia se remonta al año 323 a.C., más precisamente a ese instante en el que el conquistador macedonio Alejandro Magno pasó a mejor vida. Al morir, su imperio se dividió entre sus generales, hecho que desencadenó el período conocido como las Guerras de los Diádocos, o sea, una gran batalla por la sucesión del más grande imperio de la Edad Antigua. Esta partición dio lugar a la conformación de varios reinos helenísticos, cada uno gobernado por uno de sus sucesores (o diádocos). Los principales reinos resultantes fueron el Reino Ptolemaico en Egipto, el Reino Seléucida en Asia y el Reino Antigónida en Macedonia.
Así fue cómo la región de Judea cayó bajo dominio seléucida, reino cuyos territorios abarcaban Anatolia, Mesopotamia, Persia y Siria. En un duro proceso de asimilación cultural, una gran parte del pueblo judío sufrió una helenización forzada en un intento de ser despojado de sus tradiciones y liturgias más inherentes. Como no podía ser de otra manera, este proceso terminó provocando una fuerte contraofensiva.
Corría el año 167 a.C. cuando un grupo de judíos conocido como los macabeos (ya que su líder se llamaba Yehudá Macabi, o Judas Macabeo) comenzó a rebelarse contra la hegemonía griega. Se negaron rotundamente a realizar actos que fueran en contra de sus propios preceptos religiosos y, a pesar de su inferioridad numérica, se plantaron frente a los soldados griegos para defender su historia y su tradición. De esta manera, a ver si les suena, tuvo lugar uno de los milagros de Hanukkah: la victoria de pocos contra muchos.
Al concluir este conflicto, los judíos regresaron al Templo de Jersualén y lo encontraron profanado con idolatrías paganas (o sea, dioses griegos) y con la menorah apagada, junto a aceite suficiente como para brillar tan solo por un día. Sin embargo, otro milagro ocurrió: a pesar de la falta de aceite, la menorah permaneció encendida durante ocho días y ocho noches. En base a este hecho se estableció la duración de la festividad de Hanukkah, también conocida como la Fiesta de las Luces, que recuerda la restauración del Santo Templo y la victoria de los macabeos.
“No es casualidad que esta inauguración presidencial ocurra durante la fiesta de Hanukkah, la fiesta de la luz, ya que la misma celebra la verdadera esencia de la libertad. La guerra de los macabeos es el símbolo del triunfo de los débiles sobre los poderosos, de los pocos sobre los muchos, de la luz por sobre la oscuridad, pero sobre todas las cosas, de la verdad sobre la mentira”, dijo el presidente Javier Milei hacia el final de su discurso de espaldas al Congreso, para culminar con su catchphrase tomada precisamente del Primer Libro de los Macabeos: “La victoria no depende de la cantidad de soldados, sino de las fuerzas que vienen del cielo”.
Si ese día uno entraba a la cuenta de Instagram del recién asumido presidente, además de un canje inviable con una escuela para traders en su descripción, lo primero que aparecía era un críptico posteo que consistía en una imagen de un texto en hebreo. Se trataba un fragmento de Al Hanisim, una plegaria que se recita durante Hannukah como adenda estacional al rezo matutino de Shajarit, una de las tres oraciones diarias.
Como para que no quedaran dudas de la importancia simbólica de esta fecha para su mesiánica autopercepción, el máximo invitado de honor del día, el ucraniano Volodimir Zelenski, se llevó de regaló una menorah de Hanukkah (o januquiá). En esta misma línea, el pasado martes Javier Milei participó de un acto organizado por Jabad Lubavitch Argentina, donde declaró que: “Sabemos que las fuerzas del cielo van a apoyar a la Argentina en este momento y sobre todo van a apoyar a Israel en este momento”.
También hay que decir que la celebración del tedeum —o “ceremonia interreligiosa” a secas, como tituló la transmisión— el día de la asunción tampoco fue un hecho casual. Históricamente, el Te Deum era un himno cristiano de acción de gracias que se entonaba en celebraciones solemnes, como la coronación de un monarca o de un Papa, o para acompañar la entrada de un Rey o Emperador a un poblado.
En nuestro país, el tedeum comenzó como una tradición colonial que tenía como objetivo adjudicarle al virrey de turno cierta legitimidad como máxima autoridad religiosa de la ciudad. A partir del 25 de mayo de 1810, esta tradición fue resignificada como una misa en homenaje a las autoridades patrióticas de las Provincias Unidas del Río de la Plata. De esta forma se consolidó la tradición de celebrar un tedeum como ceremonia central cada 25 de mayo, que con el correr del tiempo cobró un carácter interreligioso.
Lo curioso es que esta fue la primera vez en la historia de nuestro país que esta ceremonia se celebró fuera de su fecha tradicional. De hecho, hasta la fecha sólo dos asunciones presidenciales contaron con su propio tedeum por haberse realizado excepcionalmente un 25 de mayo: la de Héctor José Cámpora en 1973 y la de Néstor Carlos Kirchner en 2003. Si volvemos a la definición histórica de esta misa, tal vez nos de alguna pista de los aires de grandeza que el nuevo Presidente ostenta, por si todavía no había quedado claro.
Ahora bien, durante la ceremonia del pasado domingo tuvieron lugar al menos dos momentos sumamente destacables. Por un lado, el arzobispo Jorge Ignacio García Cuerva ofició de vocero del Papa al disputar el concepto de libertad ante un conmovido y vulnerable Milei (“la verdadera libertad se expresa plenamente en la caridad”), llamó a la clase dirigente a tener “la capacidad de comprometerse con la fraternidad social” y afirmó creer “en un Dios liberador” que “nos quiere liberar de la opresión, de la codicia y la avaricia, de la injusticia y de la inequidad y de toda forma de violencia”. Un poquito le puso los puntos, digamos, o sea.
Por otro lado, el rabino Axel Wahnish, guía espiritual de Milei, le dedicó palabras cómplices, citó erradamente al Rey David en Salmos (era el Rey Salomón en Proverbios) y le aseguró que “Dios tiene fe en usted”, palabras que fueron recibidas con un mar Rojo de lágrimas. Ah, y sí, también habló el Dr. Christian Hooft, presidente de la alianza evangélica ACIERA, quien se comprometió a orar por el presidente y su gabinete. Hooft rogó por la Patria y, muy en línea con lo que plantea Gilles Kepel en su libro, pidió perdón por haberle dado la espalda a Dios y haberlo “quitado del primer lugar” durante tantos años.
Ah, y cierto, por si faltaba algo, el presidente y su comitiva cerraron la jornada en el Teatro Colón, donde el plato fuerte no fue otro que la ópera Nabucco (1841) de Giuseppe Verdi. Esta obra está inspirada en eventos bíblicos narrados en el Antiguo Testamento, más precisamente en los libros de Daniel, Jeremías, Reyes y Lamentaciones. El eje central es la figura del rey babilónico Nabucodonosor II, cuyo arco narrativo comienza al invadir Jerusalén y termina con la conversión al monoteísmo hebreo tras atravesar una experiencia religiosa.
“Hoy comienza en Argentina una nueva era”, prometió el presidente en su discurso de asunción, concepto que define al pie de la letra algunas de sus percepciones místicas propias pero también las de miembros de su gabinete, como las de la flamante Secretaria General de la Presidencia (tarot y espiritismo) y las de la Ministra de Capital Humano (reiki y mindfulness). Un cóctel explosivo de creencias on demand para todos los gustos.
En un mundo donde disputas territoriales y políticas, sobre todo en Oriente Medio, continúan acarreando un fuerte componente religioso y donde la atomización de las creencias supo generar un sinfín de ofertas a medida de un ecléctico y variado mercado, queda por ver qué lugar le guardará la Historia a este mandatario del sur global que cree haber llegado al poder por intervención divina.
“Milei tiene algo de profeta, pero también tiene algo de brujo, algo de chamán. Los chamanes no son locos, son tipos que permiten representaciones que el normal de la sociedad no se permite”, dijo el sociólogo y antropólogo Pablo Semán en alusión a la caracterización que suele ensayar Juan Grabois de Milei como “falso profeta”, para luego concluir que su figura: “funciona como un habilitador de proyecciones, después hay que ver qué efectos tiene en la realidad a largo plazo”.
Tal vez ya no sea la revancha de Dios, sino la de todos los dioses y creencias.
Hoy el chamán clama por un sacrificio ritual a la todopoderosa deidad del libre mercado, y ya sabemos quiénes lo vamos a pagar en el altar.
Nos encomendaremos, nomás, a las fuerzas del cielo.
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Santiago 👽
Santiago Martínez Cartier nació en Buenos Aires en 1992. Se define como escritor de ciencia ficción. Lleva seis novelas publicadas desde el 2014 hasta la actualidad. Forma parte de Criolla Editorial. Colaboró como redactor en diversos sitios especializados en cine y literatura, como Hacerse la crítica, House Cinema y El Teatro de las Voces Imaginarias, entre otros. Produjo el audiolibro El quinto peronismo en formato radioteatro, adaptación de su novela homónima. Organizó eventos culturales y programó y presentó ciclos de cine. Palermo Dead (2021), una sucesión de relatos de terror que transcurren en un edificio maldito construido sobre el Cementerio de la Chacarita, es su último libro.