Vivir la distopía: Worldcoin y el escaneo del iris
Alrededor de la carrera armamentística por el futuro de la informática, conspiraciones, paranoias y sus potenciales consecuencias
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Lo que nos hace humanos
Corre el año 2019. Las sucesivas guerras sumieron al mundo en un estado de devastación y la atmósfera se encuentra profundamente contaminada. Debido a esto, las Naciones Unidas impulsan un plan para poblar esas colonias que se encuentran lejos de la Tierra. Como incentivo, aquellos que deciden mudarse reciben un regalo muy especial: asistentes androides indistinguibles de un ser humano. Inesperadamente, algunos de estos androides logran escapar de sus quehaceres coloniales y regresan de incógnito a nuestro planeta.
Mientras tanto, en la ciudad de San Francisco vive un tal Rick Deckard, un cazarrecompensas que trabaja para la policía local. Este hombre se encuentra contrariado porque su esposa parece no poder salir de un profundo estado de depresión. Cada mañana, antes de ir a trabajar, contempla cómo ella se queda enroscada entre las sábanas con su “órgano anímico”, un aparatito que manipula las emociones, programado en “depresión auto acusatoria”. Una de las causas de este estado, según dice, es la soledad a la que está condenada su mascota, una oveja eléctrica que habita el pequeño jardín delantero.
A raíz de la crisis ambiental, la mayoría de las especies están extintas y adoptar animales reales se volvió una cuestión de estatus. El resto de la humanidad debe contentarse con imitaciones robóticas de aquellos seres que solían existir. A todo esto, como forma de soportar un mundo exterior inhabitable, el mercerismo empieza a cobrar fuerza: una religión tecnológica a la que se le rinde culto a través de un sistema de realidad virtual donde todos pueden ponerse en la piel del profeta y sentir en carne propia el goce del martirio; una oda al sufrimiento colectivo que nuestra cultura endiosa.
Es en este contexto que a Rick Deckard se le presenta un caso cuya recompensa le permitiría adquirir otro animal eléctrico para hacerle compañía a su solitaria oveja y así resolver todos sus problemas; una misión que consiste en retirar (léase exterminar) a seis androides rebeldes que escaparon de una de las colonias marcianas. Por reglamento, antes retirar a cualquier androide debe aplicarle el test Voight-Kampff, un método que evalúa las respuestas emocionales de los sujetos a preguntas específicas para medir su nivel de empatía y en base a eso determinar su humanidad. El problema es que en un mundo cada vez más extrañado, la línea entre una cosa y la otra se volvió difusa. Tal vez estos androides sean más humanos que algunos seres de carne y hueso que aún habitan la Tierra, piensa Rick Deckard.
Claro que este es el distópico argumento de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968), ese clásico de Philip K. Dick que se transformó en la Blade Runner de Ridley Scott; una novela con estructura y estética de policial negro que aborda una serie de problemáticas cada vez más actuales: una crisis ambiental que se advierte irreversible, el intento de encontrar una solución tecnológica a los problemas de salud mental —léase, neuralink—, la popularidad de tendencias espirituales de praxis individual y mediadas por el desarrollo de la técnica y, por supuesto, la dificultad para distinguir lo humano de lo inhumano en una realidad repleta de replicantes sintéticos.
Aunque parezca lejana, literalmente esta última preocupación fue lo que llevó al desarrollo de los orbs, esos aparatos diseñados como parte del proyecto Worldcoin para determinar lo intrínsecamente humano de sus usuarios a través del escaneo de su iris. El test de empatía Voight-Kampff que imaginó románticamente Philip Dick se trasladó al presente como una máquina diseñada para leer datos biométricos y no emociones; lo que nos hace humanos ya no tiene que ver con una forma de sentir, sino con un mero rasgo fenotípico.
¿Cómo es que llegamos hasta acá y por qué hay largas filas con personas que esperan para escanear su iris en la librería de la esquina? Este proyecto nació de la convulsa mente de nuestro amigo Sam Altman, director ejecutivo de OpenAI, que junto al físico Alex Blania y al filósofo Max Novendstern decidió fundar Tools for Humanity (TFH), una “empresa tecnológica creada para garantizar un sistema económico más justo”. Como proyecto central nació Worldcoin, cuyos tokens fueron pensados como forma de impulsar una economía mundial más equitativa gracias a la economía de internet.
Todo suena muy lindo y filantrópico, pero el objetivo real del proyecto está más emparentado con los miedos y paranoias de Sam Altman que con su altruistas buenas intenciones. Como declaró en varias oportunidades, los desarrollos llevados adelante por OpenAI son parte de una evolución natural que en un futuro cercano culminará en la inteligencia artificial general (o AGI): ese punto en el cual las IAs podrán realizar cualquier tarea humana.
Ante este panorama que muchos consideran inevitable, hasta desde el FMI tuvieron que salir a advertir sobre la crisis de empleo que se avecina en los años venideros; una crisis que llevaría a una concentración de riquezas aún más dispar que la actual al cristalizar un nivel atroz de desigualdad económica y social donde la conflictividad entre clases sería inevitable.
Como paliativo craneado desde ese 1% más rico y distante, Sam Altman tuvo una idea que, salvando el abismo, lo convierte en el Juan Grabois de las Big Tech. Por medio de Worldcoin, estas bondadosas personalidades planean otorgar a los más necesitados un salario básico universal en criptomonedas depositado en cuentas verificadamente humanas; un intento de acortar la brecha que sus propios desarrollos tecnológicos profundizan día a día.
Ahora bien, desde que el proyecto Worldcoin se viralizó en el año 2021 han surgido un sinfín de teorías al respecto de lo más variadas. En el frente conspiranoico, tal vez la más divertida es la de los “gemelos cuánticos”, que asegura que los datos biométricos están siendo utilizados para crear copias digitales de cada ser humano que decidió escanear su iris. Estos gemelos serían utilizados como sujetos de prueba para experimentos en una suerte de modelo de esclavitud de avatares. Sí, falopa cósmica.
Por otro lado, con los pies un poco más cerca de la tierra, algunos referentes del ámbito se vieron obligados a salir a expresar sus preocupaciones con respecto al proyecto. Tal vez el más consagrado haya sido Vitalik Buterin, co-fundador de Ethereum, quien destacó que los mayores riesgos de Worldcoin están asociados a “la privacidad, la accesibilidad, la centralización y la privacidad de los datos”. O sea, todos los principales pilares del proyecto parecen ser un tanto vulnerables.
En la mente de Sam Altman y los suyos, Worldcoin fue concebido como un proyecto que eventualmente se transformaría en Open Source (o código abierto); o sea, desarrollos de dominio público en los que cualquiera podría meter mano, generar clones o versiones bastardas tanto del hardware como del software. De hecho, los detalles del hardware de los orbs actualmente están liberados y quien tenga los medios para hacerlo puede construir uno desde la comodidad del hogar. Lo que continúa siendo un misterio es el software.
Justamente a esto está asociado uno de los mayores miedos (y las subsecuentes especulaciones paranoicas) con respecto al futuro de Worldcoin: la posibilidad concreta de construir backdoors en la programación de los orbs que podrían utilizarse para el espionaje o el robo de los datos recolectados. En la misma línea, al tratarse de código abierto también resultaría fácil emular este sistema de identificación virtual para crear uno nuevo y quitarle a Worldcoin la tan buscada unicidad de sus documentos de identidad virtuales.
Es sabido que los entes gubernamentales suelen llegar un poco tarde a la regulación de los avances tecnológicos y su impacto en el devenir social, pero este caso parece ser la excepción. Países como España, Portugal y Kenia han llegado a prohibir, limitar o suspender el accionar de la empresa en su territorio por considerar que la privacidad de los datos no estaba asegurada y que el sistema se presume altamente vulnerable. Mientras tanto, a lo largo y a lo ancho del globo ya se trabajan proyectos de ley para regular Worldcoin como también el vasto universo crypto y los potenciales efectos de las IAs en el mercado laboral.
En la actualidad, con su plan de contingencia puesto en marcha y vaya uno a saber si la conciencia tranquila, Sam Altman sigue con la vista puesta en el horizonte de posibilidades que el futuro depara. “Ni fiat ni Bitcoin: la moneda del futuro va a ser la informática”, declaró recientemente en una entrevista donde destaca la importancia del desarrollo de chips como eje central de la industria. Un nuevo paradigma que propone un nuevo problema: las supercomputadoras del futuro van a necesitar cantidades industriales de energía para operar.
De acá a unos años, la forma en que una computadora personal funciona está destinada a cambiar rotundamente. Según lo previsto, la computación cuántica alterará para siempre el modo en que nos relacionamos con la tecnología. Para decirlo a lo bruto, una computadora normal realiza un cálculo por unidad de tiempo, un “ciclo reloj”, mientras que una computadora cuántica realiza múltiples cálculos en paralelo por unidad de tiempo. Si en la computación tradicional la información se procesa en bits como unos y ceros, los cúbits cuánticos procesan ambos valores a la vez; un gato de Schrodinger de información computarizada.
Esta tecnología permitiría (y hoy permite de forma experimental) generar simulaciones acertadas que, según algunos optimistas, podrían tener un impacto permanente en la vida como la conocemos, o por lo menos para quienes puedan pagarlo. Por ejemplo, la simulación de un sistema de moléculas complejo no sólo podría ser utilizada para desarrollar nuevas drogas y medicamentos, sino que abriría la posibilidad de trabajar al detalle la cura de enfermedades que hoy consideramos terminales. La carrera armamentística para crear la primera computadora cuántica de alto rendimiento está en curso y los principales actores son empresas como IBM y Google, y bueno, el siempre presente gobierno chino.
En este sentido también piensa el futuro Sam Altman, por lo que recientemente presentó su más flamante proyecto. Lleva por nombre Stargate y consiste en la instauración de un centro de datos mundial potenciado por supercomputadoras. ¿Cómo abastecer semejante necesidad de energía para un sistema que, al encenderse por completo, podría dejar sin luz a un país entero? Por supuesto, Sam tiene la respuesta: “la solución es la fusión nuclear”.
Sin dudas estamos yendo a toda velocidad hacia un sistema globalizado de centros de datos potenciados por computación cuántica abastecida por energía nuclear donde la brecha social será cada vez mayor y donde deberemos comprobar nuestra humanidad para, en el mejor de los casos, ligar unas crypto-limosnas.
¿Qué podría salir mal?
Una invitación
A quien sea que se encuentre en la mágica ciudad de Buenos Aires (o a quien le competa) le extiendo oficialmente la invitación a la primera edición de la FLIPA (Fiesta del Libro Independiente de Palermo) que tendrá lugar este sábado 20/4 a partir de las 18hs en Espacio Bonpland (Bonpland 1660, Palermo). Sí, son datos un tanto redundantes pero necesarios.
Bajo el mantra “Literatura y algoritmos” van a tener lugar distintos conversatorios alrededor de la relación entre la escritura y las nuevas tecnologías —uno de ellos moderado por nuestra querida Ivi—, lecturas de poesía, una feria con más de 30 editoriales independientes, DJs en vivo y, como plato fuerte, la presencia de Martín Kohan para que nos cuente cómo la está viendo.
La entrada es un vale de apenas mil pesos que luego sirve como descuento en cualquier stand de la feria. Lo que si dice una bicoca.
Cualquier duda o consulta, es por acá 💕
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Por las dudas, vamos con un poco de data que nunca está de más aclarar:
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Santi 👽
Santiago Martínez Cartier nació en Buenos Aires en 1992. Se define como escritor de ciencia ficción. Lleva seis novelas publicadas desde el 2014 hasta la actualidad. Edita libros y produce eventos como parte de Criolla Editorial. Colaboró como redactor en diversos sitios especializados en cine y literatura, como Hacerse la crítica, House Cinema y El Teatro de las Voces Imaginarias, entre otros. Produjo el audiolibro El quinto peronismo en formato radioteatro, adaptación de su novela homónima. Organizó varietés culturales y programó y presentó ciclos de cine. Palermo Dead (2021), una sucesión de relatos de terror que transcurren en un edificio maldito construido sobre el Cementerio de la Chacarita, es su último libro de ficción. El año pasado publicó Picnic sideral: Algo en qué creer, una selección mejorada de los mejores newsletters del 2022, en una co-producción entre Mate y Criolla.