Todo Satán es político
Una breve historia del satanismo, desde el Antiguo Testamento hasta la Iglesia de Satán californiana y sus derivados
ÚLTIMO MOMENTO: Se aproximan cuestiones
Buenas, queridxs lectorxs, ¿cómo dicen que les va? Acá Santi. Sé que no suelo apersonarme de esta forma, pero la ocasión lo amerita. Vamos a decirlo con todas las letras: se viene el libro de Picnic sideral, proyecto en el que llevamos meses trabajando y que me genera un orgullo tremendo. Nada de esto sería posible sin el apoyo de la gente que banca Mate día a día con sus aportes y que se toma el tiempo de informarse (y/o entretenerse) con nuestra rica y variada oferta de contenidos, así que una y mil veces GRACIAS. Por supuesto, el agradecimiento también es infinito con el equipo de Mate, que confío en mí desde el principio y que me permitió encarar tamaña y compleja empresa como lo es transformar este newsletter en un libro.
Se va a llamar Picnic sideral: Algo en qué creer, contiene una selección de 12 artículos publicados el año pasado —corregidos y ordenados por un hilo conductor— y lo vamos a presentar en vivo junto a un panel de gente hermosa el viernes 28 de abril en el Batacazo (Av. Medrano 627, CABA), así que vayan agendando. Por lo pronto va a ser una edición limitada, así que atención a la preventa que lanzaremos los primeros días de la semana próxima desde Mate y desde la querida Criolla Editorial, que se está encargando del proceso de edición.
En exclusiva, para quienes gustan de leer esta noble publicación, les dejo algunos adelantos; una foto de autor que quedó afuera de la selección final y un fragmento del arte de la portada:
Sin más, los dejo con la historia de cada viernes:
Construcción de un adversario
Año 587 antes de Cristo. Tras un largo período de revueltas en contra de la dominación expansionista y el autoritarismo del Imperio neobabilónico, el Reino de Judea había sido vencido y Jerusalén, su sagrada capital, había sido saqueada y destruída. Las tropas del poderoso rey Nabucodonosor II se habían abalanzado sobre la ciudad luego de que el rey judío Jehoiakim se negara a continuar pagando un tributo ilegítimo a la gran Babilonia. De forma despiadada, el rey de Judea fue asesinado, sus sucesores se exiliaron y su pueblo quedó cautivo dentro la capital del imperio mesopotámico.
Los babilonios nunca se vieron venir que unos años más tarde, en el 539 a.C., se los iba a llevar puesto un flamante imperio que pronto se transformaría en el más grande que la humanidad hubiera visto hasta el momento. Se trataba del Imperio aqueménida —por no decir persa— que al mando de Ciro II el Grande, su fundador, se estaba expandiendo con rapidez desde el mar Mediterráneo hasta las cimas nevadas de la cordillera afgana. Luego de la batalla de Opis, último gran enfrentamiento bélico entre persas y babilonios, finalmente se selló la caída del gran imperio mesopotámico y los persas permitieron que los judíos cautivos regresaran a su Judea natal: el tan ansiado retorno a Zion.
Más allá de las referencias y alusiones que tanto Matrix (1999) como el grueso de la cultura reggae tomaron de este conflicto histórico —y de que en una de esas te acaba de caer la ficha de por qué se llama así el proyecto solista del exlíder de Los Piojos—, este acontecimiento tuvo un impacto indeleble y bastante desapercibido en el devenir de las religiones abrahámicas y, sobre todo, en la construcción del arquetipo de Satán; del mal encarnado en un personaje que se presentaba como el antagonista perfecto para la deidad suprema. ¿Cómo sucedió esto? Como siempre: a raíz de un sincretismo.
La cosa es así: para empezar, en el Antiguo Testamento la palabra “satán” era utilizada como sustantivo común, de forma un tanto genérica, para identificar un “adversario” o “acusador”. O sea, era un término para referir al contrincante del protagonista de turno; en otras palabras, Satán aún no era un personaje definido, sino un concepto amplio con el que se podía denominar a casi cualquier antagonista, ya fuese de índole humana o sobrenatural.
Fue justamente luego de la caída del Imperio neobabilónico, y mientras el pueblo judío compartía su cotidianidad con sus pares persas, que la influencia del zoroastrismo empezó a pregnar con fuerza en las concepciones religiosas de los originarios de Judea. Hay quienes dicen que estas ideas pueden rastrearse hasta una secta zoroastriana en particular conocida como los zurvanistas. En contraposición al zoroastrismo mazdeísta, los zurvanistas creían que el dios supremo Ahura Mazda no era el único inmaculado y emanado desde la nada, sino que estaba acompañado por una contraparte malvada: su gemelo conocido como Angra Mainyu.
Este arquetipo de un dios malvado de la oscuridad y la ignorancia parece que pregnó rápido y se combinó con otra tendencia narrativa que estaba en boga por aquellas épocas: la historia del ángel caído. Dentro de los Manuscritos del Mar Muerto se hallaron distintos pasajes que representaban este derrotero, como en el Libro de Enoch, donde se describe cómo un regimiento de 200 ángeles, al mando de su líder Semjâzâ, renuncia a sus deberes de vigilancia y baja a la tierra para entregarse al sexo con mujeres humanas, o como el Libro de los Jubileos, que repite la misma historia pero le suma una petición de Mastema —el adversario de turno— para quedarse con algunos ángeles caídos con el objetivo de transformarlos en sus trabajadores.
Ahora bien, luego del período intertestamentario y con toda esta narrativa sincrética a cuestas, ya en el Nuevo Testamento la figura de Satán había pasado de sustantivo común a propio; se había transformado en la raíz arquetípica de todo mal y pecado sobre la faz de la Tierra, reconocido líder de su propio ejército de demonios. Vale aclarar: su forma todavía no estaba definida y seguía ocupando distintos roles a lo largo de la narrativa bíblica, desde aquel ser que tentaba a Cristo en el desierto hasta el todopoderoso mandatario del Imperio Romano en el Libro de las Revelaciones. Es justamente en este libro que se identifica a Satán con una de las formas que luego haría mella en sus representaciones medievales: la Gran Bestia Roja del Apocalipsis.
Cuestión: con el correr de los años, y valiéndose de la ambigüedad del personaje, los cristianos ortodoxos comenzaron a adjudicar el mote de “satánica” a toda secta hereje dentro del propio cristianismo que atentara contra sus tradiciones más férreas. Su objetivo era terminar de consolidar una doctrina naciente al rechazar cualquier deriva narrativa que se alejara del canon establecido y el método elegido fue la persecución sistemática de cualquier disidencia.
Como no podía ser de otra manera, los primeros en la mira fueron los queridos y recurrentemente mencionados gnósticos, esa rama cristiana esotérica que interpretaba que la máxima deidad bíblica en realidad era un ser malvado —el famoso demiurgo— y que el verdadero Dios era una entidad suprema e incognoscible, etc. Así fue cómo los gnósticos se convirtieron en uno de los primeros grupos en ser perseguidos por satánicos, mote que luego se utilizaría para denominar a cualquier vertiente pagana o considerada hereje que lejos estaba de adorar a la figura (o concepto) de Satán.
Este uso político del término se fue imponiendo a medida que la influencia de la Iglesia Católica crecía a lo largo y a lo ancho de Europa. No es una sorpresa que la mismísima Inquisición se valiera de tildar a sus perseguidos como “satánicos” sin importar su horizonte de creencias, desde los cátaros —de clara herencia gnóstica— hasta los supuestos practicantes de brujería. Esta última etapa fue escalofriantemente documentada en ese tratado de derecho religioso que lleva el nombre de Malleus Maleficarum (1669) —o Martillo de las brujas—; además de ser un riguroso manual de persecusión y tortura, sus autores le habían dado un rol preponderante al imaginario de Satán y sus demonios.
Para esa altura, la composición visual del personaje (o su physique du rol, podríamos decir) se había terminado de consolidar a partir de ciertas pinturas medievales (como San Agustín y el Diablo de Michael Pacher) pero sobre todo a raíz de la descripción hecha por Dante en su Divina comedia (1321): un ser de tres cabezas, alas de murciélago y grandes cuernos en la frente que se alimenta de pecadores desde su reino en el noveno círculo del Infierno.
Otro de los elementos constitutivos de su narrativa clásica fue aportado por el poeta John Milton en su reconocidísmo poema narrativo El paraíso perdido (1667), epopeya bíblica dividida en 12 libros sobre la relación de Dios con el mal y el sufrimiento sobre la faz de la Tierra; un poco un tratado filosófico sobre la dialéctica entre el creador y sus criaturas. Uno de los protagonistas de esta historia es Lucifer, personaje trágico que comienza como ángel servil y termina condenado al Infierno por ser el líder de una rebelión fallida ante Dios. Milton combinó elementos de las narrativas de los Manuscritos del Mar Muerto con la referencia bíblica original a Lucifer —lejos de cualquier antagonismo y más cerca de describir un fenómeno astronómico— para darle forma a la historia que hoy todos recordamos.
Y antes de llegar al s. XX hay que mencionar otro factor que fue fundamental para terminar de darle forma a nuestro imaginario pop del Diablo: la leyenda alemana tradicional de Fausto, o en realidad la versión de Goethe y sus posteriores adaptaciones teatrales. En pocas palabras, la leyenda cuenta la historia de un tipo inteligente y capaz pero insatisfecho que hace un pacto demoníaco en un cruce de caminos con el fin de entregarse a una vida de placeres y hedonismo ilimitado que, por supuesto, termina con una moraleja.
La cuestión es que, a la hora de adaptar la obra al teatro, el Diablo (o Mefistófeles, en este caso) era representado por un tipo que vestía calzas rojas, una larga capa y pequeños cuernos, una caracterización un tanto paródica que hasta el día de hoy puede verse en representaciones audiovisuales varias. El arquetipo narrativo de Fausto también tuvo un impacto profundo en la cultura pop contemporánea, que va desde Crossroads (1986) y Al diablo con el diablo (2000) hasta ese capítulo icónico de Los Simpson donde Bart vende su alma y Milhouse la cambia por Alf en forma de fichas.
Y bueno, un fuerte resurgimiento de Satán como símbolo político se dio casualmente durante los años ‘70 en la meca esotérica de la época: el estado de California.
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Satanismo disidente
Un ángel que parece tener escamas. Un hombre que parece no tener ojos. Cuerpos desnudos y un cuchillo sobre el pecho. El erotismo en los detalles. Un símbolo pagano tatuado en el antebrazo. Alguien muerde la fruta prohibida; una fruta que echa humo. La fruta es una pipa y también una calavera. Un ritual lisérgico e inexplicable. Una Misa Negra teñida de rojo escarlata. La Muerte en el Tarot y un hombre con cuernos que predica hasta que los símbolos arden. De fondo un helicóptero aterriza; un fantasma que recuerda que Vietnam todavía es una realidad. El ojo de Horus y una oscura procesión hacia la verdad.
Todo esto y mucho más puede verse en Invocation Of My Demon Brother (1972), corto experimental de Kenneth Anger que no sólo contó con una banda sonora improvisada por Mick Jagger y la aparición estelar de Bobby Beausoleil —por entonces miembro de la Familia de Charles Manson—, sino que uno de los protagonistas, en la piel del mismísimo demonio, era Anton LaVey, mejor conocido como el fundador de la Iglesia de Satán, institución que luego derivaría en el concepto un poco más amplio de satanismo laveyano.
Como parte de la oleada esotérica que había acompañado al auge del movimiento hippie durante los ‘60, había surgido cierta interpretación del satanismo donde se enaltecía a la figura de Satán como símbolo de rebelión en contra del orden establecido, claro legado de la representación de Milton en su paraíso perdido. Dentro de un contexto particular donde todos estaban al salto por un profeta, el primero en capitalizar esta tendencia fue LaVey que, junto a un grupete que tenía una clara obsesión mística, resolvió fundar su propia iglesia en el nada arbitrario año ‘66.
El satanismo laveyano, desde un primer momento, se caracterizó como un movimiento no teológico y meramente simbólico. Su concepción universal es profundamente materialista; rechaza la existencia de seres sobrenaturales, del alma y de la vida después de la muerte. No consideran que Satán exista ni le rinden culto como si fuera un dios, sino que eligen enaltecer su figura como arquetipo positivo del orgullo y la ilustración intelectual. También hay que decir que, al igual que el grueso de las creencias new age, los laveyanos promueven una visión del mundo fundamentalmente individualista —por no decir neoliberal—, basada en el egoísmo y el darwinismo social.
Durante sus primeros años la Iglesia se encargó de construir un corpus teórico amplio a medida que sumaba cada vez más adeptos. Así fue como en ‘69 se publicó La biblia satánica, donde LaVey se encargó de dejar por escrito sus dogmas y fundamentos filosóficos pero también una guía práctica para la realización de ciertos rituales. Y es que, más allá de su carácter simbólico, la Iglesia de Satán creía en la magia como forma de purgar ciertos males y vicios personales ligados a tres pilares: la compasión (amor), la destrucción (odio) y el sexo (lujuria). Sí, puede que estos rituales se parecieran más a ejercicios de psicodrama (o a la psicomagia de Jodorowsky) que a cualquier otra cosa.
Y todo marchaba relativamente bien hasta que no tanto porque junto con los años ‘80 también llegó un nuevo pánico moral de moda —que alguna vez hemos mencionado— conocido como Pánico Satánico. A raíz de la publicación del libro Michelle Remembers (1980), crónica psiquiátrica que recopilaba los recuerdos de una paciente que habría sufrido de abuso ritual dentro de un culto satánico, las denuncias de este tipo de práctica se extendieron a lo largo de todo el país. Alrededor de este fenómeno comenzó a construirse una teoría conspirativa que incluía el abuso ritual, sexual y psicológico, de jóvenes y niños en manos de una todopoderosa e inaccesible élite. Sí, un poco una precuela de lo que hoy es la causa principal de los delirantes seguidores de QAnon.
En el libro, el psiquiatra Lawrence Pazder y su paciente (y futura esposa) Michelle Smith aseguraban que, a través de una técnica de recuperación de recuerdos, habían dado con imágenes mentales donde Smith se veía abusada sistemáticamente dentro de la Iglesia de Satán de LaVey. Esto provocó que el propio líder y su hija Zeena (por entonces vocera de la Iglesia) salieran en televisión para defender a su congregación y sus creencias, que lejos estaban de tener algo que ver con una real adoración a Satán. Años más tarde se comprobaría que el caso psiquiátrico era un fraude, una mera estrategia publicitaria para generar un bestseller, pero el daño ya estaba hecho porque así funciona la posverdad.
La Iglesia de Satán (léase los pocos miembros que le quedaban) se pasó la década del ‘90 entre apariciones televisivas y la entrega total al goce artístico, al producir películas, discos y publicaciones dedicadas a las bondades del satanismo. Producto de esta etapa crepuscular en la vida de LaVey es el documental Speak of the Devil: The Canon of Anton LaVey (1993), un íntimo recorrido por los predios de la Iglesia y una serie entrevistas que dan cuenta de la historia del hombre detrás del culto.
Anton LaVey falleció en octubre de 1997, pero su legado sigue vivo hasta hoy y de formas bastante variadas. Para empezar, la Iglesia de Satán sigue vigente y en el año 2006 organizaron la primera misa satánica pública de la historia de los Estados Unidos, entre varios otros hitos. Por otro lado, su hija Karla se abrió de la Iglesia luego de la muerte de su padre para fundar la Primera Iglesia Satánica en 1999, en busca de refundar el satanismo laveyano originario; una suerte de Hagamos al Satanismo Grande Otra Vez.
También hay que decir que la rama laveyana generó sus propias disidencias. Ya en 1975 algunos de sus miembros habían partido para fundar el Templo de Set con el objetivo de desarrollar una concepción religiosa del satanismo y de, a través de una serie de crípticos rituales, finalmente lograr invocar al Señor de las Tinieblas. Los setianos creen que Set —dios egipcio que identifican con el Satán cristiano— es el único dios real y que ha ayudado a la humanidad a lo largo del tiempo al otorgarle un raciocinio escéptico.
En contraposición directa a esta concepción, en el año 2012 fue fundado el Templo Satánico, la vertiente satanista más progre hasta la fecha. Su doctrina retoma el carácter simbólico de la rama laveyana, pero le resta la cuestión mágica, ya que uno de sus grandes preceptos es que ninguna creencia puede ni debería imponerse por sobre los saberes de la ciencia, y le suma la lucha abierta por los derechos de las minorías oprimidas. Sus rituales son meramente simbólicos y tienen como objetivo la agitación social en pos de promover la separación de la Iglesia y el Estado en un país que se dice laico pero en la práctica institucional termina por revelarse profundamente cristiano.
Algunos consideran que es una religión paródica, yo prefiero pensar que sus miembros encarnan a la perfección el arquetipo del trickster, ese mismo que define al Mefistófeles faustiano; una piedra en el zapato del statu quo. Dicho esto, recomiendo fervientemente el documental Hail Satan? (2019) de Penny Lane, que retrata las andanzas y luchas de esta buena gente y el resultado es sorpresivamente hilarante.
Y así concluye esta breve historia del satanismo, espero que la hayan disfrutado tanto como yo.
Hasta la próxima ⛧
sos el nerd que les nerd necesitabamos en nuestra vida y no nos habiamos dado cuenta