Antes que nada, es menester recordaros que Picnic sideral: Las fuerzas del cielo, segundo libro de Mate, se encuentra en etapa de preventa, léase “con flor de descuento que pronto dejará de ser”. Si te interesan los asuntos abordados en esta noble publicación y las formas en que la fe moldea los destinos de la nación, yo sugeriría que te hagas de un ejemplar. Una primicia: la presentación va a tener lugar el domingo 27/10, por si quieren ir agendando. Pronto todos los detalles ✨
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Visiones del más acá
El ambiente es ensordecedor desde hace días, sino semanas, sino meses. No hay un segundo de silencio. El estruendo de los disparos, las granadas y las bombas se transformó en una banda sonora que nadie recuerda cuándo comenzó a sonar. Al respirar sólo se perciben dos aromas: el hedor húmedo de las trincheras y el hierro de la sangre derramada. Al sur del río Somme todavía es verano y la transpiración se suma a otros fluidos que, al ser derramados, ensayan una extraña alquimia con un barro primigenio.
El frente de batalla consta de casi cuarenta kilómetros. Las tropas británicas y francesas tienen un único objetivo en mente: romper con las líneas alemanas y distraerlas de la batalla de Verdún. “La tumba de barro del ejército en campaña”, recordaría más tarde un oficial del ejército alemán. Como parte ínfima de este difuso panorama, un joven inglés que hasta el momento se encontraba algo perdido cree tener una fuerte intuición. Está a cargo de una pieza de artillería y dar con el enemigo no está siendo cosa fácil. El proceso consiste en disparar el cañón metódicamente a distintos puntos hasta dar con el objetivo.
Cansado de la burocracia estructural del método militar, el joven decide hacerle caso a percepciones que no puede poner en palabras. Decide sostener un lápiz sobre el mapa del territorio y este se posa decidido sobre un punto determinado, en apariencia arbitrario. “Allí se encuentra el enemigo”, piensa sin dudarlo. Sin mayores cálculos ni recaudos, ordena que abran fuego. El momento del impacto se sucede por un concierto explosivo; la intuición del joven dio por tierra con un depósito de municiones enemigo. Su nombre era Eric Luck y, según su propio relato, esta fue su primera experiencia psíquica, durante la batalla del Somme, a sus tiernos 23 años.
Una vez terminada la guerra, regresó a Londres y su interés lo llevo a profundizar en conocimientos extrasensoriales. Se paseó por librerías especializadas y visitó sociedades de investigación psíquica. Allí fue que aprendió la técnica de la psicometría que, en términos parapsicológicos, consiste en la habilidad de realizar una “lectura” sobre la historia o la importancia de un objeto mediante el contacto físico. Con este particular bagaje intelectual y junto a su flamante esposa Madge Ducros, Eric Luck desembarcó en el puerto de Buenos Aires en 1920.
En un primer momento su llegada paso desapercibida, pero con el correr de los años fue ganando fama por su dedicado oficio como vidente. Al principio se empezó a correr la voz dentro de la comunidad angloparlante, nutrida por la gran ola inmigratoria de la posguerra. Luego resultó ser que sus servicios eran tan renombrados que comenzaron a ser requeridos por figuras locales, tanto pertenecientes a la sociedad del espectáculo como miembros de partidos políticos de todo corte ideológico. En sus consultas Luck ofrecía “transcripciones”: lecturas amplias y un tanto genéricas sobre el pasado, presente o futuro de sus consultantes, según correspondiera.
Por ese entonces no era extraño considerar a las percepciones extrasensoriales como un aspecto más de la vida cotidiana e incluso como un fenómeno que pronto iba a ser explicado técnicamente por la ciencia. Nuestro país se encontraba atravesando un auge de popularidad del espiritismo kardeciano, que se había cristalizado en la fundación de su propia y ecléctica vertiente de interpretación nacional: la Escuela Científica Basilio. Un clima de época donde los límites entre ciencia y superstición estaban aún por definirse.
En este afán de probar fehacientemente la fenomenología paranormal se encontraban distintas agrupaciones privadas, como la Asociación Médica de Metapsíquica Argentina y la Sociedad Argentina de Parapsicología, y Mr. Luck —como lo apodaban— era uno de sus sujetos de estudio preferidos por “la precisión de sus percepciones” y “la forma concreta” en que sabía expresarlas. Como parte de este devenir, Luck conoció a uno de sus más queridos colaboradores: el Dr. Orlando Canavesio.
Habiéndose graduado como médico especializado en neurocirugía, Canavesio contaba con un particular galardón: ser la primera persona en Iberoamérica en basar su tesis doctoral en un enfoque parapsicológico; un estudio que consistió en la realización de una serie de electroencefalogramas para descubrir un trazado inusual al que denominó “estado metapsíquico”. Según Canavesio, estos estudios habían comenzado en 1935 y lo habían llevado a forjar una intensa relación con psíquicos y médiums, con Eric Luck a la cabeza, lo que a su vez lo había instado a fundar la Asociación Médica de Metapsíquica Argentina, compuesta en su totalidad por doctores en medicina, en busca de validación académica.
A la hora de poner en práctica la teoría para validar su tesis, Canavesio había contado con apoyo de un tal Ramón Carrillo, por entonces profesor de neurocirugía en la Facultad de Medicina de la UBA, quien ostentaba cierto interés coyuntural en asuntos parapsicológicos. De amplia formación médica, Carrillo se había especializado en medicina sanitaria y fue elegido para dirigir la Secretaría de Salud Pública —que rápidamente se transformaría en Ministerio— al momento de asumir su primer mandato constitucional Juan Domingo Perón.
Parece ser que Luck, Canavesio y Carrillo se encontraron un 7 de enero de 1948 gracias a la implementación del primer Plan Quinquenal de Desarrollo, que incluía la creación del Instituto de Psicopatología Aplicada (IPA). Este instituto había sido creado con el objetivo de llevar la asistencia médica hacia el terreno de la salud mental, que hasta entonces solía ser ninguneado, pero Carrillo se las ingenió para integrar también un Gabinete de Parapsicología al mando de Orlando Canavesio. De esta forma, el estado argentino se transformó en el primero en invertir en este tipo de investigaciones a nivel mundial.
Durante aquellos años, por los laboratorios del IPA desfilaron una serie de médiums espiritistas, videntes y otros sujetos con presuntas habilidades extrasensoriales para exponerse a la prueba del electroencefalograma y ver si efectivamente dejaban su particular trazado. Para esta altura, el profético Mr. Luck ya contaba con un puesto oficial dentro del organismo.
Y todo marchaba relativamente bien en el desarrollo de la parapsicología nacional, hasta que los trágicos destinos de la patria irrumpieron de un momento a otro. Resulta que el Instituto Argentino de Parapsicología se encontraba organizando un congreso especializado para abril de 1955. Este instituto privado había conseguido el apoyo absoluto del gobierno peronista: como vocales figuraban gobernadores, ministros, funcionarios y rectores de universidades estatales, y el puesto de presidente de la Comisión de Honor estaba destinado al Presidente de la Nación. Uno de esos funcionarios no era otro que Eric Luck.
En el marco de un clima político y social enrarecido y cada día más violento, el congreso fue suspendido. Meses después tendría lugar el bombardeo a la Plaza de Mayo y más tarde el efectivo golpe de estado. La mayoría de los planes y proyectos del derrocado gobierno fueron discontinuados. Hasta el día de hoy, no se conoce el paradero de los archivos que pertenecieron al Gabinete de Parapsicología.
Por fortuna, existen registros de investigaciones de corte similar con los que sí contamos. Durante los mismos años y en la misma ciudad, dos hermanos obsesionados con los avances de la técnica, pero también con el ocultismo, se propusieron una misión: probar científica y empíricamente la existencia de una civilización extraterrestre.
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Ganímedes Mon Amour
Cae la noche sobre Buenos Aires. Desde la terraza del Kavanagh, uno de los rascacielos más altos del barrio de Retiro, once personas contemplan los cielos con expectativa y ansiedad. Corre el 6 de septiembre de 1954. Se está acercando la hora señalada del día señalado. Una profecía está a punto de ponerse a prueba. Lo que hace unas horas era un murmullo se transformó en un silencio punzante. Alrededor de las 23hs, un resplandor los encandila; algo pasa zumbando a toda velocidad. Los hermanos Jorge y Napy Duclout se miran y sonríen. Tal vez todo esto no fue en vano.
El multifacético devenir de los hermanos Duclout se remonta irremediablemente a su historia familiar; a un entorno cercano atravesado por una vasta cultura científica y espiritual. Su padre fue el ingeniero Jorge Duclout (1856-1929), un pionero en múltiples áreas del conocimiento, incluyendo la mecánica, el electromagnetismo y la aviación, y una figura clave en la divulgación científica en Argentina. Tal era su reputación que fue el encargado de recibir a Albert Einstein en su visita al país en 1925. Por otro lado, su madre, Valentina Brun (1880-1971), ostentaba un profundo interés por las ciencias ocultas. A pesar de inculcarle a sus hijos una formación católica conservadora, solía consultar las cartas del tarot y tenía cierta curiosidad alrededor de los fenómenos paranormales.
Este ambiente que unía y fundía la razón y la fe moldeó el enfoque de los hermanos al respecto del sentido de la ciencia. Desde jóvenes, demostraron una inclinación por la experimentación, sobre todo en áreas como la radiotelegrafía y la física. Siendo apenas unos niños, su padre los impulsó a montar uno de los primeros radiotransmisores de onda corta que conectaba Buenos Aires con Montevideo, lo que les dio un estatus de pioneros en las comunicaciones de la época.
Fue varios años más tarde, más precisamente en 1932, que los hermanos tuvieron su primer acercamiento al espiritismo. Junto a un pequeño grupo de experimentadores psíquicos, comenzaron a frecuentar a un médium que ofrecía un servicio un tanto peculiar: se dejaba poseer por el espíritu de un tal “Don Juan” y daba consejos sobre la vida cotidiana, desde relaciones familiares hasta cuestiones de negocios. Una suerte de asesor fantasmal para toda ocasión.
La cosa dio un vuelco cuando apareció en escena una nueva entidad. Una fortuita tarde de 1935, el mismo médium canalizó al espíritu de “el Ingeniero”, un ser que aseguraba ser originario de otra galaxia. Lejos de los abordajes mundanos de “Don Juan”, este nuevo espíritu optaba por narrar la llegada de tecnologías que permitirían formas novedosas de comunicación, incluyendo la telepatía, y la posibilidad de generar nuevas civilizaciones en planetas deshabitados. Tras este encuentro cercano, el grupo de investigadores se distanció y tuvieron que pasar casi veinte años para que el Ingeniero volviera a manifestarse.
Parte del grupo reanudó sus experimentos en 1952 y esta vez el médium no fue otro que Jorge Alberto Duclout, quién había descubierto que poseía tales aptitudes. Un tanto obsesionados con las derivas ufológicas que llegaban desde los titulares de la prensa escrita internacional, sobre todo estadounidense, los Duclout creyeron necesario retomar el diálogo con un interlocutor que les hablaba desde más allá de las estrellas. Para dejar registro de tales encuentros, incorporaron a las sesiones un grabador de audio que operaba a partir de bobinas de alambre fotomagnético.
Una vez que el grabador se ponía en funcionamiento, Jorge Alberto se recostaba sobre una cama y cerraba sus ojos. A su alrededor, el resto de los investigadores guardaba silencio y procuraba concentración. Una vez que la atmósfera era la adecuada, llamaban al espíritu en voz baja y preguntaban su nombre. Este fue el modus operandi con el que los experimentadores llevaron adelante una serie de sesiones con un solo objetivo: conocer más sobre la vida en el espacio exterior y, tal vez, sobre el futuro de la humanidad.
Durante la primera sesión, el Ingeniero realizó una descripción detallada sobre el funcionamiento de los platos voladores. Aseguró que tienen la capacidad de alcanzar velocidades de más de seis mil kilómetros por hora, al suprimir la fuerza de gravedad gracias a campos electromagnéticos. De esta forma, podían recorrer la distancia que separa la Tierra de Júpiter en menos de un año. Al ser increpado sobre cómo lucen los seres que pilotean estas naves, el Ingeniero declaró que son “muy distintos” a los humanos; seres más bien pequeños pero capaces de contener un espíritu más adelantado que el humano, y con un organismo veloz y la capacidad de reacción de una mosca para operar mecanismos de alta complejidad.
Con el correr de las sesiones, el Ingeniero profundizó en los aspectos técnicos del viaje interestelar, reveló que los platos voladores venían de Ganímedes, el satélite natural más grande de Júpiter, y le hizo un encarecido pedido a los hermanos: escribir un libro para que la humanidad conociera todo sobre esta tecnología extraterrestre. Para hacerlo, el ganimediano citó Los viajes de Gulliver de Jonathan Swift y propuso incorporar datos técnicos reales como parte de una novela ficcional, como Swift lo había hecho con datos astronómicos, y que dentro de “trescientos, cuatrocientos o quinientos años” el público finalmente se daría cuenta de que nada de ficción había en este relato.
Parece que a esta última parte mucha atención no le prestaron los hermanos Duclout, ya que el libro que publicaron no fue una ficción sino un registro documental y preciso de cada una de las sesiones donde se manifestó el Ingeniero. Origen, estructura y destino de los platos voladores se publicó en 1952; un libro que incluye el riguroso devenir de las sesiones espiritistas, complementado por un prólogo y un apéndice donde los autores profundizan aún más sobre algunas tangentes del caso y aventuran sus propias hipótesis.
Cabe aclarar que para esta altura del partido, lejos del carácter marginal que hoy se asocia con la ufología, Jorge y Napy Duclout contaban con un muy respetable capital cultural e intelectual que abarcaba desde las ciencias duras hasta las bellas artes. Jorge gustaba de la experimentación científica, de la fotografía y de escribir extensos artículos de divulgación donde imaginaba el futuro de la humanidad para la revista Ciencia Popular, que también dirigía. Napy era un reconocido y experimentado director de cine, con una larga filmografía en su haber (bajo el pseudónimo Don Napy) que incluía colaboraciones con su hermano como director de fotografía. De hecho, la trascendida foto de Juan Domingo Perón portando anteojos 3D durante el primer Festival de Cine de Mar del Plata fue ante el estreno de Buenos Aires en relieve (1954) de Don Napy, una proeza técnica de vanguardia a nivel mundial.
Volviendo a la cuestión sideral, ante el pedido de publicación del libro por parte del Ingeniero, los hermanos Duclout también hicieron su propio pedido: danos una señal; una prueba de que todo esto es cierto para no desacreditar nuestra credibilidad. Su petición era simple: que el Ingeniero tomara el control de la mente del piloto de una nave, para hacer que esta sobrevolara la ciudad. “Dentro de dos años, a la misma hora de hoy, pasará sobre Buenos Aires”, declaró el Ingeniero un 6 de septiembre de 1952 a las 22.30hs.
Así fue como, dos años después, once almas subieron a lo más alto del Kavanagh a esperar una señal. El variopinto grupo incluía, además de los hermanos, a miembros de la prensa local, camarógrafos y fotógrafos, dos periodistas brasileños invitados que venían con cierta fama dentro del campo ufológico, una estudiante de artes y un funcionario del IAPI. Según el relato de los Duclout, la espera fue paciente hasta que las brújulas enloquecieron y pasada la medianoche “muchísima gente vio pasar una bola de fuego” que emitía su propia luz. Un encuentro que duró unos pocos segundos, pero que para los hermanos fue una prueba de fe.
Este hecho pasaría a ser considerado como uno de los grandes hitos de la ufología nacional. Más allá de la veracidad comprobable de los hechos, los hermanos Duclout hicieron patria no sólo por sus proezas técnicas, sino también al regalarnos una gran historia.
La presente edición se inscribe, en simultáneo, dentro de dos sagas de esta noble publicación: la saga OVNI (que cuenta con dos ediciones anteriores) y la saga espiritista (que cuenta con tres ediciones anteriores, si contamos la deriva umbanda). Si te interesaron estos asuntos, recomiendo chusmear entre ediciones pasadas.
De paso, para quien quiera profundizar en estas historias en específico, recomiendo mucho este paper del investigador Juan Gimeno, titulado “Eric Luck, el psíquico inglés que conquistó Buenos Aires”, y también las investigaciones del periodista especializado en ufología Alejandro Agostinelli, tanto su blog El Factor como su ya mítico libro Invasores: Historias reales de extraterrestres en la Argentina (2009).
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Santi 👽
Santiago Martínez Cartier nació en Buenos Aires en 1992. Se define como escritor de ciencia ficción. Lleva seis novelas publicadas desde el 2014 hasta la actualidad. Edita libros y produce eventos como parte de Criolla Editorial. Colaboró como redactor en diversos sitios especializados en cine y literatura, como Hacerse la crítica, House Cinema y El Teatro de las Voces Imaginarias, entre otros. Produjo el audiolibro El quinto peronismo en formato radioteatro, adaptación de su novela homónima. Organizó varietés culturales y programó y presentó ciclos de cine. Palermo Dead (2021), una sucesión de relatos de terror que transcurren en un edificio maldito construido sobre el Cementerio de la Chacarita, es su último libro de ficción. El año pasado publicó Picnic sideral: Algo en qué creer, una selección mejorada de los mejores newsletters del 2022, en una co-producción entre Mate y Criolla.