Pancho Sierra y el esoterismo rural argentino (Edición Centenario)
Alrededor del curandero de confianza de Julio Argentino Roca
Aunque parezca increíble, esta es la edición número 100 de Picnic sideral, un camino que empezó con un repaso por el cine de propaganda de Walt Disney y con recomendaciones de películas y libros, mutó hacia las narrativas religiosas y espirituales y sabe uno dónde puede llegar a terminar. Sólo quería agradecer a quienes bancan la parada a través de su lectura, ya sea desde el principio o desde esta misma semana. Queda mucho por delante, aunque no sepamos bien qué.
Para celebrar, hoy abordamos una historia nacional y poco trascendida, y como no podía ser de otra manera, cerramos con una adenda coyuntural, porque la realidad no da respiro. Que lo disfruten ✨
La última rebelión gaucha
El viento asestaba los pastizales de Entre Ríos en un rugir que se percibía anterior al tiempo. Con la mirada fija en el Norte, un hombre contemplaba la llanura húmeda mientras intentaba llenar sus pulmones con aquel aire denso que lo rodeaba. A sus espaldas se desplegaban los restos de su ejército, aquellos que aún creían en los ideales federales que él encarnaba y que no temían a la salvaje persecución comandada desde Buenos Aires ni a la sombra terrible de Domingo Faustino Sarmiento, quien anhelaba exterminar para siempre a su barbarie al fertilizar las tierras del litoral con sangre de gaucho rebelde.
Desde la traicionera batalla de Pavón y con el asesinato de Justo José de Urquiza como excusa perfecta, el gobierno central había decidido intervenir militarmente la provincia. Sometida a un régimen de ocupación humillante, los opositores fueron perseguidos, sus bienes saqueados y el gobierno provincial fue delegado a sucesivos grupetes oficialistas que estaban lejos de comprender la idiosincrasia del suelo sobre el que estaban parados. El grueso de la población local se encontraba en las antípodas de cualquier cosmovisión liberal, por lo que estaba sujeto a constantes escarmientos.
Uno de los últimos bastiones de la resistencia federal era el caudillo Ricardo López Jordán, quien se había exiliado en el Brasil tras ser derrotado luego de una gesta de ocho meses contra las tropas sarmientinas, pero osó regresar a dar batalla un 1 de mayo de 1873. En tan solo unos días logró reclutar unos 18.000 hombres que se pusieron a disposición más por sus convicciones que por sus capacidades militares: la mayoría nunca había combatido o no contaba con el armamento indicado.
Al instante en que López Jordán volvió a poner un pie en tierras patrias, el propio Sarmiento envió a la Cámara de Diputados un proyecto de ley que ofrecía 100.000 pesos por la cabeza del caudillo y 1000 pesos adicionales por la cabeza de cualquiera de los “autores de excesos cometidos por la revolución”. En el afán de contrarrestar el peso de la persecución centralista, López Jordán se dirigió hacia el norte de la provincia, donde esperaba recibir tropas y recursos del gobierno federal de Corrientes, pero el destino tenía otras ideas.
Antes de que pudieran llegar a destino, sus hombres fueron atacados y diezmados, por lo que se vieron obligados a regresar sobre sus pasos con el objetivo de mantener viva la rebelión al interior de la provincia. Fue entonces que se toparon con el arroyo Don Gonzalo en plena crecida, al noreste del Paraná. Con el enemigo pisándoles los talones, las tropas de López Jordán se dispusieron a vadearlo con sumo cuidado; si la pólvora se mojaba, sus chances de salir victoriosos tras un nuevo enfrentamiento serían aún menores. Mientras avanzaban, el arroyo crecía y crecía, lo que provocó que el cruce se extendiera hasta el día siguiente.
Nadie esperaba que aún faltase una última traición, propiciada por las fértiles tierras cuya identidad y cuyas tradiciones el caudillo pretendía defender. El día 9 de diciembre de 1873, una súbita crecida partió a su precario ejército en dos, dejándolo vulnerable y al acecho del general sarmientista Gelly y Obes. Cada una de estas eventualidades terminaron por desencadenar la batalla de Don Gonzalo, donde las tropas de López Jordán sucumbieron bajo el fuego de flamantes ametralladoras, tecnología militar que no había sido utilizada hasta aquel día.
Al caer la noche se detuvo el fuego. A pesar de los esfuerzos de su caballería, los pastizales estaban regados de sangre federal. Cientos de cadáveres aún podían distinguirse como siluetas difusas en la oscuridad; algunos incluso flotaban en el arroyo, habiéndose ahogado al intentar escapar a nado de las balas enemigas. López Jordán se vio obligado a emprender una nueva retirada y, tras una última derrota federal en Nogoyá, cruzó hacia el Brasil en busca de refugio. De esta forma concluyó el que muchos consideran como el último enfrentamiento entre unitarios y federales; la última batalla entre dos formas de concebir y transitar el ser nacional.
Años antes de esta gesta crepuscular, un poeta y militar nacido en la provincia de Buenos Aires de raíz federal le había sugerido a López Jordán una utopía que nunca llegó a realizarse: la creación de una república independiente conformada por Corrientes, Entre Ríos y Santa Fe, con el apoyo político y militar del Brasil como condición de respaldo. Su nombre era José Hernández y mucho antes de escribir el Martín Fierro había sido un orgulloso soldado del ejército federal de Urquiza primero y de las huestes gauchas de López Jordán después, experiencias que marcaron a fuego el sentido identitario de su literatura.
También formó parte de esta gesta su hermano menor, el político y periodista Rafael Hernández, quien encontró su propia manera de instaurar a la figura del gaucho como la quintaesencia del sentir nacional, esta vez desde lo espiritual. Esto explica porque se lo vio alguna vez, un 15 de marzo de 1892, encabezando una procesión de más de 200 personas hacia el cementerio de Salto, al norte de la provincia de Buenos Aires.
El grupo acarreó a cuestas una corona de bronce formada por dos gajos de hiedra y una rama de laurel unidas por un lazo; un símbolo de amistad y unión con el homenajeado, quien llevaba muerto apenas unos meses, ya que había fallecido el diciembre anterior. Al divisar su tumba se detuvieron con solemnidad, agacharon la cabeza y se persignaron. Sobre la lápida podía leerse el nombre de Francisco “Pancho” Sierra, el Gaucho Santo o Gaucho de Dios, y esta es su historia.
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Un hombre y su aljibe
En su libro Historia del esoterismo en la Argentina —tal vez el texto más citado en el ya centenario devenir de esta noble publicación—, Juan Pablo Bubello establece que Pancho Sierra es “sin duda el mayor representante del esoterismo rural del s. XIX”. Su familia había sido una de las primeras en asentarse en Salto, alrededor del año 1800, y un día incierto de 1831 nació Francisco, segundo hijo del primer matrimonio de su tocayo padre, quien llegaría a tener doce hijos.
Salvo por su profundo legado espiritual, la mayoría de los detalles alrededor de su biografía son esquivos e incluso contradictorios. Hay quienes dicen que llegó a cursar estudios de medicina durante varios años en la Universidad de Buenos Aires, otros que simplemente había comprado libros sobre el tema en una visita a la ciudad y que era un aficionado a su lectura. También resulta difuso uno de los acontecimientos constitutivos de su juventud: el trauma originario del primer amor perdido.
Se dice que, a sus veinticinco años, se encerró durante meses en un cuarto de una estancia familiar en el pueblo de Carabelas, entre Pergamino y Rojas. La causa no era otra que un desencuentro amoroso. Al parecer, Francisco se había enamorado de una joven de nombre Nemesia, con quien había iniciado un romance secreto. Su familia no aprobaba la relación y resolvió enviar a Nemesia a Córdoba, con el objetivo de separar para siempre a los enamorados. Ahora bien, ¿cuál era la razón para este posicionamiento familiar? Hay quienes dicen que Nemesia era una criada de la estancia y los padres de Francisco no podían soportar la diferencia social, otros que se trataba de su propia prima.
Cegado por la pasión, Francisco viajó hasta Córdoba en busca de su amada y las versiones sobre lo que encontró al llegar vuelven a diferir: o Nemesia ya estaba casada con otro hombre o había muerto el día antes de su llegada. Sean cuales fueren los hechos reales detrás de este misterioso episodio patrio, lo cierto es que la herida fue tan profunda que no se volvió a ver a Francisco Sierra junto a una mujer hasta 1890, 30 años más tarde.
Tras un providencial tiempo de aislamiento y reflexión, Pancho Sierra emergió transformado y con un nuevo sentido de realización que comenzaría a expresarse a través de sus habilidades como curandero público. Hay quienes dicen que durante esta etapa de encierro tuvo una revelación divina; un mensaje directo de Dios que lo instó a ayudar a los necesitados. Poco a poco se volvió un personaje reconocible, que vestía trajes ampulosos, bombacha de campo, camiseta criolla, poncho y un icónico sombrero ancho.
Dentro del rubro, se caracterizó por realizar sanaciones con agua fría, más allá de pases de manos y curaciones de palabra, típicas dentro del repertorio de prácticas esotéricas de la época. Su estancia “El Porvenir” devino punto de peregrinación, donde el flamante manosanta curaba a toda persona que se acercarse por medio de un vaso de agua fría que extraía directamente de su propio aljibe. Desde toda la provincia llegaban a buscar consuelo y curación, en tiempos convulsos en los que el sentido de la patria se disputaba a fuerza de sangre derramada.
Pancho Sierra había emergido como curandero en 1872, mismo año en que el tatadios Gerónimo Solané había (o habría) desencadenado una masacre en Tandil en contra de la extranjerización, con la consigna de “exterminar a gringos y masones”, y mismo año en que José Hernández finalmente había publicado la primera parte de su Martín Fierro, una oda anti sarmientista aparecida durante la presidencia de Sarmiento. Mientras tanto, los ecos de la traicionera Guerra del Paraguay se hacían sentir en la población civil en forma de fiebre amarilla; momentos en los que realmente era necesario encontrar algo en qué creer.
Tal era así que, años más tarde, la fama de Pancho Sierra como hombre santo lo llevó a forjar estrechos lazos con las más altas esferas del poder nacional. Cuando visitaba Buenos Aires y se quedaba en su casa de la calle Córdoba al 1400, solía pasar a visitarlo su amigo el presidente Julio Argentino Roca, con quien sostuvo una íntima relación.
Como buen liberal, Roca se caracterizó por promover políticas que consolidaron un Estado laico en contraposición a la influencia de la Iglesia Católica, sobre todo en el ámbito educativo, lo que le generó tensiones constantes con sectores eclesiásticos y conservadores. Sin embargo, parece ser que en algo creía. De hecho, a falta de médicos matriculados, Julio Argentino Roca había llevado consigo a tres curanderas en su campaña al desierto en 1879, incluyendo a una nativa araucana que ponía en práctica tradiciones mágicas originarias.
Dicho esto, los vínculos políticos de Pancho Sierra no terminaban ahí. Además de adinerados hacendados y al mismísimo presidente, el curandero solía recibir a otras influyentes figuras del ámbito político, como Bartolomé Mitre, Adolfo Alsina o el ya mencionado Rafael Hernández. De hecho, a instancias de los hermanos Hernández, Pancho Sierra salió a posicionarse a favor de la candidatura de Máximo Paz como gobernador de Buenos Aires. En una proclama en el diario El censor de 1886, el curandero declaró que: “Los males de la patria reclaman hoy la atención de sus buenos hijos y se hace necesario reformar los vicios llevando al gobierno a ciudadanos honrados, justos y liberales que hagan la felicidad de la provincia y levanten la moral pública”.
Pancho Sierra pasaría a mejor vida apenas unos años más tarde, un 4 de diciembre de 1891. Se dedicó a la sanación con agua fría hasta el final de sus días y nunca dejó de recibir a cualquiera que requiriera de sus atenciones. Lejos de descansar en paz, luego de su muerte su legado se transformó en un significante en disputa.
El espiritismo kardecista intentó (y en parte logró) apropiarse de su figura de la mano de Rafael Hernández, uno de los fundadores del espiritista grupo Constancia, quien organizó aquella recordada procesión hacia su tumba como primer homenaje póstumo. Al día de hoy, existen muchos centros espiritistas que continúan enarbolando a Pancho Sierra como guía espiritual y visitando su tumba cada año.
Su mausoleo en el cementerio de Salto continúa siendo un sitio de peregrinación y un lugar sagrado para sus fieles, ya sea dentro del devenir espiritista o parte de una devoción popular inorgánica. Dos estatuas del Gaucho Santo y una enorme pared con un sinfín de placas conmemorativas coronan el lugar, adornado por las ofrendas que dejan los creyentes. Al frente de la entrada al cementerio se montó también un aljibe: memoria viva de aquel cuya agua, por medio de las manos adecuadas, podía sanar cualquier mal.
Adenda: una coyuntura sideral
Venimos transitando semanas donde florecieron noticias alrededor de ciertas nociones narrativas y simbólicas relacionadas con el misticismo, la religión y otros mundos más antiguos y más firmes que solemos abordar: desde el anuncio de la publicación de Las epístolas del cielo, compendio de máximas para una doctrina mileísta que llegó para reforzar la línea Moisés, hasta el acto de lanzamiento de la nueva orga Las fuerza del cielo, con estandartes que exhibían referencias a la obra profética de Benjamín Solari Parravicini; la Cruz Orlada y una profecía parafraseada. Sí, también había estandartes que replicaban un viejo slogan del fascismo italiano y otros con palabras extraídas de esa cita al “prócer” Alberto Benegas Lynch (h.) que ahora evocan sus militantes como mantra colectivo.
La mencionada profecía parafraseada y el nuevo think tank de los Caputo comparten un símbolo: el faro. De hecho, el logo de la fundación parece directamente extirpado de la psicografía de Parravicini y esto no es un secreto: lo publicaron en su cuenta oficial de Twitter. Mientras, se dice por ahí que a Karina no le cayó para nada bien la perfo gordodantesca por dos razones: le generó un ruido innecesario al gobierno en días donde la gestión se percibía en su mejor momento y fue un mensaje alrededor del nombramiento en futuros cargos para Sebastián Pareja, armador cercano a Karina y a los Menem y oriundo de San Miguel al igual que Agustín Romo, quien parece querer disputarle el territorio. Veremos cómo se desenvuelve esta guerra fría entre el karinismo y el caputismo, pero el devenir indica que la hermana llevará el cetro, en términos de Parravicini.
Ah, de paso: cual Francis Ford Coppola en su atractivo desastre Megalopolis (2024), el gobierno anda en la de querer trazar analogías completamente forzadas entre la actualidad argentina y el Imperio Romano, otra obsesión narrativa de Santiago Caputo que cada día cobra más visibilidad. Por algo el Gordo Dan hizo alusión a la guardia pretoriana del Presidente, colocándolo en el lugar del emperador, y por algo el propio Javier Milei, en conferencia con Giorgia Meloni, llamó a “volver a los valores que comparte la mayoría de occidente, valores que fueron forjados en la antigua Roma”. Sí, puede que haya que profundizar en esto eventualmente.
Mientras tanto, el Papa Francisco sigue haciendo de las suyas. En pocos días modificó los ritos funerarios para los pontífices con un enfoque más sencillo y espiritual, se juntó a rosquear con el presidente de la Corte Suprema de Justicia Horacio Rosatti y se encuentra en los albores de canonizar a Carlo Acutis, el primer santo millennial, conocido como “el santo de Internet”. Todo esto mientras, en términos de Pascual Albanese, continúa consolidando su idea de cristalizar la Internacional de la Fe.
Sí, esta edición de esta noble publicación podría haber abordado en profundidad cualquiera de estos temas, pero al tratarse de la edición número 100, un aniversario que sólo ocurrirá una vez, me parecía más fiel al espíritu sideral desarrollar un caso bien nuestro.
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Santi 👽
Santiago Martínez Cartier nació en Buenos Aires en 1992. Se define como escritor de ciencia ficción. Lleva seis novelas publicadas desde el 2014 hasta la actualidad. Edita libros y produce eventos como parte de Criolla Editorial. Colaboró como redactor en diversos sitios especializados en cine y literatura, como Hacerse la crítica, House Cinema y El Teatro de las Voces Imaginarias, entre otros. Produjo el audiolibro El quinto peronismo en formato radioteatro, adaptación de su novela homónima. Organizó varietés culturales y programó y presentó ciclos de cine. Palermo Dead (2021), una sucesión de relatos de terror que transcurren en un edificio maldito construido sobre el Cementerio de la Chacarita, es su último libro de ficción. Recientemente publicó Picnic sideral: Algo en qué creer (2023) y acaba de publicar Picnic sideral: Las fuerzas del cielo (2024), ambas coproducciones entre Mate y Criolla.
¡Aplausos! La narración fluida hace que no pierdas la atención en ningún momento. Creo que había una Madre María vinculada con Pancho Sierra. Pero no tengo detalles.
felicitaciones por los 100 👏🏼👏🏼