Algo extraño ocurrió alrededor de la Luna
Teorías conspirativas, disputas políticas y un argentino con una idea
El origen de una tradición
(y de alguna que otra conspiración)
"La naturaleza no conoce la extinción; lo único que conoce es la transformación. Todo lo que la ciencia me ha enseñado, y me sigue enseñando, refuerza mi creencia en la continuidad de nuestra existencia espiritual después de la muerte."
- Werner von Braun
Corría el año 1944. La Segunda Guerra Mundial se encontraba en su recta final. El desembarco en Normandía había sido un éxito y la cosa empezaba a terminar, aunque todavía faltaban varios meses para que la Unión Soviética diera la estocada definitiva. Desde la ciudad de Londres, Tyrone Slothrop se encargaba de mandar periódicamente reportes a Washington. A pesar de ser un soldado joven, se le había encomendado una importantísima tarea para los intereses aliados y sobre todo para los estadounidenses: el rastreo de los cohetes alemanes V2, esos que (según aseguran algunos) de haber sido utilizados con anterioridad podrían haber dado vuelta el resultado de la guerra.
Un día como cualquiera, Slothrop recibe un misterioso mapa de parte de una agencia secreta que lleva el nombre de “la Firma”. Lo mira un buen rato hasta que se da cuenta de lo que está mirando. El mapa marca el lugar de impacto de los cohetes V2 en las últimas semanas, pero al parecer cada uno de esos puntos también coincide con una coordenada exacta donde él tuvo sexo recientemente. “¿Yo sigo a los cohetes o los cohetes me siguen a mí?”, piensa desconcertado. Puede que la respuesta se encuentre en ciertos experimentos a los que fue sometido durante la infancia, pero tendrá que emprender un largo viaje para descubrirlo.
De esta forma, pero narrado con una prosa barroca, irónica y envidiable, empieza El arco iris de gravedad (1973), tal vez la novela de culto definitiva escrita por Thomas Pynchon, el autor de culto definitivo; un socotroco de unas mil quinientas páginas que mezcla géneros, registros, estilos y universos para narrar los submundos y las tramas ocultas que se esconden detrás de la historia oficial de la Segunda Guerra Mundial, aquella que Hollywood supo cristalizar como el gran conflicto narrativo del s. XX, incluyendo al villano arquetípico más identificable de todos los tiempos.
Con muchísimo sentido del humor, entre lo chabacano, el slapstick y el surrealismo, Pychon narra las desventuras de Tyrone Slothrop, cuyo nombre a su vez es un anagrama que devela una de las cuestiones (físicas) fundamentales de la novela; su nombre nos pregunta: ¿sloth or entropy?, ¿pereza o entropía? A partir de que recibe aquel mapa, Slothrop se propone cumplir una sola misión: descubrir la causa que lo une cósmica y sexualmente a los cohetes V2; un macguffin ideal para poner en movimiento un trama tan rizomática como apasionante.
Sí, todo esto es un delirio hermoso y a esta altura ya se estarán preguntando qué tiene que ver todo esto con la querida Luna. Bueno, hay que decir que Pynchon es un autor tan enigmático que al día de hoy no se conoce su verdadero rostro (como bien parodió Los Simpson) y hay quienes teorizan que esto se debe a fuertes lazos con los servicios de inteligencia, como ocurrió con el abordado caso Cordwainer Smith. Puede que esta sea la razón por la cual la principal inspiración detrás de El arco iris de gravedad haya sido una misión de inteligencia real, que llevó el nombre de Operación Paperclip.
Para decirlo sin pelos en la lengua, esta operación consistió en un esfuerzo conjunto de distintas organizaciones de inteligencia estadounidense —como la JIOA y los CIC— para extraer científicos nazis de Europa, llevarlos a Estados Unidos y ponerlos a trabajar en el desarrollo de armamento y otras tecnologías de vanguardia. Sin ningún tipo de filtro o parámetro moral, entre los reclutados se encontraban cabecillas de la SS y criminales de guerra. Más de 700 individuos fueron trasladados a territorio estadounidense junto a sus familias, que sumaban un total de 1500 nuevos ciudadanos.
La cuestión es que al momento que el Tercer Reich se empezó a desplomar, los americanos se dieron cuenta de que los alemanes se encontraban mucho más avanzados en materia tecnológica y bélica. Los desarrollos tanto en armamento químico y bacteriológico como en ingeniería en cohetes, con el famoso V2 a la cabeza, distaban mucho de lo que se estaba trabajando en los Estados Unidos. En ese entonces Japón continuaba en carrera y los americanos empezaron a saquear todo el capital intelectual alemán disponible con el objetivo de terminar la guerra lo antes posible.
Como sabemos, ese desenlace abrupto finalmente llegó de la mano de un tal J. Robert Oppenheimer cuyo nombre, por lo menos durante esta semana, adorna las carteleras y afiches de los cines de todo el mundo, mientras la Barbie de Greta Gerwig ríe a su lado. A pesar de no tener incidencia directa en este hecho, los científicos alemanes reclutados por la Operación Paperclip fueron fundamentales para el desarrollo del conflicto que culminaría con el tan mencionado “Fin de la Historia”: la Guerra Fría.
Entre estos flamantes ciudadanos estadounidenses se encontraba un tipo que llevaba el nombre de Werner von Braun, ingeniero mecánico y aeroespacial reconocido como uno de los diseñadores de cohetes más importantes del mundo, sobre todo por haber sido el jefe de diseño del V2. Durante su juventud el bueno de Werner se había enrolado en el Ejército alemán para darle rienda suelta a su gran pasión: el desarrollo de misiles balísticos.
Se ve que el pibe prometía y los altos mandos lo ficharon por su despliegue de talento e inteligencia. Fue en 1940, ya con Hitler instaurado hace años en el poder, que von Braun se unió a las SS para profundizar en su tarea con el foco puesto en dar una mano en el frente bélico a través de la tecnología. Bajo este aval, y con órdenes directas que venían desde el mismísimo Adolfo, von Braun se dedicó a desarrollar el V2: un misil con carga de explosivos y de alto alcance, cuyo objetivo principal era atacar Londres.
Así fue cómo el V2 se transformó en el primer misil balístico de largo alcance del mundo y en el primer artefacto artificial humano en ser capaz de realizar un vuelo suborbital, por ende, el primero en haber alcanzado el espacio exterior. Es por esta razón que el V2 es considerado el antepasado común de todos los cohetes modernos, misma razón que le consiguió al bueno de Werner un currito en la NASA.
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Devenir de otra obsesión terrestre
Werner von Braun se mudó al arsenal de Redstone, en Huntsville, Alabama, para trabajar con el Ejército. Colaboró en el desarrollo y la construcción de los misiles balísticos Júpiter y de los cohetes también llamados Redstone, utilizados durante los primeros proyectos de exploración espacial tripulada estadounidense, como el programa Mercury. Unos años después, ya para comienzos de la década del ‘60, su centro de desarrollo fue trasladado del Ejército a la NASA, donde se le encomendó la construcción de los cohetes Saturno, estructuras gigantescas y pesadas que pretendían llevar a la humanidad hasta lo más profundo del cosmos.
Y todo marchaba relativamente bien hasta que empezó a marchar relativamente mal. Los soviéticos, que también se habían nutrido de su propia operación de extracción de tecnología y recursos humanos alemanes, estaban ganando la Carrera Espacial.
Habían sido los primeros en poner un satélite artificial en órbita (el Sputnik 1 en 1957), los primeros en lanzar un animal al espacio (la perra moscovita Laika) y en el mes de abril de 1961 el astronauta (o cosmonauta, en sus términos) Yuri Gagarin se había transformado en el primer ser humano en completar la órbita de la Tierra desde el espacio exterior. Por esas cosas de la vida, este hecho fue inmortalizado para la posteridad por el ex gobernador Alberto Rodríguez Saa al inaugurar un busto en honor al cosmonauta en el Parque Astronómico de La Punta, San Luis.
Bueno, digresión local aparte, se imaginarán que los yanquis no estaban muy felices al respecto. Ante los ojos del mundo, la Carrera Espacial era una carrera armamentista y la estaban perdiendo fuerte; era una demostración de poderío y hegemonía en una época donde el desarrollo tecnológico y científico eran palabra santa; tiempos donde la ciencia ficción aún se animaba a ser utópica y no sólo distópica, ya que la ciencia representaba la posibilidad en potencia de una realidad mejor para cada ser humano de nuestro planeta.
En este contexto, y bajo la premisa de “pongan huevo jugadores, que no podemos perder”, la NASA le puso todos los fierros y toda la teca al desarrollo de los cohetes Saturno, con el bueno de Werner von Braun a la cabeza. Con el correr de los años llegó el Saturno V, que rápidamente se transformó en el cohete elegido para llevar a cabo las misiones Apollo, primero sin tripulantes y luego con tres astronautas en cada misión.
Tras diez misiones que fueron arrimando el bochín finalmente llegó el turno del Apollo 11. Mientras el mundo ardía en el convulso año ‘69, el día 20 de julio la humanidad pisó la superficie lunar por primera vez en su historia para cumplir una fantasía que rondaba el inconsciente colectivo desde los albores de la humanidad. O por lo menos esa es la fecha oficial… Sí, este es el punto exacto desde el cual emanaron las teorías conspirativas más trascendidas del s. XX, de toda índole y color:
Que en realidad no llegaron, que fue un montaje filmado por Stanley Kubrick en un set californiano, que llegaron pero se encontraron con algo que no podían revelar entonces las imágenes son falsas, que ese algo eran formas de vida primigenia o que ese algo eran ruinas de una civilización extraterrestre antigua, “¿che, y si era falso por qué los soviéticos no dijeron nada?” y un variadísimo etcétera que fue parte de múltiples charlas de asado, desde el ‘69 hasta la fecha.
Completamente desentendido de las conspiraciones, del fin político de la Carrera Espacial y de los científicos nazis que habían trabajado para la NASA estaba un argentino con una idea. Su nombre era Enrique Ernesto Febbraro, un odontólogo y vecino de Lomas de Zamora que al ver la transmisión televisiva del alunizaje interpretó el hecho como un gesto de amor; como la cristalización de la amistad humana con el resto del cosmos y sus posibles habitantes, porque claro que a Enrique un poco le cabía la ufología.
Se dice que esa misma noche, Febbraro decidió poner en marcha su gran misión: enviar mil cartas en siete idiomas distintos a más de cien países, con el fin de decretar el 20 de julio como Día del Amigo a escala internacional. Bajo el lema "Un pueblo de amigos es una nación imbatible”, Febbraro recorrió organismo nacionales, municipales y religiosos.
Tuvo que pasar más de una década, pero Febbraro finalmente logró su objetivo en territorio nacional. El Gobierno de la Provincia de Buenos Aires declaró oficialmente el aniversario del alunizaje como Día del Amigo y promulgó al partido de Lomas de Zamora como “capital provincial de la amistad”. No sólo eso, sino que los esfuerzos internacionales del odontólogo dieron algunos frutos: gracias a sus cartas, países como Brasil, Chile, Uruguay y España también celebran el mismo día.
Y bueno, para ir cerrando de a poco todo este extraño y enrevesado devenir, vamos con algunas recomendaciones fílmicas correspondientes. Si gustan de meterse de lleno en la más popular (y culturalmente pop) de las teorías conspirativas sugiero un tándem de tres películas. Se recomienda empezar por The Shining (Stanley Kubrick, 1980), que a primera vista puede que parezca que no tiene nada que ver con nada hasta que veas Room 237 (Rodney Ascher, 2012), documental especulativo que explora las distintas teorías y presuntos mensajes ocultos que unen a la película de Kubrick con el alunizaje. Como para terminar de entrar en la conspiranoia más pura e incomprobable, pueden ver A Funny Thing Happened on the Way to the Moon (Bart Sibrel, 2001) documental tendencioso y falopa que hizo las delicias de los jóvenes paranoicos en la precocidad de Internet de principios del nuevo siglo, junto a semejantes como Zeitgeist (Peter Joseph, 2007) y sus secuelas.
En una vertiente nacional aparecen dos documentales más que interesantes. Alunizar (Pepa Astelarra y Lucas Larriera, 2013) empieza con un intento de recreación del alunizaje en la geografía sanjuanina para terminar en una obsesión puramente fílmica alrededor de la más probable de las conspiraciones lunares: el hombre pisó la Luna, pero la transmisión no fue en vivo, sino que tenían el tape preparado y previamente montado, o sea, el alunizaje como obra ontológicamente cinematográfica. Unos años después Larriera en solitario filmó Canal 54 (2021), que se enfoca en un radioaficionado de Avellaneda que aquel 20 de julio del ‘69 puso una antena en la terraza y dice haber captado una transmisión paralela; imágenes del alunizaje que sólo aparecieron frente a sus ojos.
Como para terminar con una nota un poco más optimista tenemos Apollo 10 ½: A Space Age Adventure (2022) del querido Richard Linklater, que volvió la animación rotoscópica por tercera vez en su carrera —después de Waking Life (2001) y A Scanner Darkly (2006)— para narrar una historia de infancia que transcurre durante ese confuso período donde el imaginario americano estaba atravesado por estímulos tan disímiles como la paranoia atómica, la guerra de Vietnam y la posibilidad heroica de la conquista del espacio; un ejercicio de nostalgia que se vale del contexto para desarrollar una narrativa íntima y conmovedora. Una película que, en plan doble función, marida muy bien tanto narrativa como estilísticamente con el último estreno de Wes Anderson, Asteroid City (2023).
¿Les digo la verdad? También tenía la intención de abordar a la Luna desde la mitología clásica, desde los arquetipos narrativos y desde la ciencia ficción primitiva, pero bueno, quedará para la próxima, todo no se puede.
Que tengan un buen viaje 🚀
Agenda
21/7 - 16hs / 19hs: Barbenheimer (2023) de Greta Nolan (Cine)
@ Cine Lorca (Av. Corrientes 1428, CABA). Entrada: $2200.22/7 - 23hs: Joystick + Los Ojos del Panda (Música)
@ 1927 Multiespacio (Av. Casey 435, Venado Tuerto, Santa Fe). Entrada: $1600.22/7 - 22.45hs: Ricardo Tapia y Daniel Raff (Música)
@ Django Resto Bar (Independencia 946, San Salvador de Jujuy). Entrada: $3000.23/7 - 20hs: Invocación a Alejandra Pizarnik (Poesía)
@ Ganesha (Paraguay 5519, CABA). Entrada: Gratuita.23/7 - 22.45hs: Infierno de iguales (Teatro)
@ El Camarín de las Musas (Mario Bravo 960, CABA). Entrada: $2500.
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Santiago 👽
Santiago Martínez Cartier nació en Buenos Aires en 1992. Se define como escritor de ciencia ficción. Lleva seis novelas publicadas desde el 2014 hasta la actualidad. Forma parte de Criolla Editorial. Colaboró como redactor en diversos sitios especializados en cine y literatura, como Hacerse la crítica, House Cinema y El Teatro de las Voces Imaginarias, entre otros. Produjo el audiolibro El quinto peronismo en formato radioteatro, adaptación de su novela homónima. Organizó eventos culturales y programó y presentó ciclos de cine. Palermo Dead (2021), una sucesión de relatos de terror que transcurren en un edificio maldito construido sobre el Cementerio de la Chacarita, es su último libro.