“Con sus tijeras plateadas
recorta su cuerpo,
le corta su cuero,
deforma su cara
y así mutilada
la lleva cargada
hasta la pantalla.”
- Sui Generis - “Las increíbles aventuras del Sr. Tijeras”
Recuerdos de la primavera
Corría el año 1973. El ambiente estaba caldeado y efervescente. La campaña del FREJULI había sido un éxito y se auguraban días más prósperos, un poco en negación de cierta conflictividad creciente dentro del movimiento. Un gran acuerdo social llegaba para dejar atrás el oscurantismo de la autodenominada Revolución Argentina, sellado simbólicamente en ese abrazo entre el rockero Billy Bond y el entonces candidato a vicepresidente Vicente Solano Lima, referente conservador relacionado con la ortodoxia peronista; un abrazo que salvaba una brecha tanto generacional como ideológica en pos de un proyecto de país común.
Al asumir el Tío Cámpora la conmoción social y cultural fue absoluta. Todos los presos políticos del país fueron liberados y recibidos como héroes por sus compañeros de militancia. El poeta montonero Paco Urondo fue puesto al frente del Departamento de Letras de la Facultad de Filosofía, dando rienda suelta a una de las universidades que había sido de las más monitoreadas por ser un “foco izquierdista”. Octavio Getino, fundador del Grupo Cine Liberación, fue nombrado Interventor del Ente de Regulación Cinematográfica del INCAA y por fin permitió que se estrenen infinidad de películas que habían sido vedadas, con Operación Masacre (1973) de Jorge Cedrón a la cabeza.
Durante este breve apogeo Cámpora y su Ministro de Economía, el comunista José Ber Gelbard, impulsaron el Pacto Social: un acuerdo entre sindicatos, empresarios y el Gobierno con el objetivo de estabilizar la economía local que —a ver si les suena— estaba atravesando una incontrolable hiperinflación. Como la Historia es despiadada, uno de los puntos principales del pacto pronto se transformaría en una maldición: el congelamiento de precios.
Como todos sabemos, esta panacea mucho no se iba a extender. El flamante gobierno del Tío duró apenas unos tres meses. Las tensiones entre la tendencia y la ortodoxia peronista estaban empezando a sacar chispas que pronto se convertirían en incendio. Por obra y gracia de José López Rega, conocido justamente como el “monje negro” de Perón, se armó una linda tramolla para correr a Cámpora del cargo e impulsar el interinato de Raúl Lastiri, yerno de Lopecito que pronto llamaría a elecciones para que la fórmula Perón-Perón ganase por una mayoría apabullante.
Breve digresión para la tribuna ocultista: tanto López Rega como Lastiri eran miembros de la logia masónica italiana Propaganda Due (P2), por ese entonces al mando del agente Licio Gelli, quien tras asumir Perón sería condecorado con la Gran Cruz de la Orden del Libertador San Martín “por su personalidad y servicios prestados al país”. No está demás decir que la pertenencia a la logia iba más allá del partidismo, ya que entre sus miembros también se encontraban el por entonces General de la Armada Emilio Massera y el represor Guillermo Suárez Mason. Ah, y sí, una de las teorías más extendidas sobre lo ocurrido con las manos de Perón implica directamente el accionar de la logia, pero eso ya es especulación.
Bueno, la cosa es que por esas épocas se empezó a sentir el rigor conservador del nuevo gobierno en contraposición al destape camporista, lo que impactó en cada uno de los ámbitos de su gestión. Como gran ejemplo cultural, Getino fue removido de su cargo como interventor en el INCAA y en su lugar apareció el Sr. Tijeras, Miguel Paulino Tato, quien pronto sería conocido como “el censor”. Tato fue invocado por el Brujo López Rega con una misión clara: promover la “decencia” y las “buenas costumbres” dentro del arte cinematográfico, con la censura como medio.
¿Vieron que les dije que el Pacto Social conllevaba una maldición? Resulta que para octubre del ‘73 se desató la Guerra de Yom Kipur, conflicto bélico en Medio Oriente que enfrentó a Siria y Egipto con Israel y que disparó de un día para el otro los precios del petróleo, aumento que, como siempre, se trasladó al precio del transporte, lo que aumentó el precio de los alimentos, lo que hizo insostenible cierto congelamiento de precios pactado y todo voló por los aires.
Y acá lo que todos sabemos —#flashforward—: la escalada de violencia, Rucci asesinado, los “imberbes que gritan” se van de la Plaza, la Triple A, el Padre Mugica asesinado, la muerte del General, Isabelita, el Rodrigazo, el primer paro general a un gobierno peronista y el oportunismo de cierto sector de las Fuerzas Armadas que estaba esperando agazapado el momento propicio para tomar las armas; ese momento fue el 24 de marzo de 1976.
Hace por lo menos semana y media que mis únicos consumos culturales son de los últimos años de la década del ‘70 y si sigo así en cualquier momento me van a dar ganas de afiliarme a Revolución Federal o por lo menos de empezar a escuchar al Baby por las mañanas. Si quieren ayudar a evitar esta debacle mental y de paso fomentar que sigamos produciendo vastos y enriquecedores contenidos de lo más variados, entrá a somosmate.ar y hacé tu aporte para que sigamos creciendo hacia el infinto y más allá 🪐
No confíes en extraños
La última dictadura llegó al poder con un objetivo muy claro: exterminar a toda expresión política que no se condiciera con su esquema sociopolíticamente conservador; en resumidas cuentas, al peronismo y a los movimientos de izquierda.
Por un lado, instauró una serie de medidas económicas de corte neoliberal llevadas adelante por el infame José Alfredo Martínez de Hoz que —a ver si les suena— a poco de asumir tomó un crédito por 110 millones de dólares con el FMI. Por el otro, desplegó una fuerte campaña de propaganda que alertaba sobre la infiltración comunista; sobre el poder corrosivo de esas ideas que podían invadirlo a uno y a sus seres queridos si no se era atento y precavido.
Para la ocasión, la Junta no tuvo mejor idea que contratar a la agencia estadounidense Burson-Marsteller, especializada en publicidad y relaciones públicas. Con los norteamericanos marcando el norte (valga la redundancia), la dictadura incorporó la participación de la prensa y la industria cultural a su amplia estrategia de propaganda; el grueso de los medios de comunicación había quedado al servicio del régimen. Ah, ¿y se acuerdan de Tato, mejor conocido como el Sr. Tijeras? Se quedó muy campante en su cargo y fue por demás funcional a la nueva administración; orgullosamente, Tato dijo en una entrevista que esperaba censurar al menos 200 películas por año, ya que ese era el número “ideal”.
Ahí nomás apareció Ganamos la paz (1977), un corto documental donde la dictadura profundizaba en su cosmovisión al respecto de los últimos años de historia argentina con el claro objetivo de justificar la “inevitable” intervención de las Fuerzas Armadas. A través de esta recapitulación, la Junta estableció públicamente su proyecto político y cultural, que básicamente consistía en la fetichización del modelo agroexportador y en fomentar expresiones culturales que velaran por valores tradicionales y puritanos.
En este corto también estaba claro cuál iba a ser su chivo expiatorio: el gobierno de Héctor J. Cámpora (y su efímera primavera) era considerado el punto de inflexión donde el comunismo internacional había logrado infiltrarse en nuestro país, primero en el peronismo y luego en la sociedad.
El más particular y llamativo ejemplo de propaganda audiovisual durante este período justamente abona a esta paranoia construida alrededor del fantasma de la infiltración comunista; un corto que, emulando las técnicas y la estética de las animaciones de la Warner, instaba a los más chicos a tener cuidado de esas “ideas extrañas” que llegaban desde el exterior y que podían pudrirle a uno la cabeza.
Mañas y patrañas de gente extraña (1978) es una fábula animada sobre el peligro de repetir discursos que, sin saberlo, pueden llegar a provenir de infiltrados comunistas directamente enviados por la Unión Soviética con el fin de pervertir la base moral y social de nuestra nación. Entre otras cosas, el corto muestra un paralelismo entre una idealizada e idílica realidad nacional vs. una pesadillesca cotidianidad soviética donde todo luce como un campo de exterminio.
El corto muestra cómo, a partir de consumir propaganda comunista (sí, propaganda sobre propaganda) los ciudadanos dejan de entenderse gradualmente, como si la ideología fuese un lenguaje y la infiltración comunista llevara indefectiblemente hacia una nueva Torre de Babel. Ah, y aparentemente también el comunismo provocaba que la gente no labure, suban los precios y escale la violencia. ¿Cuál era la moraleja? El pueblo volvía a ser feliz al dejar de dar lugar a estas “patrañas” de “gente extraña”.
Esta vaguedad con la que la dictadura tipificaba al arquetipo del subversivo, “gente extraña”, era una estrategia de dominación social. De esta forma se incrementaba la paranoia ciudadana ya que casi cualquiera podía caer dentro de tal indefinición; una forma de autorregulación al hacer que cada ciudadano hiciera todo lo posible por no ser considerado “extraño” por sus pares.
Valiéndose de estas narrativas, la dictadura se ocupó de ocultar —y cuando fue inocultable, justificar— su violación sistemática de los derechos humanos al instaurar una realidad paralela donde “una sociedad madura” avanzaba sin más hacia el orden y el progreso. Para mantener esta estabilidad aparente lo único que había que evitar eran las ideas que venían desde el exterior, fortaleciendo así un nacionalismo de exclusión.
Así es como en el ‘78, a dos años del golpe, el slogan publicitario de la dictadura pasó a ser “Recuerde y compare”, frase que invitaba a hacer una comparación entre la violencia de los últimos años del gobierno peronista y la ilusoria paz que el régimen vendía como real, mientras miles de personas eran secuestradas, torturadas y desaparecidas de forma clandestina. Como si fuera poco, ese mismo año tuvo lugar su más potente apuesta propagandística en pos de legitimar esta realidad paralela que venían urdiendo: el Mundial de Fútbol.
El devenir de cómo se llegó al Mundial ‘78 es un tanto particular, ya que la sede había sido sorteada en el año ‘66 durante el onganiato. Se dice por ahí que Onganía ya andaba fantaseando con las formas en que iba a capitalizar el rédito político de organizar el torneo y nunca vio venir el Cordobazo que se lo llevó puesto en ‘69, y así fue como el proyecto fue pasando de mano en mano. Al momento del golpe, la figura que se encontraba a cargo de los preparativos no era otro que el Brujo López Rega.
Lo que Videla y los suyos no vieron venir fue el altísimo nivel de visibilidad que el torneo le dio a los asuntos internos de nuestro país. Al acercarse el Mundial, la prensa extranjera empezó a inundarse de denuncias ante las masivas violaciones a los derechos humanos que estaban teniendo lugar en las entrañas de una nación que se presentaba ante el mundo como próspera y ordenada. ¿Cómo respondió el régimen? Con propaganda, por supuesto.
Ante esta embestida de los medios internacionales, la Junta denunció que se estaba desarrollando una “campaña antiargentina”. Los principales medios del país, como Clarín y La Nación, se pusieron al frente de esta prédica denunciando esta campaña de desprestigio contra nuestra justa y pacífica sociedad. Durante esta etapa apareció el sádico slogan “Los argentinos somos derechos y humanos”.
Con el fin de capitalizar todo lo posible la organización del Mundial ‘78, la Junta puso a la industria cultural a trabajar. El torneo se transformó en el epicentro de varias ficciones fílmicas que mostraban situaciones costumbristas —y casi siempre de intencionalidad cómica— alrededor de su desarrollo y cómo éste impactaba en la vida cotidiana de los argentinos y argentinas.
Sin dudas el mejor ejemplo para entender este período es La fiesta de todos (1979) de Sergio Renán, película que mezclaba un registro documental cronológico del desarrollo del Mundial con viñetas cómicas y/o didácticas por las que desfilaban los más variopintos personajes locales, desde el actor Juan Carlos Calabró hasta el historiador radical Félix Luna. La bajada de línea estaba muy clara: “Sólo un país próspero, maduro y pacífico podría haber organizado un evento de tal envergadura”.
Alrededor del Mundial se esgrimieron otras dos ficciones, esta vez completamente alejadas de cualquier voluntad documental y volcadas del todo a la comedia picaresca: Hay que parar la delantera (1977) de Rafael Cohen y Encuentros muy cercanos con señoras de cualquier tipo (1978) de Hugo Moser y protagonizada por Olmedo y Porcel, por supuesto. Ambas películas cumplían perfectamente una doble función: mitificaban al Mundial ‘78 como un hito histórico sin precedentes para el ser nacional argentino y profundizaban en esa realidad paralela donde la violencia política era cosa del pasado.
No está demás decir que estos no son los únicos ejemplos donde el cine de ficción se puso al servicio de los intereses de la Junta. Por esos años también se estrenó Comandos azules (1979) del alguna vez mencionado Emilio Vieyra, director reconocido por su bello y deforme cine de explotación pero también por su abierta postura de extrema derecha. Acá los héroes son dos policías que tienen la misión de rescatar a un científico que fue secuestrado, o sea, una representación heroica en clave de comedia de la “lucha contra la subversión”. Ah, por si quedaban dudas también dirigió su secuela, Comandos azules en acción (1980).
Y puede que todos le hayamos tomado un poco de cariño a ese ser extraño que es Palito Ortega después de haberle salvado la vida al gran Charly García, pero no hay que olvidar que durante estos años protagonizó, dirigió y produjo —con su propia productora— varias películas de explícito corte propagandístico. Es más: si vemos las fechas, las siete películas que dirigió Palito en su vida fueron entre el ‘76 y el ‘80, o sea, sólo dirigió durante la dictadura.
Para seguir con la glorificación milica tenemos Dos locos en el aire (1976) —literal sobada a la Fuerza Aérea— y Brigada en acción (1977), ambas protagonizadas por su actor fetiche, Carlitos Balá. Y si hablamos de realidad paralela, por esos años también estrenó Vivir con alegría (1979) y ¡Qué linda es mi familia! (1980). Un tipazo la verdad.
Ya para la década del ‘80 la dictadura venía debilitada tanto social como económicamente y la “campaña antiargentina” no le había sido gratuita, ya que había generado mayor desprestigio y desconfianza en sectores que en un primer momento habían visto con buenos ojos el arribo de la Junta.
En este contexto, donde parecía difícil vislumbrar un futuro claro, se le declara la guerra a Inglaterra apropiándose del legítimo reclamo de soberanía sobre las Islas Malvinas. Claro que esta última etapa estuvo ligada a un nuevo slogan publicitario: “¡Argentinos, a vencer!”.
Y el resto fue Historia.
Agenda
22 al 25/9: 4° Festival Escenario (Cine + Música)
@ Sala Leopoldo Lugones (Av. Corrientes 1530, CABA). Entrada: $450.23/9 - 19hs: Re Sí Primavera (Festival)
@ Galpón de la Música (Estevez Boero 980, Rosario). Entrada: $1300.23/9 - 19hs: Médanos + WRRN + Sentenciero (Música)
@ Salón Pueyrredón (Av. Santa Fe 4560, CABA). Entrada: $700.24/9 - 19hs: Juaka presenta Dándolo todo (Música)
@ C.C. Graciela Carena (Alvear 157, Córdoba). Entrada: $1000.24/9 - 19hs: Canto a Federico, el poeta regresa (Teatro)
@ La Gloria Espacio Teatral (Yatay 890, CABA). Entrada: $800.
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Santiago 👽
excelentee, siempre completo el picnic, se nota las horas de laburo documental