El sugestivo encanto de los medios audiovisuales
Cine de propaganda, posverdad y el poder de la narrativa
“¿Por qué insisten en llamar inhumano a lo humano?
Porque de eso se trata; de instalar, una realidad paralela.”
- Vicente Luy
El huevo o la gallina
Hace un par de meses charlaba con un joven amigo sobre lo fácil que se puede malinterpretar la intención de una película. Como parte de una larga digresión, me cuenta que está obsesionado con Taxi Driver (1976); que la vio varias veces y que está fascinado con la atmósfera de la película y con sus personajes. Ahí nomás le digo: “che, igual, ¿sabías que el punto es que no empatices con el sociópata del protagonista, no?”. Sus ojos se abren como platos, niega con la cabeza y nos reímos fuerte. Lo que ya no resulta tan gracioso fue nuestra conclusión lógica: “Obvio que acá Travis Bickle sería un incel que sale a disparar contra la casta”.
Y es que es verdaderamente una locura pensar que una película que claramente fue construida como un alegato antibélico, con el objetivo de retratar la herida psíquica y social que había dejado la guerra en Vietnam sobre la sociedad estadounidense pueda transmitir el mensaje diametralmente opuesto. Algo así fue lo que terminó de catalizar la masacre escolar de Carmen de Patagones, cuyo perpetrador venía de ver Elephant (2003) de Gus Van Sant, película reflexiva y crítica sobre la masacre que tuvo lugar en la secundaria Columbine.
Como decía el siempre oportunamente citado Oscar Wilde, “la ficción no imita a la vida, sino que la vida imita a la ficción”; lo que se pone en juego es lo subjetivo de la identificación y, en casos como éste, va más allá de cualquier intencionalidad o pretensión ideológica.
Hay que decir que este fenómeno está lejos de ser algo nuevo. Es probable que hayan escuchado hablar, o hasta que tengan un ejemplar por ahí, de Las penas del joven Werther (1774), la afamada novela del alemán Goethe, uno de los primeros best sellers de la historia. El argumento sigue en formato epistolar el enamoramiento no correspondido del protagonista hasta culminar —perdón por el spoiler, pero esto se publicó hace más de 200 años— en un romantizado suicidio. Al publicarse, la novela fue un boom en ventas e instaló una tendencia: el wertherismo. No sólo influyó en la moda de la época, donde los jóvenes pasaron a vestir las mismas prendas azules y amarillas que el protagonista, sino que también provocó una ola de suicidios.
Años después, en la Francia del S. XIX, un tal Gustave Flaubert retomaría esta particular temática en su más popular novela: Madame Bovary (1857). Acá la protagonista es Emma, una mujer que se pasó la vida leyendo novelas románticas y está obsesionada con una idealización de la vida matrimonial. El punto es que, en contraposición a las ficciones que la formaron, la vida junto a su marido resulta profundamente decepcionante. Esto la lleva a seguir buscando eso sobre lo que leyó, pero no logra encontrar, en otros lazos extramatrimoniales. No importa lo mucho que lo intente, la realidad nunca logra satisfacer sus expectativas. Hoy en día, este estado de insatisfacción a raíz del desfase de expectativas se conoce como bovarismo.
En ambos casos se evidencia por sobre todas las cosas el poder de la narrativa. Cómo una historia, una representación o una serie de preconceptos sobre el mundo puede condicionar y tener efectos tangibles sobre nuestra vida cotidiana. Según el historiador y divulgador israelí Yuval Noah Harari justamente el factor que propició la evolución del ser humano por sobre el resto de las especies fue la capacidad de contar historias; de crear realidades paralelas que, con el debido trabajo de repetición y profundización, se vuelven un espacio habitable indistinguible del resto de nuestra cotidianidad.
Inevitablemente, nuestra realidad se configura en base a narrativas; incluso los discursos que en apariencia resultan más pragmáticos o técnicos requieren de algún grado de abstracción narrativa para que podamos incorporarlos. La cuestión es que con el devenir de la historia, como cualquier otra herramienta con capacidades efectivas de transformación sociocultural, la narrativa se transformó a conciencia en un arma.
Imaginaos, pues, qué tan efectiva puede resultar la capacidad sugestiva de las imágenes y las palabras cuando están construidas a coinciencia con el fin de transmitir e inculcar una idea o ideología, si incluso este factor ha llegado a operar a pesar de las intenciones de sus realizadores, como antes mencionamos. Sí, claro, estoy hablando del discurso instaurado por ciertos medios de co… em, perdón, del cine de propaganda, quise decir.
El triunfo de la voluntad
“El cine es el arma más poderosa que tenemos”
- Benito Mussolini
Bueno, para decirlo simple y rápido, medio que desde los albores de la humanidad una gran parte de cada disputa de poder siempre es narrativa y cada victoria incluye la instauración de una verdad por sobre otra. En un principio, como no podía ser de otra manera, este conflicto se daba en el orden de lo religioso. Hace unos diez mil años las sociedades solían conformarse alrededor de un ídolo o Dios al que adoraban, y al entrar en conflicto con una sociedad vecina los que batallaban por un lugar en la historia, simbólicamente, eran los propios dioses. El Dios vencedor eliminaba a su contraparte de la Historia y el pueblo vencido pasaba a formar parte de un nuevo culto de adoración. Claro, esto explica un poco el variado y belicoso devenir de las mitologías egipcias y griegas.
La cosa es que, años y realidades más tarde, con la Biblia dando vueltas por ahí como el texto de propaganda más popular y efectivo de nuestra historia moderna (o sea, todavía seguimos contando los años de la era cristiana, aunque algunos le digan “común”) aparece otro de los más notables ejemplos de narrativa propagandística: la proclama protestante de Martín Lutero.
En su libro La ética protestante y el espíritu del capitalismo (1905), Max Weber hace un despliegue sobre cómo el protestantismo, al cortar sus lazos con el Vaticano e individualizar la relación con lo divino, se vuelve una doctrina mucho más alineada con lo que posteriormente se conformó como el capitalismo industrializado; como una preadaptación darwiniana a un sistema aún por desarrollarse. Uno de los aspectos a destacar del texto de Weber es la noción de que el protestantismo también fue precursor de otra tendencia moderna que le valió la pregnancia y prevalencia de sus ideas a lo largo y ancho de la Europa medieval: una estrategia de propaganda.
Esta gran campaña publicitaria consistió en una serie de documentos impresos que cumplían la doble función de defender y enaltecer las bondades del movimiento iniciado por Martín Lutero y a su vez defenestrar a la Iglesia católica y a todo aquel que osara defenderla. Paradójicamente, esto provocó una poderosa contra-campaña: para hacerle frente a esta estrategia de divulgación, la Iglesia Católica salió a invertir fuerte en todo tipo de expresión cultural con el objetivo de que no hubiera dudas sobre su hegemonía. Este período, conocido como la contrarreforma, fue uno de los más ricos para la cultura católica y coronado con la creación de un organismo especial: la Inquisición Romana, destinada a perseguir protestantes.
Tal vez el más evidente ejemplo de cómo diferentes narrativas entran en disputa a partir de los discursos de propaganda haya sido la Segunda Guerra Mundial donde, en ambos bandos, todo el dispositivo cultural se puso (a veces literalmente) al pie del cañón. Ya hemos hablado de las colaboraciones animadas tanto de Walt Disney como de cierta corriente experimental canadiense a la causa, pero la producción más emblemática de propaganda aliada probablemente haya sido Why We Fight, serie de siete documentales filmados por prestigiosos directores estadounidenses en el frente de batalla.
Lo interesante es que esta serie, que tenía al director Frank Capra a la cabeza —o sea, el tipo que dirigió It’s a Wonderful Life (1946)—, también fue una reacción a un estímulo previo; un contrafuego. Capra había quedado absolutamente impresionado después de ver El triunfo de la voluntad (1934) de Leni Riefenstahl, película de propaganda del régimen nazi que se valía de una gran variedad de recursos técnicos y estéticos para presentar a Adolf Hitler como una suerte de redentor venido del cielo. Este enfoque vanguardista del cine documental también puede verse en ese delirio lisérgico que es Olympia (1938), su serie documental posterior, donde retrató los Juegos Olímpicos de Berlín 1936.
Con esta referencia en mente, Capra y los suyos construyeron su serie, que tenía como objetivo convencer a los ciudadanos no intervencionistas de que involucrarse en la guerra era una necesidad; esta necesidad conllevaba un hueso duro de roer para el paladar yanqui: la alianza con la Unión Soviética. Como no podía ser de otra manera, el discurso de la serie estaba atravesado por una gran carga de racismo y xenofobia que intentaba mostrar a los alemanes como autómatas y a los japoneses como seres sedientos de sangre. No está de más decir que esta serie de documentales es considerada clásica hasta el día de hoy.
Una vez terminada la Segunda Guerra Mundial, construido el muro e instaurada la Guerra Fría, Estados Unidos desplegó otra estrategia propagandística con el fin de no perder su influencia sobre el territorio que había quedado en manos soviéticas. Así fue como se fundó Radio Free Europe, o Radio Libre Europa, una organización de radiodifusión financiada por el gobierno estadounidense que transmitía (y sigue transmitiendo) información, noticias e idiosincrasia norteamericana a países de Europa del Este, Asia Central y Medio Oriente que habían quedado por fuera de su esfera cercana de influencia. Una forma de no dar la batalla cultural por perdida, podríamos decir en términos maoístas.
Con todo este cúmulo de estrategias bien aprehendidas llegamos al S. XXI, una era marcada por la volatilidad de la información, la hipersegmentación de las audiencias y un libre flujo de noticias que resulta una navaja de doble filo, donde las fake news (y pronto los deep fakes) le marcan la cancha al periodismo en busca de instaurar verdades paralelas sin sustento a partir del mero hecho de proclamarlas como tales.
Nos encontramos habitando una era vertiginosa donde las estrategias de guerrilla virtual se volvieron parte de nuestra vida cotidiana y algunos foros ofician de lugar de pertenencia y reafirmación para las más recalcitrantes postura de derecha en pos de la “libertad de expresión”; un mundo donde los posteos de un usuario de Reddit culminaron en la toma del Capitolio estadounidense —el ya abordado caso QAnon— y donde la escalofriante limpieza étnica que tuvo lugar en Myanmar fue impulsada por facciones militares a través de Facebook.
En este contexto, los medios masivos de comunicación de nuestro país se consolidaron como dispositivos narrativos que, en algunos casos de forma más evidente que en otros, se desviven por sostener discursos ostensiblemente falsos, o al menos inchequeables, que el registro periodístico hace pasar por verdad. Sí, no estaríamos errados al decir que este es un caso de cine de propaganda; cine en su concepción ontológica: energía cinética, imagen en movimiento, una concatenación de planos o escenas en pos de generar un sentido determinado.
Es precisamente por esto que pensar al atacante de Cristina Fernández de Kirchner como un caso aislado no sólo sería errado sino sumamente cínico; lo ocurrido la semana pasada en la esquina de Juncal y Uruguay fue un punto de inflexión natural dentro de una ficción que se viene narrando hace unos diez años donde Cristina es el villano perfecto de cualquier Ciudad Gótica: asesina, ladrona, manipuladora, todopoderosa y artífice de cada uno de los males que aquejan al país. Y ahora, vaya sorpresa, resulta que los principales narradores de esta misma ficción no quieren hacerse cargo de los hechos tangibles instigados por su propia prédica.
El caldo de cultivo de este caso particular parece el resultado de una suerte de sincretismo transmedia que combina las obsesiones neofacistas de una agenda globalizada —representadas en los tatuajes odinistas y nazis de Sabag Montiel, relacionados con la alt right 4chanera que acá se manifiesta en otros foros marginales— con la tradicional agenda nacional y antipopular de los medios hegemónicos, peligrosa combinación a la que habrá que estar atentos.
Todos los días, al encender el televisor, abrir un portal o un foro, o darle “Play” a un video de YouTube, lo que se está poniendo en juego es la narrativa que va a determinar el devenir de nuestra historia. Lejos de estar capacitado para esgrimir algún atisbo de respuesta ante este panorama tan convulso y conmocionante, sólo puedo decir: mantengamos los ojos abiertos y pensemos a conciencia lo que elegimos narrar (o replicar) y cómo elegimos narrarlo, porque del otro lado parece que ya lo tienen muy claro hace rato.
Agenda
9/9 - 21hs: Ire Paz & el Derrumbe + Placard (Música)
@ La Casa del Árbol (Córdoba 5217, CABA). Entrada: $700.9/9 - 23.30hs: Coco Club presenta a Coqeein Montana (Fiesta)
@ Floyd Pub (Dorrego 1362, Rosario). Entrada: $1000.9/9 - 21hs: Bienvenido, Mister Marshall (1953) de Luis García Berlanga (Cine)
@ Sala Leopoldo Lugones (Av. Corrientes 1530, CABA). Entrada: $450.10/9 - 20hs: Sin Ley + Sawabona + Delmate (Música)
@ Hugo Espectáculos (España 70, San Juan). Entrada: $2000.10/9 - 20hs: Esperando el lunes (Teatro)
@ Teatro Municipal Julio Martinelli (Lavalle 3021, San Fernando, PBA). Entrada: $800.10/9 - 21hs: Las Ligas Menores (Música)
@ Studio Theater (Rosario de Santa Fe 272, Córdoba). Entrada: $2000.¡Eso es todo, amigxs!
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Santiago 👽Santiago Martínez Cartier nació en Buenos Aires en 1992. Se define como escritor de ciencia ficción. Lleva seis novelas publicadas desde el 2014 hasta la actualidad. Colaboró como redactor en diversos sitios especializados en cine y literatura, como Hacerse la crítica, House Cinema y El Teatro de las Voces Imaginarias, entre otros. Produjo el audiolibro El quinto peronismo en formato radioteatro, adaptación de su novela homónima. Organizó eventos culturales y programó y presentó ciclos de cine. Supo tocar la batería y componer junto a las bandas Efecto Amalia y Gente conversando. Actualmente forma parte de la banda de Ire Paz. Palermo Dead (2021), una sucesión de relatos de terror que transcurren en un edificio maldito construido sobre el Cementerio de la Chacarita, es su último libro.