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Una estafa con suerte
Como sabemos, en nuestra tan rica como breve historia nacional, un poco todo tiene que ver con todo. Es por eso que este devenir puede remontarse a comienzos de los años ‘50, tiempos en los que el gobierno de Juan Domingo Perón proyectaba a futuro su propia utopía nacional y popular. La gestión peronista se encontraba sumamente preocupada (y un tanto obsesionada) por el avance de la técnica, como los viajes espaciales, la tecnología satelital y la energía atómica, entre otras cuestiones.
En este sentido, entre 1950 y 1955 el gobierno impulsó la publicación de la revista Mundo Atómico, editada por CONUSUR (Colaboratorio de Ciencia, Arte, Tecnología, Innovación y Saberes del Sur). Cada una de sus ediciones, de aproximadamente 100 páginas, sumergía a los lectores en las múltiples posibilidades que ofrecían las nuevas tecnologías a partir de textos de divulgación acompañados de un profundo trabajo gráfico y plástico.
Mientras el imaginario popular comenzaba a soñar con un porvenir donde el desarrollo tecnológico crecía en pos de la igualdad y de la justicia social y alguna que otra fantasía técnica se manifestaba como tangente (sí, me refiero a cierta obsesión ufológica de aquella época), Perón tenía muy en claro que la única verdad era la realidad y que de nada servía filosofar sin pasar a la acción. Así fue como desembarcó en nuestras tierras el científico austríaco Ronald Richter.
Este peculiar personaje llegó recomendado por Kurt Tank, ingeniero aeronáutico y piloto de pruebas alemán reconocido por haber estado al frente del departamento de diseño de la Focke-Wulf, un fabricante de aviones militares, durante la Segunda Guerra Mundial. Sí, claro que Tank trabajaba al servicio del Tercer Reich y durante aquellos años había conocido al enigmático y esquivo Ronald Richter. De paso, no está de más mencionar que a los científicos más capacitados de la alemania nazi se los llevaron los yanquis y los rusos, y que este éxodo secreto culminó en el la llegada a la Luna. Sí, de esto ya hablamos alguna vez.
Por su parte, durante la guerra Richter se había dedicado casi exclusivamente a la física teórica aplicada. De hecho, había trabajado en el desarrollo de un acelerador de partículas que una vez terminado el conflicto fue copiado por los soviéticos, quienes lo bautizaron como Tokamak. Por esas casualidades de la vida, la razón de su llegada fue precisamente esa: Perón estaba comenzando a hilvanar su programa de desarrollo nuclear y un Tokamak había sido contrabandeado a la Argentina sin que nadie supiera cómo hacerlo funcionar.
Desde su llegada, Richter convenció al General de que tenía la clave para dominar la energía nuclear mediante la fusión controlada. Esta promesa revolucionaria, que auguraba una fuente de energía casi ilimitada, catapultó al país a un frenesí de expectativas. En primera instancia Richter llegó a Córdoba, más precisamente a la Fábrica Militar de Aviones, donde Kurt Tank se encontraba trabajando en un desarrollo que muy pronto sería reconocido como un hito a nivel nacional: el Pulqui II. Tank estaba convencido de que la incorporación de Richter era una pieza clave para llevar sus proyectos aeronáuticos a otro nivel por medio de las posibilidades de la energía nuclear.
La cuestión es que, al poco tiempo de llegar, Ronald Richter fue presentado a Juan Domingo Perón, cuyo programa era un tanto más ambicioso que el de Tank. A Perón no le interesaban tanto las aplicaciones militares de la energía atómica sino que buscaba que esta tecnología lo ayudara a llevar adelante su gran anhelo industrializador. En este proceso modernizador de la técnica, tanto militar como civil, el General pensaba que la energía nuclear podía llevar la producción industrial, de materiales como el hierro y el acero, a niveles antes impensados.
Ante tales expectativas, Richter fue trasladado a la isla Huemul, cerca de la ciudad de San Carlos de Bariloche, donde se construyeron instalaciones para llevar a cabo experimentos nucleares. Un tanto envalentonado, el 24 de marzo de 1951, Juan Domingo Perón anunció en una conferencia que: “En la Planta Piloto de Energía Atómica en la Isla Huemul se llevaron a cabo reacciones termonucleares bajo condiciones de control en escala técnica”.
La realidad muy pronto contradiría las esperanzas del General. Los primeros indicios de problemas surgieron cuando otros científicos argentinos y extranjeros comenzaron a cuestionar los métodos y resultados de Richter. Frente a estos cuestionamientos, en 1952, una comisión encabezada por el físico José Antonio Balseiro fue enviada a la isla y concluyó que el Proyecto Huemul no tenía un fundamento científico sólido y recomendó su suspensión. Perón, enfrentando el escándalo y la presión internacional, se vio obligado a cancelar el proyecto. El General había sido estafado por un austríaco que había sabido venderse alto sin mucho que ofrecer a cambio.
A pesar de su fracaso, el Proyecto Huemul sirvió como catalizador para un cambio significativo en el enfoque de Argentina hacia la ciencia y la tecnología nuclear. Reconociendo la importancia de una base científica sólida y rigurosa, el gobierno decidió redirigir sus esfuerzos hacia la formación de científicos altamente capacitados y la creación de una infraestructura adecuada para la investigación nuclear. En 1955, se fundó el Instituto de Física de Bariloche, que luego sería rebautizado como Instituto Balseiro en honor a José Antonio Balseiro, su primer director.
Y como todo tiene que ver con todo, años y realidades más tarde este instituto sería el espacio de formación para el Jefe del Consejo de Asesores del gobierno de Javier Milei, quien desea llevar a la Argentina hacia la próxima frontera: la producción local de proyectos de inteligencia artificial. Su nombre es Demian Reidel, pero le dicen “Satanás”. ¿Por qué será, no?
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Una IA para desregularlos a todos
“El futuro ya llegó, pero no está distribuido uniformemente”
- William Gibson
Nacido en 1971, Demian Axel Reidel obtuvo su primer título universitario en el Instituto Balseiro: una licenciatura en Física, con una tesis sobre redes neuronales como instancia final; Reidel asegura que su obsesión con las posibles aplicaciones de esta rama de la ciencia se remonta hasta ese entonces. Con perfil de estudiante prodigio, luego prosiguió a obtener una maestría en Matemática en la Universidad de Chicago y un doctorado en Economía en Harvard. Entre sus primeros empleadores de renombre se encuentran la banca de inversión Goldman Sachs y el banco JP Morgan Chase, donde fue parte de equipos de investigación de mercados emergentes.
Su acercamiento a la gestión pública fue de la mano de (ahora finjan sorpresa) Federico Sturzenegger, cuando este fue designado como director del Banco Central durante el gobierno de Mauricio Macri. Allí formó parte del directorio y fue una de las piezas claves del equipo que diseñó el programa para eliminar el cepo cambiario. Ante una inflación cada día más desbocada, Sturzenegger se vio obligado a renunciar y Reidel lo siguió al poco tiempo de asumir su sucesor Luis “Toto” Caputo, como fiel soldado; dentro de la interna Sturze-Caputo ya sabemos de que lado se encuentra.
A todo esto, parece que durante los últimos años Demian Reidel y Javier Milei hicieron muy buenas migas tras haberse conocido en una convención económica. Ambos coinciden en un punto central que plantea un horizonte común: la desregulación absoluta de la economía nacional como paradigma deseable en pos de generar las condiciones que permitan el desarrollo de un futuro más próspero —la pregunta sería más próspero para quién—. Su cercanía con los hermanos Milei, ya que también sostiene una grata relación con Karina, le valió el puesto de Jefe del Consejo de Asesores y también un pasaje a Italia como parte de la comitiva argentina para asistir a las últimas reuniones del G-7.
Al escuchar a Reidel en cualquiera de sus disertaciones, por la terminología utilizada, queda claro que todo lo que el Presidente conoce (o cree conocer) sobre el universo de la inteligencia artificial salió primero de su boca. “La inteligencia artificial tiene el potencial de cambiar todas las estructuras productivas y sociales que conocemos de manera drástica y para siempre”, declaró Reidel, completamente convencido de que estamos ante una nueva Revolución Industrial y de que los primeros en quedar afuera de esta potencial matriz económica serán los luditas de hoy; en sus propias palabras, los nuevos analfabetos serán quienes se nieguen a adoptar esta tecnología ya que “el tsunami se viene, te guste o no”.
Como bien explica Reidel, en la actualidad el desarrollo de la inteligencia artificial se divide claramente en tres polos: Estados Unidos, China y Europa. En un extremo se encuentra Europa como “el paladín de la sobreregulación” ante el temor de un desbarajuste del mercado laboral que podría provocar una crisis sin precedentes, con una brecha de clases cada vez más profunda. En el medio se encuentra Estados Unidos, que día a día se enfrenta a la cuestión de cómo regular esta tecnología, en busca de un balance justo entre la eficiencia y la seguridad. En el otro extremo está China, donde las restricciones internacionales no penetran y no existe regulación alguna para los designios tecnológicos del hermético Partido Comunista Chino.
Frente a este paradigma, tanto Reidel como Milei ven una oportunidad única: presentar a la Argentina como un paraíso de la desregulación; un territorio a merced y al servicio de los grandes capitales de inversión donde puedan dar rienda suelta sin miramientos a sus más salvajes fantasías tecnológicas. “Se alinearon los planetas para que podamos tener la oportunidad de convertir a Argentina en el Cuarto Polo”, aseguró Reidel.
Con este horizonte, el primer paso de este gran plan es “poner a Argentina en el mundo”; digamos, o sea, dejar que el Presidente se pasee por cada foro y convención posible y se entreviste con los grandes magnates de las Big Tech, lo que viene a explicar ese raid de selfies incómodas con personajes como Elon Musk, Sam Altman y Mark Zuckerberg. ¿Qué es lo que anda ofreciendo Milei en cada una de estas reuniones? La promesa de un mercado completamente desregulado donde invertir y desarrollar la tecnología sin limitaciones éticas.
Como parte de su pitch de venta, el discurso del presidente se centra en la libre empresa y la libertad en general como valores de esta “nueva república” —con la aprobación del RIGI como caballito de batalla— y con la disponibilidad de grandes extensiones de tierra con climas fríos para instalar centros de datos. Cada uno de estos ítems tiene como misión concretar el sueño húmedo de Demian Reidel: Argentina como país productor de inteligencia artificial, donde las condiciones de base lo vuelvan la primera elección para inversores de todo el mundo.
Ahora bien, Reidel también advierte sobre los peligros que su propio futuro utópico puede conllevar. Citando las Leyes de la Robótica de Isaac Asimov y las palabras del profeta cyberpunk William Gibson, nuestro propio “Satanás” dice tener en consideración dentro de su alignment cómo desarrollar estas herramientas sin poner en riesgo el devenir de la humanidad. Lo cierto es que no queda muy en claro cómo esto se conjugaría con su afán desregulador.
También resulta interesante considerar las implicancias geopolíticas de este modelo. Parece ser que el acercamiento con Taiwán, visto como una torpeza diplomática, fue un movimiento de piezas estratégico en este sentido. El modelo de producción de semiconductores taiwanés es una de las razones por las que el interés chino en recuperar el territorio se incrementó durante los últimos años, lo que también explica el repentino interés del gobierno de turno, más allá de su anacrónica prédica anti-comunista.
En otro frente, Federico Sturzenegger ya demostró la gran influencia que su otrora protegido tuvo sobre su visión de la economía. Al asumir como flamante ministro de Desregulación Económica, una de sus primeras tareas consistió en identificar leyes que (a sus ojos) habían quedado obsoletas con la ayuda de una inteligencia artificial. Se dice que el producto de esta labor se transformó en el eje central de la famosa Ley de Hojarascas, que se propone derogar de un plumazo más de 100 leyes vigentes. Hay quienes dicen, incluso, que esto no es más que una movida de marketing para seguir generando awareness alrededor de Argentina como el potencial Cuarto Polo.
En la misma dirección, hace poco más de una semana el gobierno nacional oficializó la creación de la Unidad de Inteligencia Artificial Aplicada a la Seguridad (UIAAS), con el objetivo de detectar, prevenir e investigar ciberdelitos mediante la utilización de IAs especializadas. ¿De quién está a cargo esta unidad? De la Dirección de Ciberdelito y Asuntos Cibernéticos, dependiente de la Unidad de Gabinete de Asesores, por supuesto.
Esta nueva unidad promete patrullar las redes sociales e inmiscuirse en lo más profundo de la deep web para, en base a la utilización de algoritmos de aprendizaje automático, analizar datos históricos y así prevenir potenciales crímenes. Una suerte de Minority Report donde los precogs pasaron a ser redes neuronales 100% digitales.
Lo que no deja de generar dudas son las posibles aplicaciones de estas tecnologías de las que ninguno de sus impulsores habla. Valiéndose de IAs precisamente entrenadas, no sería extraño que estos desarrollos fuesen utilizados para llevar adelante una estrategia de campaña hipersegmentada a escalas aún desconocidas; un Cambridge Analytica potenciado por deep fakes, audios e imágenes creadas por IAs generativas para apuntar a los intereses y preocupaciones de múltiples públicos objetivo hiper específicos.
Si a esto le sumamos una nueva SIDE con su propia Agencia Federal de Ciberseguridad que responde directamente a Santiago Caputo (aunque él lo niegue), con jugosos fondos reservados a disposición, ¿qué podría salir mal?
Mientras tanto, estamos a la espera de la publicación de un nuevo libro del Presidente, con Demian Reidel como co-autor. No se sorprendan si este lleva como título “El Cuarto Polo” y si su sentido último no es otro que oficiar como brochure de venta para ofrecer nuestras tierras al mejor postor.
No olvidemos que de la utopía a la distopía hay tan sólo un paso.
Si te interesó este devenir, cabe aclarar que esta es una entrega más de la que ya podríamos denominar como “La saga de la IA”, que cuenta con al menos tres ediciones anteriores:
- #1: Hacia un Dios digital, o el auge de las IAs como cisma religioso
- #2: Apocalipsis, por favor (o la transformación del arquetipo prepper)
- #3: Vivir la distopía: Worldcoin y el escaneo del iris
Por otro lado, si te interesó la historia del Proyecto Huemul, recomiendo de sobremanera el libro El secreto atómico de Huemul - Crónica del origen de la energía atómica en Argentina (1985) de Mario A. J. Mariscotti.
Sin más, gracias por tu lectura y por el amor, siempre.
¡Eso es todo, amigxs!
Gracias por compartir este viaje por el extraño y variado cosmos de nuestra cultura.
Por las dudas, vamos con un poco de data que nunca está de más aclarar:
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Santi 👽
Santiago Martínez Cartier nació en Buenos Aires en 1992. Se define como escritor de ciencia ficción. Lleva seis novelas publicadas desde el 2014 hasta la actualidad. Edita libros y produce eventos como parte de Criolla Editorial. Colaboró como redactor en diversos sitios especializados en cine y literatura, como Hacerse la crítica, House Cinema y El Teatro de las Voces Imaginarias, entre otros. Produjo el audiolibro El quinto peronismo en formato radioteatro, adaptación de su novela homónima. Organizó varietés culturales y programó y presentó ciclos de cine. Palermo Dead (2021), una sucesión de relatos de terror que transcurren en un edificio maldito construido sobre el Cementerio de la Chacarita, es su último libro de ficción. El año pasado publicó Picnic sideral: Algo en qué creer, una selección mejorada de los mejores newsletters del 2022, en una co-producción entre Mate y Criolla.