Houdini vs. Conan Doyle: una batalla por la ciencia del espíritu
o una breve historia del espiritismo hasta llegar al enfrentamiento entre el ilusionista y el escritor
Para hablar con los muertos
En la Francia de principios del siglo XIX vivía muy tranquilo un hombre común y corriente. Llevaba el discreto nombre de Hippolyte Léon Denizard Rivail, había sido discípulo del popular pedagogo suizo Johann Heinrich (acá “Juan Enrique”) Pestalozzi y, a pesar de no haber realizado estudios universitarios, decía hablar más de cinco idiomas. Venía de una familia de jueces y abogados y hasta había fundado su propio instituto de enseñanza siguiendo el modelo de su querido Pestalozzi, pero una serie de problemas económicos lo habían obligado a cerrar y desistir con el asunto.
Un poco de capa caída, empezó a dedicarse a gestionar cuestiones contables y a traducir obras inglesas y alemanas. Se casó con la institutriz Amelia Boudet y, con la idea fija en el modelo educativo y sus aristas, escribió una serie de libros que contenían cursos prácticos de gramática y aritmética, entre otras cosas. Como suele suceder, su vida dio un vuelco casi de casualidad y, parafraseando a la mismísima Biblia, podemos decir que el principio fue la palabra o, en este caso, el rumor.
Resulta que en París se andaba corriendo la bola de un extraño fenómeno conocido como “mesas giratorias”: encuentros alrededor de unas mesas circulares donde los presentes lograban conectarse con el más allá. Aparentemente, por medio de este ritual se le podía dar voz (o al menos entidad) a los muertos. Se decía que, bajo la influencia de los espíritus, las mesas solían levitar y girar sobre sí mismas, y así se había acuñado el misterioso nombre.
Fue en el mes de mayo de 1855 que, luego de escuchar mucho sobre estos encuentros, el señor Rivail asistió a una mesa giratoria impulsado por la curiosidad. Según dicen, en esta sesión Rivail pudo presenciar en primera persona cómo la mesa cobraba vida antes sus ojos y cómo, al ser interpelados, los espíritus hacían todo lo posible por hacerse oír desde el más allá al mover la mesa o golpear objetos. La dinámica era simple: se hacían preguntas al aire a las que el supuesto espíritu respondía “sí” o “no” al levantar distintas patas de la mesa.
Aunque se caracterizaba por ser un tanto escéptico, Rivail quedó absolutamente impresionado por la experiencia y este episodio lo llevó a profundizar en su investigación alrededor del fenómeno. Empezó a asistir en cada oportunidad que tenía a distintas mesas giratorias y también presenció sesiones de “escritura automática” donde, cual Benjamín Solari Parravicini, una persona se encargaba de sostener una pluma sobre un papel y de escribir sin pensar aquello que se le dictaba desde el más allá.
Luego de llevar a cabo este intenso estudio de campo e inspirado en sus influencias académicas, Rivail comenzó a coquetear con la idea de desarrollar un enfoque sistemático y científico que le permitiera dar cuenta de la existencia del mundo invisible dentro de una sociedad post-iluminista. Cabe destacar que, por ese entonces, el grueso de la población francesa se dividía en dos formas de pensamiento: el materialismo de la ciencia experimental o la doctrina religiosa del catolicismo. A contrapelo de todos y para disgusto de ambas partes, Rivail buscó fundar una tercera posición.
Dentro de este marco publicó El libro de los espíritus (1857), el libro que sentó las bases filosóficas y doctrinarias del espiritismo para la posteridad. A lo largo de sus páginas, hacía hincapié en conceptos como la reencarnación, las formas de comunicación con los espíritus y la moral espiritual. Este fue el primer libro que el autor firmó como Allan Kardec, nombre que adoptó a partir de que su “espíritu protector” le informó que se habían conocido en una vida pasada, en el tiempo de los druidas, y que ese había sido su nombre en ese entonces.
El libro abordaba una serie de preceptos fundamentales, en busca de un marco teórico que le diera cierta legitimidad a lo que, a ojos del autor, era una ciencia naciente. Como puntos centrales, establecía la existencia de Dios como fuente de toda la creación, aseguraba que el alma del ser humano era inmortal y que las almas reencarnaban en varios cuerpos a lo largo del tiempo (gran discrepancia del espiritismo latino con su vertiente anglosajona), e instalaba la idea de que el “crecimiento espiritual” sólo era posible a través de la caridad y el amor al prójimo.
Este no fue el único libro que dedicó al tema, sino el primero de muchos y su publicación propició tanto la aparición de la revista Revue Spirite al año siguiente como la fundación de la Sociedad de Estudios Espiritistas de París, que Kardec (ex-Rivail) presidió hasta el día en que murió. Entre otros, publicó títulos como El libro de los médiums (1860), Qué es el espiritismo (1862), El Evangelio según el espiritismo (1864) y El Cielo y el Infierno o la justicia divina según el espiritismo (1865).
A lo largo de su vasta bibliografía, Kardec profundizó en diversos aspectos de su doctrina. Por ejemplo, realizó una distinción entre espíritus “superiores e inferiores”, aclaró que solía ocurrir que espíritus un tanto trolls usurparan “nombres conocidos y venerados, dicen haber sido Sócrates, Julio César, Carlomagno, Fenelon, Napoleón o Washington” y admitió que en muchos casos los espíritus son “mentirosos, fraudulentos, hipócritas, malvados y vengativos”, como ocurre en Talk to Me (2023), que de paso, si no la vieron, recomiendo.
A pesar de (o más bien por) haber ensayado una interpretación espiritista del Evangelio y de considerar a su doctrina como profundamente cristiana, el rechazo eclesiástico fue rotundo. En 1861, en la ciudad de Barcelona, la diócesis local confiscó e incineró más de 300 libros y revistas de la factoría Kardec, y sus principales títulos pasaron a figurar en el Índice de libros prohibidos de la Iglesia Católica tan solo unos años después.
Por mucho que la Iglesia intentara dar por tierra con lo que, desde su perspectiva, no era más que una contagiosa cháchara blasfema, la influencia del espiritismo creció cada vez más hasta volverse una parte integral de la vida cultural de la época, sobre todo dentro de los círculos de artistas e intelectuales. Así fue cómo la cosa llegó hasta un tal Sir Arthur Conan Doyle.
Por fortuna todavía no nos vimos obligados a dar ese salto de fe que nos lleve a empezar a creer que Jorge Rial es el líder de una entidad intergaláctica que capura almas a través de los rayos catódicos de los televisores de antaño para utilizar su energía como medio para volver a casa, del otro lado de la Vía Lactea, o algo por el estilo.
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Creer para no reventar
Al igual que en muchos de sus libros, todo empezó con una investigación. Durante el mismo año en que publicó Estudio en escarlata (1887), primera entrega de la larga saga protagonizada por Sherlock Holmes, el señor Arthur Conan Doyle se dedicó a profundizar en las corrientes místicas que se manifestaban a su alrededor. De crianza jesuita, aunque declarado agnóstico, y con una profunda formación médica en su haber, el tipo siempre había expresado un interés latente por el misticismo, pero hasta ese entonces no le había dado cauce.
En el lapso de un par de meses, Doyle asistió a más de 20 sesiones espiritistas, presenció algunos experimentos telepáticos y sostuvo largas charlas con distintos médiums. Parece que mucho no le costó convencerse de la veracidad de este fenómeno, ya que ese mismo año se declaró espiritista en una revista del palo llamada Light, y como para coronar la cosa, de paso, terminó por incorporarse a la masonería.
Ávido de creer y de lograr que el resto también crea, el bueno de Arturo se unió a la Sociedad para la Investigación Psíquica de Londres, fundó una sociedad similar en Hampshire y hasta colaboró con otros investigadores en una búsqueda de poltergeists en Devon. Sí, si alguna vez leyeron los libros de Sherlock esta concepción fantástica de la vida explica muchas cosas, ¿no?
Tantas ganas de creer tenía que junto a su amigo y también espiritista William Thomas Stead —que trágicamente falleció en el hundimiento del Titanic poco tiempo después— salieron a decir que una pareja de magos de feria, Julius y Agnes Zancig, tenían poderes psíquicos reales. Fueron los propios Zancig que desmintieron tal cosa, al confesar que se trataba de meros trucos visuales y códigos internos que les permitían generar esa ilusión.
Y todo marchaba relativamente extraño hasta que llegó un golpe de realidad: el comienzo de la Primera Guerra Mundial. Preso de un rapto de patriotismo y deber, Conan Doyle quiso alistarse en el ejército, pero fue rechazado por su avanzada edad. Otra suerte corrieron muchos de sus familiares, ya que tanto su hijo Kingsley como su hermano y sus cuñados fallecieron durante el transcurso de la guerra. Tal cercanía con la muerte en un escueto período de tiempo no hizo otra cosa que profundizar la obsesión del escritor con el más allá.
El compromiso con la causa espiritista llegó al punto que, una vez terminada la guerra, el bueno de Arturo se embarcó en una misión a Australia y Nueva Zelanda con el objetivo de evangelizar a los locales y dio charlas de divulgación en Estados Unidos y Europa. Ah, y sí, también seguía en esa de tener muchas muchas ganas de creer en algo, cosa que se vio reflejada en la defensa de la existencia de las hadas de Cottingley.
Fue por esos años, alrededor de 1920, que Conan Doyle hizo buenas migas con una de las figuras internacionales más sobresalientes y llamativas de la época, un tal Harry Houdini. De origen húngaro, Houdini había logrado asentarse y construir una exitosa carrera como ilusionista y escapista en tierras estadounidenses. Más allá de la espectacularidad de sus actuaciones, siempre se había encargado de aclarar que lo suyo no se trataba de magia, sino de meras ilusiones, pero había un problema: Conan Doyle no le creía.
Parece ser que, a poco de conocerse, Houdini había actuado en privado frente al bueno de Arturo, y a pesar de aclararle una y otra vez que se trataba de un truco, el escritor se había convencido a sí mismo de que su nuevo amigo Harry contaba con poderes sobrenaturales, cuestión sobre la que llegó a escribir en su libro de ensayos Al filo de lo desconocido (1930).
La cosa es que, en una de esas reuniones privadas de amigotes, Houdini había expresado algún interés por el espiritismo, aunque con algunos reparos y una cuota de escepticismo. La madre de Houdini había fallecido hace unos años y al pasar comunicó su anhelo de volver a hablar con ella. Ahí fue que Conan Doyle pensó “che, esta es la mía” y, muy convencido de sus mambos, le dijo algo como: “mirá, yo a veces hablo con mis hijos que están del otro lado y todo re pillo, ¿querés venirte a casa y te conecto con tu vieja?”. La médium en cuestión no fue otra que Jean Conan Doyle, esposa del escritor.
El método elegido fue la escritura automática. Según dicen, Houdini se sentó a la mesa y presenció cómo Jean garabateaba palabra tras palabra de lo que parecía ser una larga carta de su madre dirigida a él. También ávido de creer, Houdini empezó a leer la carta y quedó mudo. Se levantó de la mesa y, sin decir palabra a su amigo, se retiró de la casa. Conan Doyle interpretó que el ilusionista se había quedado sin palabras, conmocionado ante tal demostración, pero lo que había ocurrido era todo lo contrario.
Días más tarde, Harry Houdini publicó un artículo donde hablaba largo y tendido sobre la farsa del espiritismo. Para disgusto de Arthur y Jean, la sesión no había salido tan bien como pensaban. Por un lado, la carta estaba escrita en inglés y la madre de Harry, de origen húngaro, nunca había aprendido el idioma. Por el otro, se dirigía a él por su nombre artístico (“Harry”), cuando su nombre verdadero era Eric, y en ningún momento hacía referencia a anécdotas o recuerdos personales. Houdini se había sentido traicionado por su amigo, a quien consideraba un respetable intelectual, y aquel día comenzó su gran cruzada.
A partir de este hecho, Harry Houdini se valió de su entrenamiento mágico como ilusionista para desenmascarar a psíquicos y médiums que decían tener poderes reales. Se incorporó al comité de la revista Scientific American, que ofrecía un suntuoso premio en efectivo a quien pudiera comprobar que tenía poderes sobrenaturales, y viajó por todo el país para poner a estos personajes a prueba. Incluso publicó un extenso libro de crónicas, Un mago entre los espíritus (1924), donde describió al detalle cada uno de estos casos.
Hay que decir que a esta causa la militó hasta después de muerto, lo que hace sospechar que ganas de creer al hombre no le faltaban. Antes de morir, Houdini hizo un pacto con su esposa Bess; una última prueba para comprobar si existía la vida después de la muerte. Eligieron una serie de palabras clave que, una vez que pasara a mejor vida y en una potencial sesión con un médium, confirmarían la identidad del Harry-espíritu.
Houdini falleció en Halloween, el 31 de octubre de 1926, y desde ese día su esposa se dedicó a organizar sesiones espiritistas cada año en el aniversario de su muerte. No sabemos si para su placer o para su disgusto, pero desde el otro lado Harry volvió a comprobar que tales sesiones no eran más que un fraude. En 1936, luego de diez sesiones fallidas, Bess dijo “hasta acá, chicos” y sostuvo que “diez años es demasiado para esperar a cualquier hombre”.
Hoy en día, cada 31 de octubre, se siguen organizando sesiones para intentar invocar al espíritu de Harry Houdini 🔮
Sí, esta es la tercera edición dedicada al fenómeno del espiritismo, dudo que sea la última, y un poco funciona como precuela de las dos anteriores. Si te las perdiste, acá podés leer sobre la relación de esta práctica con las creencias religiosas de Javier Milei y acá sobre el vínculo entre la Escuela Científica Basilio, una de las mayores congregaciones espiritistas nacionales, y el primer gobierno peronista. ¡A su salud!
Agenda
6/10 - 21hs: Juegos de la mente, dispositivo diván (Teatro)
@ La Orilla Infinita (Colón 2148, Rosario, Santa Fe). Entrada: $2500.7/10 - 19hs: Hércules Vigila + Efecto Amalia + Club Oscuro (Música)
@ Salón Pueyrredón (Av. Santa Fe 4560, CABA). Entrada: $2000.7/10 - 21hs: Mi hijo solo camina un poco más lento (Teatro)
@ Teatro María Castaña (Tucumán 260, Córdoba). Entrada: $2500.7/10 - 15 a 22hs: Feria del Libro de Flores (Literatura)
@ Morón y Artigas (Flores, CABA). Entrada: Gratuita.8/10 - 14 a 19hs: Fiebre del Libro (Literatura)
@ Plaza Rayuela, Biblioteca Nacional (Agüero 2502, CABA). Entrada: Gratuita.
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Santiago 👽
Santiago Martínez Cartier nació en Buenos Aires en 1992. Se define como escritor de ciencia ficción. Lleva seis novelas publicadas desde el 2014 hasta la actualidad. Forma parte de Criolla Editorial. Colaboró como redactor en diversos sitios especializados en cine y literatura, como Hacerse la crítica, House Cinema y El Teatro de las Voces Imaginarias, entre otros. Produjo el audiolibro El quinto peronismo en formato radioteatro, adaptación de su novela homónima. Organizó eventos culturales y programó y presentó ciclos de cine. Palermo Dead (2021), una sucesión de relatos de terror que transcurren en un edificio maldito construido sobre el Cementerio de la Chacarita, es su último libro.