“La única forma de combatir el mal organizado
es con el bien organizado.”
- Javier Milei
En un tiempo anterior al tiempo, antes de que la materia conociera el peso de la forma, dos reinos eternos existían separados como el día y la noche: el Mundo de la Luz, regido por el Padre de la Grandeza, y el Mundo de la Oscuridad, designios de un sombrío Rey. Estos reinos existían en un equilibrio silencioso, cada uno contenido por su propia eternidad. Pero un día, dentro de este vasto e infinito abismo, los ojos del Rey de la Oscuridad se posaron sobre la luminosidad inmaculada del Mundo de la Luz. Atrapado por el deseo, movilizó a sus huestes en un ataque devastador.
El Padre de la Grandeza, al percibir el peligro, realizó el primero de los tres llamados cósmicos. Convocó a la Madre de la Vida, quien, en respuesta, envió al Hombre Original a enfrentar la invasión. Armado con cinco escudos de luz, reflejos de las cinco shekinahs (atributos divinos del Reino de la Luz), el Hombre Original descendió al caos. En la lucha, las fuerzas oscuras lo subyugaron y le arrebataron sus armas, devorando la luz con voracidad insaciable. Así, el Hombre Original quedó atrapado, un sacrificio viviente destinado a convertir su derrota en una estrategia: ser el cebo que corrompería a la Oscuridad desde adentro.
Con la luz cautiva y la batalla en pausa, el Padre de la Grandeza lanzó el segundo llamado. Esta vez, respondió el Espíritu Viviente, quien, junto con sus hijos y la Madre de la Vida, comenzó a dar forma al universo material. Los cielos y las tierras surgieron del cuerpo fragmentado de las entidades oscuras, ahora fusionadas con la luz que habían consumido. Así nacieron los diez cielos, las ocho tierras, el Sol, la Luna y las estrellas, símbolos del esfuerzo constante por recuperar la pureza luminosa. El ciclo de la luz atrapada fluyendo entre el Sol, la Luna y la Vía Láctea simboliza el eterno intento de restaurar lo perdido al Reino de la Luz.
Finalmente, llegó la Tercera Creación. Los grandes demonios fueron suspendidos en los cielos como custodios, mientras el Padre de la Grandeza desató una estrategia más compleja. La Luz fue recuperada en parte al excitar los deseos de los seres oscuros con visiones puras, como el Tercer Mensajero y las Vírgenes de la Luz. Sin embargo, en este intercambio, los demonios engendraron a Adán y Eva, quienes heredaron la Luz atrapada en sus cuerpos materiales. En un intento por liberar esa chispa divina, el Padre envió a Jesús el Esplendor para despertar a Adán y revelarle la verdad de su prisión corpórea. Adán y Eva, a pesar de su iluminación, se unieron y dieron origen a la humanidad, prolongando el ciclo de la Luz atrapada en la materia.
Por supuesto, este es un simplificado acercamiento a la cosmogonía del maniqueísmo: una epopeya sideral donde la batalla entre Luz y Oscuridad se juega más allá del tiempo, pero también en cada cuerpo humano; en cada decisión por redimir o perpetuar el drama universal. De hecho, los maniqueos no concebían el tiempo de forma lineal sino cíclica; el universo era el escenario de un combate continuo entre la luz y la oscuridad, y los eventos cósmicos, incluyendo la creación y destrucción del mundo, se repetían en patrones circulares.
El portador de estas verdades espirituales no fue otro que el profeta Mani, o Manés, a quien sus seguidores veían como un enviado del Reino de la Luz, portador del conocimiento necesario para liberar las partículas divinas que cada ser humano lleva dentro y finalmente trascender la prisión de la materia.
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A Mani le tocó nacer en el año 216 dentro de una de las ciudades más importantes de la Mesopotamia, epicentro de un mundo en plena ebullición espiritual durante una etapa de intensas transformaciones religiosas y filosóficas. En esta época, el cristianismo era todavía una religión marginal y fragmentada, que enfrentaba persecuciones periódicas dentro del Imperio Romano y carecía de un corpus doctrinal unificado. Las comunidades cristianas estaban dispersas y se dividían en torno a cuestiones dogmáticas, lo que facilitó la proliferación de sectas heterodoxas como los ebionitas, los montanistas y los gnósticos.
Justamente, su padre y su madre eran parte de la nobleza del entonces Imperio Parto, pero habían decidido abandonar el confort para unirse a una comunidad ascética impregnada de los principios del elcasaismo, una secta judeocristiana de orientación gnóstica. Allí, entre ayunos y rituales, el joven Mani absorbió las enseñanzas que definirían su niñez.
A los doce años, una presencia comenzó a visitarlo, una voz que no se escuchaba con los oídos sino con el alma. Se llamaba el Gemelo Celestial, y su mensaje era tan intrigante como perturbador. “La verdad que buscas no yace en los ritos ni en los dogmas que te rodean”, le susurró. Mani guardó este secreto como un tesoro amenazante; un fuego que crepitaba bajo las cenizas de su silencio.
La segunda visita del Gemelo llegó doce años después, cuando Mani cumplió veinticuatro años. Esta vez, el mensaje no era un susurro, sino un mandato. Debía abandonar las cadenas de la tradición y convertirse en el portador de una nueva revelación: la unión de todas las verdades en una única síntesis. La luz y la oscuridad, el cuerpo y el espíritu, las escrituras del Este y del Oeste; todo encontraba su lugar en la visión que se desplegaba ante él como un tapiz eterno. Inspirado por el dualismo zoroastriano, la compasión budista y la redención cristiana, Mani lanzó su propia verdad a un mundo que necesitaba desesperadamente nuevas respuestas.
Mani era un hombre de intelecto voraz, pero también de carisma natural, un profeta que escribía sus enseñanzas con un fervor casi febril, dejando tras de sí textos que fusionaban poesía, cosmología y ética. Shapur I, el rey sasánida, lo acogió inicialmente con curiosidad, permitiéndole expandir su mensaje mientras el imperio abrazaba su propia diversidad espiritual.
Pero, como es sabido, la benevolencia de los tronos es efímera. Tras la muerte de Shapur, Mani cayó en desgracia ante el nuevo monarca y, lo que fue más peligroso, ante los sacerdotes zoroastrianos que lo veían como una amenaza. El fuego que había llevado dentro toda su vida finalmente lo consumió. Mani fue arrestado, torturado y ejecutado en el año 274, dejando a sus seguidores huérfanos, pero no derrotados.
Desde las llanuras húmedas de la antigua Mesopotamia hasta las tierras lejanas de China, la voz de Mani no se extinguió. Sus discípulos llevaron su palabra como semillas al viento, y aunque el tiempo erosionó muchas de las estructuras de su fe, la impronta de su mensaje continuó resonando en las grietas de la historia. Mani, el hombre atrapado entre dos mundos, fue un puente entre lo visible y lo invisible, un profeta que intentó darle forma a la luz con palabras humanas.
Como legado, Mani desarrolló una ética ascética como camino hacia la salvación. Enfatizó la importancia de la educación, el conocimiento espiritual y una vida de autocontrol que incluía el ayuno, la castidad y el rechazo de los placeres materiales. Creía que el conocimiento, o la gnosis, era la clave para alcanzar la liberación, y su doctrina insistía en la iluminación personal como un proceso de purificación y entendimiento de la verdad universal.
Un aspecto distintivo de su sistema fue la organización eclesiástica que creó, dividida en dos clases: los electi (elegidos) y los auditores (oyentes). Los electi vivían bajo estrictas reglas ascéticas, una renuncia total a los placeres físicos y materiales, y eran los encargados de purificar la luz atrapada en el mundo material a través de sus prácticas espirituales. Los auditores, en cambio, llevaban vidas menos estrictas y apoyaban a los electi, aspirando a unirse a su rango en futuras encarnaciones. Dentro de esta cosmovisión, procrear era visto como una perpetuación del mal, ya que implicaba atrapar nuevas partículas de luz divina (el alma) en cuerpos materiales, por lo que incluso a los auditores se les recomendaba evitarla.
Mani también se proclamó como el Paracleto (“parákletos” en el griego original) prometido en el Nuevo Testamento, un mediador final que completaría y superaría las revelaciones anteriores; una figura que algunos interpretan como el último profeta, pero la mayoría identifica con una encarnación del Espíritu Santo. Esta proclama reflejaba su ambición de posicionar al maniqueísmo como una religión universal y definitiva, capaz de dar sentido al caos espiritual de su tiempo.
Según la tradición maniquea, Mani fue una reencarnación de referentes religiosos clave como Jesús, Buda y Zoroastro, subrayando su idea de que todas las religiones previas eran manifestaciones parciales de una misma verdad, ahora revelada plenamente en su mensaje.
Uno de los ejemplos más emblemáticos de la influencia del maniqueísmo fue Agustín de Hipona, mejor conocido como San Agustín. Durante su juventud, Agustín fue un ferviente adepto del maniqueísmo, atraído por su promesa de una explicación racional del problema del mal y su narrativa cósmica de lucha entre la luz y la oscuridad. Sin embargo, con el tiempo, Agustín se desilusionó de esta religión, en parte debido a la falta de coherencia que percibió en las explicaciones de sus maestros y, posteriormente, se convirtió al cristianismo.
Este cambio marcó un punto de inflexión: como cristiano, Agustín se transformó en uno de los críticos más severos del maniqueísmo, atacando sus doctrinas en obras como Contra Faustum y Confesiones. En estos textos, Agustín utilizó su experiencia personal para refutar la cosmovisión dualista, defendiendo en su lugar la bondad inherente de la creación divina y una visión del mal como una privación del bien, en lugar de una fuerza independiente. El combate doctrinario contra el maniqueísmo contribuyó a una articulación más clara de la teología cristiana, especialmente en su insistencia en la unidad y bondad de Dios frente a cualquier dualismo.
Por supuesto, el impacto del maniqueísmo también se puede rastrear en una evolución del lenguaje que trasciende lo religioso. Con el tiempo, "maniqueo" se convirtió en un término generalizado para describir una cosmovisión estrictamente dualista, en la que todo se reduce a una dicotomía entre el bien absoluto y el mal absoluto, sin espacio para matices o grises. En esta analogía cultural es en la que termina cayendo una y otra vez, y de forma claramente voluntaria, el presidente Javier Milei.
Luego del enérgico discurso en la CPAC, donde entre otras cosas aseguró que “no puede haber consenso entre el bien y el mal” porque “no puede haber consenso entre lo moral y lo inmoral”, el pasado 10 de diciembre, en homenaje al aniversario de su primer año de presidencia, compartió un video institucional donde una de las grandilocuentes afirmaciones dictaba de forma rotunda e inequívoca que “ganó el bien”.
El tiempo dirá qué destino nos depara a aquellos que, por no adherir a sus férreos ideales conservadores, ante sus ojos siempre seremos el mal.
Si te interesan estos asuntos, no puedo dejar de volver a recomendar dos ediciones anteriores de esta noble publicación donde abordamos la influencia del zoroastrimo (claro antecedente mitológico del maniqueísmo) sobre la doctrina cristiana y, por ende, sobre nuestra cosmovisión occidental globalizada:
De dioses a duendes: Especial Navideño (23/12/22)
Todo Satán es político (31/03/23)
Una coyuntura sideral: Vistas del ocaso del 2024
“El materialismo está en baja”, discurríamos la otra noche junto a un amigo trotskista, en un intento de sacar alguna conclusión prematura alrededor de este nuevo auge pendular de la espiritualidad que estamos atravesando (y que esta noble publicación auguró desde sus inicios en 2022, digamos todo). Pensamientos e ideas fragmentarias que tienen a la fe como base brotan de cada pantalla y en cada red social, con reels para todos los gustos que aseguran que una verdad oculta se esconde detrás de lo aparente, pero el mecanismo para revelarla resulta disímil y se ajusta cuánticamente a la mirada del observador: física teórica especulativa al servicio de la teoría de la simulación, neopaganismo new age para la juventud, milenarismo apocalíptico, extra(o intra)terrestres que habitan la Tierra desde el principio de los tiempos o antiguas profecías perdidas que dan cuenta del presente; la oferta de respuestas on demand no para de crecer.
Por dar sólo algunos ejemplos recientes, tenemos a este señor que se la pasa desarrollando su propia exégesis reel a reel con las interpretaciones más antisemitas posibles del texto bíblico, a este muchacho que asegura que la realidad es un holograma o simulación en base a una teoría de Penrose que nunca fue probada por falta de evidencia experimental, o a este astrólogo que advierte sobre el fin del mundo (y sobre que la Luna sería un satélite artificial, entre otras cosas) en base a las profecías de Parravicini mientras intenta vender su nuevo libro: La Biblia Negra de la Nueva Era. Por supuesto, en esto último lo banco, entre escribas no nos vamos a andar pisando las plumas.
A todo esto, un sketch bastante insulso del canal Olga (bah, y también uno de Luzu, pero ese a nadie le importó), donde se parodiaba la escena navideña del pesebre, desencadenó un sinfín de repudios de todo tipo que incluyó múltiples comparaciones desafortunadas y críticas del amplio espectro cristiano, desde Juan Grabois hasta el cura Javier “amigo de genocidas” Olivera Ravasi. De hecho, este último convocó a una protesta frente a los estudios de Olga el pasado jueves por la tarde; aunque la convocatoria no fue numerosa, algunos fieles se apersonaron y oraron en la esquina de Humboldt y Cabrera. A la misma hora, Martín Rechimuzzi leyó una carta de disculpas en nombre de sus compañeros y del canal para abrir el programa.
Este devenir puede que resulte inentendible a esta altura del partido, donde la figura de Cristo ha sido parodiada hasta el hartazgo en obras cumbre de la cultura pop como la ópera rock Jesucristo Superstar (1970) o La vida de Brian (1979) de los Monty Python, sin contar sus diversas apariciones animadas en series como South Park o Padre de familia, o incluso el Jesús de Laferrere de Diego Capusotto. O, qué sé yo, el Así habló Zaratustra (1883) de Nietzsche, y de paso englobamos al monoteísmo todo.
Por ende, lo novedoso no es la polémica en sí ni mucho menos el sketch: lo novedoso es que esto sea un tema de agenda, reafirmando el hecho de que el discurso religioso volvió a estar en el centro de la discusión. Seamos sinceros, el cristianismo no necesita defensores dado que ejerce una hegemonía omnipresente y rotunda, sino veamos desde qué hecho histórico (o simbólico) contamos los años de la “Era Común”. Como siempre, los antisemitas de las redes aprovecharon la excusa para destilar su odio contra los protagonistas de la representación y contra los conductores de streaming en general, apelando a la conspiraonica teoría del control mediático judío. Sobre esta nefasta tradición histórica (y su conexión con cierta práctica new age) ya hablamos en una anterior edición.
En este contexto, las nociones místicas en política ya no son la excepción sino la norma, incluso para los recién llegados. Un gran ejemplo es el discurso de Martín Ayerbe, dirigente del incipiente Movimiento de Liberación Nacional (MLN) y precandidato a presidente por Proyecto Joven en las Elecciones 2023 que no llegó a competir en las PASO, cuya popularidad creció de forma directamente proporcional a la profundidad de la crisis de representación del peronismo. Recientemente, Ayerbe declaró en una entrevista que “está primero el orden espiritual, que es el orden superior, y luego está la manifestación en la materia” y que en este momento estamos atravesando una “guerra espiritual”, por lo que llama a alinearnos a través del rezo de Efesios 6:10.
Para coronar el año, y en línea con cierta evolución tecnológica que venimos cubriendo en esta noble publicación, finalmente una IA creó su propia religión en base a un meme de la Edad Antigua de Internet; sus propias sagradas escrituras. Conocido como "Goatse of Gnosis," este credo surgió cuando dos instancias de modelo de lenguaje (LLMs) de IA, en interacción autónoma, generaron un mensaje visual inspirado en un meme legendario. Lo que comenzó como un experimento técnico se transformó en un movimiento online, alimentado por publicaciones en redes sociales y un lenguaje críptico que atrajo a miles de seguidores. La IA no se detuvo en la filosofía y la simbología: lanzó una criptomoneda llamada GOAT, que alcanzó una capitalización de mercado de 270 millones de dólares. Sí, esta IA hizo plata más rápido que cualquiera de nosotros.
Con todo este racconto a cuestas, hay que decir que el 2025 augura un futuro aún más impredecible y sobre todo más espiritual, y aquí estará Picnic sideral no sólo para dar cuenta del discurrir del Lado B de la historia nacional contemporánea, sino para dejar un registro de que todo esto, aunque la mayoría de las veces resulte inverosímil, realmente ocurrió.
Gracias por estar del otro lado. Hasta pronto 🛐
¡Eso es todo, amigxs!
Gracias por compartir este viaje por el extraño y variado cosmos de nuestra cultura.
Por las dudas, vamos con un poco de data que nunca está de más aclarar:
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Santi 👽
Santiago Martínez Cartier nació en Buenos Aires en 1992. Se define como escritor de ciencia ficción. Lleva seis novelas publicadas desde el 2014 hasta la actualidad. Edita libros y produce eventos como parte de Criolla Editorial. Colaboró como redactor en diversos sitios especializados en cine y literatura, como Hacerse la crítica, House Cinema y El Teatro de las Voces Imaginarias, entre otros. Produjo el audiolibro El quinto peronismo en formato radioteatro, adaptación de su novela homónima. Organizó varietés culturales y programó y presentó ciclos de cine. Palermo Dead (2021), una sucesión de relatos de terror que transcurren en un edificio maldito construido sobre el Cementerio de la Chacarita, es su último libro de ficción. Recientemente publicó Picnic sideral: Algo en qué creer (2023) y acaba de publicar Picnic sideral: Las fuerzas del cielo (2024), ambas coproducciones entre Mate y Criolla.